Carlos Real de Azúa

 
En el plano personal, conocí poco a Real de Azúa, y al ser invitado a escribir sobre él empecé por negarme: hay una veintena de críticos que podrían hacerlo mejor que yo. Luego acepté, porque con ello me obligaba a mi mismo a entrar en el mundo muy complejo; rico en variaciones, pero de gran profundidad intelectual, de múltiples experiencias, de hondura de pensamiento, de vasta cultura, de sintaxis que a veces obligan a leer de nuevo, de este señor de la prosa, ensayista, polemista, doctor en leyes y profesor, que es una de las cumbres de que puede enorgullecerse la literatura uruguaya del siglo XX. No sé si al iniciar este estudio podré enseñar a otros algo respecto de Real de Azúa, pero por lo menos, al adentrarme en su vida y escritos, aprenderé yo mismo.

El ambiente familiar

En denso prólogo a los escritos de Carlos Real de Azúa, Tulio Halperin Donghi señala algunos antecedentes de la familia paterna. En cuanto a Rodríguez Monegal, ha rastreado, de manera accidental, la existencia de algún Real de Azúa en un cargo importante en Chile, en la época de la independencia. Pero de acuerdo al primero de los críticos, en 1794 llegó a Buenos Aires Don Gabriel Real de Azúa, el cual se dedicó, como era muy corriente, a labores vinculadas con el comercio. Uno de sus hijos, Ezequiel Maria, que nació en 1804, contrajo enlace con Mercedes Lavalle (hermana del general Juan Lavalle, adversario de Rosas: de este matrimonio nacieron cinco hijos, uno de los cuales fue Gabriel Real de Azúa Lavalle. En 1854, Mercedes Lavalle, ya viuda, se casó en segundas nupcias con Carlos Horne, norteamericano. radicándose en Montevideo. Gabriel Real de Azúa Lavalle contrajo matrimonio con Cipriana Muñoz y entre los diez hijos que tuvieron uno, también Gabriel, de profesión médico se entusiasmó con la vida, personalidad y obra de Batlle y Ordóñez y, casado con Maria Esperanza Tocavent, de este matrimonio nacieron tres vástagos, uno de los cuales fue el escritor Carlos Real de Azúa. Pero aparece una contradicción en el plano de las ideologías pues si bien el padre era, además de batllista, ateo, la madre practicaba el catolicismo. Esas dos influencias debían forzosamente incidir en la formación de su hijo. Venció la voluntad o persuasión materna y Carlos Real de Azúa recibe la enseñanza católica de la época, que era muy cerrada, pues recuerdo que aún en 1944, cuando examinaba literatura, en algún colegio religioso, como representante oficial, a veces, al preguntar Tolstoi y Víctor Hugo, la alumna, asustada por la pregunta, me decía: "Pero... ese autor está prohibido". Las monjas, algo azoradas, me miraban a ver qué actitud tomaría yo. Y como mi "¡buá, vamos a preguntar otro autor!" respiraban. Y si señalo esto es porque la enseñanza que habrá recibido Real de Azúa debe haber sido muy dogmática y eso puede explicar ciertas incongruencias de su pensamiento inicial. Que no representan al verdadero pensador que luego fue. Hubo un enfrentamiento duro entre Batlle y los católicos uruguayos a propósito de la separación de la Iglesia y el Estado que dejó heridas por ambos bandos, sin recordarse que el primero que marcó esa distinción fue Jesús, cuando dijo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero el caso es que las mujeres católicas llevaron, durante mucho tiempo, una cruz colgada sobre el pecho en señal de protesta. En realidad Batlle no quería perseguir a la religión católica, sino que consideraba que ninguna religión debía ser oficial. Incluso, cuando una comisión de damas que hacían obras de beneficencia fue a ver a Batlle para pedirle la colaboración del Estado en esa obra social y laica, llevaban, las más, cruces de protesta, aquél las felicitó por la dignidad con que mantenían sus ideales y luego entró a tratar el tema objeto de la audiencia.

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