Felisberto Hernández
Persona - obra

En la personalidad de Felisberto estaban presentes dos modalidades: la introvertida y la extrovertida, con indudable predominio de la primera. Más que por necesidad propia, por conciencia moral, si era necesario se vinculaba a otros escondiéndose ante ellos. Una notable condición de actor le permitiría representar en anécdotas picarescas y graciosas los más variados personajes: gallegos, andaluces, borrachos, turcos, locos...

De esta manera amenizaba cualquier reunión sin preocuparse por conocer a quienes le escuchaban, esfuerzo para el cual nunca estuvo dispuesto. Desestimaba lo que difería de su propia manera de ser en defensa de toda influencia extraña que pudiera modificarlo.

Felisberto vivía continuamente dentro de él, en lo que era y en lo que había sido. Con distintas máscaras escondía las profundidades oscuras de su yo; "me hundía en mí mismo como en un pantano", escribió en "El acomodador". Por ese continuo

buceo se molestaba cuando se interrumpían sus silencios porque se le obligaba a subirá una superficie ajena por completo a sus intereses.

La memoria cuya calidad y persistencia asombran cuando se aprecia el inmenso rol que tuvo en sus creaciones le permitía un continuo juego entre lo real y lo irreal.

Reyna Reyes. Mi imagen de F.H.

Ricardo Pallares - Reyna Reyes

en: ¿Otro Felisberto? (1994).

Felisberto Hernández - entrañable siempre

Cuando regresó de París, iniciamos una relación de amistad, que se fue afirmando en el tiempo.

Dos años antes había publicado en Buenos Aires (con el apoyo del noble Oliverio Girondo), Nadie encendía las lámparas.

Era por entonces un escritor que había superado la etapa de difusión montevideana, con libros impresos por mediación amistosa. Disponía de comentarios en cartas que mostraba con orgullo: Amado Alonso, Gómez de la Serna, Mallea, Puccini, Mastronardi.

En esos años, aunque sometido a las mezquindades del medio, traía la altivez del creador identificado con su arte.

A comienzos de 1958, llegó a Montevideo el crítico chileno Ricardo Latcham y a través suyo, reanudé las entrevistas con Felisberto Hernández. En los Cursos Internacionales de la Universidad, Don Ricardo -con la agudeza que lo caracterizaba- hizo un inolvidable análisis de sus relatos(1).

En junio de 1959, el Prof. John E. Englekirk de University of California, visitó por primera vez Montevideo para completar su fichero y hacer entrevistas personales con miras a su proyecto bibliográfico sobre la narrativa uruguaya(2).

Habiendo solicitado colaboración al Prof. Alfonso Llambías de Azevedo, Director del Departamento de Literatura Iberoamericana, de la Facultad de Humanidades y Ciencias, éste me designó en carácter de asistente.

Durante dos meses, realizamos encuentros con narradores que vivían en Montevideo (recuerdo entre otros a Justino Zavala Muniz, Pedro Leandro Ipuche, Clara Silva, José Monegal, Adolfo Montiel Ballesteros, Serafín J. García, Enrique Amorim y Dionisio Trillo Pays).

Con Felisberto Hernández mantuvimos dos reuniones en la bohardilla de la Imprenta Nacional, donde trabajaba.

Locuaz, burlón, contó anécdotas fantásticas (que hacían reír al circunspecto Englekirk), pero siempre rehuyó hablar directamente de su obra, sosteniendo que lo mejor era leerla, y así le dedicó El caballo perdido (la edición de González Olasa) y Las Hortensias (sobretiro de Escritura).

No obstante esto, Englekirk hombre inteligente y avisado, hizo una excelente valoración crítica de su narrativa(3).

En enero de 1960, participé como profesor visitante en la Universidad de Concepción en el ciclo "Problemas de la literatura uruguaya actual", dedicando tres sesiones a su obra, que incluía la lectura comentada de una selección de cuentos.

Sorpresa y desconcierto por este uruguayo sin antecedentes reconocibles, ni en el regionalismo testimonial-afectivo, ni en la obra urbana de narradores difundidos en el exterior.

