Ángeles apasionados, de Jaime Monestier. 

Editó Cal y Canto. Montevideo, diciembre de 1996, 332 páginas

Un narrador de calidad auténtica
por Gregorio Rivero Iturralde

Jaime Monestier ha tardado años, tal vez demasiados, en dar este libro a la imprenta. Con “Ángeles apasionados”, en su propia madurez vital, inaugura sus pasos de novelista y se  asegura un lugar destacado en un panorama donde tantos valores puede exhibir nuestro país. Es como si, por ósmosis literaria, la madurez del autor hubiera conferido madurez a la obra.

No es extraño entonces que, cuando leyó el manuscrito, el propio Mario Benedetti le insistiera que debía publicarlo. Y por fortuna Monestier siguió ese consejo. Gracias a esta publicación, primera del autor en el género narrativo –antes había publicado otro libro de investigación histórica y tema vareliano- nos encontramos ante la presencia de un novelista cabal, que no ha de pasar inadvertido.

Monestier dispone de una larga experiencia vital, de una fina observación psicológica y de informaciones específicas, en historia, medicina, arte, religión y en otros escenarios culturales donde sabe moverse con desenvoltura, precisión y seguridad.

Formalmente, es dueño de estilo ágil, expresivo. Interesa al lector desde la primera página. Sus personajes están adecuadamente perfilados; son creíbles, son reales. Lo mismo su lenguaje y sus descripciones física o psicológica.

Desde remotos ancestros galaicos la línea argumental deviene hacia Uruguay en tiempos a veces históricos para nuestro suelo. La acción se desarrolla en escenarios montevideanos cuya tipicidad Monestier retrata con precisión. A la eficacia y exactitud de las descripciones, a la economía de las palabras, al realismo de los diálogos, el autor sabe añadir, a veces, un cierto sentido del humor y lo grotesco, y por momentos, de inesperada poesía. El conjunto termina dando la sensación redonda de algo maduro y coherente.

No le hacen falta a Monestier, aunque los insinúa ya desde uno de los primeros capítulos, los detalles sexy expresos a que acuden con excesiva ligereza tantos actuales pretendientes a narradores en cuentos o novelas. También aquí se revela su madurez y su buen gusto.

En resumen, estamos ante un hombre con reales condiciones para la tarea narrativa y del que cabe esperar nuevas creaciones en el género, con la certeza de que las esperanzas que en él se depositen no quedarán defraudadas.

Gregorio Rivero Iturralde
Ultimas Noticias, 9 de mayo 1997

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