Mario Arregui:
interrogación ética del hombre |
Diversas
imágenes -todas legítimas, todas parciales, todas insuficientes-, pueden
proponerse de un escritor contemporáneo. Respecto a Mario Arregui podríamos
arrojar sobre la mesa sucesivos naipes, aparentemente discordantes: es un
estanciero del departamento de Flores que vive, trabaja y, con moderno
sentido empresarial, busca el desarrollo mejor de sus tierras y
rendimiento, estudiando forrajes, incorporando ganado de pedigree a su
cabaña, rotando los cultivos, con una dedicación que exige la dirección
personal de las tareas agrícolas y ganaderas cuando no la realización
personal; es un militante de la izquierda, muy cercano siempre al partido
comunista, integrante del Frente Izquierda, para quien la guerra civil
española fue una determinante capital de su orientación ideológica
cuando joven y vio la lucha mundial contra los fascismos, así como lo es
ahora la revolución cubana y la insurgencia latinoamericana, hombre al
fin que se ha formado y ha vivido en la fervorosa esperanza del
socialismo; es un lector de la gran literatura correspondiente a la
vanguardia europea que en la zona rioplatense entró por los oficios de la
revista "Sur", de tal modo que Lawrence (los dos) y Válery y
Eliot y Gide y Woolf y Hemingway y Saint-Exupery y Mann y Huxley y tantos
otros innovadores establecieron su cosmovisión artística, aunque quizás
deba concederse una especial primacía a la lección humana, intelectual,
social del André Malraux de
La condición humana
y
La esperanza
;
es simultáneamente un lector acucioso de poetas (Lorca, Vallejo, Neruda)
habiendo concedido a la poesía, que nunca ha ejercido, un lugar
preferente dentro de las artes, incluso por encima de su campo específico
de la prosa narrativa, razón que quizás deba verse en su inclinación
preferente por los cuentos de un poeta, que es además un estricto
intelectual, casi un clero, Jorge Luis Borges; es hombre enteramente ajeno
a las formas burguesas de confort, amigo de tomar copas en los boliches
con amigos y desconocidos, de tirar puchos sobre los sillones, de usar con
toda naturalidad las palabrotas, de aparecer en no importa qué ambiente
con su ropa de trabajo, de trasladarse en el mismo camión desvencijado
que usa para el acarreo del ganado, de construirse una piecita de trabajo
él mismo, sin ventanas y con mesa de portland. Son cinco naipes; podrían
agregarse otros, igualmente discordantes, que aumentarían el afán de
buscar la regla armónica de este juego, su centro operativo. Pero no es
en el escritor, que tiene hoy cincuenta y dos años e hijos grandes, sino
en su obra donde debe buscarse: una producción escueta, regida por la
concisión, la mesura, y por una cosmovisión grave, severa.
De
los dos conceptos que con más frecuencia se manejan acerca de la
literatura; simple distracción, forma vicaria de vida, o educación,
descubrimiento de las normas de la conducta, exploraci6n del hombre y por
lo tanto de sus límites, a esta segunda acepción adhiere la literatura
de Arregui, instalándose por eso en el cauce más hondo que ha labrado la
tradición cultural. No significa que Arregui sea un ideólogo, un
educador disfrazado de literato; está en las antípodas de tales
posiciones puesto que su punto de partida es la creación artística. André
Bonnard examinando la Antígona sofoclea: "Nada hay contrario a la
gestión creadora del poeta que la idea de que su creación procede yendo
de lo abstracto a lo concreto.
"Antígona" no es una competencia de principios, es un
conflicto de seres y de seres humanos fuertemente diferenciados y
caracterizados, un conflicto de individuos".
Del mismo modo la literatura de Arregui -tanto en sus tres libros
de cuentos como en su largo "contar" sobre Falco-, es un
constante examen de seres humanos y de sus conflictos, un adentramiento en
esas criaturas movido por una avasallante necesidad de conocer. Obviamente
tal comportamiento no es privativo de Arregui, sino que lo sitúa en un
determinado declive creativo; lo propio son sus modo de realizar ese
conocimiento, los instrumentos que aporta al examen, las criaturas que
selecciona, los resultados, aún parciales, de su investigación.
En
él la literatura tiene algo de cauto ministerio por lo cual podríamos
definirlo como un moralista. Hay en cualquier escrito suyo una subyacente
nota grave que corresponde a quien acomete una tarea de dimensión ética
mayor pero a la vez tal instrumento jerarquizado se aplica a una temática
profunda de la misma índole, o sea una investigación de valores humanos
superiores. Si la fórmula fuera aceptable, diríamos estar en presencia
de una antropología religiosa.
Su
más tenaz adiestramiento literario responde poco a una dilucidación de
la situación histórica del ser humano, al análisis de la coyuntura económica
o social o epocal en que vive, aunque estas referencias sean materiales
obligados de la narración. Pero él busca más allá. Trata de tocar, a
través de las formas concretas y cotidianas del vivir, algunos rasgos
consustanciales a la naturaleza humana; tanto vale afirmar la existencia
de una esencia humana, o más precisamente, de una comunión biológica y
espiritual primaria que le permite la homologación de experiencias en
personajes de muy distracción social, de muy distinta cultura, ya sea un
resero que llega a un prostíbulo ("Noche de San Juan"), ya sea
un hombre que se parece al autor ("Las formas del humo",
"La sed y el agua", "La casa de piedras"), ya sea
"una de las almas simples y profundas que creo adivinar"
("Unos versos que no dijo. . . "), ya sea un personaje que no sé
por qué a mí se me hace parecido a Falco ("Mis amigos
muertos").
