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Autobuses interdepartamentales
José María del Rey Morató

Sube al ómnibus y pide boleto: el chofer cobra y le da el vuelto. Una maquinita computarizada expulsa el boleto para que él lo recoja con dos dedos. «Qué bien».

Mira hacia el pasillo y elige un lugar. Ocupa un asiento a la mitad del coche, lado derecho, ventanilla. Enseguida piensa en la esquina de las calles Uruguay y Rondeau (los montevideanos las llaman «avenidas»). Allí tiene que bajarse.

Se acomoda en el asiento. Desea llegar a su destino lo antes posible. Tomó el micro a las 10:00 h en el km 45 y se va a bajar en esa esquina que es el «kilómetro cero» de las carreteras que llegan a Montevideo. Hace diez años que no viaja en estos coches.  Qué suerte que le tocó uno nuevo, asientos reclinables, aire acondicionado…«Ahora se viaja mejor, es otra cosa».

Diez años estuvo viviendo en Suecia y ahora está de vuelta en su patria. Mira todo con curiosidad y compara con lo de antes. Además, de esta manera, el viaje se le hace llevadero.        

Para entretenerse con algo se pone a leer los carteles que están colocados adelante del coche y más arriba de la cabeza del chofer: «no hable con el  conductor», «no fume», «coche n.º 123»,  «pasajeros  sentados  42»,  «velocidad max. aut. 90 km/h»,  «pasajeros de pie 34».

Los letreros están a la vista de todos, para que los pasajeros los lean y sepan cuáles son las condiciones del viaje.      Mira y ve que nadie fuma: «esto es un adelanto». Todo el mundo habla con el chofer: «la gente anda como loca, vio; nadie abre una ventanilla; no hay ningún inspector ¿me para frente a la mutualista?, ¡gracias!» Nadie le da pelota al cartel y varios conversan con el conductor todo el tiempo que les viene en gana y el conductor no le saca el  cuerpo a la charla, salvo cuando habla por su celular..

Quiere llegar cuanto antes y saca cuentas. «¿Cuánto pondrá este ómnibus para llegar a Uruguay y Rondeau? Creo que antes ponía una hora y media. Es mucho tiempo, seguro que ahora pone menos»

Se le confunden los recuerdos. Son apenas 45 km; si los coches corren a noventa kilómetros por hora (es la máxima velocidad autorizada) van a poner media hora. ¡Media hora! ¡Ah! Pero están las paradas. Y los semáforos. La ruta está llena de semáforos: parece un arbolito de Navidad. «Media hora…bueno, vamos a ver».

Pero una hora y media tampoco, ni pensarlo. Estos coches nuevos no van a demorar una hora y media para hacer cuarenta y cinco kilómetros de buena carretera: eso sería como viajar a solo ¡treinta kilómetros por hora!

Mira otra vez los carteles de adelante. Ahora, quiere saber cuántos pasajeros vienen en el autobús. Empieza a contar desde adelante, luego gira la cabeza para atrás: hay tres hombres que viajan parados en los escalones de la puerta trasera, bueno, en total, vienen cuarenta y tres pasajeros de pie. Es la historia de siempre, porque el cartel dice bien claro «pasajeros de pie 34» y aquí viajan de plantón cuarenta y tres. Más los cuarenta y dos que ocupamos los asientos, vamos en total ochenta y cinco pasajeros. «¡Viaja más gente que antes! ¡No puede ser! ¡Qué cosa!»

Claro, con tantas personas el autobús para cada tres o cuatro cuadras para que suban o se bajen: el viaje se hace mucho más largo y no hay cálculo que sirva. «Vaya a saber cuánto tiempo pone para llegar a Montevideo.»

Entonces, se pone a mirar otra vez los carteles.  «Aquí falta algo» –piensa. Juraría que alguna vez –hace tiempo– leyó “prohibido salivar” y “prohibido tomar mate”; ¿o se lo soñó? Diez años pasan volando, aunque tampoco son tantos como para olvidar así como así cosas que uno recuerda tan claramente.

«Salivar, escupir, arrojar saliva, ¡Qué asco! Por eso tuvieron que prohibir esas cosas.

»Seguramente la gente se acostumbró a no hacer esas chanchadas en los autobuses y decidieron no poner más esos carteles.

Bueno, los uruguayos tienen fama de ser cultos y limpios, ahí está la prueba. Para muestra basta un botón».

Tiempo atrás, tampoco se permitía a la gente que tomara mate en el autobús. Está bien. Por el agua caliente. Se puede quemar tanto el que viene tomando mate, como el pasajero que viaja a su lado.

«Una vez un señor mayor conversaba con otro. Viajaban parados y tomaban mate en esos de boca ancha, tipo brasilero: un mal movimiento y el agua caliente escapó de la boca del mate, cayó y quemó el muslo de una dama que venía sentada, distraída. Y fue una frenada no más. ¡Qué raro que sacaran ese cartel! Tenía su utilidad».

Entretenido con esas cosas y otras por el estilo comprueba  que la próxima parada ya es Rondeau y Uruguay. Mira su reloj y no  puede creer cómo se le pasó el tiempo: son las 11:45 h. «Una hora y tres cuartos».

Se baja mascullando: «Cambiaron los coches, tardan lo mismo».

José María del Rey Morató
Inédito, 2009

jmdelreym@hotmail.com

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