El barco que parte es el título del capítulo XXXIV de MOTIVOS DE PROTEO.

El barco que parte

José Enrique Rodó

Mira la soledad del mar. Una línea impenetrable la cierra, tocando al cielo por todas partes menos aquella en que el límite es la playa. Un barco, ufano el porte, se aleja, con palpitación ruidosa, de la orilla. Sol declinante; brisa que dice "¡vamos!"; mansas nubes. El barco se adelanta, dejando una huella negra en el aire, una huella blanca en el mar. Avanza, avanza, sobre las ondas sosegadas. Llegó a la línea donde el mar y el cielo se tocan. Bajó por ella. Ya sólo el alto mástil[1] aparece; ya se disipa esta última apariencia del barco. ¡Cuán misteriosa vuelve a quedar ahora la línea impenetrable! ¿Quién no la creyera, allí donde está, término real, borde de abismo? Pero tras ella se dilata el mar, el mar inmenso; y más hondo, más hondo, el mar inmenso aún; y luego hay tierras que limitan, por el opuesto extremo, otros mares; y nuevas tierras, y otras más, que pinta el sol de los distintos climas y donde alientan variadas castas de hombres: la estupenda extensión de las tierras pobladas y desiertas, la redondez sublime del mundo. Dentro de esta intensidad, hállase el puerto para donde el barco ha partido. Quizás, llegado a él, tome después caminos diferentes entre otros puntos de ese campo infinito, y ya no vuelva nunca, cual si la misteriosa línea que pasó fuese de veras el vacío en donde todo acaba...

 

Pero he aquí que, un día, consultando la misma línea misteriosa, ves levantarse un jirón flotante de humo, una bandera, un mástil, un casco de aspecto conocido...

¡Es el barco que vuelve!

Vuelve, como el caballo fiel a la dehesa[2]. Acaso más pobre y leve que al partir; acaso herido por la perfidia de la onda; pero acaso también, sano y colmado de preciosas cosechas. Tal vez, como en alforjas de su potente lomo, trae el tributo de los climas ardientes: aromas deleitables, dulces naranjas, piedras que lucen como el sol, o pieles suaves y vistosas. Tal vez, a trueque de las que llevaba, trae gentes de más sencillo corazón, de voluntad más recia y brazos más robustos. ¡Gloria y ventura al barco! Tal vez, si de más industriosa parte procede, trae los forjados hierros que arman para el trabajo la mano de los hombres; la tejida lana; el metal rico, en las redondas piezas[3] que son el acicate del mundo; tal vez trozos de mármol y de bronce, a que el arte humano infundió el soplo de la vida, o mazos de papel[4] donde, en huellas de diminutos moldes, vienen pueblos de ideas. ¡Gloria, gloria y ventura, al barco!

Fija tu atención, por breve espacio, un pensamiento; lo apartas de ti, o él se desvanece por sí mismo; no lo divisas más; y un día remoto reaparece a pleno sol de tu conciencia, transfigurado en concepción orgánica y madura, en convencimiento capaz de desplegarse con toda fuerza de dialéctica[5] y todo ardimiento de pasión.

 

Nubla tu fe una leve duda; la ahuyentas, la disipas; y cuando menos la recuerdas, torna de tal manera embravecida y reforzada, que todo el edificio de tu fe se viene, en un instante y para siempre, al suelo.

 

Lees un libro que te hace quedar meditabundo; vuelves a confundirte en el bullicio de las gentes y las cosas; olvidas la impresión que el libro te causó; y andando el tiempo, llegas a averiguar que aquella lectura, sin tú removerla voluntaria y reflexivamente, ha labrado de tal modo dentro de ti, que toda tu vida espiritual se ha impregnado de ella y se ha modificado según ella.

