La globalización y su impacto educativo-cultural. El nuevo horizonte posible por José Luis Rebellato (En Revista de la Multiversidad Franciscana de América Latina, N° 8, Montevideo, pp. 23-51, 1998.
También se publica en Diálogos. Educación y formación de personas adultas, Barcelona, Año
IV, vol. 19-20, diciembre de 1999, pp. 7-28)
La
globalización acompañó siempre al sistema capitalista como
sistema-mundo, si bien en nuestros días asume nuevas dimensiones:
creciente polarización y exclusión, mundialización del capital y
segmentación del trabajo, predominio de los capitales especulativos,
aceleración de las comunicaciones, reestructura del capitalismo bajo
hegemonía neoliberal. La falta de un proyecto alternativo articulado y
con dimensión mundial, fortalece la penetración de la desesperanza en
los imaginarios sociales. El neoliberalismo vigente parece que
definitivamente nos ha conducido a un mundo donde la competencia y el
mercado se han transformado en productores de nuevos significados y en
constructores de nuevas subjetividades. El capitalismo como sistema-mundo
no está en crisis, si bien encierra profundas contradicciones, que se están
agudizando en forma creciente. Las tesis que sostendré, a lo largo de
este trabajo, pueden expresarse en forma sintética en los términos
siguientes: tanto en el plano teórico como en el plano práctico, existen
perspectivas confluyentes que permiten visualizar la emergencia de un
nuevo paradigma (I); dicho paradigma se sustenta en una opción ético-política
emancipatoria, abierta al aporte de las distintas corrientes del
pensamiento crítico (II); el paradigma de la complejidad constituye una
de sus vertientes fundamentales, pero requiere ser reformulado desde una
ética de la liberación, centrada en los valores de la autonomía y de la
dignidad (III); los procesos de democracia participativa, de educación
popular, así como las luchas de los movimientos sociales antisistémicos,
configuran aportes sustantivos a la construcción de un paradigma
emancipatorio, siempre que se proyecten hacia formas de articulación que
desarrollen nuevas subjetividades y fortalezcan diversidades (IV); el
riesgo continúa siendo que estas luchas, experiencias y construcciones teóricas
queden capturadas dentro de la lógica de un proceso de globalización
neoliberal que conforma nuevas subjetividades, desarrolla nuevas políticas
sociales y consolida procesos de involución democrática (V). Comenzaré
desarrollando algunas dimensiones de esta última tesis.
El
proceso de globalización y su impacto educativo-cultural
1.
La globalización actual, construida bajo hegemonía del capitalismo
neoliberal. No
se trata de buscar cómo adaptarse a la globalización, sino se trata de
ver cómo construir alternativas de alcance mundial. Dichos procesos de
globalización nos enfrentan a una contradicción fundamental: me refiero
a la contradicción entre el capital y la vida. Cuando hablo de vida,
pienso no sólo en la vida humana, sino en la vida de la naturaleza. El
modelo de desarrollo propuesto y construido desde la perspectiva
neoliberal supone destrucción y exclusión de vidas humanas, así como
destrucción de la naturaleza. Se trata de un modelo que se conjuga con
una concepción del progreso entendido en forma lineal y acumulativa. Se
supone que el crecimiento en las fuerzas tecnológicas corre paralelo con
el crecimiento moral de la humanidad y que la utilización de los recursos
naturales no tienen límites. El neoliberalismo es una concepción global,
coherente y persistente, históricamente consolidada. En el marco del
neoliberalismo realmente existente las sociedades actuales se comportan
como sociedades de dos velocidades, como dos sociedades distantes una de
la otra. Hay concentración de crecimiento en un sector y empobrecimiento
en sectores sustantivos de la sociedad. 2.
Subjetividades construidas sobre el modelo de la violencia.
Los
modelos neoliberales poseen una capacidad de penetrar y moldear el
imaginario social, la vida cotidiana, los valores que orientan nuestros
comportamientos en la sociedad. Más aún: la cultura de la globalización
con hegemonía neoliberal está produciendo nuevas subjetividades. En tal
sentido me parece sugerente la hipótesis de Jürgen Habermas en relación
a lo que él denomina la colonización del mundo de la vida. De acuerdo
con esta hipótesis, el sistema necesita anclarse en el mundo de la vida
(vida cotidiana) para poder integrarla y neutralizarla. Asistimos a la
construcción de nuevas subjetividades y a la emergencia de nuevas patologías;
lo que afecta severamente el concepto de calidad de vida. Señalo
brevemente algunas de ellas: el terror a la exclusión, que se expresa en
la disociación de vivir bajo la sensación de lo peor (miedo de quien
teniendo empleo puede perderlo, de quien habiéndolo perdido teme no
encontrar jamás otro, miedo de quien empieza a buscar empleo sin
encontrarlo, miedo a la estigmatización social); fortalecimiento de
nuevas patologías ligadas a la violencia como forma de rechazo de una
sociedad excluyente, pero también como conformación de una identidad
autodestructiva; la violencia como expresión de la competitividad, pues
se pierde el valor del otro como alteridad dialogante y se lo reemplaza
por el valor del otro como alteridad amenazante ("sólo los
paranoicos sobrevivirán", dicen lo neoliberales, queriendo referirse
al hecho de que en el mercado sólo quien ve a los demás como amenazas,
puede competir).
Por
otra parte, la sociedad del espectáculo genera conductas pasivas y
contemplativas, así como también aislamiento y soledad; la sociedad de
las imágenes conduce a un exceso de información y de excitación que
desencadena un fenómeno de sobresaturación del yo; la sociedad del cálculo
genera una superficialidad en los afectos y la ausencia de un compromiso
emocional; la sociedad de la eficacia competitiva desemboca en
subjetividades constituidas sobre la base de la compulsión a actuar y de
la angustia por triunfar; la sociedad del valor de cambio provoca
conductas consumistas, exacerbadas por los medios de comunicación; éstos,
a su vez, fortalecen el deseo imitativo (deseo mimético), con lo cual los
sectores excluidos por el modelo ahondan sus frustraciones, lo que puede
conjugarse con el desarrollo de conductas violentas como respuesta a un
identidad negada y frustrada.
Los
modelos neoliberales apuntan a construcción de un sentido común, sobre
el modelo de la normalidad, es decir, un sentido común que acepte esta
sociedad como algo natural e inmodificable, quedando sólo lugar para la
adaptación a la misma. El conformismo generalizado está estrechamente
vinculado con un naturalismo impuesto. Aquí se conjugan varios
imaginarios sociales los cuales, si bien pueden presentarse como
aparentemente contradictorios, terminan siendo funcionales a la
globalización neoliberal. El imaginario de la tecnología transformada en
racionalidad única, impone el modelo de la razón instrumental, ahogando
los potenciales de una razón práctica emancipatoria. El imaginario
social de la posmodernidad, a través de su prédica de la necesidad de
una ética débil, termina socavando los potenciales para la construcción
de alternativas globales; las utopías son disueltas y la subjetividad es
sepultada. La pluralidad de micro-relatos se pierde en la fragmentación.
El imaginario posmoderno, más allá de los aportes interesantes que hace
en el campo de la diversidad y del sentido de la incertidumbre, termina en
un planteo nihilista y el sin sentido de un mundo alternativo. El
imaginario social de la despolitización que identifica actividad política
con decisiones de expertos, rechazando la participación ciudadana, que
resulta ser el sustento fundamental de una democracia integral. El
imaginario social conformado sobre la convicción de que es preciso
aceptar el sistema en el que vivimos, pues carecemos de la posibilidad de
construir alternativas. Estos y otros imaginarios sociales, se conjugan,
articulan y entrelazan dando lugar a una cultura de la desesperanza y
configurando una identidad de la sumisión. La fuerza de estos imaginarios
sociales está, no sólo en que se trata de corrientes ideológicas y de
modos de vida, sino en su capacidad de penetración en los substratos más
profundos de la personalidad. La colonización ético-cultural es difícil
de combatir, pues se arraiga en el inconsciente colectivo. Nos moldea en
la totalidad de nuestra personalidad, en nuestros deseos y en nuestros
proyectos. Esta producción de nuevas subjetividades se articula con una
negación de la diversidad, en virtud de que este modelo y cultura hegemónicos
se afirman excluyendo. 3.
Reformas educativas y construcción de identidades autoritarias. El
proceso de globalización cultural ha innovado penetrando cada vez los
espacios de socialización. Y lo hace a través de políticas sociales de
corte compensatorio, orientadas a los sectores más vulnerables, pero
descartando toda transformación de las estructuras violentas generadas
por el mercado. De la misma manera, la reforma educativa implementada por
los organismos internacionales, además de reorientar la educación
unidireccionalmente hacia el mercado, produce un profundo trastocamiento
del espacio socializador educativo, impulsando subjetividades
competitivas, ahogando la capacidad crítica de pensar y de asombrarse,
postergando transformaciones pedagógicas, fortaleciendo el avance hacia
la insignificancia, adaptando a un conformismo generalizado consolidando
relaciones de dominación jerárquicas, transmitiendo en forma mecánica
los contenidos sin preocupación por los ritmos diversos. Buscando, pues,
neutralizar los potenciales emancipatorios de los docentes y estudiantes.
El autoritarismo y la tecnocracia constituyen un rasgo distintivo de la
implantación de estas políticas; se prescinde de los educadores como
actores de los procesos deliberativos en torno a las finalidades e
instrumentación de las reformas.
Siempre
las sociedades de dominación lo han hecho, en tanto penetran con sus
valores y pautas culturales, imponiendo un enfoque de la educación y, con
mayor fuerza, un currículum oculto. Desde la década de los 60, las
instituciones internacionales (Banco Mundial, Cepal) desarrollaron políticas
educativas en las que ya se comenzó a insistir en la importancia del
"capital humano" como ingrediente indispensable en los procesos
productivos; la educación pasó a ser una variable imprescindible del
desarrollo económico. El Banco Mundial se incorporó -desde ese momento-
a la financiación condicionada de la educación. Sin embargo, la
elaboración más específica de políticas educativas, es característica
de esta reestructuración mundial.
