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Armonía Somers "Todos los cuentos"(1953-1967) Montevideo Arca, 1967, 2 Tomos. 127 y 127 pp.
Paraíso infernal,
celeste infierno Publicado, originalmente, en: Marcha Montevideo Año XXIX Nº 1378 10 de noviembre de 1967 pdf pag 31 Gentileza de Biblioteca Nacional de Uruguay
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Es en verdad extraño, sombrío, el mundo que, relato a relato, Armenia Somers ha ido erigiendo desde hace más de tres lustros. No todo en el está logrado; en las casas abandonadas a la furia demoníaca del viento norte, o en los refugios de vagos y delincuentes a punto de derrumbarse, hay grietas y manchas de humedad y paredes descascaradas. Pero es sólida, por otra parte, la tradición o la leyenda que se va formando alrededor de ciertos rasgos, de ciertos historias o nombres o elementos de su mundo, evidenciando así una persistencia propia del auténtico hallazgo. Del mismo modo que se habla casi familiarmente de Santa María o de Larsen —ahora de Macondo— porque han logrado una plasmación viva y ricamente artística en la imaginación que la absorbe, también se recuerda al negro y a lo Virgen de "El derrumbamiento’*, o se habla de la singular historia de Rebeca Linke. Lo que en sus comienzos funcionó de catalizado creativo, de “rulemanes" —como dice la narradora— para la escritura, de su primer novela, La mujer desnuda (1950), fue un rasgo de su obra que al darle origen la marcaba para siempre, tal vez sin saberlo: "todas las rebeldías, todos los enjuiciamientos que bullen en el alma a punto de caldero del novelista antes de dar a luz su lava primigenia”. Después, en el ciclo de su madurez creativa, fue restando la estridencia de la rebeldía en su sentido romántico, y más bien, en su nivel menor, acabo simplemente social, en que se debatía la historia de Rebeca Linke a través de una peripecia que envuelve y compromete a todos los personajes, a una sociedad entera. Pero si bien ello se efectuó como una resta, la rebeldía persistió trasmutándole, ahondándose, hasta constituir más que una requisitoria contra los hábitos e hipocresías de los hombres, una requisitoria contra la vida, contra el destino, contra el ordenamiento fatal del cosmos que los hombres hacen más inútil y absurdo. No era por cierto un resabio del “rousseaunismo”, o del misticismo carnal de un D. H. Lawrence, lo que Armonía Somers quiseo expresar en la parábola viva de su primer relato. Más cercana está la literatura "liberada", erótica y sarcástica al fin de un Ersklne Caldwell (piénsese en Journeyman tan sólo), y como en él, lo importante, lo conflictual, no era sólo la vida de los individuos sino el mundo colectivo, enfermo de rencor y de instintos reprimidos, que esta estalla al paso de la "mujer desnuda”. Si se releen sus primeros cuentos —El derrumbamiento— podrá, percibirse como el fondo de una anécdota individual —el negro y la Virgen, Goyo Ribera, el despojador, etc.— todo un universo de formas humanas que se impone en definitiva, acercando a un primer plano y definiendo mejor sus contornos ya que el mismo condiciona, todas las formas de existencia con su propia corrupción. Cifra y clave de sus resortes Íntimos, es entonces la figura de la Virgen, el enjuiciamiento que hace de los propios jueces y verdugos de su hijo: “Ellos me mataron al hijo. Me lo matarían de nuevo si él volviera. Y yo no aguanto más esa farsa. Ya no quiero más perlas, más rezos, más lloros, más perfumes, más cantos”. Es su rebeldía. Todo el satanismo —esa metódica arremetida contra los símbolos sagrados de la religión o de le sociedad, como violenta y justa iconoclasia— toca la crueldad volcada ahora sobre el mundo, encarnada como expresión de una requisitoria que en su ahondamiento acabará por comprender al mal en un nivel más profundo, cósmico, pero que aún no revela los valores ciertos y definidos de su rebelión, si es que no se infieren de su ausencia. Sin embargo esos valores aparecerán luego, ahora, si existen, en el conjunto de su narrativa