Juana de Ibarbourou

por Dora Isella Russell
Prologo de "Antología"
Colección de Clásicos uruguayos V. 123 año 1967

La aparición de Juana de Ibarbourou en la poesía hispanoamericana, al iniciarse la década del año veinte, constituyó un acontecimiento de significado trascendente, no sólo por las condiciones personales de su creación literaria sino por el momento histórico en que se produjo su advenimiento.

Se salía del clima opresivo y cruzado de sombríos presagios, que dejaba como saldo la primera Guerra Europea. El dramático episodio enluteció la visión del presente, y si los hombres del continente americano del Sur sólo asistieron de lejos, como espectadores angustiados, a la hecatombe sangrienta que convirtió los campos del Viejo Mundo en una trinchera inmensa, no por eso dejaron de tener ante los ojos, el espectro de desolación y muerte que era obligado heraldo, El espíritu ansiaba una evasión, una promesa de dulzura, algo que serenase con frescor de cosa vital, la árida realidad cotidiana. Hasta entonces, la poesía femenina no había dado sino frutos aislados, con cierto carácter restringido, circunscrito a la exteriorización de sentimientos que, para decirse, repetían moldes métricos agotados, y en cuanto al contenido, se mantenían dentro de límites convencionales, sin audacias que se hubieran juzgado erróneamente desde el punto de vista moral, para la mujer que se hubiera atrevido a desnudar en público el alma.

Para llegar a Juana y comprender mejor de qué manera fue ella la mandataria de un proceso decantado por las circunstancias especiales que rodearon la atmósfera intelectual del Uruguay, en el momento de su revelación fulminante, es necesario recordar que nuestra nación territorialmente pequeña, agrupó en los albores del siglo que corre, al núcleo más brillante de escritores que, juntos en un mismo país y al mismo tiempo, pueda ofrecer otra tierra suramericana a la consideración de la crítica y al estudio de la cultura.

De aquella hora célebre, puede ufanarse la República con justo orgullo de haber contado con figuras de la talla de Rodó, que significó en la prosa, como se ha dicho, una renovación tan importante como la que el genial nicaragüense introdujo en la poesía de nuestra lengua, de Carlos Yaz Ferreira, el filósofo del noble ideario, de Julio Herrera y Reissig, de tan profunda influencia en el simbolismo americano, de Florencio Sánchez, que tuvo el don intuitivo de convertir en asunto dramático, universalizándolos, tópicos de la vida corriente, de Horacio Quiroga, el recio cuentista de la selva, de Carlos Reyles, novelista de estética estilizada y aristocrática, inmortalizado por “El embrujo de Sevilla", su libro más famoso, de Javier de Viana también vigoroso cuentista y novelista de temas camperos, de Raúl Montero Bustamante, ático ensayista e historiador, de Víctor Pérez Petit, que abarcó con mérito todos los géneros literarios, de Roberto de las Carreras, que aunque más sobresalió por la extravagancia de su vida, fue escritor refinado y tuvo influencia en la formación de Herrera y Reissig, ¡y tantos otros! Época de bohemia turbulenta — como la que encarnó el anárquico Ángel Falco —, de tertulias de café prolongadas hasta la madrugada, de discusión ardorosa de ideas, cuando se hacía del pensamiento un motivo central de preocupación entre los intelectuales. Hora en que fermentaban ideologías revolucionarias, hora propicia para la rebeldía, para la arrogancia, para el entronizamiento del yo, que fomentó tan empinadas egolatrías, hora en que eran frecuentes loa duelos por una diferencia de opiniones o por un conflicto sentimental Evidentemente el romanticismo inspiraba estos desbordes, pese a las escuelas racionalistas y positivistas que llegaban de Francia. En este ambiente singular de la ciudad, que todavía no alcanza el cosmopolitismo que poco a poco aventara lo que en ella quedaba de colonial, desterrando también hacía otros campos aquella primordial inquietud por la literatura y el arte que caracterizó a los hombres de 1900, en este ambiente, repetimos, se produce la novedad de la poesía femenina expresada con independencia y talento.