El
Banco Mundial -después de haber una enorme responsabilidad en la deuda
externa de nuestros países- ahora se ha dedicado a la planificación
educativa. Un Banco actuando como pedagogo. Traslada el formato de sus análisis
económicos al campo de la educación. La educación es vista como insumo
para generar "capital humano." Su eficacia se mide en la relación
costo/beneficio. La calidad del capital humano es lo que asegura un efecto
positivo en relación al empleo y al ingreso. Según la óptica del Banco
Mundial se trata de superar la pobreza y asistir a los "sectores
deprimidos", de modo tal que éstos puedan contar con oportunidades
equitativas. La equidad y el desarrollo sustentable -de los cuales habla
el Banco- son posibles si los pobres superan su situación. El activo de
los pobres está en su capital humano y en las posibilidades de utilización
de su mano de obra. El análisis del Banco Mundial podría ser tildado de
idealista si no fuera que es la principal agencia promotora de un
crecimiento que supone exclusión. En realidad, se trata de una postura
profundamente cínica, que contrasta con todos los indicadores referidos a
la distribución del desarrollo. En palabras de Miguel Soler: "Se
habla mucho de erradicación de la pobreza. Me pregunto si la contribución
mayor que se hace a su erradicación no estará siendo la de erradicar a
los pobres." Para el Banco Mundial " (...) en ningún momento se
trata de desarrollar personalidades para que el alumno piense, sepa, haga
y, sobre todo, sea."
Una
ética y una política del mercado requieren de una educación para el
mercado; una educación, no centrada en los derechos humanos, sino en la
fuerza: la fuerza de la competencia, de la eficacia sin deliberación y de
la instrumentalidad gerencial. Como acertadamente lo señala Coraggio, las
políticas sociales, económicas y educativas están "cristalizando
un contexto urbano amistoso para el mercado mundial, antes que un mercad o
amistoso para la gente". Decididamente, el Banco Mundial se ha metido
a educador. 4.
Democracias de baja intensidad, sin participación. En
América Latina asistimos a la involución en los procesos de construcción
de democracia. Ante todo, en virtud de la incompatibilidad entre el
neoliberalismo realmente existente y la democracia. Lo que, además, se
complementa con la aplicación de un modelo de gobernabilidad conservadora
(o gobernabilidad sistémica), según el cual sólo importa mantener el
equilibrio institucional, atendiendo sobre todo a aquellos actores
sociales que los gobiernos consideran relevantes en el proceso social: los
grandes empresarios, el capital extranjero y los sectores militares.
Hegemonía económica y hegemonía militar. Situarse desde la perspectiva
de este modelo de gobernabilidad, exige excluir a los sectores sociales
populares, así como a todos los temas y problemas que resultan
incompatibles con dicha apuesta estratégica. Vemos un ejemplo tangible de
esto en la impunidad decretada y legalizada respecto a los crímenes
cometidos durante los gobiernos militares; en la negación permanente a
investigar el destino de nuestros desaparecidos y a identificar y
sancionar a los culpables. Cuando los gobiernos llaman al diálogo social,
lo que en realidad buscan es forzar a los actores sociales a entrar en un
modelo de gobernabilidad conservadora. Es importante señalar que, de
proseguir este modelo, puede conducir -y está conduciendo- a situaciones
de in-gobernabilidad, sobre todo desde la perspectiva del creciente
deterioro económico y de la exclusión. En tal sentido, el así llamado
crecimiento, el supuesto desarrollo y la gobernabilidad, resultan ser
mecanismos complementarios y profundamente violentos. Su sustentabilidad
se basa en la violencia de la exclusión. Sigue teniendo vigencia, hoy en
día -y quizás más que antes- el recurso a la categoría de violencia
institucional y estructural que permite operar como horizonte de
referencia de las situaciones de violencia. Incluso, la situación se ha
vuelto más perversa. Ya no es el tema de la violencia popular (ésta prácticamente
no existe) sino de la violencia que nace de la frustración y de la
exclusión. La perversión radica en que se absolutiza el fenómeno de la
delincuencia, de la destructividad y de la violencia, implementando
respuestas represivas al mismo; más aún, convocando a la gente a
reprimir a sus iguales. Y esto se hace desde los propios sectores en los
que circula y se consolida la corrupción estructural, el clientelismo y
la delincuencia. Las sociedades de control generan mecanismos de
victimización, represión, control social y acentuación de las
contradicciones dentro de los sectores populares; en una palabra, un nuevo
régimen de dominación que culpabiliza y castiga a la víctima.
Por
gobernabilidad sistémica se entiende, pues, aquel modelo que privilegia
la continuidad del régimen político y de sus políticas económicas,
realizando acuerdos preferenciales con actores sociales que pueden ser
desestabilizadores. Es una estrategia que conduce a un creciente
distanciamiento entre lo político y lo social y a una fragmentación a
nivel de los sectores populares. El retorno a la democracia supuso el
avance de este modelo de gobernabilidad sistémica a costa de la integración
social. Como lo señala Gerónimo de Sierra, los resultados alcanzados por
esta estrategia de gobernabilidad sistémica han sido los siguientes:
continuo deterioro de la calidad de vida de la población, creciente
informalización de la población económicamente activa, expansión de
los sectores de pobreza crítica, deterioro de la cobertura en salud,
vivienda y educación, conformación de un Estado neoliberal y
autoritario, exacerbación del presidencialismo, opacidad en la toma de
decisiones, deterioro del papel del parlamento, despolitización de lo
social, aplicación de políticas sociales altamente politizadas por su
carácter compensatorio, problema militar que se resuelve a favor de las
exigencias militares, postergación permanente del tema de los
desaparecidos, desmembramiento de las organizaciones sociales y, como
consecuencia, manejo y debilitamiento de la ciudadanía entendida como
participación en los temas y problemas que nos afectan y preocupan.
Para
este enfoque conservador, los problemas de gobernabilidad surgen a partir
de un exceso o inflación de las demandas de la sociedad civil frente al
Estado. Refiriéndose a los problemas de la separación de la forma y el
contenido en la democracia liberal, Claus Offe señala que uno de los términos
más en boga dentro del pensamiento neoconservador, es precisamente el término
de ingobernabilidad. Para representar la relación entre ciudadano y
Estado -según la teoría liberal-demócrata- Offe recurre a la metáfora
del puente. "La política democrática es el puente entre el
ciudadano y el Estado".
La
metáfora del puente sugiere una serie de eslabones: libertades civiles y
derechos políticos atribuidos al ciudadano, el principio de la mayoría,
partidos políticos, elecciones, parlamento y ejecutivo. Las funciones de
puente son, en primer lugar, garantizar la entrada al puente del ciudadano
mediante su participación en la actividad democrática. Este polo del
puente es ciertamente conflictivo, pues está directamente vinculado con
las luchas desarrolladas en la sociedad civil. Pero, además, el puente
cumple una segunda función, sobre todo si lo miramos desde el otro
extremo, es decir, desde el Estado. En la medida en que el Estado
representa un orden institucionalizado, opera como factor de resolución
de los conflictos. Según la teoría democrático-liberal, se permite que
el conflicto exista sólo en la medida en que acontece dentro de formas
políticas que aseguran que no será un fenómeno universal y permanente.
Sin embargo -dice Offe- hoy el puente no es tan estable, lo que ha llevado
a los neoconservadores a acuñar el término in-gobernabilidad. Esta
situación podría expresarse metafóricamente, diciendo que el potencial
generador de conflictos en la sociedad civil desborda a la capacidad de
resolución de conflictos; el puente corre así el riesgo de quebrarse.
En
su rigurosa investigación sobre la anatomía del mito de la democracia en
Chile, Tomás Moulián sostiene que la transición resultó de un trueque
por el silencio. El consenso fue el acto de fundación del Chile actual,
pero acarreó como consecuencia el silencio y la disolución de las
alternativas transformadoras. La democracia instaurada en Chile -y esto
vale para los democracias liberales- contradice a las democracias
sustantivas y se ubica en la línea de las llamadas democracias
procedimentales, preocupadas por establecer reglas y procedimientos que
garanticen la gobernabilidad sistémica, excluyendo el retorno del
ciudadano. Son democracias construidas en función del neoliberalismo.
"El consenso es la etapa superior del olvido. ¿Qué se conmemora con
sus constantes celebraciones? Nada menos que la presunta desaparición de
las divergencias respecto de los fines. O sea, la confusión de los
idiomas, el olvido del lenguaje propio, la adopción del léxico ajeno, la
renuncia al discurso con que la oposición había hablado: el lenguaje de
la profundización de la democracia y del rechazo del neoliberalismo.
Consenso es la enunciación de la supuesta, de la imaginaria armonía
(...). El consenso consiste en la homogenización. Como se ha dicho,
implica la desaparición del Otro, a través de la fagocitación del
Nosotros por el Ellos. La política ya no existe más como lucha de
alternativas, como historicidad; existe sólo como historia de pequeñas
variaciones, ajustes, cambios en aspectos que no comprometan la dinámica
global."
Algunas
dimensiones del paradigma alternativo en construcción Hablar
de paradigma supone referirnos a una nueva manera de pensar y ver la
realidad. Leerla desde otros parámetros reorganizando nuestras
experiencias. El paradigma encierra valores y componentes normativos. Se
contrapone a un cierto modelo vigente, de carácter oficial y dominante.
Supone la capacidad epistemológica de descubrir la novedad, de
profundizar los enigmas de la realidad, encontrando nuevas respuestas.
Resalta la presencia de la subjetividad, pues paradigmas distintos nos
hacen ver el mundo de manera diferente. Por último, una dimensión a la
cual me voy a referir en varios pasajes de este trabajo: quienes están
construyendo un nuevo paradigma, no siempre son conscientes de que la
novedad de sus prácticas supone una nueva manera de pensar la realidad.
En lo que sigue, haré una selección de algunas dimensiones de un nuevo
paradigma, para esbozar un camino a recorrer. Soy consciente de que esto
requeriría un abordaje en profundidad. Me referiré simplemente a los
aportes de las teorías de la complejidad y a su rechazo del paradigma de
la simplificación. Los límites que veo en dichas teorías me conducen a
destacar el aporte de una ética de la autonomía y de la dignidad,
componentes también sustantivos de un paradigma emancipatorio. 1.
