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José era una fiesta

Ricardo Rodríguez Pereyra
rirodriguezp@hotmail.com

 

a José Fuster Retali, in memoriam

Es imposible transmitir con palabras lo que significa tu ausencia. A veces me despierta tu voz llamándome con ese diminutivo que nos pertenece sólo a nosotros. Y la alegría se vuelve tristeza cuando me doy cuenta de que fue solo un sueño. Un sueño como esos que por suerte tengo tantas veces, donde siempre estás disfrutando de la vida, haciendo planes de viajes, organizando una cena para amigas, preparándonos para ir al teatro o salir a cenar a nuestro restorán favorito; incluso dando clases con tu voz varonil y cálida, que impone autoridad y ternura al mismo tiempo. No mezclo los tiempos verbales por distracción, lo hago a propósito. En cierta forma seguis vivo. En mis sentimientos, en mi pensamientos, en mi pena; en esas carcajadas que a veces suelto a solas cuando recuerdo alguna de tus frases ingeniosas, algunas de tus salidas de humor negro.

 

No puedo evitar escribirte en este primer aniversario de tu muerte. Desde el principio la llamo “muerte”. No digo “cuando se fue”, o “se fue de gira” porque entre tantas cosas, también fuiste un artista y de ellos dicen así. No quiero eufemismos ni tapar el duelo. Sé que los hombres lloramos. Y dejo que las lágrimas fluyan en el momento que sea y en el lugar que sea. En eso me he vuelto impúdico. Ya sé que a algunas personas las asutan más las almas desnudas que los cuerpos sin ropa. ¿Te acordás de aquella frase de la película El Gatopardo?

 

En este año transcurrido, en mi vida, han pasado algunas cosas en singular. Algunas personas que nos eran comunes han desaparecido, otras reaparecen en esta caja de Pandora de internet. He tenido algunas desilusiones pero también recibí tanto afecto familiar y amistoso; tantos seres queridos que te nombran y recuerdan desde las ciudades más distantes a las más cercanas. Supiste granjearte el afecto y el respeto de tanta gente. Y sabes que nunca nos regalamos elogios mutuos. No lo haría ahora que no podés defenderte. Pero todo ese afecto heredado y de mi propia cosecha, no alcanza para sanar la herida, quizás apenas a restañar un poco la sangre... No soy desagradecido, sé que sin todo ese apoyo hubiera sido muy difícil llegar hasta acá.

Cuando me dan las fuerzas, organizo tus papeles de trabajo, tus escritos, tus agendas, nuestras cartas del primer semestre en el cual vivimos separados por el Río de la Plata. Cuando nos conocimos supimos desde el vamos que lo nuestro era hasta que la muerte nos separe y de esos meses quedan las cartas.

Nuestro primer viaje a París en 1992

Nunca tuve miedo a volar. A vos no te gustaban los despegues y a mi no me gustaban los aterrizajes, sin embargo, fantaseaba que alguna vez, en esas turbulencias que sacuden las naves como plumitas, en esas tormentas sobre el océano, en ese  centenar de vuelos que compartimos, la muerte nos juntaría para siempre. La pena sería de los otros. No pude conseguir que murieras en nuestra cama. Sólo espero que en esa habitación inmaculada y llena de tecnología, hayas soñado con tus películas, hayas recorrido el camino amarillo del Mago de Oz de la mano de Judy Garland, interpretando a Dorothy y cantando con ella Sobre el Arcoiris, y ojalá que mientras abandonabas este mundo hayas visto junto a tus actrices preferidas, el rostro de Meme, tu querida madre a la que nunca dejaste de extrañar. Tenías mucha paz  en tu rostro cuando entré a darte el último beso en tu mejilla todavía tibia. Como si estuvieras durmiendo una de tus siestas. Ya sé que la vida real casi siempre es menos romántica. Escucho los consejos, las voces... Dicen que la vida continúa, que soy joven todavía, que vivimos una vida plena y maravillosa casi hasta el final, que el tiempo mitiga el dolor. Es probable. Por eso publiqué mi novela que tanto te gustó, sigo con mis actividades profesionales, sigo viajando, voy al teatro, comparto momentos gratos con nuestros seres queridos. Me enojo a veces con las mismas cosas que te enojaban. Intento disfrutar de las que disfrutabas. Me alegro de que no te enteraras de que murió Elizabeth Taylor y que tu River se fue a la B. 

 

Busco huellas de tu presencia física que el tiempo inexorable va borrando. Trato de amigarme con los objetos que compartimos. Es increíble como los detalles más nimios cobran de pronto una importancia extraordinaria. A veces hablo contigo. Si estás en alguna parte no es necesario que escriba más de la cuenta. Hay cosas que son sólo nuestras. Como lo fueron siempre. Releo tus cuentos, tus artículos, miro tus fotos, cuido tus libros de cine. Todavía no me atrevo a ver las interminables horas filmadas durante el cuarto de siglo que vivimos juntos en tantos paisajes diferentes.

 

Me nutro de recuerdos. Sigo aprendiendo de tu pensamiento intelectual y también de tu ejemplo de vida. Intento aprender a construir una nueva cotidianeidad. Y el tiempo pasa y entiendo mejor los tangos y sigo extrañando el ruido de tu llave en la cerradura y tu trajinar por la casa. Extraño los sabores de tus comidas y tu manera de poner la mesa, que hacía de la cena más sencilla un banquete real. Estás conmigo, como aquel libro de Hemingway, que decía que si habías tenido la suerte de estar en París cuando joven, después París era una fiesta que te seguía a todas partes. Como vos. Como nuestro amor...

Ricardo Rodríguez Pereyra
rirodriguezp@hotmail.com

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