El ambiente mundanal

Real de Azúa frecuentaba ambientes distinguidos donde su figura elegante, su talento y su cultura lo hacían simpático a los amigos y mirado por algunas jóvenes con muy buenos ojos. Con alguna salió bastante: lo corriente era bailar, ir al cine o a la confitería Americana, en 18 de Julio. En el hotel Carrasco había a la vez tres orquestas: en la terraza abierta se bailaba al son de los "Lecuona Cuban Boys" o de la orquesta de "Xavier Cugat", acompañado de la escultural Abe Lene. En el salón comedor tocaba alguna de las típicas: se alternaban los tangos con las milongas. En el salón de fiestas, durante un tiempo, funcionó una orquesta de vals, generalmente vieneses. Según la chica, uno la invitaba a bailar en una u otra sala, consultando desde luego el gusto de la señorita. Nada hay que censurarle ni de frívolo, si se tiene en cuenta que actualmente los muchachos salen a bailar también todos los sábados. El resto de la semana trabajábamos y estudiábamos.
Pero donde aparecía una cuestión cultural, Real de Azúa dejaba de lado todo lo frívolo, que era sólo una envoltura bastante aparente en él, y se enfrascaba en el tema. Aunque no éramos del mismo grupo de amigos, por lo que lo conocí un poco al pasar, puedo contar esta anécdota. Una noche estábamos en el hotel Carrasco, serian las tres de la madrugada y ya cansados íbamos dos o tres a esperar un ómnibus que pasara por la Rambla, cuando Real de Azúa, que tenía un autito, y también se retiraba, nos dijo algo así como "los arrimo" o "los llevo". Nos pareció de perlas, pero al llegar al hall de salida, se encontró con una señora, para nosotros, en aquel tiempo, veterana, pero que hablaba muy bien inglés y se puso Real de Azúa a hablar con ella, pues estaba mejorando esa lengua. Al rato se sentaron y nosotros, en la puerta, esperábamos rezongando: -"Pero ¡mire que detenerse por esa vieja!" A los tres cuartos de hora se despidió de ella y nos trajo. Y esto, que no es nada en si, ilustra visualmente cómo Real de Azúa, como nosotros, era frívolo hasta que aparecía una cuestión cultural, que se superponía en seguida a lo superficialmente aparente. En realidad era sumamente llano, cordial y aunque pertenecía al patriciado jamás hizo la más mínima diferenciación de clase social. Trataba a todos como tiene que hacerse pero a veces no se hace, con igual llaneza. Rodríguez Monegal dice que Real de Azúa lo invitaba a las fiestas a las que iba, a partidos de básquetbol, a vacaciones en Punta del Este, a almuerzos en el Golf "todo un mundo -agrega- que yo apenas conocía y era el mundo de Carlitos, más urbano y elegante que el que me había tocado en el reparto, pero que él me ofrecía con la sencillez y elegancia del que sabe dar". Solamente objetaría la palabra "reparto", porque el tener un apellido antiguo no implica riqueza: quizá en el bolsillo de ambos la cantidad de dinero estaría bastante pareja. Pero, en fin, todas fueron experiencias aprovechables: vio el mundo desde bastante arriba, también el de la posguerra de España, el turbulento de la política uruguaya: conoció la pobreza de amigos y los ayudó a mejorar su condición. pues terna un corazón de oro. Todo eso hace de él un ser intelectual, y emocionalmente rico, complejo, difícilmente aprehensible. Incluso creo que hubo un desencanto amoroso que tal vez dejó huella: la muchacha era bonita, fina, agradable. En ese aspecto la suerte fue injusta con Real de Azúa. Pero no se quejó ante nadie, porque era un perfecto caballero.

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