HABLE CON ELLA

las fronteras del género en la película de Almodóvar.

Por Ricardo Rodríguez Pereyra

Algunas críticas cinematográficas mencionan que el telón de color salmón que se abre al comienzo del film, no sería otro que el que se cerraba en el final de Todo sobre mi madre (1999, Pedro Almodóvar), iniciando así una suerte de continuación de la anterior realización del director, y en consecuencia del ciclo de su ya extensa filmografía. Quizás también el hecho de que uno de los personajes, Lydia, -interpretado por Rosario Flores- se dedique a la tauromaquia, se conecte para los espectadores que siguen a Almodóvar, con Matador.

 

En cuestiones de crítica informal o especializada, ríos de tinta, pueden correr –o bytes en las pantallas de las computadoras del todo el planeta- acerca de las infinitas posibilidades de interpretación del juego de emociones que nos trasmiten las imágenes. Y lo cierto es que un film, una obra de teatro, una novela, a pesar de la estructura y caminos propios que su autor haya decidido para su criatura, una vez puestas frente al ojo del público, ya no pertenecen a su creador –excepto por los derechos de autor- sino al desconocido universo que algunos han dado en llamar imaginario colectivo.

 

Es cierto: el film comienza con un telón salmón que se descorre para descubrirnos la representación de un ballet de Pina Bausch, que más tarde, gracias a los saltos temporales que la película transita desde el pasado al presente, nos enteramos que es Café Muller. Lo sigue un primer plano de dos hombres, Marco y Benigno, sentados en el patio de butacas, asistiendo a la proyección de una película. En la pantalla se suceden los giros de dos bailarinas de ballet con los ojos vendados, que evolucionan entre innumerables obstáculos formados por sillas y mesas, que un hombre se apresura en ir sacándoles de delante. Marco, interpretado por el actor argentino Darío Grandinetti, está visiblemente emocionado por lo que ve en la pantalla; al punto de que las lágrimas ruedan por sus mejillas. Benigno, el vecino de butaca (Javier Cámara) lo mira y descubre en la oscuridad el brillo de las lágrimas en los ojos del vecino desconocido. Si nos dejamos llevar por la performatividad del juego escénico narrado, hasta allí podría ser el comienzo de una película gay; pero no es así. Al menos no es así desde una perspectiva lineal, aunque es cierto que un subtexto homoerótico campea a lo largo del film.

 

Judith Butler introdujo el concepto de performance para explicar las conductas externas, casi estereotipadas, que serían la visibilidad de la representación de una persona -varón o mujer- de acuerdo a su sexo biológico. En Hable con ella, más allá de un planteo académico, queda claro que los sentimientos y la sexualidad no tienen reglas fijas y que responden –o no responden- a una plasticidad que no podemos encasillar en definiciones y preconceptos de lo adquirido culturalmente. Acá no son las mujeres las encargadas de maquillarse y acicalarse para los hombres, sino al revés, son los hombres lo que se encargan de esos menesteres frente a la pasividad de las enfermas en estado vegetativo. Son los hombres los que parlotean contándose la cotidianidad de la vida que transcurre; y hasta son los encargados de controlar el ritmo de las reglas menstruales y la higiene correspondiente.

 

La historia narrada en Hable con ella confronta la visión estereotipada sobre género, sexo, sexualidad y genitalidad. El padre de Alicia, permite que Benigno la cuide porque sabe que el hombre es virgen, y con orientación homosexual, según la falsa confesión del propio enfermero para poder estar al lado del objeto de su amor y su deseo. Por otro lado, los modales y la gestualidad exterior del enfermero corresponden con la precisión de un reloj, con los ingredientes de los estereotipos gays.