Fue María Eugenia Vaz Ferreira la precursora indiscutible, temperamento sombrío, nervioso, cuya razón extraviada en los últimos años le deparo un final triste. Pero dejó un puñado de poemas que con el título de '‘La isla de los cánticos" hace perdurar su recuerdo. No llegó a ver impresa su obra, su rara modalidad hacía que cada vez que iba a decidirse a dar sus versos a la imprenta, se detuviera, volviera sobre su resolución y la postergara, el libro mencionado salió a luz después de su muerte, y al cabo de tres décadas de producida, una nueva publicación realizada por sus familiares, “La otra isla de los cánticos”, añade poemas desconocidos durante ese lapso. Solitaria, huraña, frustrada, es la antítesis de Delmira Agustini, que desde niña había sentido la vocación poética, constituyendo un caso curioso su concepto lírico, la autonomía de su acento, su manera audaz de cantar sus emociones y su pasión, dentro del medio burgués que la rodeaba, en un hogar en el que era cuidada y vigilada, de tal modo que de el sólo salió del brazo de su esposo, Enrique Job Reyes. Pero para ese entonces, Delmira había llamado la atención de la critica, había publicado sus primeros libros, había merecido elogios de Rubén Darío, y la profundidad de su poesía llevó a algún escritor a observar que sorprendía, no que pudiera expresarse como lo hacía, sino que ella misma comprendiese lo que expresaba.

Delmira Agustini poseyó un registro apasionado, exaltado, y el suyo fue acento totalmente distinto del que se conociera hasta entonces como voz habitual do una mujer, diciendo libremente el reclamo estupendo de sus sentidos. “El libro blanco"t “Los cálices vacíos”, “El rosario de Eros”, demostraron lo insólito de esa presencia. Su temprana muerte, cuando faltábanle aún algunos años para cumplir los treinta, segó una creación que prometía cosechas imprevisibles, en circunstancias por demás conocidas como para que las repitamos, pero que signaron de tragedia aquella vida predestinada.

Juana de Ibarbourou complementa la trilogía de grandes voces femeninas que dieron al Uruguay prestigio de tierra privilegiada por sus musas. En ella culmina un imperativo de poesía que desde el comienzo la unge con perfiles aparte, dueña de la frescura y de la gracia, de “la sandalia viva de la primavera", por contraste con sus dos inseparables hermanas de gloria a las que reservó la suerte el pathos y el drama. Juana es la juventud de la naturaleza, la encarnación de fuerzas telúricas en las que renovadamente el espíritu recobra su vigor fecundo, impulso misterioso en cuyo canto, se saciará la sed humana de belleza, diafanidad y música.

¿Dónde reside la extraña irradiación anímica, la subyugante influencia de la escritora que hizo su obra tan naturalmente como brota el agua de la fuente, sin otro fin que el de liberar el alma de una ancestral sabiduría que suplió en su inteligencia, lo que ningún título universitario hubiera podido brindarle? El impacto jugoso y frutal de sus primeros poemas, hizo correr por el mundo de habla hispana aquella fórmula consagrada y aceptada sin discusión, de una Juana pagana, ebria de zumos vitales, dionisiaca, jubilosa, sensual, alma en plena égloga, sin otro más allá que el límate carnal de su ‘'cuerpo moreno”. Pero a poco que se ahonde en sus versos, se advierte una “inquietud sin tregua”, una angustia secreta y devorante, un filosófico acatamiento a la fugacidad de la existencia “Tómame ahora, que aún es temprano", suplica en uno de sus más conocidos poemas. Ahora, es decir, antes de que el tiempo v la muerte disipen los dones efímeros. Porque, después, “ah, yo sé / que ya nada de eso mas tarde tendré". Adéntrese el lector en los poemas de Juana, y notará el crecimiento de la melancolía, la voz que se torna grave, la hondura de la reflexión encubierta por la riqueza armoniosa del verso. No nos dejemos engañar por la transparencia melódica del acento. Juana lleva un mundo subjetivo dolorido, desgarrado en las zarzas del camino, que no todo en su vida ha sido placentero, y ha debido pagar el tributo ineludible de sinsabores, sacrificios, renuncias intimas.