Etica y paradigma de la complejidad El
cambio de paradigma supone un cambio en nuestra percepción de la realidad
y en los valores que acompañan dicha percepción. Según Capra, el nuevo
paradigma es una visión holística de la vida: un todo integrado, con
interdependencia entre los fenómenos, inserto en los procesos de la
naturaleza (ecología). La ecología profunda no separa a los humanos del
entorno natural; por el contrario, permite aprehenderlos como una red de
fenómenos. Ve a los humanos como una "hebra de la trama de la
vida", es decir, formando parte de una organización sistémica. La
ecología social da un paso más: plantea el reconocimiento del carácter
antiecológico de muchas de nuestras estructuras sociales. Estas forman
parte de un sistema dominador: patriarcado, imperialismo, capitalismo,
racismo. Estructuras de dominación y violencia que son destructivas de
los ecosistemas vivientes.
Capra
destaca una profunda conexión entre cambios de pensamiento y cambios de
valores. Dichos cambios pueden caracterizarse como pasaje desde la asertividad
hacia la integración. Ambas dimensiones forman parte del sistema
de los seres vivos. Sin embargo, nuestra cultura occidental puso el acento
en la tendencia asertiva. El paradigma, pues, nunca está desprovisto de
un sistema de valores. La asertividad se rige -en el plano del
pensamiento- por un modelo de conocimiento exclusivamente racional, analítico,
reduccionista y lineal; en el plano de los valores, se sustenta en la
expansión, la competencia, la cantidad y la dominación. Por el
contrario, la integración requiere -en el plano del pensamiento- de la
intuición, la síntesis, la aproximación holística y la no-linealidad;
en el nivel de los valores, se asienta en la sustentabilidad, la cooperación,
la calidad y la asociación. El nuevo paradigma de la complejidad supone
un pasaje de la jerarquización al pensamiento y a la acción en redes:
"El cambio de paradigma incluye, por tanto, el cambio de jerarquías
a redes, en la organización social."
Unida
a las categorías anteriores, se propone el concepto de estructuras
disipativas, acuñado por Ilya Prigogine y explicado por Capra. La
vida no puede definirse por la tendencia al equilibrio. Esta era la
concepción que caracterizaba a la termodinámica, la disciplina más
cercana a la teoría del caos, pero que aún se movía con un paradigma
tradicional y recurriendo a las matemáticas lineales. Para Capra, la
tendencia al equilibrio es sinónimo de muerte. Cuando un sistema vivo ha
logrado el equilibrio, muere. Por el contrario, la vida se aprehende en términos
de tensión entre estabilidad y transformaciones permanentes. La imagen física
más cercana puede ser la del remolino; el remolino tienen una intensidad
enorme de desplazamientos, movimientos, partículas; caos, en una palabra.
Sin embargo, ese movimiento y ese desorden, no le hacen perder la
estructura organizativa de remolino. Es, pues, una estructura disipativa.
Corresponde
señalar -a mi entender- que puede ser reduccionista trasladar los análisis
físico-matemáticos a los fenómenos sociales. Las lecturas aún
limitadas que he realizado en torno a los teóricos del caos, me
despiertan las sospechas de que sus abordajes y análisis a los fenómenos
sociales, pueden no resultar del todo exitosos y novedosos. El desafío
está en desarrollar algunas de las tesis fundamentales de las teorías de
la complejidad, desde la especificidad de los fenómenos sociales. En este
sentido, la categoría de red resulta ser de gran relevancia para la
comprensión de las dinámicas y procesos sociales; lo mismo puede decirse
respecto a la categoría de estructuras disipativas y al reconocimiento de
la incertidumbre como componente esencial de lo social. Los movimientos
sociales surgen de una complejidad y multiplicidad de redes, de todo tipo,
efectivamente no pensadas. Muchas de ellas como respuestas espontáneas; a
veces redes que se encierran en sí. De esa complejidad contradictoria,
van surgiendo movimientos, que se desplazan en multiplicidad de acciones,
manteniendo una cierta estructura común que permite definirlos como
tales: no es lo mismo un movimiento barrial, que el movimiento por los
derechos humanos y por nuestros desaparecidos, que los movimientos
ambientalistas y así en más; resulta totalmente desacertado trasladar,
para su análisis, las formas de organización del movimiento sindical o
de otros movimientos más tradicionales, que quizás han desarrollado una
visión de la organización donde prima una cierta racionalidad
simplificadora.
Parece
acertada la intuición y el análisis de algunas corrientes sociológicas,
cuando recurren a la categoría de "redes sumergidas", buscando
formular teóricamente el hecho concreto de que los movimientos se van
constituyendo según un esquema cognoscitivo complejo: pluralidad de
acciones, funcionamiento no jerárquico, una cierta anarquía,
confluencias electivas no siempre conscientes. En una palabra, riqueza de
la vida, complejidad, incertidumbre, valores contrahegemónicos, pero
construidos desde diversidades. Algo que sólo puede captarse desde un
socio-análisis de la liberación. El paradigma de la complejidad es también
un paradigma de la diversidad y de la multiplicidad. Nos propone pensar y
actuar en redes; es decir, en formas de organizaciones más complejas, que
se retroalimentan, que desarrollan vínculos afectivos, que fortalecen las
identidades. He aquí un componente que creo fundamental: la construcción
de la identidad o, mejor dicho, de identidades plurales. En dichos
movimientos cumple un papel muy importante lo emotivo: lazos afectivos
construcción de identidades y comunidades. A veces los movimientos se
disipan completamente; la diversidad ahogó la estructura. A veces, los
movimientos ahogan la diversidad, pierden contactos con los códigos éticos
y culturales que le dieron nacimiento; se cristalizan e institucionalizan.
Cuando ello sucede, los movimientos han logrado un equilibrio cercano a
una razonabilidad total y pierden sus lazos comunitarios. Los valores éticos
se disipan. Los movimientos están a punto de morir. Pero es una muerte
que sigue actuando: ahoga la diversidad de otros movimientos. Construir un
proyecto político (sobre un paradigma complejo-emancipativo) es una tarea
muy ardua, pues requiere superar la ceguera frente a la diversidad y a la
complejidad. Requiere de estrategas, como dice Morin; es decir, de
personas y movimientos capaces de elaborar respuestas desde las
incertidumbres.
En
nuestras sociedades contemporáneas, la institucionalización política
responde, más bien, a un paradigma de la simplificación y de la
modernidad. Todo pasa por la organización y por la máquina de los
partidos políticos. Lamentablemente, la crisis de la izquierda muchas
veces la ha conducido a una homologación respecto a la derecha,
desistiendo de todo proyecto alternativo al capitalismo y a sus
instituciones y estructuras. En tanto la izquierda adhiera a este
paradigma, se transforma en expresión del proyecto de la modernidad; pasa
a tener un comportamiento exclusivamente racional; responde a un esquema
de poder, organización, jerarquía, bases e intelectuales lúcidos. Puede
suceder, también, que el paradigma tenga excepciones a nivel de
liderazgos, pero siempre dentro del esquema. En esta organización, prima
la "razonabilidad", que es una típica categoría del
pensamiento liberal; basta para ello pensar en la teoría de John Rawls
sobre la razonabilidad y el consenso entrecruzado. En suma, los sistemas
políticos de partidos, parece que actualmente se ubican mejor en un
paradigma de la simplificación, en tanto son productos del proyecto de la
modernidad. En la medida en que la construcción de democracia se aleja de
las estructuras disipativas que forman parte del mundo de la vida, se
reproduce una ruptura que está en la base de la despolitización y del
desencantamiento. El desencantamiento de lo político responde -en muchos
casos- no a un distanciamiento de la política, sino a la convicción de
que la política debería ser más radical, es decir, más arraigada en
las luchas concretas de la gente.
El
paradigma de la complejidad está diseminado por todas partes. Esto se
corresponde con la idea de paradigma en construcción. Los paradigmas no
están ya elaborados. Como lo sostiene Capra, el aprendizaje, en cuanto
actividad cognitiva, es necesariamente procesual. Los paradigmas no se
construyen en solitario. Responden a esfuerzos de generaciones enteras.
Encuentran momentos propicios en los períodos de crisis. Allí se gestan,
a veces en forma sumergida, sin percibir el alcance de lo que sustentan,
en cuanto a nuevos marcos teóricos y en cuanto a nuevos valores éticos.
A veces se muestran dentro de la contradicción. Son profundamente dialécticos.
El análisis sistémico -propuesto por las teorías de la complejidad-
resulta sugerente y relevante para los análisis sociales. Sitúa en el
centro de la reflexión la categoría de auto-organización. La vida es
auto-organización; la muerte, por el contrario, es equilibrio, heteronomía,
quietud. Nuestra sociedad está llena de instituciones de muerte, en tanto
cristalizadoras de procesos de retroalimentación. Los bucles se
solidifican y las instituciones se vuelven perennes. Los sujetos pierden
su capacidad de autonomía.
El
paradigma de la complejidad no responde a una disciplina determinada sino
que, por el contrario, se nutre de los avances de la mutiplicidad de
investigaciones y disciplinas. Es, por su propia naturaleza, un paradigma
multidisciplinario. Capra desarrolla una exposición sintética de los
diversos campos desde donde un paradigma de la complejidad se ha ido
construyendo: la biología molecular, la física cuántica, las matemáticas
de la complejidad, la teoría de los juegos, la cibernética, la ecología
profunda y social, etc. Es un paradigma que se va gestando en múltiples
espacios. De ahí también su cercanía con otras corrientes de
pensamiento. Por ejemplo, con la filosofía hermenéutica. Esta última ha
centrado sus análisis en la circularidad hermenéutica (la "fusión
de horizontes", en expresión de Hans- Georg Gadamer), la construcción
de identidades, el desarrollo de las tradiciones culturales, poniendo en
el centro de sus análisis la categoría de contexto. Ha textualizado el
contexto. Pues bien, otro rasgo propio del pensamiento complejo es la
contextualidad, es decir, el entorno y la conformación de sistemas con
capacidad de auto-regulación; son sistemas donde el entorno (contexto)
forma parte del sistema (texto). También pueden descubrirse puntos de
encuentro con la filosofía de Castoriadis y su concepto de autonomía.
Maturana y Varela (investigadores de la llamada "teoría
Santiago") insisten en la categoría de auto-póiesis (creación de sí
mismo). Sin lugar a dudas que se trata de una categoría fundamental para
una ética de la liberación.