Cuando concluí la clase, los pocos ejemplares que tenía, escaparon de mis manos con dedicatorias que debió firmar el autor y no el profesor de literatura.

Semanas más tarde, enseñé en la Escuela Internacional de Verano en Valparaíso, y Marta Brunett, conocedora del suceso, me pidió que comentara en su serie "Novelistas Hispanoamericanos", "La mujer parecida a mí", prestándome un texto sugestivamente subrayado.

Al regresar, comenté con Felisberto el interés que su obra había despertado en Chile; se emocionó, pero dentro de un pudor natural, apenas hizo comentarios.

En el resto el año, con su ayuda, preparé la primera bibliografía sistemática sobre su obra de creación, publicada en periódicos y revistas de Rocha, Treinta y Tres y Montevideo, entre "Genealogía" (1926) y "La casa nueva" (1959).

Durante el bienio 1960-61, se realizaron frecuentes reuniones nocturnas en casa de D. Ricardo Latcham (Embajador de Chile), a las que asistían Guido Castillo, Domingo Bordoli, Francisco Espínola, Alfonso Llambías de Azevedo, Dionisio Trillo Pays, Tabaré A. Praderio, Felisberto Hernández, Enrique Lentini y el que esto escribe.

Por lo común se hablaba de temas generales, escasamente de literatura, pero cuando tomaba la palabra Felisberto, con avasallante humorismo contaba (¿improvisaba?, ¿inventaba?) asuntos cuyo desenlace siempre resultaba imprevisible.

Ese fue un aspecto de su personalidad, también lo conocí soportando no sin angustia, alguna crítica literaria local que públicamente se empeñaba en señalar sus limitaciones.

Coincido con Esther de Cáceres (tan querida amiga común) cuando dice:

Seguramente sufrió la incomprensión general, de la que hubo bastantes señales. Pero tuvo una elegante discreción para soslayar este sufrimiento, que -como otros de su vida- dejaba paso a la excelencia inolvidable de una gracia fresca y un ingenio excepcional, radiante. Quizá la razón de esta victoria por la cual encontrar a Hernández era siempre una causa de alegría, radicaba en que su mundo era un mundo estético. Todo se le transformaba en materia de Arte. Toda su vida estaba polarizada por un ardiente deseo de expresión. Tal su razón de ser(4).

En esta materia de críticas enconadas, conviene recordar que no se habían acallado aún la de los intolerantes stalinistas de la izquierda uruguaya, por sus intervenciones en 1956, en Radio El Espectador y los dos artículos que sobre anti-comunismo publicara en el diario El Día (fines de 1959, y comienzo del 60).

El rencor a su persona, extendida a su obra en una confusión inadmisible, por quienes se consideraron siempre los árbitros de la cultura nacional, dictando normas y distribuyendo méritos y deméritos según su filiación política, no se atenuó en los años siguientes.

Así resulta curioso que en 1990, en la edición Siruela de Obras incompletas, se insista con este aspecto menor, mencionándolo expresamente en su cronología:

Se suma al Mondel (Movimiento Nacional de la Defensa de la Libertad), organización anticomunista, aceptando dar una serie de conferencias radiales que le proporcionaron un cierto beneficio económico. Con respecto a su posición política, existen dos versiones: la de sus allegados, que afirman que fue un analfabeto político que se sometió al Mondel por candidez, o la de otros, quienes afirman que "tenía un sibilino resentimiento contra la especie humana... tal vez por eso en las historias de Felisberto hay más objetos que personas y más curiosidad por el pasado que por el porvenir".

Acaso debido a su precaria situación, Felisberto temía perder sus pocos "privilegios". De acusada tendencia indivdualista, creía fanáticamente en el "arte purísimo" y en la creación como acto solitario(5).

