La guardiana
Federico Rivero Scarani

Una estrella que ampara a alguien comentó a sus colegas que ella había nacido como la más bella de todo el firmamento; eso dijo la estrella, y que además, como reina de un mundo, —humano necesariamente—, tenía un signo oscuro que la distinguía de las demás.

 

Otras estrellas que amparan ¡guales a ángeles de la guarda se ruborizaron de tanta soberbia decidiendo convocar una asamblea con el fin de saber cuál era la música preferida entre todas. Las estrellas conformaron un firmamento ajustándose a la Orden Suprema de alterar temporalmente sus constelaciones. Claro, dependiendo de dónde se mire. Piscis puede ser Orfeo para alguien de Alfa del Centauro, Escorpio se denominaría Latino para un observador de Sirio.

 

Sorteando diferencias caleidoscópicas las estrellas que amparan se reunieron en asamblea también para vaticinar el próximo deshielo. Sin embargo la más soberbia se encendió azulmente de indignación argumentando que ella, la más sublime y etérea de la constelación más próxima a la Vía Láctea, dudaba del poder de la música (el de las esferas inclusive), y que ella prefería, como toda enana azul, el verso endecasílabo español de pie yámbico. El atrio quedó callado por tanta vanidad; pero una estrella gigante roja a punto de extinguirse habló: "poco de vida me queda, devoré a siete planetas y a un innumerable afán de seres vivos, abrasé entelequias y dolores, ese era mi destino. Ahora que dejé a mis predilectos por experiencia digo: dobleguen vuestras voluntades a la de los elegidos". Los capiteles y atauriques, los astrágalos y bóvedas, asintieron en aquel templo cósmico donde la estrella rebelde rutilaba de pasión.

 

Los quásares desplegaron velocidades afirmativas; los soles amarillos brillaron como sólo ellos lo saben hacer. Pero la estrella que ampara vaya a saber a quién insistió con su retórica; hay que disculparla porque el amor que siente por su predilecto es tan fuerte que sería capaz de cambiar con un impulso el orden del zodíaco. Las demás la comprendieron, como buenas hermanas que son, y disolviendo la asamblea universal la dejaron sola en el atrio mientras se retiraban hacia sus geometrías estelares. La estrella azul flotó por el atrio de columnas de diamante, se detuvo y se dijo mirando la Perfección:" Mi predilecto es un poeta y yo no sé quién soy cuando me invoca. Tanto le adoro que seria capaz de extinguirme dejándole un beso azul en la última despedida, en su último verso".

Federico Rivero Scarani
Atmósferas
Vintén editor

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