Tania, la guerrillera

 

Se trata de un relato sobre la actuación de Tamara Bunke (Tania) una de las piezas fundamentales de la guerrilla boliviana, encabezada por el guerrillero heroico, Ernesto ”Che” Guevara.

Cuando Tania ingreso a Bolivia, con el nombre de Laura Gutiérrez, de nacionalidad Argentina, de profesión etnóloga, en Noviembre de 1964 se le anticipó   en la frontera andina un viento que hablaba el lenguaje de la tierra incaica.

En la Paz vivió más de dos años, dando la apariencia de ser una persona de recursos económicos y valiéndose de su vasta cultura e inteligencia de su acento rioplatense, de sus ojos azul grises y de una tez blanca que hacía un franco contraste con la nocturnidad de su cabellera, empezó a hilar su amistad con personalidades políticas enroladas en las altas esferas gubernamentales. Así camuflada, se mantuvo por mucho tiempo en el ámbito de la ”Alta Sociedad boliviana” sin que nadie sospechara nada de ella, ni siquiera los presidentes René Barrientos y Alfredo Ovando, junto a los cuales aparece su semblante escurridizo en una fotografía tomada en una concentración campesina.

Al iniciarse la fase de preparación y organización lucha armada, Tania era ya de por si un engranaje indispensable en el desarrollo del trabajo urbano de la guerrilla, aunque la idea general de su utilización por el ”Che” dice Harry Villegas (Pombo) no era de que participase directamente en la ejecución de acciones, sino dadas las posibilidades de conexiones en las altas esferas gubernamentales y dentro de los medios donde se podía obtener algún tipo de información estratégica y de importancia táctica, dedicarla abiertamente a ese tipo de tarea y mantenerla como una reserva, desde el punto de vista operativo que en un momento determinado que fuera necesario utilizar una persona que no fuese sospechosa, contaríamos con alguien bien ubicado con alguien confiable para poder realizar el ocultamiento de algunos compañeros o inclusive la recepción de algún mensajero que viniese con algo extremadamente importante.

En Diciembre de 1966, justo en vísperas de Año Nuevo, Tania llegó con Mario Monje (Dirigente del P.C.B) al campamento guerrillero donde les esperaba el ”Che” bajo un sol que calcinaba la tierra. Su arribo fue un júbilo para todos, no sólo porque la conocían de Cuba, sino además porque les llevó grabaciones de música folklórica y pequeños regalos de Fin de Año, brindaron y cantaron. Su adaptación al medio geográfico fue asombrosamente rápido a pesar del terreno difícil y abrupto. Hubo momentos que hubo que colgarse por sogas, relata Pombo en que hubo que gatear prácticamente arañando sobre las rocas y podemos decir con toda sinceridad que Tania lo hizo en muchísimos casos con más efectividad que algunos compañeros que siendo hombres tampoco estaban adaptados en este tipo de condiciones de vida.

Sin embargo más adelante,   debido a su delicado estado de salud, el “Che” la dejó a mediados de Abril de 1967, con un grupo de retaguardia donde el valor estoico de Tania sirvió de ejemplo a sus compañeros junto a quienes cuatro meses más tarde caería acribillada en la emboscada de Vado de Yeso.

A fines de Agosto la tropa guerrillera comandada por Vilo Acuña Nuñez (Joaquín) salió al rio grande y orillándolo, llegó al cabo de la jornada a la casa de Honorato Rojas a quién meses antes diría el “Che” en su diario: “El campesino está dentro del tipo incapaz de ayudarnos, pero incapaz de prever los peligros que acarrea y por eso es potencialmente peligroso”

Cuando la retaguardia contactó con Rojas, nadie pensó en la vil delación de este traidor, los arrojaría pronto bajo el fuego del enemigo, y en efecto.

El día que fue apresado junto a otros campesinos de la región, se comprometió después de una brutal tortura a colaborar abiertamente con los soldados del Regimiento Manchego 12 de infantería, alucinado por los dólares y la seguridad personal que le ofrecieron los oficiales. Por la noche los guerrilleros, se quedaron a dormir en la casa del campesino y al despuntar el alba, se retiraron con ágiles   contorsiones previo al acuerdo que al día siguiente por la tarde debía guiar a la columna guerrillera por un paso corto, hacia el Vado de Yeso.