Juana de Ibarbourou nació en las postrimerías del siglo pasado, en Melo, capital del Departamento de Cerro Largo, que aun conservaba los rasgos típicos de los pueblos campesinos, todavía no invadidos por la idea del progreso edilicio, ni el modernismo había llegado a conspirar contra las arraigadas costumbres patriarcales. Transcurrió apaciblemente su infancia de niña pueblerina sin otros acontecimientos notables que los estudios primarios en la escuela —escuela que en la actualidad lleva su nombre—, estudios que hizo sin demostrar mayor aplicación, ni interés, pues, imaginativa precoz, se evadía soñando tempranamente con un mundo propio, embellecido por su fantasía.

Apenas transpuesta la adolescencia, contrajo enlace con el capitán Lucas Ibarbourou. El apellido del esposo brillaría, universalmente célebre, desplazando el suyo de soltera Fernández Morales El cumplimiento de las obligaciones militares del capitán Ibarbourou, conduce a la pareja a distintos puntos del interior del país, hasta que en 1918 llegan a Montevideo, con el único hijo, Julio César, muy niño aún, y la madre, doña Valentina Morales de Fernández, que vivirá con ella hasta su muerte en 1949.

Aquí, en Montevideo, comienza realmente la biografía de Juana de Ibarbourou. En su andanza por diversos pueblos uruguayos, la joven había comenzado a anotar los versos dictados por sus emociones, por el despertar de su sensibilidad, por sus nostalgias de muchacha romántica. Aún no ha absorbido muchos libros, siempre quedará en su formación el resabio de la indisciplina y ausencia de método, pues faltó una base orgánica en su aprendizaje Pero había vivido poco, latían en ella todos los ímpetus, todos los apetitos, y el verbo fluía solo, natural, sin proponérselo, como una dádiva como un prodigio se trataba únicamente de recoger esa inesperada riqueza de su alma, en poemas que expresaran sus ansias de vida, la sensualidad de una naturaleza espontánea, penetrante, delicada, generosa. Obediente al secreto mandato, Juana lo hizo. Instalada al fin la familia en la Capital, tuvo ella la ocurrencia de ir un día a la Redacción del diario “La Razón’’, y someter al hoy veterano periodista don Vicente Salaverri, aquellas estrofas iniciales. Fue el asombro de los lectores, cuando aquél lanzó en su página los primeros poemas. Casi en seguida una editorial argentina publicó “Las Lenguas de Diamante". Era en 1919. Revelación, entusiasmo, aplauso, renombre, llegaron juntos de inmediato.

Un título sumó a otro la fama ascendente de la joven poetisa, hacia la cual miraban con respeto los críticos de Hispanoaménca, conquistados por la autenticidad de aquella uruguaya que hacía de la poesía un instrumento nuevo y remozaba sentimientos inmemoriales con la desenvoltura afirmativa de los creadores de una realidad inexistente. Hacia 1929, un hecho insólito conmovió al ambiente literario de lengua castellana. Admiradores de la escritora, devotos de su poesía, quisieron testimoniar de manera pública y resonante el lugar que en el juicio colectivo del continente ocupaba la mujer menuda, tímida, modesta, que por el solo valor de un puñado de versos, se había encumbrado sobre todas las voces femeninas de su hora. Fue un bautismo de gloria Juana de América. Así se la llama desde el 10 de agosto de 1929, fecha en que se realizó en el Palacio Legislativo de nuestra ciudad, en fiesta de fasto no igualado, la consagración que tuvo carácter de apoteosis. Más de diez mil personas ocupaban el solemne recinto, y presidían la ceremonia, rodeados de autoridades oficiales y de representantes de todos los países americanos, las figuras eminentes del mexicano Alfonso Reyes, a la sazón Ministro de su país en la Argentina, y el venerable poeta uruguayo don Juan Zorrilla de San Martín, en la majestad florida y barbada de su noble vejez Y todo ello para reverenciar a “aquella pequeña gracia escondida”, que salió “a hacer temblar a todos”, como dijo en memorable discurso el gran mexicano.