Pero
también desde otro campo de la reflexión, surgen desarrollos práctico-teóricos
que se aproximan en forma sorprendente al paradigma de la complejidad. Me
refiero a los aportes de Deleuze, Guattari, Negri. Interesa notar que sus
reflexiones -así como las de Capra, Morin, Castoriadis, etc.- tienen
inflexiones importantes a partir de los acontecimientos del 68. Parecería,
pues, que pensadores comprometidos vieron en dichos acontecimientos la
presencia de un "analizador"; es decir, de algo que permite
vislumbrar la necesidad de un cambio teórico-práctico. En los escritos
de Deleuze y Guattari se recurre a ciertas categorías y metáforas
propias del pensamiento complejo. También el pensamiento simplificador
tenía sus propias categorías; de hecho, las seguimos empleando. Así, un
pensamiento simplificador habla de construcción, fundamentos, edificio,
bases y cimientos. Toda una terminología mecanicista-arquitectónica. En
el caso de Deleuze y Guattari los términos son: cartografía, espacio
mapeado, territorialización, flujos, líneas de fuga. Utilizan metáforas
tales como: "meseta", con lo cual se quiere evitar pensar en los
espacios verticales y jerárquicos; "rizoma", con la cual se
busca superar la imagen del árbol con raíces, tronco y ramas, todas
ordenadas; el rizoma tiene muchas derivaciones, multiplicidad de pequeñas
raíces, muchos tallos; hace alusión a multiplicidades. Otra metáfora es
la de "verdades nómades", es decir, verdades no instaladas,
sino que se desarrollan procesualmente. También Paulo Freire habla de un
educador nómade, alguien que no está quieto, que va hacia la verdad del
otro. Para Deleuze y Guattari es central el concepto de autonomía y de
deseo; sostienen la necesidad de introducir el deseo en la producción y
transformar la producción en deseante. Descubren, así, que el sistema
capitalista castra la producción del deseo y desarrolla -aún en los
grupos progresistas- espacios de microfascismos que los hacen ser
grupos-sometidos. Reflexionando sobre las "verdades nómades",
Guattari y Negri ponen el acento en el multicentrismo como estrategia para
organizar la nueva subjetividad revolucionaria. Es decir, en la búsqueda
de la coexistencia de dimensiones múltiples que permitan articular, sin
superar las diferencias específicas, pero, a la vez, evitando que las
diversidades degeneren en divisiones mudas y pasivas. "Un nuevo
movimiento está buscándose a sí mismo". Por todas partes se
vuelven posibles nuevos terrenos de lucha. El antagonismo se expresa a
través de la realidad de la explotación, de la dominación y de la
exclusión. Por lo tanto, ya no es sólo un sujeto colectivo el referente
de la acción emancipatoria. Hay una pluralidad de sujetos explotados,
dominados y excluidos. La superación del antagonismo supondrá
necesariamente la articulación estratégica entre la diversidad de
sujetos. Pero, esto requiere pensar y vivir de otra manera. "El
tiempo de vida debe imponerse al tiempo de la producción."
Ahora
bien, no hay desarrollo de identidades plurales, si no hay respeto,
autoestima, dignidad. En el corazón de un paradigma de la complejidad
deben estar presentes valores fuertes. Quizás esta dimensión ético-emancipativa
no está del todo clara en los desarrollos de una teoría de la
complejidad. Incluso, sucede que ciertas corrientes neoliberales también
recurren al apoyo de las teorías del caos, sosteniendo que el mercado es
una institución sistémica, que se construye y desarrolla desde el caos y
la incertidumbre. No responde a una racionalidad simplificadora ni a una
planificación racional. En suma, una teoría de la complejidad, sin una
ética de la liberación corre el serio de riesgo de disolver el paradigma
alternativo en una diversidad que podría llegar a justificarlo todo. 2.
Ética de la liberación y autonomía Referirnos
a una ética de la autonomía, supone necesariamente contraponerla a la
reproducción de los valores éticos vigentes, es decir, a una ética de
la heteronomía. En el centro de ambas éticas está la cuestión de cómo
pensamos, vivimos y ejercemos el poder y la autoridad. La autoridad y el
poder que todos -aunque sea en el espacio más pequeño- ejercemos. Poder
para gestar poderes, o poder-dominación. Una ética heterónoma da lugar
a una ética autoritaria, es decir, a una ética donde el valor
fundamental es aquel definido por la autoridad. Esta, a su vez, es pensada
y aceptada en términos de dominación y dependencia. Se trata de una ética
que, aún en nombre de la libertad, ahoga las posibilidades de crecimiento
de la libertad. El poder es ejercido sobre la gente; ya se trata de un
poder físico, económico, cultural, simbólico. Es un poder que conserva
y refuerza las relaciones de asimetría. La autoridad se configura como
algo distinto de los sujetos. Posee poderes que no están al alcance de
nadie. Establece distancias y barreras imposibles de franquear. Es una
autoridad que crece en tanto más se separa. También puede acercarse,
pero si lo hace es para anular al otro. La dependencia no es una situación
de la cual se parte, sino que es condición inherente al ser humano; es
una dimensión que nunca podrá trascenderse. Una relación que no es
posible superar, sino que es necesario fomentar y fortalecer. La orientación
de una ética autoritaria es improductiva, en tanto no busca desarrollar
capacidades y poderes. El poder es entendido como poder sobre,
dominación, anulación, paralización de la vida.
Una
ética de la autonomía y de la libertad recurre al concepto de autoridad
basado en la confianza. Quien ejerce la autoridad no necesita intimidar,
ni explotar, ni amenazar. La autoridad crece en la medida en que se somete
a la crítica y al control. El concepto de poder cambia substancialmente,
transformándose en un poder que despierta los poderes de la gente; por
ello mismo, el poder circula, tiene carácter provisorio, reclama
constantemente participación activa. La educación adquiere relevancia,
no como proceso de sumisión a la autoridad, sino como desocultamiento del
poder que la autoridad del educador pretende ejercer sobre los educandos.
Un proceso lento, arduo, donde se produce un pasaje de la negación de la
propia situación de opresión a su reconocimiento. Una ética de la
libertad tiene necesariamente una orientación productiva, en tanto tiende
a la realización de las capacidades de todos y de cada uno de los
sujetos. La productividad de los sujetos se asienta en sus poderes. Es una
ética que busca desarrollar el poder entendido como poder de, o
sea, como capacidad y como producción. Para una ética de la autonomía,
la anulación de sí o de los otros, la resignación, así como cualquier
forma de violación de la integridad personal y colectiva, constituyen
actitudes reñidas con los valores éticos. El sentido de la vida está
dada por esta orientación productiva, por el desarrollo de nuestros
poderes y por la capacidad de despertar poderes en los demás.
Autonomía
supone audacia para crear significados y valores nuevos, desafiando los
significados estériles y cristalizados. Como lo expresa Magaly Muguercia,
la práctica de los educadores sociales y de los educadores populares está
animada por el escándalo de la actuación. Es decir, por la
perfomance supuesta en nuestra participación total en la práctica.
Muchas veces pensamos que transformar la realidad es un acto que comienza
por el desarrollo de la conciencia y -paradojalmente- dejamos a un lado la
categoría de cuerpo como protagonista. La autonomía dialógica no es sólo
conciencias que se encuentran, sino cuerpos que se entrelazan,
subjetividades que se potencian, identidades que maduran cualitativamente,
memorias que alimentan resistencias, imaginaciones y metáforas que
multiplican la creatividad, enfrentando la dominación. Toda estrategia
autoritaria propaga el miedo escénico, es decir, la representación
protagónica y trata de reducirnos al papel de espectadores. Las
estrategias autoritarias mentalizan, divorciando el pensamiento del
cuerpo. Crecer y madurar en la libertad requiere el desarrollo de una
actitud de confianza y esperanza. Erikson sostiene que la esperanza es la
primera y la más indispensable de las virtudes inherentes al hecho de
estar vivo; se trata de la actitud psicosocial positiva más temprana en
la vida de los hombres. Para que la vida persista, la esperanza debe
mantenerse. Un adulto que ha perdido toda esperanza, hace una regresión a
un estado inanimado psicológicamente insoportable. Para una ética autónoma,
la cuestión de la esperanza se encuentra estrechamente ligada a una
decisión que depende de nosotros. Depende del valor que tengamos para ser
nosotros mismos. Sin esta decisión, no se opera cambio alguno y
terminamos aceptando la realidad, amoldándonos a ella. De ahí que
esperanza y autonomía se reclamen mutuamente. La esperanza necesita de
decisiones y riesgos que sólo provienen de quienes están dispuestos a
transformar la realidad. A su vez, la autonomía se conquista
continuamente bajo el impulso de un horizonte que no se ciñe a los límites
de la realidad. Obviamente, esta reconstrucción contrapuesta de las éticas
de la heteronomía y de la autonomía -que quizás teóricamente pueda
resultar clara- en la práctica se nos complica. En tanto, hemos
construido nuestras subjetividades en una sociedad de dominación y en una
cultura de la no participación.
¿Qué
es, pues, subjetividad? ¿Qué es ser sujeto? Desde una ética de la
autonomía, podemos señalar algunas de las dimensiones de la
subjetividad.
a)
Ser sujeto es poder elegir. Y elegir, incluso, la destrucción y la propia
auto-destrucción. Elegir destruir los ecosistemas. O, por lo menos,
amenazar seriamente su supervivencia. La violencia del sistema en el que
vivimos es un ejemplo de destrucción de nuestro eco-sistema de vida. O
sea, nuestra subjetividad es profundamente ética, no puede separarse de
valores, de opciones, de apuestas. b)
Ser sujeto no es ser solitario. Es formar parte de un ecosistema de
comunicación. De bucles de retroalimentación. Pero son bucles y sistemas
que pueden ser modificados. Que pueden ser cortados en alguna parte. Quizás
el sujeto es la posibilidad de ruptura de un bucle de retroalimentación.
No en forma absoluta, por supuesto. Pero tenemos la posibilidad de
protagonizar, es decir, de tomar iniciativas que alteran el ecosistema en
el que nos movemos. c)
Ser sujeto es poder ser autónomo. Utilizo la expresión "poder
ser", en virtud de que también puedo ser heterónomo. O mejor dicho,
el espacio moral y normal en el que nos movemos es el de la heteronomía.
Es decir, un espacio donde las opciones y comportamientos están ya
trazados. En tal sentido, podría hacerse una cartografía de la heteronomía.
