En La Agraciada

poema de Carlos Roxlo

El libro de las rimas 

(A la juventud universitaria)

 

   ¡Aquí fue!... Yo las siento

Aún a las franjas de la insignia fiera.
Sus tres colores desplegando al viento,

Crujir con acre majestad guerrera


            La tricolor bandera

Con revuelos de cóndor se mecía,
Y el roce de sus ondas escribía,
En la página azul de lo infinito
Y sobre el ceño adusto de la suerte,
Nuestro vibrante y legendario grito

            De «¡Libertad o muerte!»


La patria estaba aquí con sus maizales,
Con sus ceibos en flor, con la tristeza

Que canta nuestro tordo en los juncales,

Cuando la sombra de la noche empieza!
¡Los Treinta y Tres la vieron, sacudida

Por un sollozo ardiente y convulsivo,
Cuando clavaron la bandera erguida

Sobre la arena del confín nativo!
¡Los Treinta y Tres la vieron! ¡Dulcemente

Iba su cuerpo virgen arropando

En las tres listas del pendón crujiente,
Para morir con el heroico bando
O levantar la soberana frente!


            ¡La amante acariciada

Por el caudillo de azulados ojos,
Oyó aquí su segunda clarinada!

¡Parten de aquí los fogonazos rojos
Y el choque de los sables de la vieja
Y nativa canción, canción sonora

Que deja en cada planta trepadora
Y en cada cumbre del terruño deja,
Cuando hablan los luceros con la aurora,
El nombre varonil de Lavalleja!


  ¡Este sitio es el trono inmaculado

De nuestra independencia, compañeros,
Por que aquí nuestros padres han templado

En el río charrúa sus aceros!

  ¡Este sitio es el pago, la alborada

De los grandes amores revividos,
Toda la historia de la edad pasada.
La santificación de los vencidos!
  ¡Sobre la costa que la espuma oprime,

Sobre la arena que hacia el río avanza,
La bandera artiguista, la sublime,
Se estremeció de afán y de esperanza!

  ¡La tinta en sangre desde lo alto al cuño,

La enrojecida en la extensión desierta

De la patria heredad, vuelve al terruño

Soñando en las revanchas de India Muerta!

  ¡Doblemos reverentes la rodilla

Ante el pendón marcial, cuyos afanes

Viven en las estrofas de Zorrilla
Y en los colores del pincel de Blanes!

  ¡Tus patricias virtudes acrisola,
Oh juventud, honrando a la cruzada

En cuyas filas épicas tremola

El pabellón ungido en la Agraciada!


                   -II-
 

  ¡Ya de limpios reflejos

El horizonte matinal se llena!...
¡ Callaos y escuchad!... ¡Lejos, muy lejos

El ronco acorde del clarín resuena!
           ¡Hablan sus rudas notas

De unas banderas que quedaron rotas

Junto al Tacuarembó! — ¡Venga una lanza

Para coser con ella los jirones

Sacudidos por fiebres de venganza!


  ¡Oh la inmortal, la de los tres listones,
La hecha con sangre y con fulgor de cielo,
La que en los correntinos malezones

Dejó clavada el brazo de Sotelo!
  ¡Oh la inmortal, cuyo gentil ropaje

Se aroma con perfumes de espinillo,
Cuando se cimbra con furor salvaje

Entre las rudas manos de Andresillo!
  ¡Oh la inmortal, que escucha en sus mañanas

De Las Piedras la ardiente melodía,
Y creciendo en vigor, himnos de dianas

           Oye en Santa María!
¡Oh mi sublime tricolor bizarra,
Que, cuando crujes, el espacio llenas

De armoniosos rasgueos de guitarra
Y sones de chillantes nazarenas!
  ¡La del ombú rugoso en que se mecen

De las calandrias los cantores nidos,
Y la de las barrancas en que crecen

La cicuta y el saúco confundidos!
  ¡La del pago, la nuestra, la bendita,
La que amó del blandengue las miradas,
Y la que el soplo de la tarde agita

Sobre el trébol en flor de las lomadas!
  ¡La enrojecida desde lo alto al cuño,
Ve a buscar a las huestes imperiales,
Y vengando a los muertos del terruño,

Circúndalos de dianas inmortales!


           ¡Sarandí es el poema

           Del lazo en la garganta
Y el sable en el riñón!... ¡Con la diadema

De su soberanía se levanta
La patria en Sarandí!... ¡Cuando cargamos

Enrojeciendo el filo y la llorona,
En el parque imperial nos encontramos,
Oculta en un armón, una corona!
   ¡Después del galopeo febriciente,
Madre y señora, tu legión triunfante,

Sobre el moreno cutis de tu frente

Puso aquella corona centelleante

   ¡Guárdala bien y al fin de la jornada,

Cuando detengan sus enormes giros

Los mundos de la atmósfera incendiada,

Haz que de Dios la encuentre la mirada

Con tesoros de luz en sus zafiros!


   ¡De Ituzaingó los roncos atambores

Marcan el fin de la ascensión! Subieron

Crujientes las banderas tricolores
Y el rojo cuño en la montaña hundieron!

   ¡Aun que con furia el viento las golpea

No habrá quién de la cumbre las derribe,

Mientras la gloria entre sus pliegues lea

Los nombres de textura ciclópea

De Trápani y Colmán, Rojas y Oribe!
   ¡Entre aquella mortal fusilería

Y entre aquella fragosa clarinada,
Los Treinta y Tres vocearon todavía

El lema del pendón de la Agraciada!
   ¡Por ese augusto lema defendidos,

Madre y señora, están tus gramillares,

Tus aromos con música de nidos
Y tus corrientes con hervor de mares!
   ¡Por las virilidades de ese lema
Defendidos están los montes tuyos,
Y el jazmín de tus huertos que se quema

Cuando sobre él se acoplan los cocuyos!
   ¡Ese lema defiende las quebradas

Lomas que ondulan en los versos míos,
Y defiende también las enramadas

Que sombrean los patrios rancheríos!
   ¡Ese lema, cruzando las edades,
Con hechizos de magia y de conjuro,

Defiende la labor de tus ciudades.
Que son las prometidas del futuro!
 

   ¡En el nombre de Dios, madre y señora,
Para labrar la urdimbre de tu vida

Yo te abro los telares de la aurora;

Haz con la luz en ellos esparcida

Alas para subir, mi tejedora!
   ¡Trenzando de la luz las gentilezas
Y sobre el huso doblegado el pecho,

Forja, madre, con íntimas ternezas

Los oros del trigal y del derecho!
   ¡Pon el rubí de todas las verdades

En el bruñido puño de tu espada,
A fin de que mantengan las edades

Lo que hizo la legión de la Agraciada!

 

poema de Carlos Roxlo
Originalmente en El libro de las rimas 

O. M. Bertani, editor

Montevideo, 1907

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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