Años más tarde iban a resucitar los ecos de aquel acto magno y en el mismo escenario. Cuando en 1954 se reunió en Montevideo la Asamblea General de la Unesco, la sesión de clausura fue, por propuesta de la delegación colombiana, un homenaje de los setenta países congregados, a aquella misma escritora, erigida en símbolo de lo más alto y representativo que podía ofrecer nuestra tierra a los ojos del mundo.

Para señalar en forma sumaria y rápida, la evolución evidente de su poética, bástenos subrayar etapas jalonadas por sus propios libros. “Las Lenguas de Diamante” aportaron la revelación fulgurante del nuevo acento hasta entonces no oído “Raíz salvaje”, el poemario siguiente, se mantiene cerca de aquella modalidad, pero anticipa un tono de renuevo. Ese tono plasma en "La rosa de los vientos”, fiesta de la metáfora, menos espontáneo, más cincelado que los anteriores, mas sabio, con una preocupación de orfebre por la elección exacta del vocablo. Calla la poesía por un lapso durante el cual nacen libros de depurada prosa. Hasta que aparece “Perdida", otoñal, entrañable, confidente, obra imprescindible para captar la medida humana y sentimental de la autora. Otros títulos añade, más una considerable producción inédita. Pero creemos que “Perdida” es, en lo editado a partir de ese volumen, el que mejor expresa su madurez su superioridad, su nostalgia ante el tiempo que huye, el recóndito y elegiaco momento en que se queman inciensos pensativos ante los abolidos dioses de la juventud.

En prosa, “El Cántaro Fresco”, “Loores de Nuestra Señora”, devocionario poemático a su venerada Virgen del Socorro, “Estampas de la Biblia”, ceñidas páginas donde cada palabra cumple una función inamovible, como esos viejos mosaicos donde bastaría mover una pedrezuela para desmoronarlos, “Chico Carlo”, cuentos basados en episodios autobiográficos de infancia, “Los sueños de Natacha”, deliciosas piezas de teatro para niños, acreditan una infatigable obediencia a la vocación acatada con humildad y que desde la casa pueblerina, la condujo al primer plano en la admiración de las gentes hispanoamericanas.

Celebridad y leyenda rodean por igual, desde hace vanos lustros, su nombre, el nombre de escritora uruguaya más difundido y reverenciado en la poesía de la raza. Si la primera tiene sólidos fundamentos en su propia obra, la segunda ha nacido de la vida retraída de la autora, sobre la cual admiradores, fanáticos y detractores, por igual, han construido un edificio de fantasías, inverosimilitudes y falsedades Lo cierto es que Juana de Ibarbourou es más verdadera que su leyenda, que no es ni fue nunca la dionisíaca hija de la naturaleza que la imaginación emplaza como una desatinada bacante envuelta en tules en medio de los bosques, o como una hamadríada más, ni la mujer que en esta hora más grave de sus años se ha escondido —como la célebre de otros tiempos que no quiso ver la imagen de su vejez— en un refugio donde ha cubierto los espejos para no comprobar el paso de la juventud perdida. En la esplendente plenitud de su otoño, Juana de Ibarborou es, como lo fue siempre, un ser humano. Conviene no olvidarlo. Hay la tendencia de hacerlo, de exigir del ídolo, cifras y valores al margen de la medida cotidiana. Debe estar en su hornacina, pronta para la exhibición, la curiosidad, hasta la impertinencia. ¿Que un día, de carne y hueso al fin, se muestra renuente a romper su comodidad, su costumbre, su retiro? Invectivas, despeños, resentimientos ¿Es tan difícil comprender que Juana tenga el menguado derecho de la soledad de su casa, de su intimidad? Imperdonable Y allá ruedan por el mundo los enconos y las historias descabelladas.