 

Almodóvar aporta una nueva imagen de la masculinidad contrastando la performance externa: Marco, es un hombre con una masculinidad marcada, a pesar de su sensibilidad, sus modales, el tono de su voz, todo concuerda con el estereotipo de un varón heterosexual. Benigno en cambio, tiene actitudes afeminadas, además de su profesión de enfermero, ha aprendido un curso de maquillaje, peluquería y masajes por correspondencia. Durante años se ha ocupado de su madre y luego de su muerte, comenzará a ocuparse de la dormida Alicia (Leonor Watling). Sin embargo, por el desarrollo de la historia, queda explícito que no es homosexual. Se ha enamorado de Alicia, observándola por la ventana; al otro lado de la calle, está el estudio de danza donde ella baila. Un día la sigue a la salida de la clase, y recoge la billetera de la joven que se le ha caído; así descubrirá que su padre es psiquiatra y para volver a verla, toma una cita con él. Al término de la entrevista escucha el ruido de la ducha y observa la silueta apenas dibujada de la chica, detrás de un vidrio esmerilado. Roba un broche para el cabello y así, como si se tratara del hilo de Ariadna queda atado para siempre a su destino.

 

Es interesante también el juego de los nombres de los personajes: Marco, escribe libros y guías de viajes, es un moderno Marco Polo en un nuevo continente donde los límites entre masculinidad y feminidad no están rígidamente delimitados. Lydia, es torera como el verbo que designa su arte hasta poco exclusivamente destinado a los hombres. Y por último Benigno, un ser lleno de bondad que ha cuidado a su madre hasta el día de la muerte, y luego cuida a Alicia, que está en su propio país de las maravillas, dormida.

 

Hay varios juegos discursivos en el film; desde el punto de vista del lenguaje, se trata de un lenguaje coloquial, pero a veces, los personajes manifiestan frases que resumen conceptos que van más allá de lo cotidiano. Dos ejemplos: cuando el enfermero le recomienda a Marco que "hable con ella, a las mujeres siempre les gusta que uno las tenga en cuenta"; éste le pregunta tres veces seguidas qué sabe él de las mujeres -su virginidad y su posible homosexualidad no deberían habilitarlo para un consejo como ese desde el punto de vista del otro. Benigno le responde: "me pasé la vida cuidando a estas dos mujeres". Y otro frase es la de Katerina Bilova, la madura profesora de ballet de Alicia, interpretada por Geraldine Chaplin, casi al final de la película cuando reflexiona acerca de la vida: "nada es fácil, te lo digo yo que soy profesora de ballet". Sin duda, ella, conocedora del arte, de innumerables obras musicales que resumieron la vida humana a través de varios siglos, acostumbrada a entrenar cuerpos y sensibilidad sabe lo que está diciendo.

 

Otra de las líneas discursivas es la dificultad de comunicación entre los seres humanos y las distintas barreras que nos separan a unos de otros. Benigno y Alicia están separados por el nivel de conciencia. El hombre dedica todo su tiempo a limpiarla, maquillarla, arreglarle las uñas, darle masajes, porque a pesar del pronóstico de irreversibilidad de los médicos está convencido de que un día, la mujer va a despertar, y quiere que ella esté físicamente bien.

 

A Marco y a Benigno, los separa el vidrio de una prisión, elemento real de impedimento para un abrazo físico, y también la norma de los hombres que no deben manifestar sus sentimientos a riesgo de perder su "hombría". Cuando Benigno es encarcelado acusado de la violación de la chica dormida, Marco va a visitarlo a la cárcel, pero sólo pueden verse a través de un vidrio. Para poder verse y darse un abrazo, Benigno debería declarar que Marco es su pareja "pero pensé que no iba a gustarte". Marco le responde que no le hubiera importado. Ambos hombres derriban la barrera del falso pudor masculino. Y quizás este punto abriría la puerta a otra zona de análisis, el posible homoerotismo en el vínculo de estos dos hombres sin mujeres, pero eso implicaría caer en la trampa de los estereotipos, porque en definitiva, quizás estos son hombres nuevos, alejados de los cruces de la performatividad y las cárceles de las improntas culturas. Quizás también, a la manera de Las hortensias, estas mujeres son como las muñecas del cuento del montevideano Felisberto Hernández, las mujeres ideales, o por lo menos, el objeto de deseo de los hombres de Hable con ella.