Versión suavizada de la que Tomás Eloy Martínez, publicó en el suplemento literario de La Opinión (Buenos Aires, 31 de marzo de 1974), donde afirmaba:

Hacía el final de la vida, veía fantasmas comunistas en cualquier recodo del Uruguay. Para denunciarlos o combatirlos se afilió al Mondel o Movimiento Nacional por la Defensa de la Libertad –una institución patrocinada por los servicios norteamericanos de inteligencia-, y aceptó dar tres charlas semanales por Radio El Espectador sobre sus delirios ideológicos. Algunos viejos amigos de Felisberto tratan ahora de escamotear esos datos para no echar sombras políticas sobre su memoria. Pero son tan ciertos que hasta Ana María, la hija, está orgulloso de ellos y declara al primero que la interrogue su propio anticomunismo hereditario.(6)

Otro tanto pasó con los "retratos" sobre su "personalidad" escritos por quienes sólo lo conocieron de vista o no lo conocieron.

Recogiendo opiniones de amigos comunes, que sintieron por Felisberto respeto y afecto, como Esther de Cáceres, Enrique Lentini y Beltrán Martínez y ajustada a mi visión personal de su obra (en tanto exprese relaciones autobiográficas) me permito afirmar que fue un ser hiper-subjetívista, capaz de alterar el modus vivendi como ejercicio de defensa sicológica, pero que su narrativa contiene un poder de sugestión tan dominante, que lo aleja de cualquier semejanza con su vida real.

Nadie que conozca su obra, negará la presencia de recuerdos, ni la lenta restauración de una niñez con el entorno familiar de personas y objetos; que aparecen como apoyando su mundo sensible, pero también hay que admitir el finísimo sometimiento de la materia creada, al doble juego preferido de la asociación de ideas y de la descomposición magistral de la realidad objetiva, para su restitución en imágenes autónomas, convenientemente distanciadas del

punto de partida.

También hay probados testimonios de quienes estuvieron a su lado, que lo explican como escribiendo con lentitud, que trabajaba mucho cada página, corregía con obsesiva constancia, no se conformaba aún con el cuento impreso, elaboraba y reelaboraba. Se sabe que La casa inundada le llevó prácticamente un año y que Tierras de la memoria la comenzó en 1944, cuando dio a conocer un fragmento (v.f.23), y la dejó inconclusa e inédita, por insatisfacción.

Paulina Medeiros resume en pocas palabras su forma de crear "Su extraña manera y manías en la composición, mechando o suprimiendo, alterando el orden total del proceso aunque escribiera después de tener una obsesión grabada cerebralmente en algunos fundamentos; sus desaires por cierta sintaxis, giros o vocablos gramaticales demasiado castizos, que no congeniaran con su forma coloquial, denuncian elocuentemente su obsecación, pero también su cruel rigor de estilo... La creación -aún lograda- le seguía persiguiendo. Releía su escrito una y cien veces -solo o para escasos amigos, corrigiendo y recomponiendo el texto incesantemente".(7)

En cuanto a sus lecturas, aunque es bastante conocido su itinerario, conviene reiterarlo a modo de síntesis. De la época de frecuentación a Vaz Ferreira, queda su aproximación de los filósofos Bergson, James y sobre todo el inglés Whitehead, con sus difundidos libros La ciencia y el mundo moderno y Los fines de la educación.

A partir de 1937 hay probada constancia de su interés por el psicoanálisis, desde Freud, hasta Young y Adler. Estéticamente es el periodo de encuentro con Rilke.

Entre los años 1942 y 1946 se sabe de su asidua concurrencia al Centro de Estudios Psicológicos, entidad que funcionaba en Montevideo (calles Cebollatí y Magallanes) y tenía por figura principal al sicólogo polaco Prof. Waclaw Radecki, autor de dos libros muy conocidos en el ambiente siquiátrico nacional: Tratado de Psicología (B. A. 1933) y Psicopatologia funcional (B.A. 1935).

La influencia de Radecki -según sostiene Amalia Nieto- fue notoria en Felisberto Hernández, reflejándose sobre todo en el uso del sistema asociativo.

De una rápida visualización a su biblioteca -conservada por su hija Ana María- se encuentran otras lecturas: Hesse, Kafka, Joyce y novelas policiales.

