Un tango de Líber Falco


por Heber Raviolo

Mucho se ha hablado del sentimiento de la amistad que desborda la vida de Líber Falco y se manifiesta en tantos poemas de su obra. Esta referencia puede ser adecuada, aunque no lo parezca, para hablar de un aspecto poco conocido de su actividad creadora: sus letras de tango. Situémonos en aquellas largas noches que, por la década del cuarenta y primeros años de la del cincuenta, Falco y su barra de amigos agotaban hasta el amanecer, en perdidos boliches montevideanos o en el domicilio de alguno de ellos. En esas noches, junto al mate y la caña, junto a las charlas sobre poesía y literatura (cuando no sobre política con el ánimo de arreglar el mundo), también estaba la guitarra. Muchas de aquellas madrugadas sorprendieron al coro "levantado y triste de los gallos compartiendo su melancólica presencia con una música nueva que pugnaba aún por plasmarse en guitarras indecisas o en gargantas empeñosas, que hacían perdonar sus insuficiencias por el entusiasmo encarnizado que ponían en las letras que cantaban. Muchos tangos surgieron así, por esos años. Letras y músicas de Líber Falco, de don Fernando Falco, su padre, de Bordoli, Larnera, Canel. Algunas, pasajeras, quedaron relegadas pronto al olvido, rechazadas por la autocrítica severa de los propios autores y coautores (coautores tal vez lo fueran todos, aún los que no habían contribuido ni con un verso ni con un compás). Otras tuvieron más fortuna, y aún hoy podemos escucharlas de tiempo en tiempo, en la voz, cada vez más desamparada, pero siempre encarnizada, de algún "sobreviviente" de aquellas épicas reuniones trasnochadoras, cuando no nos sorprendemos nosotros mismos, ajenos a toda aquella época; tarareándolas. Ninguno de esos tangos salió, sin embargo, del ámbito más o menos reducido, más o menos ampliado, de aquella barra, ninguno se hizo público ni fue grabado, ni siquiera escrito. No por falta de valor, pues algunos nos parecen muy buenos, sino por el absoluto desinterés de sus autores de que tal cosa ocurriera. Un desinterés que hoy nos sentimos inclinados a reprocharles, aunque lo comprendamos. Es que esos tangos no respondían a cálculo alguno, eran el fruto espontáneo de aquel “caldo de cultivo" que les daba vida y en él cual nacían como una necesidad, como una forma más que adoptaba el diálogo amistoso. No podemos dejar de pensar que, en los tres cuartos de siglo que tiene el tango, deben haber sido miles los tangos que nacieron, vivieron y murieron o sobrevivieron así, formando una especie de "folklore subterráneo", con difusión limitada a un barrio, a algunas "barras”, sin llegar nunca a una más amplia popularidad. No sabemos si alguien se ha preocupado o se preocupa en nuestro medio por recoger esas letras y esas músicas. Mucho se debe haber perdido ya definitivamente, pero mucho tal vez podría aún ser rescatado con el auxilio de testigos y actores memoriosos.....

En aquellas reuniones, Líber Falco compuso varias letras de tango, de las cuales hemos encontrado dos entre sus papeles: Vía muerta, que tiene música de Domingo L. Bordoli y Tardecita, con música de Fernando Falco, Casto Canel y Bordoli. Haciendo memoria, Bordoli sitúa la composición de Vía muerta por el año 1942 y la de Tardecita unos diez años después. La relación de Falco con el tango, por lo demás, va más allá de aquella barra y aún más allá de su "fatalidad” de ser montevideano. Se remonta a su padre, don Fernando, quien pese a su origen italiano, o tal vez por eso mismo, estuvo vinculado en su juventud, a principios de siglo, a los orígenes heroicos del tango, cuando éste solía aún interpretarse con flauta o mandolina. La mandolina y la guitarra eran los instrumentos de don Fernando, quien en cierta época llegó a tocar con una figura cuyo nombre ya nos va sonando a leyenda: Donato, padre del célebre autor de tangos Edgardo Donato.

Como ocurre con casi toda letra de tango, separadas de la música para la que fueron escritas estas de Falco sufren en parte una especie de desamparo rítmico que las disminuye en su verdadero valor (1). La que más pierde de las dos es sin duda Tardecita. Es que en ella Falco se limita a retomar algunos tópicos tan viejos casi como el tango cantado: el barrio de la juventud, la callecita, el viejo amor —"el querer”— y la vuelta nostálgica del hombre ya maduro a contemplar el antiguo escenario de sus sueños de amor. Es una letra cuya importancia fundamental es la de “ilustrar" una música, cuya autenticidad no radica en una anécdota ni en sus imágenes, sino en su "atmósfera”.

Vía muerta es netamente superior y, aún aislada de su música, ostenta verdadera validez poética. La publicamos aparte, por lo que nos ahorraremos todo comentario. Solo quisiéramos destacar los dos últimos versos: “se ama So que murió, porque ha vivido, / envejeciendo junto al corazón”. Líber Falco entero se ha volcado en ellos.

(1) Esto que decimos nos parece que suele ser válido incluso para aquellos casos en que la letra precede a la música. Es que el tango tiene un ritmo genérico propio y quien escribe una "letra de tango” suele tenerlo en cuenta, aún cuando carezca de una música particular a la que amoldarse

Vía muerta
Tango
Letra de Líber Falco
Música de Domingo L. Bordoli

 

Como un muñón quedó tu hierro silenciado

que por las tardes mostró su luz incierta,

y hoy en tu fría soledad de vía muerta

solo, y ya viejo, recorro tu carril.


Calles al este, luna nueva, pena honda,
si hasta parece que el tiempo no ha pasado

y sin embargo tu hierro ya oxidado,

oculta el brillo de aquel feliz abril.

 

Evoco aquí de su percal la gracia ingenua

que por las tardes lucía en los zaguanes

el bobo-buen-arnor de Mari-Juanes,

y otra luna mintiendo al corazón.


Todo ha borrado el lento polvo del olvido,

y es éste, pero es otro, aquel balcón;

se ama lo que murió, porque ha vivido,

envejeciendo junto al corazón.

 

       ESTRIBILLO
Aquellos ojos verdes

detrás de una ventana

evocan mis recuerdos

de joven soñador.


Como esta vía muerta

truncada en su destino,

aquellos ojos verdes

fijaron mi ilusión.

Heber Raviolo
Revista "Letras" Nº 1

Montevideo, noviembre de 1965

Texto digitalizado, y editado, con el agregado de imagen, por el editor de Letras Uruguay

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