Pesadilla

 

Todavía no había llegado a las siete de la mañana, un grupo de agentes federales tomó a mi casa por asalto, derribaron la puerta e irrumpieron en el apartamento de Mohamed y Marie su esposa en Somerville un apacible suburbio nevado de Boston.

Exigían tranquilidad al matrimonio, pero ellos no lo estaban. Encañonaban a la pareja, vociferaban, hacían fotos, registraban el apartamento   y acabaron esposando a Mohamed, al que se lo llevaron en un coche provisto de una sirena ensordecedora.

Asustado, Mohame de 39 años, estaba no obstante, convencido de que el FBI había cometido un error. Estaba tan integrado a la sociedad norteamericana, se consideraba un inmigrante tan modélico, que no imaginaba que se le pudiese hacer algún reproche afirma en su apartamento de Los Pavillons sous Bois, un suburbio de Paris, donde se instaló la pasada primavera.

Esa mañana invernal del 14 de Enero de 2002, el sueño americano de Mohamed se tornó sin embargo en pesadilla. Como para muchos inmigrantes, la quimera de Mohamed empezó cuando obtuvo un visado de turista en su pasaporte argelino que le permitió viajar en diciembre de 1993, de Orán a Nueva York, vía Madrid.

Boston fue la ciudad donde dio con sus huesos porque es allí donde está concentrada la colonia argelina que le ayudó a dar los primeros pasos como pinche de cocina en un restaurante de comida rápida y, más tarde, como vendedor ambulante de cacahuetes. Un trabajo más lucrativo.

Este campeón argelino de waterpolo y profesor de educación física, acabó sin embargo, encontrando un empleo más adaptado a su formación en el Bally Total Fitness Club de Boston en que llegó a ganar 60.000 dólares anuales.

Consiguió incluso la anhelada Grecen card, que legaliza su estancia en Estados Unidos a través de un matrimonio blanco con una asistenta social. “El sueño americano se había convertido en una realidad” asevera.

El colmo de la felicidad lo alcanzó en 1977, cuando se enamora de Marie Lamour, una joven francesa que trabajaba como au pair en Boston para mejorar su inglés. Al año siguiente se casaron, y a finales del 2001 la pareja tuvo un hijo Adam.

Aquella brutal irrupción de los federales dio al traste con ese mundo feliz. Marie quedó sin leche para amamantar a su bebé mientras que en la sede local del FBI a Mohame le hacían mil preguntas sobre sus supuestos viajes a Afganistán y a Pakistán. Supe que las esposas que llevaba se las podía agradecer a Bin Laden ya la voladura de las Torres Gemelas, señala.

Supo también poco después   que la fiscalía le acusaba de haber sustraído datos de una veintena de tarjetas de crédito del club deportivo en el que trabajaba para revendérselas a Abdeghani Meskini. Detenido dos años antes, Meskini también argelino, corría entonces el riesgo de ser condenado a 105 años de cárcel por proyectar un atentado en el aeropuerto de Los Ángeles Pero la fiscalía le había ofrecido reducir su pena si delataba a sus cómplices.

Para complacer al fiscal, sospecha Mohamed, debió acusar a todos los árabes que conocía, entre los que yo me encontraba porque nos habíamos frecuentado en 1994, cuando él trabajaba   como jefe de cocina en un restaurante adyacente al mío. Eso fue todo.

Esa denuncia le valió largas peregrinaciones por las cárceles de Plymouth y de Nueva York sometido a régimen de aislamiento privado también de comunicación, con su mujer, con prohibición de afeitarse por razones de seguridad y de ducharse más de una vez por semana. También había humillaciones estúpidas, recuerda.

Hice el pedido de comida a la tienda de la prisión y sólo me trajeron paquetes de café.

Pero Mohame tenía un ángel guardián, Marie que ahora tiene 26 años. Esta mujer de rostro dulce e infantil, y su familia francesa, católica practicante, se volcaron en ayudarle. Marie no dudó de la inocencia proclamada por su marido pese al agente del FBI que se presentó en su casa para devolverle la computadora. No se la agarre con él, le dijo en tono amistoso. Fue la familia de Marie, que se desplazó a EEUU la que le encontró a Mohame un prestigioso abogado neoyorquino Stephen Somerstein, al que no le repugnaba defender a un presunto terrorista. Pero a Somerstein si le pareció, se lamenta Mohame que en un ambiente tan histérico iba a ser difícil convencer de mi inocencia con tanta más razón que la prensa de Boston le describía como un colaborador de Bin Laden. De ahí que Somerstein propusiese a su cliente alcanzar un acuerdo con el fiscal.

Si se declaraba culpable, el ministerio público sólo pediría una condena entre 15 y 20 meses.

De lo contrario, sería un jurado popular el que pronunciaría el veredicto, y el desenlace era imprevisible. El abogado no contestó a las preguntas que le formuló el periódico, pero si hizo declaraciones al diario Le Monde: Expliqué a mi cliente que en una atmósfera políticamente tan cargada tenía todas las probablidades de ser   condenado.

La presión era enorme, añade. Mohame se resistió a aceptar el trato, y Marie tuvo una reacción aún más indignada.

Como podían dar más crédito a las acusaciones, sin pruebas, de un terrorista? Ningún cliente del gimnasio había denunciado la utilización fraudulenta de su tarjeta que ha la palabra de un inmigrante sin antecedentes penales se preguntaba Mohame.

Como no tengo vocación de mártir, acabé no obstante, aceptando la propuesta del letrado. Le cayeron 15 meses y disponía de 45 para volver a ingresar en prisión.

Mohame no quiso perder más tiempo, llamó al director del penitenciario de Fort Dix, en Nueva Jersey, y cuando le confirmó que tenía hueco se precipitó hasta allí para cumplir su pena. Estuvo encarcelado seis semanas más de lo previsto porque los servicios de inmigración y el consulado de Francia tardaron en resolver los trámites de su viaje a Paris, donde lo esperaba Marie.

He conocido el rostro arbitrario y autoritario de EEUU que hasta entonces ignoraba, recuerda entristecido.

He sido victima de un sistema policial y judicial paranoicos, prosigue. Esa América ya no me hace soñar. Esa América me ha dejado herido.

Venancio "Pocho" Rivero

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