La princesa que
perdió el color de sus ojos
|
La Princesa “Guaviyú” tenía quince años. Alta y fina como uno de esos juncos nacidos al borde de la laguna Grande, llevaba la cabellera suelta y larga hasta los pies, y sus ojos eran azules como el cielo de otoño después de una tarde de tormenta. Su padre, el cacique “Mburú-bichá”, el fuerte, y su madre, “Urú-pilá”, la paloma, le pusieron al nacer el nombre de Guaviyú, que quiere decir, “Arbol del fruto dulce”. Porque la princesita además de sus ojos azules, tenía el corazón tan dulce como un fruto maduro, y para acercarse a su corazón dulce, y para mirarse en sus ojos azules, venían de toda la ancha tierra de América, todas las madres indias, trayendo de la mano a sus hijos pequeñitos, con la esperanza de que al mirar a la Princesa, sus ojos adquirieran también el color maravilloso. Pero al cabo de un tiempo, madres y niños volvíanse a sus casas, en sus lejanas tierras, con los ojos igualmente negros, tan negros como la pluma del Urú-bú, el señor Cuervo, siempre vestido de luto y siempre de mal humor. No solamente venían los niños indios para mirarse en los ojos de la Princesa, sino que de todos los rincones de la tierra y del cielo llegaban todos los animalitos, todos los pájaros y todas las mariposas de colores. Y éstos quedábanse junto a la princesita. Guaviyú estaba siempre contenta rodeada de sus nuevos amigos, y pronto aprendió a hablarles en sus propias lenguas, y ellos le enseñaron a llamarles por su nombre y le contaron sus pequeñas historias. Y así supo Guaviyú, que “Guazú-birá”, la venada, estaba siempre triste, porque sus cuernos no le crecían, mientras los de su marido alcanzaban ya, por lo menos, a veinte centímetros de altura, y porque no sabía como hacer para mirar a la princesita de frente, sin que sus ojos, demasiado grandes se pusieran en seguida a llorar sin consuelo. También supo Guaviyú que su amigo “Curú-rú”, el sapo, no podía vestirse más que con el color de la tierra mojada, y cantar con una voz gruesa y ronca, mientras su prima hermana la joven “Yú-í”, la ranita de la hierba húmeda, lucía preciosos vestidos verdes, y llevaba una campanita de cristal dentro de la garganta; “Curú-rú” encontraba que esto no era justo, y venía a contárselo a los ojos azules de su joven amiga. |
|
Y Guaviyú supo también que “Urú-tatá”, el churrinche, estaba empezando a cansarse de tener que vestirse siempre de colorado; y que “Añá-mbaracá”, la cigarra, estaba ya cansada del todo, de no poder ser otra cosa que una cajita de música, y de que la siguieran llamando con su viejo y feo nombre de “Guitarra del diablo”. Pero una de las cosas que más entristeció a Guaviyú, fue el saber que “Carumbé”, la tortuga, la Señora del río, se moría de envidia mirando volar sobre la cabeza de la princesita, la nube de las mariposas de colores que formaban en torno a ella un círculo brillante o, prendidas todo a lo largo de su cabellera, la cubrían hasta los pies. Las mariposas amaban mucho a la princesita Guaviyú y habían formado un ejército, que la acompañaba a todas partes, de más de mil alitas multicolores, mandado por sus dos grandes reinas: “Tanambí”, la mariposa amarilla color del día y “Ura”, la mariposa negra color de la noche. La princesita Guaviyú, vivía feliz, rodeada de sus amigos de la tierra y del cielo. Por las tardes, luego de haber jugado con ella durante todo el día, a todos los juegos del cielo y de la tierra, éstos venían a sentarse en rueda a sus pies, bien calladitos, esperando que ella les diera a cada uno, una larga mirada de sus ojos azules, para luego volverse a sus casas, uno a uno, llevándose guardada dentro del corazón, la preciosa mirada de la Princesa. |
|
Y así, podía verse, cuando el sol se ponía, a “Guazú-birá”, la venada, corriendo ágil, hacia lo más espeso del monte, y dejando caer en el camino un collar hecho con sus más brillantes lágrimas. Y también veíase a “Curú-rú”, el sapo, dando sus pequeños saltos, envuelto en su vestido color de barro, y diciendo: “buenas noches” con su voz ronca y agria. Y detrás de él íbase “Yu-í”, la ranita, con su preciosa pollera verde, agitando las campanitas de su garganta que querían decir: “Adiós”, “Adiós”, con su fina voz de cristal. Y de un salto se escapaba “Urú-tatá”, el churrinche, desapareciendo de pronto dentro del aire, como una chispa colorada. Por último “Carumbé”, la tortuga, volvíase despacito, despacito, hacia la orilla del río, dando vuelta la cabeza tristemente para mirar a las mariposas que iban plegando las alas, una a una, sobre la larga cabellera suelta de la princesita Guaviyú. |
Porque las mariposas, que eran las favoritas de la Princesa, se quedaban toda la noche junto a ella, y hacían nido entre sus cabellos, en largas filas brillantes, según el tamaño y el color, y siempre vigiladas por sus dos reinas, que dormían, a su vez, sobre las dos sienes de Guaviyú: sobre la sien derecha, “Tanambí”, la mariposa amarilla, color del día, y sobre la sien izquierda, “Ura”, la mariposa negra color de la noche.
Pero una tarde en que la princesita Guaviyú tendióse a dormir a la
orilla del río, al despertarse y al mirarse en las aguas transparentes,
vio que de sus ojos había desaparecido aquel admirable color azul, y que
éstos se le habían vuelto pálidos, y casi tan blancos como las plumas de
“Urú-ra-tí”, la garza triste que vivía cerca de la laguna. Y Guaviyú
lloró amargamente, y sus lágrimas ya no fueron azules, sino plateadas y
frías como las gotas del rocío en la mañana.
Tocóle el turno entonces a “Urú-tatá”, el churrinche. Prendiéndose con
el pico a un rayo de sol, “Urú-tatá” desapareció entre las nubes más
altas, donde su sombra quedó bailando, por un instante, como una gotita
de sangre. No se supo de él hasta pasados los cinco días y las cinco
noches; al cabo de la quinta noche, “Urú-tatá” apareció de nuevo
hamacándose sobre una rama de laurel y trayendo en su pico cinco plumas
pequeñitas y azules que bajo la luz nocturna parecían hechas con hilos
de la luna, y que le habían sido regaladas por su pariente lejano, el
joven e inquieto “Guáh-numbí”, el picaflor, el que para hacerle ese
regalo había tenido que deshacerse de los mejores adornos de su traje de
baile. “Urú-tatá” puso las plumitas azules en las manos de la Princesa,
quien luego de mirarlas y mirarlas, las dejó caer al suelo, quedándose
con los ojos tan pálidos como antes. “Urú-tatá”, el churrinche, se hizo
un ovillito rojo a los pies de la Princesa. |
por Carlos Rodríguez Pintos
Revista "El Grillo" Nº 49 Julio, 1959
Digitalizado y editado por el editor de Letras Uruguay.
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
email echinope@gmail.com
twitter https://twitter.com/echinope
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de narrativa |
Ir a índice de Carlos Rodríguez Pintos |
Ir a página inicio |
Ir a Índice de escritores |