Punta Carretas
Rebar

El origen del nombre de "PUNTA CARRETAS"

Diferentes versiones circularon respecto al motivo del nombre de nuestro barrio.

Muchos años atrás subía al tranvía "35" don Alvaro Barros-Lemes, hoy destacado Profesor Universitario e lnvestigador Histórico.

Nos cuenta Don "Alvarito", que en una investigación que está realizando sobre los viajeros al Río de la Plata, desde el descubrimiento hasta la Independencia, encuentra en un viejo libro "Hacia allá y para acá", escrito por el Misionero Jesuita Florian Paucke, nacido en Silecia en el año 1719, la siguiente nota:
... el mar con las olas agitadas por el viento nos levantaba y seguimos con felicidad más adelante hasta que vimos más cerca el puerto marítimo y la fortaleza de Montevideo. Anocheció y nosotros quisimos alcanzar el puerto; la luna lucía clara porque el cielo estaba sin nublazón. En la 8ª hora llegamos hasta cerca del puerto marítimo, vimos enfrente a mano derecha una hilera de peñascos bajos contra los cuales nos empujaba el mar. 

Los Españoles llamaban a esta hilera de peñascos, las carretas. Creímos que el viento nos alejaría pero la corriente nos arrojaba hacia los peñascos.

Nuestro piloto vio el peligro que nos amenazaba, subió al mástil y vio que el buque se acercaba siempre a los peñascos (y) gritó entonces desde arriba en el mástil: ¡caiga el ancla! (esto) significa: Falle dar Anker. El ancla ya estaba lista y se hundió sin demora. Cuando cayó experimentó nuestro buque un fuerte temblor que nos causó un buen consuelo como una seña de buena esperanza pero a un sacerdote alemán de mi edad y también a un misionero de 21 años le causó el mayor susto pues creyó que el buque ya naufragaba contra una roca y comenzó a gritar fuertemente: ¡el buque naufraga y nosotros perecemos!. Si bien por su candor y gran elocuencia era un favorito del capitán asimismo el capitán le reprochó por su miedo y le mandó callarse.

Los Marinos Españoles al pasar frente a esta zona (nuestro barrio) asociaban esas rocas con una larga fila de Carretas y seguramente dirían "estamos pasando frente a la Punta de las Carretas".

De las pencas y cuadreras a "las carreras de los ingleses"

EL LEGENDARIO HIPÓDROMO DEL ESTE NACIDO EN EL 1881


Lejos del brillo de antaño, el Hipódromo Nacional de Maroñas suele recobrar en las clásicas jornadas de enero, algún resto de sus pasados esplendores. Hoy, por "la recta de los recuerdos", viene avanzando la mítica estampa de un antecesor del más que centenario circo de Ituzaingó, que al par que decretó el alejamiento del gaucho jinetazo -desplazado por el "jockey" de perfil británico- ayudó a crear entre nuestra gente la afición por el turf.

Casi al mismo tiempo en que el Director de "The English High's School" - Mr. Heary Castle Ayre , dedicaba el descanso sabatino a instruir a sus alumnos para la práctica del football en algún lugar de la desértica Punta de las Carretas, algunos compatriotas suyos protagonizaban, en la misma zona, capítulos importantes de la naciente historia del turf.
A los niños que concurren actualmente al Shopping Center de ese sector de la capital, les resultará difícil creer que, hasta hace poco, existía allí la Cárcel Penitenciaria: y a quienes sumen más de quince años y conocieron la mole del Penal, tampoco los será fácil imaginar que, en las proximidades de ese establecimiento de reclusión hubo, en remotos días, un hipódromo que tuvo una irregular actividad entre los años 1881 y 1890.
Fue en ese lugar, precisamente, que se fundó el primer club hípico que conoció el Uruguay, con la entusiasta acogida de la colectividad británica, y una significativa adhesión de caracterizados personajes de nuestras principales esferas.