Esa misma noche, una compañía de soldados conducidos por el capitán Mario Vargas se dirigió en dirección al Masicurí bajo. “Usted haga lo que los guerrilleros le han pedido” le dijo el capitán Vargas pero hágales cruzar el vado exactamente donde yo le diga y no más tarde de las tres”. El 31 de Agosto a la hora convenida, los guerrilleros confiados y desprevenidos, se encontraron con el campesino, quien los guió un trecho para indicarles el Vado. De súbito detuvieron la marcha y el teniente Israel Reyes (Braulio) como presintiendo el holocausto, le inquirió a Rojas. Hay muchas pisadas de este lado? A lo que le contestó el campesino dubitativo: “Son mis hijos vigilando los chanchos” Caminaron un trecho más y antes de que el sol declinara en su ocaso, el campesino con acento cansino se despidió dándoles la mano a quienes se hallaban a su alrededor. Luego se alejó apresurado sin volver la mirada, mientras un leve sudor le empapaba   su camisa blanca que le sirvió de señal a los soldados agazapados en las márgenes del río, prestos a presionar el dedo en el gatillo.

El capitán Vargas, al ver avanzar a los guerrilleros por debajo de unos árboles que sombreaban el sendero pedregoso sintió un acelerado latido en su pecho, levantó sus prismáticos a la altura de sus ojos y divisó por primera vez la imagen física de Tania, saliendo de las malezas. Era una mujer blanca emergiendo de la selva delgada entonces por las privaciones de la lucha. Llevaba pantalones moteados para camuflarse, botas de soldado y una blusa a rayas blancas y verdes muy desteñida, mochila y metralleta colgando. La distancia entre los guerrilleros y los soldados se hizo cada vez más corta. Braulio se internó a la emboscada, taconeando en las piedras pulidas por el corcoveo del río y los reclutas apuntaron sus armas contra el cuerpo de los guerrilleros. Braulio fue el primero en sentir el roce tibio del agua que le acarició la piel, giró la cabeza hacia atrás con el machete en alto, ordenó que todos cruzaran el río en fila india y lo más rápido posible. Tania venía en la retaguardia, antecedida por un guerrillero boliviano. Cuando se hubieron sumergido en el agua excepto José Castillo con sus pesadas mochilas y sosteniendo sus armas por sobre sus cabezas, la voz chillona del capitán impartió órdenes de abrir fuego. Entonces las ráfagas de las ametralladoras cortaron el aire, las detonaciones de las balas vibraron como alambres tensos, y en medio del torbellino de fuego y agua, los combatientes fueron cayendo.

Los que no murieron en la primera descarga se dejaron arrastrar por la corriente o zambulleron. Joaquín logró llegar a la orilla, donde cayó fulminado. Braulio haciendo ágiles   contorsiones de mano, atinó a disparar su browming contra un soldado.

En tanto los otros morían como dando tiros al aire, Tania intentó levantar los brazos para sacar su metralleta y disparar, pero una bala le atravesó el pulmón y la tendió sobre el remanso.

Entre la ropa chamuscada, la sangre y los cadáveres quedaron dos prisioneros, que desde unos peñones trataron de resistir y otro se escabulló en la maleza hasta cuando una patrulla de rastrillaje le enfrió la sangre tres días después.

Al cabo de la masacre, los soldados aún disparaban contra todo bulto que flotaba en el agua, no hallaron el cadáver de Tania, el médico José Cabrera Flores (Negro) al verla herida quiere salvarla y se deja arrastrar por la corriente. El médico sale a la orilla arrastrando el cuerpo de la guerrillera, verifica que está muerta, abandona el cadáver y vaga por los senderos hasta que lo encontraron por el rastreo de los perros. El médico es asesinado por el sanitario de la patrulla que lo capturó. Los militares prosiguen la búsqueda de Tania y encuentran su cuerpo a los siete días, en la orilla también se encontró su mochila… con algo que tanto quiso a lo largo de su vida: La música latinoamericana.

Al otro día Vargas y sus mercenarios inician su marcha hacia Valle Grande con los cuerpos de los guerrilleros atados a largas ramas, como animales cazados en un safari.

Y finalmente el capitán Mario Vargas, al mismo tiempo de ser condecorado con galones y promovido a mayor de ejército por su fulgurante carrera militar: Es presa de trastornos psíquicos y pesadillas angustiosas en la que ve a Tania y al resto de los asesinados del Vado, incorporándose con los fusiles en alto para vengar sus muertes.

Venancio "Pocho" Rivero

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