Una especie de mapa de cuan heterónomos somos en cada uno de los espacios
donde nos movemos. Cambiar la heteronomía en autonomía es la gran
apuesta ética. d)
Ser sujeto es formar parte de comunidades y tradiciones dialógicas, en
las que construimos nuestra identidad en la interacción con los
"otros significantes" (Mead). Lenguaje, cognición, emoción,
valoración, se dan en circuitos dialógicos. No se dan en una conciencia
encerrada en sí. La autonomía se construye con otros. O mejor dicho, se
conquista con otros. Desde esta perspectiva, el concepto de auto-póiesis
(auto-producción) no define al sujeto en cuanto tal. Quizás defina a la
vida en cuanto tal. El sujeto, además de auto-poiético, es autónomo. Y
su autonomía se da dentro de tradiciones culturales. e)
Ser sujeto es vivir la experiencia de la contradicción. Y, por lo tanto,
la experiencia del compromiso (aún en su forma de descompromiso). Pues,
asegurar la autonomía, supone luchar por construir condiciones que hagan
posible -a todos los hombres y mujeres- la experiencia de ser autónomos.
Es el gran aporte del imperativo kantiano y de su intento de
universalización. Actuar de tal manera que el otro no sea considerado
como medio, sino respetado como fin. Y hacerlo de un modo tal que se
vuelva un principio universal. Ahora bien, asegurar condiciones significa
también luchar contra. Por ello -pese a que nos duela- la autonomía
también se construye contra otros, es decir, contra quienes crean
condiciones favorables a la heteronomía. Como lo dice Adela Cortina, se
trata de universalizar las libertades. Ahora bien, "(...)
universalizar las libertades exige solidaridad, porque la desigualdad es
innegable y, sin ayuda mutua, es imposible que todos gocen de
libertad." Lo único que me separa de este texto es que Adela Cortina
piensa que es suficiente la ayuda mutua y que todo puede lograrse a través
de redes de solidaridad. A mi entender, universalizar libertades, también
supone desmontar dominaciones. Y esto requiere mucho más que solidaridad,
aún cuando la solidaridad constituya un valor sustantivo para la
construcción de alternativas populares. 3.
El valor de la dignidad en el horizonte de una ética de la liberación En
el actual contexto de hegemonía neoliberal adquiere relevancia una ética
de la dignidad. Ser digno es exigir el reconocimiento como sujetos,
rencontrarse consigo mismo, confiar en nuestras propias capacidades y
potencialidades de vivir y de luchar. La dignidad es un valor fundamental
de una ética de la autonomía y de la liberación, sobre todo en un
momento histórico donde la victimización y la negación de la vida,
trastocan todos lo valores.
Me
parece importante captar el valor de la dignidad como parte de un
movimiento. No es un valor en sí, estático, puesto por encima de la
historia. Se trata de un valor esencialmente histórico y, por ello,
cambiante y dialéctico. Una ética de la liberación que reclama la
validez de la dignidad es parte sustantiva de las luchas de resistencia,
así como también sostiene e impulsa la construcción de un proyecto
popular alternativo. La dignidad está, pues, en el centro de un
pensamiento y de una práctica emancipatoria.
La
dignidad interpela nuestra capacidad de escuchar en relación a las luchas
populares. La cultura de la gente y de los movimientos populares es una
cultura de lucha. Por ello la importancia de aprender a escuchar. La
dignidad supone el reconocimiento de la iniciativa popular, la posibilidad
efectiva de cambiar la historia y la centralidad de la subjetividad
expresada en la lucha de los movimientos. La dignidad se articula con una
concepción de la historia en la cual desempeña un papel clave la
apertura y la lucha en relación a un futuro aún no dado. La dignidad
crece en el reino del todavía no, que se va gestando desde un presente
opresivo. Se encuentra en las antípodas de un realismo fatalista. Lo que
ciertamente supone ejercicio del poder desde ya, inseparable de la
convicción de luchar por una democracia participativa y radical,
construyendo espacios alternativos. Sin embargo, los espacios que buscan
ser alternativos reproducen las relaciones de asimetría, la dominación,
la concentración de poder; en una palabra, la lógica del sistema. Es allí
donde la ética y una práctica social liberadoras saben que deben
comenzar la lucha por el trastocamiento del modelo, de sus valores
dominantes y de sus relaciones centradas en el poder. Es allí donde se
debe construir desde ya la democracia, un nuevo poder y nuevos valores éticos.
Morin formula el principio hologramático, como uno de los principios del
pensamiento complejo. De acuerdo al mismo, "el todo está en la parte
que está en el todo" (Edgar Morin). Lo que, en otras palabras,
significa que las alternativas globales requieren su construcción también
desde todos los espacios de la sociedad civil y que no es necesario
esperar el cambio estructural, para entonces iniciar el cambio que
deseamos realizar. Las partes -en cierto modo- deben anticipar la
transformación del todo.
A
la vez, las luchas de resistencia de los distintos movimientos populares,
tienen características muy concretas, ligadas a sus reivindicaciones. No
obstante, la radicalización de las mismas lleva consigo la necesidad de
transformar la sociedad en la que vivimos. No pueden quedar
circunscriptas. Esto es lo que busca la cultura dominante: delimitar la
acción de los movimientos sociales a ámbitos específicos y bien
acotados; en todo caso, la estrategia del sistema es acordar políticas
que dan respuestas a las aspiraciones de los movimientos aislados. A su
vez, algunas corrientes de filosofía política denominadas
"multiculturalistas" se limitan a reivindicar un Estado
multicultural, donde convivan culturas distintas, sin que ello provoque un
cambio estructural de la sociedad. De esta manera, la filosofía liberal
ahoga y bloquea la proyección emancipatoria de la diversidad.
Ahora
bien, si la liberación impulsada por los movimientos populares, sólo
puede ser efectiva en tanto apunta a la transformación de la sociedad,
entonces la lucha de cada movimiento tiene un alcance universal; expresa
las ansias de liberación de todos los excluidos y oprimidos. En una época
donde la globalización se impone con fuerza inaudita desde la hegemonía
neoliberal, la construcción de proyectos alternativos debe tener también
una dimensión de globalización. Ante la globalización del capital, hay
que globalizar las respuestas, promoviendo una ética de la resistencia,
de la interpelación y de la construcción de alternativas de vida desde
los movimientos populares; una ética asentada en la vuelta del sujeto
viviente, que ha sido reprimido, negado, desplazado por el actual modelo
dominante de sociedad. Como acertadamente señala Giulio Girardi, la
apuesta a la vida debe ser una apuesta a la vida plena, lo que supone
enfrentar decididamente el proyecto actual de civilización, construyendo
una internacional de la esperanza: "Lo que pretendemos defender, no
es cualquier forma de vida, sino una vida plena, una vida con dignidad
para todas las personas y todos los pueblos: y no hay plenitud ni dignidad
sin autodeterminación. Vivir significa, para una persona como para un
pueblo, ser uno mismo, realizarse desde adentro, escoger el sentido de su
existencia, construir su propia identidad, abrirse autónomamente a los
otros y al mundo (...). Optar por la vida es, entonces, una toma de
partido, política, cultural, entre dos proyectos de civilización."
La
dignidad es fuente de lucidez: permite ver lo olvidado y negado. Supone
una reorientación del conocimiento y de nuestra manera de percibir la
realidad. Ahondando en la dignidad vemos la realidad de otra manera. La
dignidad enfrenta la separación vigente entre política y ética, entre
lo público y lo privado; rompe con la subordinación de lo personal a lo
político; rechaza ese abismo que la política dominante y la propia de
cierta izquierda, han creado entre subjetividad y objetividad. Traspasa
fronteras y afirma la unidad de lo fragmentado. Permite que expresemos lo
impensable del horror, el miedo reprimido que sentimos frente a la exclusión.
La dignidad es sólo entendida por aquellos que adhieren a ella en la
lucha. Retomando la expresión de Geertz, se podría decir que la dignidad
sólo puede ser captada recurriendo al método de las "descripciones
densas", pues no puede comprenderse fuera de un contexto de lucha,
resistencia y alternativa.
Desde
una ética de la dignidad se trata de caminar hacia la construcción de la
unidad de los movimientos y sus luchas. El proyecto neoliberal produce
disgregación y necesita de la fragmentación de las luchas y de los
movimientos. En una sociedad crecientemente globalizada bajo la impronta
del proyecto neoliberal, la apuesta a la sociedad civil, a lo local y a
los movimientos sociales puede ser sinónimo de disolución y dispersión.
Hoy asistimos a interesantes experiencias de poder local; experiencias
donde la gente es partícipe activo y ejerce su protagonsimo. Sin embargo,
si estas experiencias se reducen sólo a lo local, terminan siendo
funcionales a la lógica neoliberal. Se constituyen en enclaves
innovadores, pero sin capacidad de proyección. Más aún, entran a formar
parte de la estrategia neoliberal de descentralización y dispersión de
poderes. No nos engañemos: el neoliberalismo apuesta al desarrollo local
y a la compenetración de la población en el mismo, como estrategia para
que los pobres resuelvan los problemas de los pobres. El desafío está en
la intencionalidad política de las experiencias locales y de las luchas
de los movimientos sociales. Y en que dicha intencionalidad política se
convierta en una estrategia de creciente construcción de la unidad y de
proyección global. Es preciso organizar y oponer fuerzas para cambiar las
estructuras que producen pobreza y que ahondan la brecha entre los ricos
muy ricos y los pobres muy pobres.
Unir
dignidades, tejiendo redes. Refiriéndose a las luchas de los zapatistas,
Holloway las sintetiza en la expresión: "Las dignidades se
unen". Y resalta la categoría de resonancia, ligada a la estrategia
de avanzar preguntando. Es preciso avanzar tejiendo vínculos con otras
luchas, buscando respuestas, escuchando ecos. Sin dudas que categorías
como la de resonancia suponen pensar la organización de otra manera. Una
organización entendida como multiplicidad de formas organizativas
diferentes, como búsqueda constante y como espacio para preguntarse y
para elaborar colectivamente. La pregunta es la antítesis del poder como
dominación, pero es el requisito fundamental del poder popular como
liberación. La pregunta es ya otra manera de pensar y reinventar el
poder.