 

Experimentas una sensación; pasa de ti; otras comparecen que borran su dejo y su memoria, como una ola quita de la playa las huellas de la que la precedió; y un día que sientes que una pasión, inmensa y avasalladora, rebosa de tu alma, induces[6] que de aquella olvidada sensación partió una oculta cadena de acciones interiores, que hicieron de ella el centro obedecido y amparado por todas las fuerzas de tu ser; como ese tenue rodrigón[7] de un hilo, a cuyo alrededor se ordenan dócilmente las lujuriosas pompas de la enredadera.

 

Todas estas cosas son el barco que parte, y desaparece, y vuelve cargado de tributos[8].

 

Referencias:

[1] - mástil: en significación de "palo mayor" de una embarcación; y, por esto, el primero o el último punto que se ve de un barco, ya se aproxime o se aleje.

 

[2] - dehesa: tierra destinada al pastoreo. Rodó señala la "fidelidad a la dehesa", o sea lo que se conoce por "querencia": inclinación o costumbre de los animales a volver al sitio que les es habitual.

 

[3] - redondas piezas: monedas. Rodó alude a las de "metal rico", preferentemente, de oro. 

 

[4] - mazos de papel: figuradamente, libros.

 

[5] - dialéctica: ordenada serie de verdades o de razones que se desarrolla y encadena con los hechos que la motivan.

 

[6] - inducir: ir por el conocimiento de los hechos o fenómenos, a la determinación de la causa que los origina o de la ley a que se ajustan.

 

[7] - rodrigón: tutor; vara, palo o caña que se coloca junto al pie de una planta para sostener su tallo o sus ramas. Rodó extiende tal significación y considera "tenue rodrigón", a un simple hilo, en observación, por cierto, feliz.

 

[8] - Esta imagen marinera es grata a Rodó. Vuelve a ella al hablar de las infancias que llama proféticas, diciendo: "Califico de tales, no a las que ilumina el albor de una superioridad que continúa después de ellas, sin eclipse, y adelanta simultáneamente con la formación y el desenvolvimiento de la personalidad; sino a las que revelan, por indicios acusados luego de falaces, la presencia de una aptitud superior que, soterrándose al cabo de la infancia, reaparece inopinadamente mucho después de constituida la personalidad y probada en las lides del mundo: "a veces en la madurez, y aun cuando la existencia se acerca ya a su noche. (... Es el barco que vuelve: ¡gloria y ventura al barco!) (MOTIVOS DE PROTEO, pág. 126).

 

En 1913, en EL MIRADOR DE PRÓSPERO, pág. 181.182, Rodó inserta Mirando el mar, escrita, en 1911, para exaltar la "variedad infinita en la mudanza del color"; y en dicho comentario expresa: "La dura tierra sólo varía en el espacio; el mar cambia y se transforma en el tiempo". Y a bordo del "Amazón", en agosto de 1916, en viaje para Europa, Rodó escribe Cielo y agua -que aparece en el Nº 938 del 23 de setiembre de 1916, de Caras y Caretas y, más tarde, entra a formar parte del libro póstumo EL CAMINO DE PAROS. En esta página Rodó concreta su amor por el mar: "Tengo el sentimiento del mar"; "Abro el pecho y el alma a este ambiente marino; siento como si mi sustancia espiritual se reconociese en su centro"; "Siempre me ha parecido propio de conciencias inmóviles, de caracteres apegados a lo fijo y estático, la incomprensión de la belleza del mar y de lo que hay en él de sugestión profunda". Y exclama aún: "¡Salve, titán cerúleo -dice mi palabra interior-, viejo titán que arrullaste mis primeros sueños..."

José Enrique Rodó
Parábolas cuentos simbólicos
Ilustraciones de Santos Martínez Koch
Contribuciones americanas de cultura S. A.
Montevideo 1938

Texto e imagen recopilados, escaneados y editados por el editor de Letras-Uruguay Carlos Echinope Arce Es uno de los autores elegidos, por marzo del 2003, para integrar la Letras Uruguay nacida el 23 de mayo del 2003.

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              José Enrique Rodó en Letras Uruguay

 

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