El ambiente estudiantil

Curiosamente, a pesar de tener la misma edad. conocí a Real de Azúa en un tribunal examinador de literatura en el Vázquez Acevedo. El hacia una agregatura de esa materia y al recibirse de bachiller, ya podía aspirar a suplencias, pues entonces no existía, ni el Instituto de Profesores Artigas, ni la Facultad de Humanidades, ni la Escuela de Profesores del Instituto de Estudios Superiores, que fue anterior a ambos. Cada docente estudiaba por si mismo y a los porrazos. La llamada al pie de página de un libro o la cita dentro del texto advertía al incipiente aprendiz de profesor la existencia de otra fuente a explorar de manera bastante solitaria. En Preparatorios para Derecho había, entonces, en el Vázquez Acevedo, dos grupos en primero: el "A" y el "B", que tenían, de momento. cierta rivalidad. Quizá en el "B" estuviera Real de Azúa; si era así, en ese momento no lo había identificado. Luego. significativamente existía un solo segundo curso de Preparatorios de Derecho, lo que indicaba que la barrida iba a ser grande. Dentro del "A" se polemizaba en el patio, incluso con brillantez, a propósito de políticos, pero más aún sobre religión, pero los planteos eran de un extremismo increíble. "¿Sos fascista o sos marxista?" y "¿Creés en Dios o sos ateo?". No había puntos medios en esa dialéctica. Y curiosamente, las discusiones sobre religión eran más encarnizadas: memorables las de Ganón contra Grauert y Barbé Pérez: los tres llegaron a ser profesores. Se formaban corrillos para escucharlos. Algo de lo que decían se entendía y el resto de la dialéctica metafísica se captaba a medias, pues los escuchas no nos especializábamos tanto, ni estábamos. por lo menos yo, seguros respecto de a qué cosa le llamaban Dios. Además, había cierta rivalidad de grupo a grupo. Por motivos que ignoro, uno del "A" entreabrió la puerta del "B" cuando daban clase y dijo a media voz "cornudos". Cuatro o cinco zamarrearon durante el recreo a quien tuvo la malhadada idea. Entonces, en el recreo siguiente, los del "A" consideraron que cinco contra uno era demasiada prepotencia y decidieron "cascar" a los actores; pero estos fueron defendidos por todo el grupo "B". Los dos grupos se trenzaron a puñetazos en el ángulo del segundo patio próximo a donde estaba el salón 13 o 15. Alrededor de ciento cincuenta alumnos a puño limpio: por suerte, de físicos más o menos iguales, nadie quedó "knock out". Se separaron al tocar la campana y de puro molidos.

Al año siguiente todos estábamos juntos en el único curso de segundo. En cuanto a mi, si bien gustaba escuchar las ideas de mis compañeros, me interesaba más el tema de la federación latinoamericana y el estudio del indígena precolombino y luego la condición actual en planos culturales y sociológicos, con cierta simpatía, quizá bastante, por el aprismo. Cuando tímidamente se aventura la idea de la federación, era entonces hablar en chino; algunos de mis compañeros de clase que me oían, a las primeras palabras me salía con un "Bah, tú estás loco". Me iba a la Biblioteca del Vázquez a escribir, durante el recreo y en las horas puente, la novela de ambiente charrúa prehispánico "Los Iporas", que se editó recién en 1939, por razones económicamente obvias. En el prólogo hago una mención a Haya de la Torre. Naturalmente que descuidaba algunas materias, y el bachillerato lo hice en tres años, no en dos. Por eso, cuando rendí examen del segundo curso de Literatura, en el Tribunal estaba Real de Azúa. Yo había dejado ese examen para febrero, porque el profesor José Pedro Segundo era, según se decía, muy exigente, y cuando reprobaba a un alumno expresaba su fallo con estas palabras: "Al Báratro" (era el precipicio donde se arrojaba a ciertos criminales en Atenas). Y de ahí que en el Vázquez Acevedo subsistió durante bastante tiempo un neologismo: el verbo "baratrear". Pero Segundo tenía la cortesía de no examinar en febrero, con lo que daba un respiro a los estudiantes. Yo me presenté en ese período ante un tribunal formado por Carlos Sabat Pebet, Hugo Rodríguez y Carlos Real de Azúa. Después de hacer la disertación (el autor de la bolilla era Diderot), me preguntó Real de Azúa sobre "el tema del mar en Lord Byron". En aquella época leíamos seis o siete libros de un autor y había que relacionar puntos afines o dispares. Ese tema lo relacionamos, de acuerdo a las preguntas de Real de Azúa, sobre la base de "Chile Harold", "El corsario" y "Don Juan". Luego Sabat Pebet me preguntó un punto de un libro de Chateaubriand y después, satisfecho con las respuestas, se recostó hacia atrás y me dijo que disertare a propósito del simbolismo francés. El examen me gustó y Real de Azúa se levantó de su asiento, salió al patio y me estrechó la mano, con algunas palabras elogiosas tal vez, cosa que hicieron después los otros dos examinadores. Ahí conocí a Carlos Real de Azua y aprecié su espontaneidad cordial. Tal vez lo hubiera visto antes; de repente estuvo en la olla de "piñazos", pero fue la primera vez que hablamos.

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