RELATIVA REPERCUSION EN EL ESTRENO

Para la jornada inaugural -domingo 13 de marzo de 1881- se esperaba recibir a una concurrencia desbordante. Aparte de la atracción que despertaba el programa entre los flamantes turfmen, estaba la perspectiva de disfrutar de la belleza del panorama desde el gran palco, verdadero mirador que acercaba la visión del mar. Cabía allí, cómodamente, un millar y medio de personas, las que podían alternar sin molestia alguna en el amplio café-restaurant para saborear un humeante cafecito, o saciar su sed con un buen refrescado de grosella o granadina.

Sin embargo, los cálculos optimistas de los organizadores fallaron lamentablemente. Un público reducido ofreció una opaca respuesta a la convocatoria; y sólo la presencia en el palco del presidente de la República, Dr. Francisco Antonino Vidal, aportó una mención importante a la crónica social del acontecimiento.

En tren de buscar explicación más o menos lógica a tal ausencia masiva, se creyó hallarla en el precio de las entradas. Aún cuando el acceso de las damas era libre, los caballeros debían abonar algo así como un peso y medio para ingresar al palco... (una exageración para aquéllos días).

Seis fueron las pruebas y disputadas en la ocasión: y todo habría transcurrido normalmente, de no haber cometido una injustificable imprudencia el aficionado Luis Ríos, que empujado hasta la copa de un ombú por su pasión turfística, se olvidó de la riesgosa posición en que se encontraba y comenzó a aplaudir calurosamente a su candidato que acababa de ganar. Hacerlo y precipitarse al suelo fue todo uno. Huesos fracturados y un tremendo susto, arrojó como saldo doloroso aquella exteriorización triunfal, tras la cual el jefe de la policía local -Comandante Clark- condujo el operativo de auxilio al herido.

Concluida la reunión, los responsables de la programación sirvieron "una abundante comida a las autoridades e invitados especiales, en una gran carpa de las inmediaciones".

UN LARGO PERÍODO DE INACTIVIDAD

Tal vez cundió el desánimo entre los administradores del circo esteño, ya que por un espacio dilatado de tiempo no se renovó allí la emoción del espectáculo hípico.

Recién el 30 de junio de 1881 se llevó a cabo una segunda reunión, tanto como para romper momentáneamente la inercia: y nuevamente, se abrió una pausa que se extendió hasta el 11 de diciembre de ese mismo año. El movimiento del "sport" fue bastante pobre, superado ampliamente por las apuestas "mano a mano" que se cambiaron entre varios concurrentes al palco. Algún éxito aislado se anotó en la reseña de este hipódromo: pero ello no alcanzó para consolidar una larga permanencia en el lugar, llegándose al cierre definitivo en l890, cuando ya se había inaugurado el Hipódromo Nacional de Maroñas.

En Punta Carretas, la mujer no había mostrado interés por "el deporte de los reyes": contadas con los dedos de las manos las presencias femeninas, pocas veces contribuyeron con su belleza a realzar el brillo de las jornadas en aquel escenario, vecino de la ya nacida Parva Domus. Hubo que esperar varios años -justamente hasta la puesta en marcha del hipódromo maroñense- para lograr que las damas enriquecieran mediante asistencia frecuente el paisaje turfístico, con la distinción de sus atuendos y sus elegantes siluetas.

EL DESTINO DE UNA ZONA

El football (como se escribía antes de la castellanización de la palabra); y el turf, vieron llegar un día hasta Punta Carretas, a su compañero de triángulo deportivo: el golf.

Antes de fin del siglo XIX -allá por 1894- otros ingleses estrenaron algunos "links" donde estuviera el Hipódromo del Este y dieron origen a la creación del Golf Club de Montevideo, actual Club de Golf del Uruguay.

El paraje -un auténtico regalo de la Naturaleza, que el hombre supo apreciar y aún mejorar con un tratamiento excepcional constituye en la actualidad uno de los puntos más hermosos de la panorámica capitalina.

Según pasa el tiempo.
REBAR - Diario El País
12 de enero de 1997.

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