Una
ética de la dignidad se construye desde las identidades y los lazos
comunitarios. Suele suceder que se contraponen los vínculos comunitarios
con los procesos de conciencia política. Se dice que la cultura ligada a
lo comunitario opera como freno de los procesos de educación crítica. El
atraso cultural bloquea el desarrollo político. Esta percepción, en
general, se encuentra unida con una desvalorización de la cultura, del
saber popular y se desplaza sobre el eje de la contraposición entre
cambio social y cultura. Por el contrario, la resonancia nos evoca la
necesidad de replantear el proceso de constitución de las clases sociales
y de los movimientos populares. La conciencia política se genera desde un
trasfondo significativo de experiencia; se encuentra íntimamente
articulada con la vida cotidiana, con las historias de vida, con la
construcción de identidades, con la memoria colectiva. Las clases
explotadas y los sujetos dominados perciben la viabilidad del cambio a
partir de experiencias y prácticas de transformación; desde el horizonte
de sus vivencias, de sus articulaciones, de sus vínculos, de sus lazos
comunitarios. La subjetividad - dialógica, resistente, propositiva,
beligerante- aparece en el corazón de una ética de la dignidad y de la
liberación. A mi entender, los procesos de cambio que se operen
desarrollando vínculos más estrechos con la vida cotidiana, la memoria
histórica y las tradiciones culturales, adquieren mayor radicalidad y se
afianzan con más fuerza que aquellos procesos donde lo político aparece
desligado del contexto vital, aún cuando éstos muestren mayor aceleración.
Aquí veo una riqueza enorme de la práctica social, en tanto busca
articular procesos de cambio político con ritmos culturales y con los vínculos
sociales. Quizás la práctica social pueda estar aportando a la práctica
política la experiencia de que los procesos de transformación deben
estar profundamente arraigados en el tejido social y en la cultura del
mundo de la vida. A veces, el fracaso de las transformaciones políticas
también se debe a un alejamiento de lo político respecto a este mundo de
la vida. Esta ruptura suele ser fatal. Además de llevar al fracaso,
reproduce la separación que el modelo actual impone entre experto político
y ciudadano. La integración de las dimensiones que conforman la
complejidad de la realidad, parece ser una clave -nada despreciable- para
consolidar un proyecto de transformación.
Construcción
de subjetividades múltiples, con una lógica antagónica La
construcción de alternativas en una época post-neoliberal conlleva un
desafío democrático, de carácter radical. El término post-neoliberal
está siendo utilizado por varios autores y no deja de ser provocativo. No
es un término más que integra la lista de los "post". Creo que
está significando la profunda crisis de civilización que vivimos y la
necesidad de trascenderla. Pero, a la vez, está insinuando que las
alternativas deben construirse desde la destrucción operada por los
modelos neoliberales. Nos encontramos con subjetividades constituidas
sobre la base de una ética del mercado, con un Estado donde la corrupción
ha adquirido dimensiones espectaculares, con crecientes niveles de pobreza
crítica y desocupación, con reformas educativas ya en marcha, con un
impacto de la reestructura neoliberal sobre los movimientos sociales
(específicamente sobre el movimiento de los trabajadores), con niveles
crecientes de desagregación social y fragmentación, con la cristalización
de comportamientos violentos a los cuales se responde, no sólo con la
violencia del Estado, sino estimulando la violencia entre los propios
sectores populares (la organización de la gente para su autodefensa
contra los pares). Fenómenos impensables en nuestra tradición cultural y
que nos están mostrando la validez de la tesis de que este modelo ha
penetrado profundamente en el imaginario social y en las conductas y
valores cotidianos. Son esos mismos espacios los que ofrecen ya la
posibilidad de generar alternativas. Como muy bien lo desarrolla Perry
Anderson, si los modelos neoliberales postulan la desigualdad social, las
alternativas deberán dar una batalla por la igualdad social; si los
modelos neoliberales requieren menos democracia, las alternativas exigen más
democracia. Añado, si los modelos neoliberales anulan la diversidad o la
identifican con la fragmentación y desagregación social, las
alternativas deben potenciar la diversidad. 1.
Las prácticas de educación popular liberadora: opción ético-política. En
la construcción de alternativas al neoliberalismo, descubrimos -una vez más-
el potencial de una educación popular liberadora. No puedo disociar dicho
potencial emancipatorio de la figura, la vida y el pensamiento de Paulo
Freire, así como de los cambios operados en su teoría. Freire era
profundamente dialéctico y lo era también en relación a su manera de
pensar. En sus primeros trabajos, Paulo formuló el concepto de
concientización como elucidación de la conciencia. A Paulo le parecía
que si el oprimido veía las contradicciones y tomaba conciencia de ellas,
desarrollaría acciones transformadoras. Posteriormente -con sus
experiencias en África y en toda América Latina- Paulo reconoce la
ingenuidad del concepto de concientización y lo somete a una dura crítica.
Entiende que la realidad es más compleja y que los procesos educativos
deben ir unidos a procesos y proyectos políticos y que éstos debían ser
construidos con el protagonismo de la gente. El cambio operado no es
secundario: revela un distanciamiento respecto al paradigma de la
ilustración, integrando aportes del paradigma dialógico y de las
corrientes posmodernas progresistas. En la "Pedagogía de la
Esperanza" Paulo habla de ser "posmodernamente menos
seguros" y de superar la actitud arrogante de un "exceso de
certeza en las certezas". En su último libro, "La Pedagogía de
la Autonomía", Paulo sostiene que, "donde hay vida, hay
inacabamiento." Lo propio del ser humano es ser inacabado y ser
consciente de su incompletud. La experiencia de la mortalidad es una
experiencia radicalmente humana. Es sabernos limitados, en cuanto somos
creadores permanentes. En dicha obra, Freire introduce el concepto de
soporte, como espacio restringido, como territorio del cual necesita el
animal para sobrevivir, para adiestrarse. Al soporte le falta la capacidad
de opción. Y optar es poder actuar éticamente. Es elegir, incluso, una
vida que no sea acorde a un proyecto ético. "Sólo los seres que se
volvieron éticos, pueden romper con la ética."
Esto,
que nos podría parecer una suerte de debilitamiento de la apuesta ética
de la educación liberadora, por el contrario, para Paulo Freire, pensador
dialéctico, no podía separarse de una postura profundamente radical, más
radical aún frente a la dictadura del mercado. "El discurso ideológico
amenaza anestesiar nuestra mente, confundir la curiosidad, distorsionar la
percepción de los hechos, de las cosas, de los acontecimientos (...). En
el ejercicio crítico de mi resistencia al poder tramposo de la ideología,
voy generando ciertas cualidades que se van haciendo sabiduría
indispensable a mi práctica docente. La necesidad de esa resistencia crítica,
por ejemplo, me predispone, por un lado, a una actitud siempre abierta a
los demás, a los datos de la realidad y, por el otro, a una desconfianza
metódica que me defiende de estar totalmente seguro de las certezas. Para
resguardarme de las artimañas de la ideología, no puedo ni debo cerrarme
a los otros, ni tampoco enclaustrarme en el ciclo de mi verdad."
Entiendo
la educación popular, sobre todo, como un movimiento cultural, donde los
centros e instituciones deben desempeñar un papel de servicio en relación
al movimiento popular en su conjunto y, en especial, a la construcción de
los procesos de poderes sociales y políticos. Hoy nos enfrentamos a la
urgencia de plantearnos con radicalidad las tareas de la educación
popular, precisamente en tanto nos encontramos en medio de una profunda
crisis de civilización. Las crisis son también posibilidades históricas
de autocrítica, de creatividad y de construcción de alternativas. En el
caso de la educación popular, construcción de alternativas junto a los
sectores populares y sus organizaciones.
Sin
embargo, el movimiento de educación popular hoy se ve enfrentado al
riesgo real de perder su capacidad de transformación y su potencial de
aportar a los procesos de construcción de sujetos colectivos protagónicos.
Hay, al menos, tres factores que pueden incidir en este riesgo de
neutralización. Ante todo, la posibilidad de que los procesos de
construcción de democracia con participación popular queden capturados
dentro de una lógica que crea una brecha entre el proyecto político y la
participación de la gente.
En
segundo lugar, la apuesta de muchos sectores del movimiento de educación
popular en cuanto a incidir sobre las políticas públicas. Se trata de
una situación compleja, en la cual convergen factores distintos. Por
ejemplo, converge la necesidad de acceder a nuevas fuentes de
financiamiento en virtud de que se han retirado las fuentes tradicionales.
Estas últimas, en general, estaban animadas por un compromiso ético y
político de transformación. Las nuevas fuentes de financiamiento están
más vinculadas a organismos gubernamentales o a organismos
internacionales. Lo cual, por cierto, condiciona fuertemente las
posibilidades de transformación e impone límites que, en ciertas
circunstancias, resultan incompatibles con dicha intencionalidad
transformadora. Converge, también, la búsqueda de incidir, superando la
posibilidad de marginación. Sin negar que, en toda estrategia
educativo-política importa la negociación para modificar políticas
establecidas, sin embargo es bueno recordar que el movimiento de educación
popular se debe a los sujetos populares y no a las políticas que se
implementan en relación a los sujetos populares.
En
tercer lugar, los organismos internacionales han captado la validez de las
técnicas utilizadas y creadas por la educación popular, conocen el
contacto directo que la misma tiene con la población, así como también
su acervo de experiencias y su capacidad de flexibilizar las formas de
organización. También conocen el papel que desempeñaron las ONGs. en la
lucha contra las dictaduras, así como su distancia frente a los políticas
económicas apoyadas por el propio Banco Mundial. Si no estamos alertas
frente a este panorama nuevo, puede suceder que nuestra buena intención
de incidir en las políticas públicas termine en que serán los
organismos internacionales los que incidirán decididamente sobre la política
educativa que queremos impulsar. Tendremos un efecto a la inversa.
Quizás
nunca como ahora, el movimiento de educación popular se ha encontrado
ante un desafío tan radical. Si en otros momentos nos podía entrar la
duda de cual era su alcance, en tanto veíamos la educación popular
acotada más bien a experiencias micro (talleres, procesos barriales y
sindicales, proyectos, etc.), hoy esa duda no tiene lugar. En el rico
acervo de muchos años de experiencia, la educación popular cuenta con un
componente de enorme alcance ético y político. Nos referimos a su
postura de permanente enfrentamiento a la dominación, explotación y
exclusión, es decir, a su capacidad de batallar en contra de la
injusticia y la opresión. A la vez, este elemento se entrelaza con otro
también de enorme alcance liberador. La educación popular mantuvo
siempre una firme postura anti-autoritaria, lo cual le permitió
desarrollar una crítica permanente a las alternativas construidas por el
socialismo real. No hay verdadera liberación sin democracia. La libertad
no se construye a la sombra de la estadocracia. La autonomía no germina
bajo la sumisión, aún cuando ésta sea justificada como un requisito
indispensable para construir un nuevo mundo. La novedad no crece en un
clima de dogmatismo e intolerancia. La caída del muro para muchos
significó una crisis de terribles consecuencias sociales y personales.