breve[1], donde reúne sus cuentos escritos entre 1953 y el presente, y donde por primera vez agrupados en libro se publican algunos relatos de la misma época o posteriores a El derrumbamiento, verificando, corrigiendo, delimitando con más nítida silueta su propia visión del mundo. Es así como bajo el titulo común de Mis hombres flacos, Somers no sólo ha escrito cuatro de sus mejoras cuentos sino también encontrado un tono, una dimensión diferentes de su narrativa. Son “Las mulas”, "El memorialista”, "El entierro", ''Historia en cinco tiempos”, donde al igual que en otros cuentos de La calle del viento norte ("Muerte por alacrán”, paradigmáticamente) se expresa un tono en el que la terrible expectación de los remotos negros, depurados y ceñidos de El derrumbamiento recibe el hálito de la ironía: un alojamiento emocional de sus criaturas, o bien la gozosa complicidad en su exterminio. La historia del entierro que hacen los borrachos está contada con brillante ingenio, como ejemplo de un desembozado humor negro que no existía en sus primeros libros publicados. Del mismo modo, la ironía crece y se agranda, como “'ironía del Destino” en “'Muerta por alacrán", o establece una parábola de la vida como ciclo que se cumple en un ritmo seguro y fantástico, en “Historia en cinco tiempos". Este es su mundo, en el que se funden, como una sola, las imágenes del infierno y del paraíso: los vagabundos, los violadores, la familia de locos, las lesbianas, el asesino, los ebrios, los demonios —todas sus criaturas— podrían recontarse sistemáticamente para mostrar al fin como rasgo común, un demonismo interior —a touch of evil— pero también una secreta angustia tras la desesperanza. Como en el mismo salvaje sarcasmo de un Ambrose Bierce contra el idealismo romántico se escondía otro idealismo, es posible percibir en el mundo de estos relatos, la fisura de una herida, que impulsa también su propia rebelión. -oOo- La violencia, o todas las formas de la violencia, de este mundo están creadas gracias a un estilo que con tropiezos y fascinantes hallazgos la puede sostener. Los últimos relatos se advierten escritos con oficio más seguro. Visible una depuración (hasta en la estructura del cuento) que dentro de sus limites comienza a descreer en la puntual fidelidad de un estilo desgarrado a tema desgarrado. El fraseo extraño y no siempre eficaz de sus primeros cuentos, y hasta de esa singular novela tampoco lograda que es De miedo en miedo, reaparece por ejemplo en mi cuento como “El hombre del túnel" pero ya legítimamente, para rematar un final o alcanzar un clímax; y ahora con un carácter preciso, claro, terminante: “Entré así otra vez en el túnel. Un agujero negro bárbaramente excavado en la roca infinita. Y a sus innumerables salidas, siempre una piedra puesta de través cerca de la boca. Pero ya sin el hombre. O la consagración del absoluto y desesperado vacío". Subsiste sin embargo como rasgo primordial de su escritura, una evocación sensible de la violiencia a través de los elementos aparentemente mas insignificantes del lenguaje y de la imaginación, cuanto se "violan" los secretos, o cuando ‘‘lo único inviolado por la luz” permanece como una expectación frustrada de la violencia. En otros momentos, con mayor riqueza imaginativa y mayor originalidad, las cosas habituales de golpe comienzan a vivir, revelando agresivamente su secreto: “De pronto, mientras la puerta del ascensor se abría de por si como un sexo acostumbrado, el pasamanos grasiento de la escalera se me volvió a insinuar con la sugestión de un fauno tras los árboles ... Y yo hacia atrás de la memoria, cabalgando en el pasamanos tal como alguien debió inventarlos para los incipientes orgasmos, que después se apoderan de las entrañas en sazón, hasta terminar achicándose en los climaterios como trapo quemado". Así la literatura negra, desgarrada, se concentró en el primer libro de Armonía Somers buscando una mayor pureza del género, para luego encontrar vertientes que sin desmentirla, enriquecieron su visión del mundo y su