Un ser humano, sí pero dotado del genio, de una indefinible luminosidad para la cual no hay explicación posible, ese secreto no-sé-qué. ese duende o ese ángel, ese magnetismo que irradia y al cual difícilmente consiguen sustraerse quienes a ella se aproximan. Si la creación poética de Juana de Ibarbourou, consagrada desde hace tiempo, y sobre la cual han caído todos los adjetivos laudatorios del idioma, no necesita presentación para los lectores de nuestra lengua, explicar su presencia resulta más difícil que comprender su obra.

Es la concurrencia de la gracia, la ternura, la comprensión, el interés solícito y sincero por el prójimo, la solidaridad con los problemas ajenos y el afán de remediarlos, la travesura y el humor que la vida no ha conseguido arrebatarle, y que acaso sea el escondido resorte de una continuada juventud interior, que fluye de ella con la frescura de esos hilillos de agua de los regatos campesinos. La permanencia de su gloria, desde la hora que va siendo lejana, de 1919, con el advenimiento de “Las Lenguas de Diamante” a la gran poesía de la raza, instaurando una modalidad nueva, rebelde, desafiante de vitalidad, en la cual empero sería erróneo creer ausente la preocupación y el temor de la muerte, se dignifica por la sabia evolución que la escritura impuso a su tarea, encauzando el verso en procesos de depuración y renovación sin los cuales su poesía habría caducado y envejecido “sin la renovación constante el ser envejece doblemente y el verso caduca más pronto que la criatura humana”. Se le ha reprochado esa supuesta infidelidad, se hubiera querido una Juana de Ibarbourou que profiriera el mismo acento inicial del libro primigenio, sin caer en la cuenta de que eso hubiera resultado postizo, falseando la raíz de la inspiración y trillando caminos ya recorridos por ella misma. No se trata de perseguir lo nuevo, la novedad ha de nacer naturalmente, asomando en un verso que, si nunca fue demasiado ceñido ni burilado, tampoco peca de descuidos, ligerezas ni disonancias. Un oído fino y atento ha vigilado la armonía del poema, mucho más que« sabidurías retóricas o rigores gramaticales Esa facilidad con que se mueve dentro de cánones formales que le son cómodos, explica la frescura, la nobleza del canto, sin rigideces y al mismo tiempo sin anarquías de estructura. Sentimiento. emoción, fueron los démons de la primera hora. Sentimiento, emoción, siguen siendo los actuales, pero con el añadido de la experiencia, la reflexión, esa decantada ciencia de vivir que no tiene mejor universidad que el correr del tiempo. Los años han desviado el curso del manantial, sin que haya dejado de fluir.

Y el saldo es una soledad de distinto acento. Ya no la soledad de juventud, hecha de expectación, ansiedad y esperanza. Ahora es la soledad sin inquietudes, sin angustia, con sumisión y casi paz interior. Pudiera decir, como la célebre Colette, que ha llegado a la edad “en que estar sola es simplemente estar sola, y no abandonada". Serena voy, serena, ya quebradas / las ardientes raíces de los nervios, nos dice Juana. Ha ido aprendiendo a saborear su aislamiento, a poblarlo de sueños v recuerdos. De allí su tono cada vez más autobiográfico. Habla de lo que conoce mejor su propia alma. No es narcisismo, autocomplacencia; es introspección, recuento. Es el entrañable acento de ‘'Perdida” , es el desgarramiento de su “Elegía", es el soledoso monólogo del “Diario de una isleña”. Estos dos últimos poemarios, inéditos aun, son la reserva de un caudal emotivo que se mantiene intacto, fluyente y rico pese a los saqueos del tiempo

Publicadas ya en esta colección “Las Lenguas de Diamante", la presente Antología intenta reunir, no las mejores poesías de la obra total —que en cuanto a eso de las mejores, es cosa caprichosamente subjetiva—. sino las más representativas, las más gustadas y preferidas por la elección popular, al modo que los juglares formaban su repertorio obedientes a los gustos de su auditorio, todo aquello, en suma, conocido y consagrado por una sanción que no puede discutirse. Nos complace señalar que ha sido coautor precioso en esta selección, el joven poeta, Prof Jorge Arbeleche, a quien agradecemos su inteligente colaboración

Y camine por el mundo esta Antología, conviértase en emisaria de una mujer gloriosa que vive entre nosotros, y reverencien los espíritus encumbrados de nuestra lengua, el mensaje vivo y perdurable de esta Juana, privilegio del Uruguay, que sigue creando y cantando como en la juventud, para ennoblecer la poesía de su patria y de su continente.