Sobre el fin de su vida, se habla de la pasión por Proust, que por referencia de la Sra. Maria Dolores Reselló, junto con un ejemplar de A la búsqueda del tiempo perdido que le entregara Felisberto, recomienda: "esto hay que leerlo todos los días y no olvidarlo nunca" (cita de Giraldi de Dei Cas).(8)

En enero de 1979 retomé los viejos papeles bibliográficos, los actualicé para publicar dos trabajos que fueron exitosos en su tiempo(9).

Tres años después, organicé una selección de trabajos críticos, que se editaron en Montevideo, pero destinados a los cursos que dictaba en Michigan State University, sobre narrativa hispanoamericana siglo XX.(10).

Nuevamente ahora, se me presenta la oportunidad de concretar en este libro homenaje que patrocina la Biblioteca Nacional.(11)

Para el final permítaseme un recuerdo afectuoso in memoriam de este artista impar (mientras escribo me parece oír su voz y ver sus gestos tan peculiares), que por su poderosa inventiva se permitió el lujo de prescindir de asuntos urbanos y criollistas, propios de la narrativa nacional de su tiempo.

Muchos extranjeros se ocuparon de su obra, dándole el realce justo, pero pocos como Ítalo Calvino fueron tan precisos:

La asociación de ideas no es sólo un juego predilecto de los personajes de Felisberto; es la pasión dominante y declarada del autor, y es incluso el procedimiento con el cual estos relatos se van construyendo, uniendo un motivo al otro como en una composición musical. Y se diría que las experiencias más usuales de la vida cotidiana ponen en movimiento las más imprevisibles zarabandas mentales, mientras caprichos y manías que exigen una complicada premeditación y, una elaborada coreografía no apunten a otra cosa que a evocar sensacionales elementales olvidadas. Felisberto está siempre persiguiendo una antología que ha dormido por un segundo en el ángulo más apartado de sus circuitos cerebrales, una imagen que anticipa la correspondencia con otra imagen pocas páginas más adelante, un acercamiento oportuno que le sirve para captar una sensación muy precisa; y para alcanzarla debe aventurarse por pasarelas tendidas sobre el vacío. De la tensión entre una imaginación muy concreta, que sabe siempre lo que quiere, y la palabra que la sigue a tientas, nace una sugestión comparable a la que proviene de los cuadros de un pintor naif(12).

Notas

1. Estas conferencias corregidas, fueron publicadas en Carnet crítico Montevideo: 1962, con el título: "Los relatos de F.H.", p. 129-34. Reproducimos fragmentos fundamentales: "En estos días he estudiado la totalidad de la producción de Felisberto Hernández, mientras preparo un trabajo sobre la literatura uruguaya contemporánea. Así he podido compararlo con otros cuentistas y sorprender su extraña capacidad para descomponer la realidad y alterarla con procedimientos que

conducen al sueño, a la pesadilla y al vértigo. Hernández no es lo que se llama un estilista y, a veces, escribe con descuido y desaliño. Pero nadie entre sus compatriotas posee un poder sugestivo semejante. Cualquier tema se transforma en sus manos y sale convertido en materia de arte insuperable".

"No cabe ahora examinar en detalle su literatura, pero si señalar su importancia en la nueva literatura uruguaya. Carece de sistema constructivo y mantiene una fluctuación de asuntos, entre la realidad y el ensueño, con clave de humor, aún en las situaciones aparentemente dramáticas. El relato entrecortado oscila entre el tiempo pasado, particular del autor, y un presente que germina, como dice Hernández, "en un rincón de mí". No se parece, desde luego, a ningún otro autor de su país, y conserva el cetro de la fantasía frente a un grupo valioso y ricamente variado de cuentistas. Morboso y analítico hasta el exceso, ilumina él mismo su manera de reconstruir el tiempo muerto, cuando dice: "Si me quedo mucho tiempo recordando esos instantes del pasado, nunca más podré salir de ellos y me volveré loco: seré como uno de esos desdichados que se quedaron con un secreto del pasado para toda la vida. Tengo que remar con todas mis fuerzas hacia el presente".