 

Es interesante el juego de las contradicciones Lydia, la mujer torera –que quedará en estado vegetativo como consecuencia de la cogida de un toro- tiene temor de una culebra que ha entrado en su casa, y acepta la ayuda de Marco, que trataba de convencerla para que le concediera una entrevista para el diario en el cual trabajaba. Los límites entre el coraje y el miedo quedan desdibujados. Lydia viene de una pelea sentimental en el momento en que conoce al periodista; este a su vez, carga con una historia de un amor frustrado que durante más de una década no le ha permitido encarar una nueva relación. Cuando conoce a Lydia se enamora de ella y deja caer sus barreras.

 

El cuerpo femenino es tratado como respetuoso objeto de cuidado y de deseo. Y la figura legal de la violación, en realidad, está encubriendo un acto amoroso; pese a que Alicia no puede responder a su amor, excepto con la pasividad de la inconciencia, Benigno llega a poseerla por amor y no por un acto perverso. El encuentro amoroso de ambos –relatado a través de una parábola de imágenes en blanco y negro, donde un diminuto hombrecito se introduce literalmente en las entrañas de una mujer- ocurre luego de cuatro años y medio de cuidados y enamoramiento por parte del enfermo, que pierde su virginidad con ella. En el otro extremo, Marco, un hombre que ha conocido el amor físico, le confiesa a Benigno, que no es capaz de tocar a Lydia dormida, "no puedo ni tocarla, no reconozco su cuerpo". Es entonces cuando Benigno le aconseja "hable con ella" –frase que da título al fin- "a las mujeres les gusta eso". Marco protesta, cómo va a hablar con Lydia si está inconsciente"; pero el enfermero insiste: "Igual hable, la naturaleza femenina es un misterio".

Otro nivel de la película es su homenaje al cine –con inevitables semejanzas al estilo literario de Manuel Puig, sobre todo en El beso de la mujer araña- a través de las imágenes de las películas mudas que Benigno le cuenta a Alicia. En sus ratos libres el enfermero ha comenzado a frecuentar cinematecas donde pasan películas mudas –que sin duda lo ayudan a relacionarse con el silencio de Alicia- y que constituyen el tema de sus monólogos dirigidos a la mujer, como las películas que Molina le contaba a su compañero de celda para ayudarlo a escapar de la realidad del encierro. Y quizás por el ambiente de hospital podamos asociarlo con Pubis angelical.

 

El cuerpo de la mujer es mostrado desde una perspectiva de admiración y transformado a través del ojo de la cámara en una manifestación artística. Véanse sino, el cuerpo yaciente de una mujer desnuda –Alicia-, fotografiada en blanco y negro, proveniente de una película muda "El hombre menguante" que Benigno ve en el cine y que lo llevará a excitarse hasta el punto de mantener sexo con la chica dormida, acto que el director no muestra en forma explícita sino a través de la elipsis narrativa.

 

En la película muda, una científica está tratando de logra un medicamento para adelgazar, pero no ha podido probarlo en humanos, su novio, para demostrarle cuánto la quiere, bebe la droga, y como consecuencia comienza a achicarse, hasta quedar convertido en un pequeño hombrecito que cabe en el interior de la cartera de su amada. A la noche, la científica lo coloca en la almohada a su lado, y no lo deja acercarse demasiado a su rostro por temor a aplastarlo, dormida. ¿Puede aplastar finalmente la mujer dormida al hombrecito? Si uno piensa en el final de la historia, Alicia dormida ha aplastado a Benigno, para que ella despierte finalmente, él ha debido entregarle su amor, por el cual es encarcelado, y sin saber que ella ha despertado, como una nueva vuelta de tuerca de Romeo y Julieta, decide tomar una sobredosis de calmantes para lograr quedar en estado vegetativo, igual que ella, para juntarse ambos en ese limbo. Pero retomando el cuerpo desnudo de la mujer, desde un plano abierto y alejado, pareciera que el hombrecito caminara por un enorme desierto; cuando la cámara se acerca podemos observar que la geografía de ondulaciones y colinas es en realidad una mujer desnuda sobre una cama. Luego veremos como el pequeño hombrecito –que no es otro que Benigno- recorre ese cuerpo, sujetándose como puede de la piel de la mujer, hasta terminar por entrar, desnudo, por la vagina de ella, que como una gigantesca puerta lo recibe en un interior del cual ya no volverá a salir.