Dora Isella Roussell

Ver, además, Juana de Ibarbouru en Letras Uruguay

Juana de Ibarbourou

Nació en Melo, capital del Depto. de Cerro Largo, el 8 de marro de 1895, hija de Vicente Fernández, español y Valeriana Morales, uruguaya. Cursa estudios primarios y mientras tanto compone poemas que publica en El Deber Cívico y El Nacionalista de su ciudad natal. En 1915 se casa con el capitán Lucas Ibarbourou y comienza a usar el pseudónimo "Jeannette d’Ibar”

Reside en vanos lugares de la República, y, ya en Montevideo hacia 1918 Vicente A Salaverri anuncia la publicación de su primer libro. En 1919 aparece en Buenos Aires Las Lenguas de diamante en 1919 se publican en Montevideo sus Poesías escogidas y El cantaro fresco, poemas en prosa. Tras larga temporada en el campo, edita en 1922 Raíz salvaje.

El 10 de agosto de 1929, en el Palacio Legislativo recibe el título propuesto por José Santos Chocano de “Juana de América" en solemne ceremonia presidida por Juan Zorrilla de San Martín. Hacia 1930 publica en Montevideo La rosa de los vientos y aparece en Madrid una antología suya titulada Sus mejores poemas. En 1932 fallece su padre y en 1931 da a la imprenta en Montevideo, Loores de Nuestra Señora y Estampas de la Biblia. Entre 1935 y 1938, recibe la Medalla de Oro de Francisco Pizarro del Perú, la Orden del Cóndor de los Andes, de Bolivia, y la Orden del Sol, del Perú.

En enero de 1938, junto a Gabriela Mistral y Alfonsina Storni interviene en los Cursos Sudamericanos de Vacaciones. Hacia 1942 fallece su esposo y en 1944 publica en Buenos Aires Chico Carlo El año siguiente edita en Montevideo Los sueños de Natacha y Roosevelt, Sarmiento, Martí. Obtiene el Primer Premio a la producción artístico literaria del Ministerio de Instrucción Publica y el gobierno adquiere la propiedad de su producción edita e inédita en prosa y verso.

El 7 de noviembre de 1947 ingresa a la Academia Nacional de Letras del Uruguay, pierde a su madre en 1949 y en 1950 edita Perdida en Buenos Aires. Hacia 1951 el gobierno mexicano le discierne el título de “Huesped de Honor" de la ciudad de México y en 1953 la Unión de Mujeres Americanas le concede el título de "Mujer de las Américas" de 1953. El mismo año publica en Buenos Aires Azor y sus Obras completas en Madrid entre las que figuran además Mensajes del escriba, poesías, y Puck y Destino, prosa, y viaja a Estados Unidos. En 1955 publica en Madrid Romances del destino y en 1956 aparece en Chile Oro y tormenta. Fuera de las obras mencionadas, ha publicado Paginas de literatura contemporánea, Montevideo, 1924), Ejemplario (Montevideo, 1927), San Francisco de Asís (Montevideo, 1935), Canto rodado (Montevideo, 1958), ha dictado innumerables conferencias y colabora en las más importantes publicaciones de Hispano América.

Rioplatensas | Capítulo 6: Juana De Ibarbourou

Publicado el 8 nov. 2013

 

Selección y prólogo de Dora Isella Russell

Colección de Clásicos uruguayos V. 123

Juana de Ibarbourou

"Antología"

Montevideo, 1967

 

Ver, además:

 

                     Juana de Ibarbourou en Letras Uruguay

 

                                                                                                                          

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