Lamentación por el ángel

poema Carlos Rodríguez Pintos

de "Tres elegías de la Ciudad de los Ahorcados"

                                                                                           a Esther de Cáceres

                                                                                                                             (En un aire dolorido

                                                                                                                                      de lunas y de puñales. ..)

 

En el rincón más oscuro de mi sangre

te busqué.


Te busqué
en los caminos solitarios,

en las torres afiebradas,

en los estanques subterráneos.


Y no estabas en los caminos.
Y no estabas en las torres.
Y no estabas en los estanques.

Te busqué
donde solíamos jugar a la Vida

en cada pregunta sin respuesta.


Te busqué
donde solíamos jugar a la Muerte

en cada espera sin esperanza.


Y no estabas en la Vida.
Y no estabas en la Muerte.


Habías venido
como todos los otros,
junto a todos los otros,
derramadas tus alas
en el río de sombra y de silencio
de mi madre.
(Mi madre,

taciturna magnolia.)


Mi madre te puso entre mis huesos,

en la herida azul de mis sienes,

en el hueco de cada gesto,

en el arco de cada palabra


Para que vigilaras.
Para que destruyeras.
Para que anunciaras.


Claridad desgarrada

debajo de mi piel.


Y nunca pude sentirte la sonrisa.
Y nunca pude recogerte la voz.
(su perdida sonrisa)
(su voz anochecida)


Te me escapaste siempre
en el poza sin eco de cada espejo.


...y me volví junto a mis ahorcados.


Todos los cuerpos cantaban en el viento,

como campanas.
(Todos los cuerpos,

pero no el tuyo.)
 

Que tú,
—silencioso—
Que tú,
—transparente—
ya no estabas en la Ciudad de mi sangre.


¿En qué amanecer de buitres desvelados

te alzaste hasta mis ojos?
¿Sobre qué filo?
¿Bajo qué palma?


Una mano sin alegría

hamacaba tu cuerpo blanco,

en un aire dolorido

de lunas y de puñales.


Tu cuerpo blanco,
sobre los cadáveres ausentes
de un ciervo y de una paloma.


...Y desde ese instante,

mi sangre te pide perdón

por no haberte sabido guardar

en su Ciudad resplandeciente.


Y ya sólo ha de quedarme

agarrado al recuerdo,
entre mis huesos y mis sienes,

en cada gesto,

en cada palabra,

tu vuelo enloquecido

golpeando las paredes nocturnas

de mi carne.


Y ya sólo ha de quedarme,

bajo una lluvia mansa
de pájaros de ceniza:


                    En la nube,

                       tu ala 

                    —ardiendo—


                    En mi sangre,

                       tu cuerpo

                    —muerto—
 

Mi suicida virgen.
Mi huésped sin pecado.

Mi yo perfecto.

poema de Carlos Rodríguez Pintos
Originalmente en Revista Nacional Año XI. — Montevideo, abril-setiembre de 1966 — Nos. 228-29. Tomo XI.

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

              Carlos Rodríguez Pintos en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce 

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