trasmutación literaria, hasta llegar no solamente a la rebelión y a la denuncia sino también a una ética y a una mítica. La destrucción, el derrumbamiento, es el signo de todo este periodo: ‘‘el polvo del aniquilamiento” con que termina el primer cuento equivale a la vocación destructiva del personaje en “El despojo”, donde la mujer de su primer episodio llega a transformarse en el alimento que noche a noche nutre a la “araña”, mientras la verdadera cópula se realiza entre el marido y el amante, con el símbolo de una camaradería diabólica: "¿Qué había hecho él también sino aprovechar el festín gratuito?”. Asimismo en "La calle del viento norte”, uno de los pocos cuentos que integran sin restricción el género fantástico, es el viento su signo principal a la vez que es signo de la destrucción: “el viento que empezaría a acecharlos”, la fuerza viva que requiere los ordenamientos por ella establecidos, el monstruo mórbido que necesita su alimentación de ecos. -oOo- Sin embargo junto a la destrucción de "El derrumbamiento" brilla también una suerte de defensa, de protección de todo lo auténtico y no corrompido —aunque tal vez sólo idea, esperanza dentro de la realidad, y tan real como ella— que hacia el mismo tiempo se da en La mujer desnuda. La desacraiización de lo falso y caduco convive con la segura gloria del instinto sexual. A través de su metáfora, la historia del negro que derrite a ia virgen, es la desfloración: ‘‘Has derretido a una virgen. Lo que quieres ahora no tiene importancia. Alcanza con que el hombre sepa derretir a una virgen. Es la verdadera gloria de un hombre. Después, la penetre o no, ya no importa”. Ese mismo nivel de significación metafórica, en que lo sexual adquiere una lúbrica exaltación, es la que apetece La mujer desnuda. Allí también, la relación de Rebeca Linke y Juan —como la relación de Tristán y la Virgen—, parece al margen de la destrucción, de lo maldito y lo corrupto. Y es todavía en "El hombre del túnel”, uno de los cuentos ahora incluido en La calle del viento norte, que el sexo y el horror vuelve a separarse, avizorando una secreta, equívoca pureza. Con un régimen simbólico que tiñe poderosamente toda la literatura de Armonía Somers; este cuento para confesar y morir congrega en una verdadera posibilidad de apertura, los temas soterrados, la equívoca y ambigua iluminación de un mundo. Hay en el la misma pasión de rebeldía, los mismos enjuiciamientos que bullen en el alma a punto de caldero del novelista, el mismo desprecio por la vileza humana, y el secreto que separa al individuo del mundo. "El hombre del túnel" se constituye así en una historia intima de su universo, en una confesión más allá de la muerte (el narrador está muerto, como el Juan Preciado de Pedro Páramo, o como las más sardónicas memorias póstumas de Braz Cubas) que se mantiene como testimonio contra una raza de “idiotas crónicos, pobres palurdos sin aventura, incapaces de merecer la gracia de un ángel que nos asiste al salir del túnel" y también contra un imprevisible destino, por llamarlo de algún modo, que la voluntad no puede regir y que ha terminado por hacer de ésta, una extraña tierra del desencuentro. En estas coordenadas; la nostalgia se vuelve sobre el espectro do lo perdido, de lo que no se dio nunca. La imagen del hombre ausente al que estaba reservada la virginidad de una "ternura”, la fidelidad al simbólico violador, el sacrificio y la muerte, juntos guardan celosamente la imagen de una plenitud frustrada, acaso ilusoria, acaso imposible. Es así como el ciclo del infierno debe cerrarse con la nostalgia del paraíso, al mismo tiempo que consagra el “absoluto y desesperado vacío". nota: [1] Armonía Somers: "Todos los cuentos"(1953-1967) Montevideo Arca, 1967, 2 Tomos. 127 y 127 pp. |
por Jorge Ruffinelli
Publicado, originalmente, en: Marcha Montevideo Año XXIX Nº 1378 10 de noviembre de 1967 pdf
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Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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