Mezclando lo grotesco, provocando reacciones desconocidas con pequeños toques de humor, extrayendo su secreto a lo que se hundió en el polvo, Felisberto Hernández ha restaurado una tradición que parecía olvidada con la muerte de Horacio Quiroga".

2. El título definitivo del libro, publicado en EEUU ocho años después fue: La narrativa uruguaya. Estudio crítico-bibliográfico by John E Englekirk and Margaret M. Ramos. Berkeley and Los Angeles: University of California Press, 1967.

3. Juicio de John E. Englekirk

Mejor quizá que nadie en el país, Hernández supo presentar ciertos estados de conciencia ultranormales que colocan a sus personajes en ese clima de misterio característico de la zona intermedia entre la normalidad y la locura. Ya desde sus primeros intentos narrativos, el "yo" introspectivo del autor actúa en un terreno psíquico o de evocaciones biográficas o de "estados mórbidos de la vigilia" que dan del mundo una imagen extrañamente especial. Así, por ejemplo, en las tempranas recordaciones de su propia vida, en las novelas cortas Por los tiempos de Clemente Colling (1942) y El caballo perdido (1943) y en los cuentos de Nadie encendía las lámparas (1947), en donde la aguda conciencia del autor analiza y vitaliza el pasado, el cual sale actualizado en el mismo recuerdo. Y también en éstas como en otras narraciones posteriores, los elementos y los aspectos más simples y hasta triviales de la realidad cotidiana ("los silencios en un concierto -el autor era pianista, los ojos, una mano) adquieren vida y voluntad propias de carácter grotesco, y los personajes descubren por momentos manías o rarezas de "un aire abiertamente esperpéntico".

Es evidente que los actos y las actitudes normales de los personajes arrancan, a veces, de raíces sexuales. Sin preocupación alguna del tipo socio-moral, Hernández se puso a enfocar lo absurdo de la realidad y logró atraparlo en un humorístico a la vez amargo y poético. Puro narrador (no cultivó otra forma literaria alguna) de una intuición libre y creadora, nunca procuró "hacer estilo", atento siempre como estuvo a expresar ciertos estados síquicos que le dieran a la vida una necesaria e inusitada dimensión mágica. Así fue como Hernández pudo señalarles a los nuevos de los 50 el camino hacia el terreno indefinible entre lo verdadero y lo fantástico, terreno accesible sólo para quienes, con arte, sepan crearlo sin destruir los perfiles auténticos de lo real.

4. Cáceres, Esther de "Testimonio sobre F. H." en: F. H. notas críticas Cuadernos de Literatura. Montevideo, 1970.

5. En: F. H. Narraciones incompletas. Madrid: 1990, p. 16.

6. Martínez, Tomás Eloy. Para que nadie olvide a Felisberto. La Opinión Supl. cultural B.A.: 1974 (marzo 31, p. 1-6).

7. Medeiros, Paulina. F.H. y yo. Montevideo, 1974.

8. Giraldi de Dei Cas, Norah. F.H. del creador al hombre. Montevideo, 1975.

9. Rela, Walter. F.H. 5 Cuentos magistrales, 5. Críticas por extranjeros. Bibliografía anotada. Montevideo, 1979.

10. F.H. Valoración crítica. Montevideo, 1982. (Cont: Rey, Calvino, Cortázar, Onetti, Fell, Saer, Lasarte, Serra, Rey ,Beckford, Blengio Brito).

11. Con motivo del centenario de su nacimiento.

12. Calvino, ítalo. Nessuno accendeva le lampade. Nota introductiva di I.C. Tormo, 1974. Trad. español en: Crisis. B.A.: octubre de 1974, p. 12-13, con el título de "F.H. no se parece a ninguno".

Walter Rela
Felisberto Hernández
Persona - Obra
Cronología documentada
Homenaje en el centenario del nacimiento
Biblioteca Nacional - 2002

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