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Benedetti...bendito 
por Sergio Sacomani
sergiosacomani@gmail.com
 

El domingo 17 de mayo de 2009, a las 18:00 horas, sonó mi celular. Me informaron que Mario Benedetti había muerto. Murió en su casa. Sería velado todo el día lunes, en una capilla ardiente en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. Sería enterrado el día martes, con honores de Estado, en el Panteón Nacional del Cementerio Central. El Presidente concurriría el lunes, a las 10:00 horas, junto con el Vicepresidente.

 

Había muerto Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, nacido en Paso de los Toros el 14 de septiembre de 1920.

 

Yo tenía una copa de vino en mis manos, estaba de sobremesa en una comida de amigos en las Sierras de Minas. Un día nublado el domingo, pero que nos permitía ver el resplandor del sol  entre los cerros, mientras una brisa fresca nos envolvía al caer la tarde.

 

Pero estábamos junto al fuego, una lumbre generosa que nos cobijaba, entre el humo de los cigarros y las coronillas. Se me ocurrió que tenía mucho que ver con Mario, con lo que él había sido y significado en nuestras vidas.

 

Algo así, como una niebla cálida, llena de vida, de palabras y de afectos, entre la luz y las tinieblas, pero en donde siempre al final siempre nos esperaba el calor y el beso dulce, marcando la dimensión humana, tan lejos de los dioses.

 

Levanté mi copa contra el sol, permitiendo que sus rayos la atravesaran, y lo hicimos todos, cada cual recitando en su alma los versos aprendidos de Mario. Los románticos, los beligerantes, los dudosos, los esperanzados, los terribles, pero todos hermosos. Brindamos por Mario y por nosotros, una vez más huérfanos y pobres al sentir su partida.

 

La noche del domingo y la mañana de lunes estallaron en titulares, imágenes, textos y fotografías de Mario que daban la vuelta al mundo. El afecto estaba desatado. El  corazón de multitudes estaba abierto y un aluvión de amor y de dolor derribó las noticias de la gripe porcina, de  las campañas electorales, de los delitos más recientes y de las guerras en ciernes.

 

La imagen de un ancianito con lentes, de blanco mostacho y con tiradores, daba la vuelta al mundo recibiendo los mensajes de todos, de la gente común y de los famosos, que necesitaban expresar que sentían la muerte de Mario Benedetti.

 

En pantuflas y tomando mate, vi por televisión la llegada del Presidente y del Vicepresidente al Palacio Legislativo. No sé que indica el protocolo en estos casos, pero presiento  que alguien debería decir algo.

 

Pero: ¿Qué decir, frente al cuerpo de Mario Benedetti? ¿Qué escriba, qué secretario, qué asesor aceptaría tamaño desafío? ¿Qué decir, algo, que estuviera a su altura?

 

El silencio, en estos casos, suele ser el camino más adecuado para el respeto. Así se hizo.

 

Cerca del mediodía, cuando pensaba que habría poca gente, fuimos con mi esposa a despedir a Mario. Sin embargo, había mucha gente haciendo cola para pasar frente al féretro descubierto. Para dejar una flor, un bolígrafo, un mensaje de esquela, y para escribir, en dos libros gigantescos ubicados en la entrada, un saludo personal para Mario. Esos libros no mienten, son el testimonio del afecto y del dolor de un pueblo. Son mensajes hacia el más allá que deberían publicarse.

Multitudes laicas, ateas, agnósticas, plenamente uruguayas, dejaron mensajes a Mario destinados al más allá.

 

El dolor y las lágrimas en el rostro de la gente no se inventan. Se conquistan. Mario se ganó eternamente un lugar entre su Pueblo.

 

Cuando volví a casa, me daba vueltas en la cabeza el rostro de Eduardo Galeano. La noche anterior se había quedado sin palabras. Él, que es otro maestro de la Palabra.  Como siempre, había acertado en sus breves declaraciones: Benedetti, quiere decir “bendito”...

 

En las batallas suceden muchas cosas. Cada cual siente lo que tiene que hacer. Son momentos, nada más. A veces, el soldado que lleva la bandera adelante, y que es el guía para toda la tropa que avanza, la pierde momentáneamente de sus manos y se le cae. Y un soldadito anónimo que viene de atrás la levanta y se la vuelve a entregar. Es solamente un segundo...

 

Pensando en Mario, en Eduardo, en mí mismo, digo, mientras devuelvo la bandera:

Bendito, porque tuviste ojos que vieron lo invisible.

Bendito, porque tuviste palabras que supieron ser puente, bálsamo y daga.

Bendito por tu corazón-coraza.

Bendito, porque tuviste miedos, dolores y rabia que no pudieron, sin embargo, conducirte al odio.

Bendito, porque fuiste saciado y colmado por un gran amor.

Bendito, porque sentiste en tu aliento las voces y los gritos del Pueblo.

Bendito, porque sentiste en tus labios, el beso y la mordida de los amantes eternos.

Bendito, porque entendiste que tu misión sobre la tierra

era ordenar, ordenar y ordenar las palabras, una y otra vez,

de tal forma y de tal suerte que tus escritos fueran puertas, claraboyas y ventanas,

que permitieran entrar la luz, para desnudar, tocar y curar el alma de tus hermanos….

Sergio Sacomani   
sergiosacomani@gmail.com

17 de mayo de 2009.

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