Muchos desistieron de la posibilidad de construir una alternativa, cayendo
en el desencanto. Otros, en cambio, pasaron a combatir la posibilidad de
la alternativa, identificándola con el totalitarismo. Muchos marxistas
dogmáticos de antes hoy son fervientes liberales, con la misma carga de
dogmatismo. Vivimos una época en que la alternativa no está a la vista.
No soportamos este neoliberalismo agobiante y salvaje. Tampoco queremos
reproducir el socialismo autoritario. En medio de la desesperanza, el
movimiento de educación popular cuenta con el caudal crítico de
experiencias, con su potencial emancipatorio. Como tal, tiene un aporte
insustituible que realizar. El aporte de colaborar en la construcción de
alternativas populares hacia un socialismo donde la gente sea realmente
sujeto protagónico y donde la diversidad se articule con la emancipación.
Es una empresa profética, de la cual no puede desistir, a pesar de las
atracciones que el poder ejerce sobre ella. Su opción es muy clara: junto
a los dominados y oprimidos por la construcción de una sociedad que
asegure condiciones de justicia, dignidad, democracia y florecimiento de
la diversidad. 2.
Construcción de ciudadanía con poder y democracia radical. La
construcción de ciudadanía con poder social y político exige -como lo
sostiene Carlos Franco- "otro camino para otra democracia". Para
este autor, la propuesta de otra democracia supone una modificación del
formato clásico de democracia. A su modo de entender, esto se opera en el
siguiente sentido: ingreso de las organizaciones sociales como
co-titulares (conjuntamente con los partidos) de la condición de actores
de un régimen democrático; combinación de reglas e instituciones
propias de una democracia representativa con el ejercicio de una
democracia directa; participación directa de los actores sociales en la
estructura de decisiones y puesta en funcionamiento de mecanismos de
consulta popular, revocabilidad de mandatos, derechos de iniciativa
popular en relación a leyes; transferencia de determinados recursos y
competencias del Estado hacia los actores sociales. La combinación entre
democracia representativa y democracia directa da lugar a un modelo de
democracia participativa.
Al
analizar los procesos históricos, Franco constata un conflicto entre esta
ciudadanía participativa y la creciente desigualdad social. La ideología
dominante justifica la convivencia entre neoliberalismo y democracia
procedimental, sosteniendo que el régimen democrático coexiste con la
desigualdad social, puesto que la democracia representativa es la
reproducción pacífica de las desigualdades sociales. Franco formula la
hipótesis de que -si bien las desigualdades pueden llegar a ser
resignadamente aceptadas como naturales- la creciente agudización de las
desigualdades erosiona tendencialmente la representatividad de los actores
y la legitimidad del régimen. Tiende hacia una crisis de representación.
Hablar de tendencia no significa determinismo: del conflicto entre
igualitarismo valorativo y desigualdad objetiva, no deriva necesariamente
un cuestionamiento radical al régimen. Se requiere necesariamente la
intervención de la subjetividad y la iniciativa de las organizaciones
populares. En esta lucha cumple un papel preponderante la defensa de los
derechos sociales: "La experiencia de los derechos sociales se
organiza como una matriz de las significaciones populares de los derechos
civiles y políticos."
Las
experiencias latinoamericanas nos muestran la necesidad de un compromiso
creciente de la educación popular con la construcción de ciudadanía.
Aquí es oportuno detenernos brevemente para expresar una dificultad. Sin
lugar a dudas, hoy en día asistimos a un "retorno del
ciudadano" en la teoría política. Sin embargo, nos sentimos
forzados a adjetivar la categoría de ciudadanía; se hace necesario, así,
hablar de ciudadanía activa o de ciudadanía participativa. Esto está
significando que el concepto de ciudadanía no satisface plenamente las
exigencias de una democracia participativa. El retorno del ciudadano no
equivale a la construcción de un modelo de democracia participativa o
radical. Es decir, de una democracia que no solamente enuncia la necesidad
de participación en el plano discursivo, sino que lo operativiza en el
plano institucional y en la historicidad de las formas democráticas. La
apuesta de una educación popular - identificada con los sujetos protagónicos
de la transformación - supone, necesariamente, la institucionalidad de la
participación permanente. La generación de poderes sociales y políticos.
En
esta tarea de apoyo a la construcción de un proyecto de democracia
participativa, importa también descubrir las brechas y los espacios que
permitan acumular fuerza y organización de los sectores populares, en el
sentido de construir alternativas en el ejercicio de poderes locales, pero
con proyección a la ciudad y al conjunto. En la medida en que los
procesos de una democracia radical y participativa van generando: formas
nuevas en el ejercicio del poder, mecanismos de control efectivo sobre la
gestión, estilos de conducción abiertos al ejercicio del poder por los
ciudadanos, aplicación del principio de justicia que da prioridad clara a
los más postergados, manejo pedagógico de los conflictos, y un proceso
educativo y político que permita visualizar los límites impuestos por
los modelos neoliberales, en esa medida se está operando una proceso de
politización que no es funcional a la estrategia de globalización. Sin
embargo, hay signos de que los procesos de descentralización -impulsados
por gobiernos de izquierda- se pueden estar alejando de varios de estos
supuestos ético-políticos. Una tarea de vital importancia es
recuperarlos y profundizarlos. Es decir, de-construir el proceso para
re-construirlo.
Me
parece pertinente aquí la categoría de "de-construcción", es
decir, de repensar la democracia desde la diversidad, desestructurando los
poderes institucionalizados, detectando y aprovechando las fisuras, para
re-construir nuevos poderes sociales en manos de los sectores populares.
Marco Raúl Mejía señala que la de-construcción supone la búsqueda por
un nuevo sentido y la entiende como una postura filosófica caracterizada
por algunos de los rasgos siguientes: intervención activa frente a las
formas de institucionalización del poder; penetrar en la voz de lo
institucional y en el imaginario de las personas para generar procesos de
desestructuración y reconstrucción; oír los márgenes de la máquina
institucional; desarrollar la sospecha, descentrando la objetividad
institucional; ver lo que hace invisible al poder; resignificar las
experiencias humanas; capacidad de leer desde las huellas de nuestras
experiencias; crecer desde la incertidumbre; actuar sobre las fisuras;
superar las miradas binarias y producir nuestro texto, abriéndonos a la búsqueda
de la intertextualidad.
Si
los procesos de construcción de poder local deben orientarse precisamente
a una mayor decisión, control y poder por parte de los ciudadanos, a través
de las organizaciones populares, en la toma de aquellas decisiones que los
atañen, habrá que estar especialmente atentos a que el programa y
proceso de descentralización con participación popular, logre una
efectiva transferencia de poder. La apuesta de la educación popular es
profundizar sin vacilaciones los espacios de poder de las organizaciones
populares y de los ciudadanos, en especial de los sectores más
postergados de la sociedad. En tal sentido, es imprescindible evitar toda
forma de cooptación por parte del aparato institucional, así como también
toda forma de subordinación política y el posible distanciamiento de los
organismos de gobierno local respecto a la gente y a sus organizaciones.
Estos
desafíos son consustanciales a una educación popular que apuesta a la
liberación, entendida en su sentido integral, es decir, en sus
proyecciones éticas, políticas y culturales. Una educación popular
comprendida como movimiento que desarrolla una lucha contra los proyectos
hegemónicos ligados al neoliberalismo y a la estrategia de globalización.
Una educación popular que impulsa una búsqueda, necesariamente rigurosa
y creativa, guiada por la convicción de que la cuestión del poder sigue
hoy más vigente que nunca, si bien se plantea en términos distintos y
novedosos. La apuesta continúa siendo la del fortalecimiento del poder
(de decisión, de control, de negociación, de lucha) de los sectores
populares, precisamente en una etapa histórica en que los modelos
vigentes multiplican las formas y niveles de exclusión.
Desde
la perspectiva de una ciudadanía participativa en de-construcción y en
re-construcción, será necesario elaborar las políticas sociales.
Respecto a ellas también se requiere un importante esfuerzo de-construcción.
La utilización del término "políticas sociales" resulta ser
tan impreciso -cuando se lo maneja desde la educación popular- que, por
momentos, no se percibe con claridad la diferencia respecto a la utilización
que del mismo hacen los organismos internacionales, tales como el Banco
Mundial. Será necesario abrir un debate en torno a la articulación entre
políticas sociales y ciudadanía participativa. Por el momento, intento sólo
señalar que las políticas sociales que se elaboran desde una ciudadanía
participativa requieren, al menos, las siguientes características:
a)
Deben implicar a múltiples sujetos, superando la focalización en ciertos
sectores sociales.
b)
Se orientan a fortalecer capacidades y a generar poderes sociales y políticos.
Pero se trata de poderes que trasciendan la autogestión de la pobreza (la
administración de la miseria). Es preciso generar poderes a nivel de la
ciudad en su conjunto y de la sociedad global. No hay políticas sociales
separadas de ciudadanía participativa.
c)
Se trata de políticas sociales que resultan inseparables de la elaboración
de medidas de justicia social que ataquen decididamente la injusticia
creciente, tanto a nivel económico, como a nivel de las necesidades
fundamentales relacionadas con la calidad de vida. Dichas medidas de
justicia deben necesariamente afectar a los sectores privilegiados.
d)
Las políticas sociales son inseparables de una lucha contra un modelo de
supuesto desarrollo con exclusión y destrucción de la vida. Son políticas
que forman parte de la lucha contra la hegemonía neoliberal.
e)
Requieren la participación activa y efectiva de los afectados por las políticas,
en su misma elaboración. No se trata de que la población participe luego
de que los técnicos hayan elaborado las políticas. Se trata de que los técnicos
y educadores sean capaces de desarrollar un proceso cultural-educativo que
permita la elaboración colectiva de dichas políticas. En tal sentido el
término "empoderamiento" (al menos como lo usan los organismos
internacionales) no resulta adecuado para expresar lo que aquí se busca
decir. Hace pensar que la población se "apodera" de una política
ya formulada. Por el contrario, de lo que se trata es de que la población
participe en la elaboración, gestión y control del desarrollo de esa política.