 

No se trata acá de un falo conquistador a la manera de las reflexiones de Bordieu, sobre la penetración como símbolo de conquista y poderío masculino, sino de un acto amoroso. Cuando el hombrecito ha entrado en la mujer, la cámara panea sobre el rostro de la mujer, que dormida sonríe satisfecha por el placer que está recibiendo. No hay un mínimo atisbo de interés pornográfico en esta escena; tampoco es genital la descripción de la vagina, y de alguna manera recuerda el arte ditelliano de los sesenta, en la mítica sede de la calle Florida, de la ciudad de Buenos Aires. Por fortuna, tampoco están los gemidos de los falsos orgasmos cinematográficos ni los atractivos cuerpos masculinos que Almodóvar ha mostrado en toda su frontalidad en otras películas anteriores. Benigno le cuenta las películas a Alicia, mientras la masajea. En esa ocasión, mientras trabaja le da masajes en las piernas, de pronto se da cuenta de que sus masajes en realidad, se han transformado en caricias y le confiesa que ha visto una película que lo ha dejado excitado. Le cuenta entonces las escenas que ve el espectador y culmina su relato diciéndole: "Y el hombrecio se quedó dentro de ella, para siempre".

 

Pero como en toda historia de amor hay complicaciones, que impiden que los enamorados puedan ser felices. Así, Marco, descubre que Lydia, iba a abandonarlo porque se había reconciliado con su antiguo amor. Las dificultades de comunicación también se dan entre los seres concientes y parlantes. En la boda de una amiga de Lydia, que tiene lugar horas antes de la cogida fatal; Marco observa que la torera llora y cree que es de emoción, meses más tarde, por el otro, torero como ella, se enterará de que hacía un mes que habían reiniciado sus relaciones y que Lydia se lo iba a confesar esa tarde, después de la corrida.

 

En Hable con ella, aparecen elementos comunes a las películas de Almodóvar, el aeropuerto de Barajas, símbolo de encuentros y partidas; y los teléfonos como medios de comunicación, y no faltan los guiños a la administración pública y la burocracia. Cuando Marco va a visitar a Benigno a la cárcel, una atenta empleada que lo atiende detrás de un vidrio protector corrige un supuesto error del periodista que ha llamado "recluso" a Benigno. "Recuerde que aquí no tenemos reclusos, tenemos internos", dice la educada señora con una amplia y cordial sonrisa.

 

Hable con ella es una historia de amor, en algún punto no demasiado alejada del amor loco de La ley del deseo; habla de seres que se aman pese a las barreras de la comunicación, y si bien la heterosexualidad domina la línea narrativa, queda en evidencia que el género tiene fronteras más imprecisas que las delimitadas por la herencia cultural.

 

Al mismo tiempo es una historia de amor, y de la soledad frente al deseo que no encuentra respuesta; de la belleza del cuerpo humano y de su fragilidad frente a la enfermedad. En cierto sentido podría ser una metáfora de la época actual con pandemias como el Sida y la gripe asiática, pero también de la imposibilidad de comunicación entre las personas a pesar de los teléfonos y la tecnología. Por último, también es una historia que podría ser considerada como la versión actual de las narraciones que desde hace siglos vienen alimentando nuestra educación sentimental a partir de parámetros de género que construyen la identidad. Seguramente esta noche, antes de dormirse a alguna niña, en algún lugar del planeta, le leerán un cuento que hable de princesas dormidas que despiertan con el beso de un príncipe.

© Ricardo Rodríguez Pereyra
Buenos Aires, agosto 2003

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