Parábola del Hondero

Carlos Sabat Ercasty

¿Cuál —oh silencio de las hondas edades— cuál, entre los profundos tálamos en que los siglos crearon a los siglos con la arcana fecundidad de las horas, cuál, oh silencio, la primer pregunta que el hombre sumergió en la hermética densidad de la esfinge?

Porque el hombre, mil y mil veces levantó los ojos hacia el mediodía y no recibió más que la imagen del intocado azul. Y, maravillándose, se detuvo ante el mar y el mar no le ofreció más que su inmensa imagen y la movilidad espumosa de sus olas. Y antes del sueño, enfrentó la nocturnidad, y sólo percibió la imagen de la noche, la sombra quemándose en las puntas de las estrellas. Y así vivía el hombre, peregrino de las imágenes, callado ante las formas del Universo.

Y comía, y bebía, y procreaba. Y al salir del sueño, veía también las imágenes de sus propias formas y las de sus deseos, y sentía el tacto de sus miembros y el del contorno de su frente. Así ocurría que el hombre no era más que una imagen moviéndose inocentemente entre mil silenciosas imágenes.

Debo decir ahora que a veces he soñado la concavidad de un valle oscuro. Y he visto en él a un hombre aproximándose al ascendente arrojo de una montaña. Y he seguido sus pasos entre las rocas y, primer hondero del arcano, lo he visto arrojando su piedra quemante y brusca a la altura perfecta de los cielos.

Era en los tiempos de la aurora humana. En esos días el hondero sintió, en medio de las imágenes el dolor de su propio enigma, y tomó una palabra de piedra y brasa, y luego de los círculos del brazo y de la mano, la desprendió hasta el divino azul de los dioses.

Aquella pregunta hirió la armonía del Cosmos. Quebró todas las geometrías ignoradas. Levantó un grito de alerta en la sombra de los valles, en las entrañas selváticas y en las tinieblas de la carne.

La luz y el éter cedieron en su infinitud ante aquel tacto desconocido. El azul fue traspasado en su iluso cristal. Y la pregunta del hombre hizo nacer el misterio cuando el mismo misterio se ignoraba. Fue como si lo creasen. Llameó el drama en la dulce ingenuidad del Universo. Los dioses se estremecieron ante esa palabra jamás oída.

Cuando aquella pregunta del hombre irrumpió de la honda, todo entró a un nuevo sentido, y lo oculto fue despertado en su sumergido sueño. Las tinieblas fueron tinieblas. El abismo fue abismo. Los enigmas fueron enigmas. Toda cosa adquirió conciencia de su propio ser, y las superficies se sintieron apoyadas en la profundidad. La Creación se oscureció hacia adentro. La Nada saltó con la muerte entre sus garfios. La luz se partió en millones de fragmentos y, entre sus grietas, penetraron las sombras.

También la Tierra se abismó en un terror ignoto. Los ríos, los montes, los árboles, los vientos, los mares; con imprevistos y jamás soñados ojos, miraban, como en sombra, al temerario hondero, mientras éste, erguido en el arrojo de la ascendente montaña, permanecía como ignorante de su audacia.

El hondero aguardó la respuesta, y en vano la aguardó. Todo el cielo era de silencio. Toda la Tierra era de silencio.

Mas de pronto, por adentro de su sangre, escuchó una voz secreta:

—En el instante de tu pregunta —dijo la voz— te creaste a ti mismo. ¡Creaste al hombre! Sufre ahora, intensa y violentamente tu destino... Sin tu interrogación, el Universo sería un sueño que ni se sospecharía a sí mismo, una fiesta blanca, demasiado limpia, cosa de dioses, de selvas, de bestias y de mundos. Pero tu honda y tu piedra crearon las sombrías dimensiones, el dios y el antidios, la sed, la cólera del misterio, la fisura de los orígenes, el azar enigmático, la velada finalidad. Todo se ha hecho ahora profundo y dramático. La raíz se ha hundido en el arcano. Esa es tu luz y tu sombra. Desde hoy eres el desgarrado, el separado, el que pregunta. ¡El Hombre!

Carlos Sabat Ercasty
21 de setiembre de 1956.
Biblioteca Artigas
Colección de Clásicos Uruguayos - Vol. 166
Ministerio de Educación y Cultura
Montevideo, 1982

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             Carlos Sabat Ercasty en Letras Uruguay

 

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