Sigue, por lo tanto, vigente el término poder social y político.
f)
Las políticas sociales requieren transversalidad y no verticalidad. Es
decir, suponen articulación de los diversos actores en el sentido de
implementar medidas y acciones que atraviesen todo los campos de dichas
políticas. La fragmentación de las políticas sociales favorece, más
bien, la fragmentación de los actores. Por tanto, no se trata de dar un
salto de las políticas sociales micro a lo macro, sino de que, desde un
comienzo, los actores ya se muevan hacia lo macro, es decir, hacia la
transformación estructural del capitalismo neoliberal. 3.
Proyecto ético-político emancipatorio: identidades y diversidades en las
luchas de los movimientos sociales. Debemos
prevenirnos de todo discurso abstracto sobre la diversidad. Dicho discurso
es, obviamente, una forma de negarla. Hoy en día asistimos a una
emergencia histórica de la diversidad, que desafía la impronta abstracta
y universalista del pensamiento único. Este florecimiento de la
diversidad tiene que ver con: la crisis de modelos basados en una visión
unilineal del progreso; la superación de un paradigma de la simplificación
sustentado sobre la base del pensamiento único; el desarrollo de una
cultura de la posmodernidad que exalta la pluralidad de formas de vida.
Sin embargo, existe un cuarto factor que en América Latina ha desempeñado
un papel fundamental; me refiero a los movimientos sociales. El movimiento
ecologista, el movimiento por los derechos humanos, la teología de la
liberación y las comunidades cristianas de base, el movimiento de los sin
tierra, el movimiento feminista, el movimiento de educación popular y los
movimientos indígenas han puesto, con fuerza, en el orden del día, no sólo
el tema de la diversidad sino también el tema de las condiciones de su
posibilidad. Lo que requiere de procesos socio-culturales desarrollados
desde las diferencias; crecer desde las incertidumbres con un sentido
profundo del límite y de lo incompleto, pero fortaleciendo valores éticos
sustantivos; articular la construcción de lo nuevo con la memoria y el
saber acumulado. Se trata de construir una ética de la articulación, según
el acertado término utilizado por Charles Taylor. Una pedagogía de la
diversidad y una ética de la alteridad: capacidad dialógica, profundo
respeto por los otros, disposición a construir juntos desde saberes y
experiencias distintas.
Si
el pensamiento único (componente sustantivo de la actual propuesta hegemónica)
anula las diversidades reconduciéndolas a la supuesta diversidad del
mercado; si las corrientes posmodernas exaltan la diversidad, pero
arriesgan identificarla con la fragmentación de relatos; el pensamiento
alternativo, por el contrario, debe apostar a articular diversidades en
torno a valores fuertes. Con este término entiendo, el valor de la
dignidad, de la justicia social, de la igualdad social, del
reconocimiento; valores que se integran en una ética de la liberación,
expresada a nivel de la sociedad, de cada uno de nosotros y a nivel de la
expansión de la diversidad de la naturaleza. Por eso, acertadamente
Leonardo Boff destaca que la teología de la liberación y el discurso
ecológico tienen una identidad común, puesto que parten de dos heridas
profundas. La primera, la herida de la pobreza y de la miseria, que rompe
el tejido social de millones de pobres del mundo entero; la segunda, la
agresión contra la tierra, que desestructura el equilibrio del planeta.
Ambas parten de un clamor: el grito de los pobres por la vida y el grito
de la tierra que sufre bajo la destrucción.
Desde
un punto de vista ético, cabe la sospecha de si afirmar la diversidad no
significa caer en el relativismo. De hecho, las investigaciones antropológicas
sobre las culturas han sido protagonistas de la afirmación del
relativismo ético. Ahora bien, creo que el reconocimiento de la
diversidad debe conjugarse con una ética de la articulación. Más aún:
ambos se necesitan mutuamente. La justificación filosófica de la ética
no puede darse desde un punto abstracto y universalista. El universalismo
abstracto ha engendrado históricamente las peores dominaciones y
destrucciones de la vida humana; ha justificado que ciertas culturas se
auto-consideren superiores a otras y que, en nombre de supuestos valores
universales, libren una batalla genocida, destruyendo vidas, religiones y
culturas. No puede ser ésta la perspectiva teórica de justificación de
la ética. En tal sentido, la argumentación debe partir desde la
diversidad. El reconocimiento de la diversidad -salvo que se caiga en una
contradicción pragmática- ya supone afirmar valores sustantivos, pues
reconocer la diversidad y comprenderla requiere reconocer y comprender la
dignidad de quienes la sustentan. La misma afirmación posmoderna:
"todo es absolutamente relativo, pues sólo existe diversidad de
relatos", cae en una contradicción pragmática, pues al enunciarse,
se niega a sí misma. Esta actitud de compenetración por los otros y por
las otras culturas tiene un límite ético insoslayable: se debe aceptar y
promover la diversidad, a excepción de aquella diversidad que niega la
diversidad misma. En tal sentido, desde la diversidad, jamás se podrán
justificar ni los totalitarismos, ni el dogmatismo, ni la intolerancia, ni
la xenofobia, ni el neoliberalismo, en tanto son destructores de
diversidades. El pensamiento único -es decir, el no-pensamiento- arrasa
con las diversidades, en tanto éstas puedan constituir márgenes para la
construcción de alternativas. Aquí radica el límite profundo del
pensamiento posmoderno: exaltar la diversidad fragmentada, terminando en
la disolución de la razón y en la desesperanza frente a la construcción
de proyectos globales. En una palabra, en la afirmación de diversidades
que son funcionales a un proyecto homogéneo, compacto, coherente y
hegemonizante: el proyecto neoliberal. Como lo afirma Eagleton, "se
puede aventurar -en una primera y cruda aproximación- que gran parte del
posmodernismo es políticamente opositor, pero económicamente cómplice".
Además,
reconocer la diversidad es comprometerse efectivamente con la lucha por
asegurar las condiciones que permitan expresarla y desarrollarla.
Construir, pues, la unidad desde la diversidad y no ahogar la diversidad
desde un unidad ya constituida. Juan Ramón Capella, comentando la
actualidad del "Manifiesto" de Marx y Engels, sostiene:
"Internacionalismo no equivale a uniformidad, no es un intento de síntesis
haciendo abstracción o prescindiendo de lo que es diferente. No supone
eliminar las diferencias. Es el proyecto de construir una multiversidad
(...). El internacionalismo no niega la diferenciación nacional de las
poblaciones, sino que se construye como articulación de su pluralismo, de
sus diferencias (...). La problemática de especie implícita en
los problemas ecológicos, de la paz, de los desequilibrios entre las
poblaciones del planeta, que afecta al presente y a las generaciones
futuras, es internacional y supranacional y abordarla exige un aprendizaje
de cooperación en la diversidad."
De
lo anterior deriva la necesidad de cuestionar supuestos modelos de
desarrollo que uniformizan y hegemonizan, destruyendo diversidades. El
economista Max Neef sostiene que existe un punto de umbral, de acuerdo al
cual el crecimiento económico incide en el mejoramiento de la calidad de
vida. Una vez que se cruza ese punto de umbral, el crecimiento que se
genera, cada vez contribuye menos a producir desarrollo auténtico y se va
concentrando cada vez más en resolver los problemas generados por el
propio crecimiento. Esto requiere de prácticas que potencien la
construcción de una subjetividad colectiva entendida como maduración
integral de identidades. Los procesos de aprendizaje no pueden quedar
atrapados en formas de racionalidad exclusivista. Será, pues, necesario
replantearse la concepción del aprendizaje sólo como conocimiento
racional y sólo como racionalidad instrumental y simplificadora. En los
procesos de aprendizaje, que acompañan las acciones colectivas, el
descubrimiento y desarrollo de las potencialidades de los actores sociales
configura un nuevo campo de relaciones. Al decir de Amartya Sen, la
calidad de vida debe ser entendida como desarrollo de capacidades. La
capacidad de una persona refleja combinaciones alternativas de los
funcionamientos que ésta puede lograr. Combinación de varios quehaceres
y seres, en los que la calidad de vida debe ser evaluada en términos de
la capacidad para lograr funcionamientos valiosos. Supone conjugar las
capacidades con la satisfacción de necesidades básicas y con la
necesidad de reproducción de la vida. Tener en cuenta las capacidades
requiere potenciar una libertad positiva, es decir, lograr que los actores
sociales puedan realizar efectivamente sus metas, procurar el desarrollo
de sus proyectos de vida personales y colectivos. Desde esta perspectiva,
el concepto de calidad de vida exige superar todas las formas de opresión
y dominación, puesto que nadie puede desarrollar sus potencialidades en
tanto dominado. Las opresiones y desigualdades condicionan e influyen en
las expectativas y deseos, pues es difícil desear lo que no se puede
imaginar como una posibilidad.
Los
movimientos sociales antisistémicos -es decir, constructores de una
hegemonía contraria al neoliberalismo- han logrado articular las
diversidades con las exigencias de condiciones que aseguren su
fortalecimiento y expansión. Lo vemos en el movimiento indígena que se
expresa en muchos lugares de nuestra América Latina, pero que adquirió
una fuerza desafiante en el movimiento zapatista de Chiapas. Lo vemos
también en el Movimiento de los Sin Tierra que ha logrado articular la
lucha por reivindicaciones concretas, las acciones de ocupación de
tierras, el proyecto de reforma agraria, el desarrollo de subjetividades y
los procesos de una educación liberadora ligados a estas luchas. El nuevo paradigma está abriéndose camino, a través de los procesos de una democracia participativa, de las luchas de los movimientos sociales, de la construcción de la unidad desde la diversidad, de las prácticas de una educación popular liberadora, de proyectos políticos transformadores construidos con la gente. Exige un gran despliegue de creatividad, de imaginación, de inteligencia y de compromiso. Requiere articular redes, organizaciones, experiencias y luchas, trascendiendo los espacios locales para proyectarse a nivel planetario y mundial. Supone elaborar nuevas visiones políticas, desde una perspectiva ética de liberación. Quizás nunca como ahora la libertad y la imaginación se vieron desafiadas a construir un proyecto colectivo de dimensión mundial, si es que queremos evitar que continúe la destrucción de la vida. |
por José Luis Rebellato
Revista de la Multiversidad Franciscana de América Latina, N° 8, Montevideo
Ver, además:
José Luis Rebellato en Letras Uruguay
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