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“El guerrero” de Jorge Arbeleche

Sylvia   Riestra

“en este pentagrama de sonidos y letras/se instauró la memoria y se olvidó al olvido”

En el último trimestre del 2005, el escritor Jorge Arbeleche presentó “El guerrero”, un nuevo libro de poesía.

En consonancia con su título, se destaca una particular disposición de los textos en tres secuencias: 1-El combate, 2- La trinchera, 3- El armisticio, (aparece también una cuarta parte titulada “Palabras a El guerrero”, con reflexiones de poetas amigos[1]).

Fue publicado en Montevideo por Artefato , en la colección Delfos.

El libro se inicia con un tono cuestionador, por momentos elegíaco. Ha muerto el compañero (“se te resbaló el alma/y no alcanzaron tus manos para agarrarla”) y se suceden fuertes y complejas imágenes, en las que se agolpan dramáticamente el dolor, el extrañamiento, el vacío, la ausencia. “Una ausencia / así / como una zanja como una quebradura como el terreno / cercano al precipicio que se abriera un poco / cada vez que el paso o la huella a su borde / o filo se acercara. Una ausencia como / un mar de aceite de intemperie oscura.” La ausencia del cuerpo, de la voz, del aire, del paisaje, del sostén vital, se da también en un plano cósmico: “se le quebraron al aire las rodillas”, “enmudeció la crin de los pamperos”. Es entonces cuando se hace necesario ponerse en guardia,  entrar en  combate, transformarse verdaderamente en guerrero,  hasta que “una rama/ una sola aunque sea una sola/ aprenda a florecer después del huracán/ de viento a brisa y de la brisa al aire.” Hay cierta reminiscencia de la épica, no sólo en la retórica guerrera, sino también en una cadencia suave, del que se va aproximando a la expresión de la idea con cautela, por ensayo y error, rodeándola a través de diversos flancos, al tiempo que la descubre, y devela nuevas dimensiones. Es épica la intensidad del texto, de la voz poética, la decidida fuerza del guerrero que herido, no se rinde y batalla hasta lograr si no el triunfo, por lo menos, un armisticio oblicuo o provisorio. Se combate contra la muerte, contra el olvido, contra la renuncia.

Zanja, biblioteca, estante, escalera, a veces ofrecen protección al guerrero, acaso consuelo, pero sobre todo, ofrecen lugar o sitio desde donde poder explorar, procesar, tratar de entender; lugar o sitio desde el que se escribe, desde el que se busca, desde el que se pregunta y acaso se responda. En “Armisticio” la voz poética vuelve a la segunda persona de la primera parte, pero de una manera  más personal, directa, coloquial. Se asoma el autor. Se repasan momentos, vivencias, vínculos, estrategias para templar el dolor. La escritura, la poesía, la palabra, “este pentagrama de sonidos y letras” se instauran como formas de salvación.

La grandeza del guerrero se mide por la altura de su enemigo, la densidad de sus armas,  la trinchera desde la que se posiciona, y se confirma porque en su duelo, procesa, batalla, escribe, hasta celebrar la vida.

Referencia:

[1] Rafael Courtoisie, Mariella Nigro, Luis Bravo, Juan Francisco Costa, Heber Benítez Pezzolano, Gerardo Ciancio.

Silvia Riestra

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