En
esta enumeración no caben algunos cuentos ("Tres hombres",
"Un cuento de fogón", "Los caballos") que sólo
parcialmente son rozados por aquella dominante búsqueda de esencias.
Ellos abren una perspectiva distinta en la narrativa de Arregui que se
corresponde con el último decenio de su morosa producción, a modo de una
apertura que sin eludir rasgos básicos de su obra, impone una nueva
mirada, más en superficie ya que no superficial. El autor, tan apegado a
temas de grave dramatismo, se consintió una vaga, humorística
indulgencia por los hombres, sus juegos, sus errores, su vivir menudo. Es
signo, en muchos creadores, de un proceso de maduración que viene acompañado
de la disolución de la urgente problemática íntima y conduce a una
mirada panorámica sobre la sociedad en que vive. Se sitúa al fin dentro
de ella como un elemento más, sereno, capaz de contemplar con manso
regocijo la generalizada y dulce locura de sus prójimos.
A
pesar de exceptuarse de la tónica dominante de su primer libro, estos
cuentos no dejan de pertenecer a un genero cuya unidad me resulta evidente
así como su progresión. Por su estilo, sus hábitos intelectuales,
Arregui tiene muy poco que ver con el escritor prototípico que hace vida
literaria la cual desde la época de los cenáculos de los cafés
"Metro" y "Libertad" al comenzar los 40, no ha vuelto
a practicar. Su producción es muy escasa, no superando los veinte cuentos
en casi veinte años de atención por la literatura, sin que eso le creara
urgencias o problemas. La literatura no ha reemplazado aquí a la vida,
sino que
la
ha mojonado con naturales surgimientos en determinados momentos,
integrándose a ella y de este modo acompañando su curva vital, las
instancias progresivas de su maduración. Tal unidad y tal progresión
permiten pasar por sus diversos períodos literarios e interrogar sus
comienzos para desentrañar la marca más propia, esa que luego alimenta
soterradamente el resto plegándose a las distintas inflexiones históricas
e incluso a la modificación de las cosmovisiones. En una página de su
Crítica a la razón dialéctica
Sartre
se ve conducido a reconocer la conformación del escritor, por oposición
a las explicaciones del marxismo, en un proceso de consolidación que se
produce en la infancia (de ahí el Saint-Genet, de ahí Les mots),
estructura de sentimiento y pensamiento que puede encontrarse más pura,
quizá más torpe también, en los primeros productos de un escritor. De
ellos mana la fuente que se hará torrente, río, o se estancará.
Al
recoger sus cuentos en 1964, Mario Arregui tituló la recopilación con el
nombre de un cuento primerizo, -"La sed y el agua"- del cual
dijo que era "lo primero no del todo despreciable que logré escribir
allá en los comienzos de mi intermitente labor de cuentista",
considerando asimismo "que su título puede aludir o rozar a varios
de los otros" cuentos del volumen. Pertenece a los que llamaríamos más
visiblemente autobiográficos, aquellos que se concentran en una
experiencia única que el relato elabora progresiva, cautamente, hasta
encontrar la revelación interior que busca y que legitima el desarrollo
al absorberlo en una explicación coherente.
Aquí
concurre la explicación del género “cuento” al cual Arregui ha sido
el más fiel de nuestros escritores: nunca ha intentado otras formas
narrativas (el relato, la novela) u otras formas de la prosa de ficción.
Le es ajena la crítica y su libro sobre Líber Falco se define, contra
los conceptos de biografía o crítica literaria, como "mi testimonio
sobre un amigo que fue un hombre singularísimo y un hondo y memorable
poeta", emparentándolo con las formas del cuento por él cultivadas,
dentro de la misma orientación: sólo que no se trata de Francisco Reyes
o Lindoro Martínez, sino de Líber Falco. Algo del magisterio de Horacio
Quiroga preside esta dedicación excluyente al cuento. El cuento nace de
un propósito estricto: partiendo de un solo personaje, generalmente
encarado desde el interior (primera persona) o con una tercera persona muy
cercana, situarlo en una circunstancia muy simple, voluntariamente ajena a
lo insólito o espectacular mediante la cual descubrir un aspecto central
de su personalidad, el cual será siempre un aspecto fundamental de lo
humano. Hacer por último que este encuentro con un valor único y
desconocido de uno mismo que es a la vez coparticipación en la comunidad
de la especie humana, sea asumido racionalmente por la conciencia, pase de
esa oscuridad en que sólo era motor de un comportamiento espontáneo a
una integración valorativa del ser.
Presenciamos,
por lo tanto, un apropiamiento intelectual de rasgos definitorios del
hombre, por lo cual todo cuento conduce de un modo fatal a una tensión
entre realidad esencial y racionalización de la experiencia. Podríamos
evocar, trasladado a un plano menos heroico, el modo literario de Saint
Exupéry. Y aún otro elemento del mismo realizador:
la
toma de contacto del hombre biológico con el un¡verso inerte, ese
instante en que descubre que pertenece, por debajo del umbral de la
conciencia, al juego de las enormes fuerzas naturales con las cuales se
reencontrará fugazmente.
En
“la sed y el agua” Arregui juega una relación amorosa presente, otra
evocada y, en el fondo de ambas, como explicándolas mediante una línea
argumental enteramente distinta, una experiencia de infancia: el niño,
volteado por el caballo, que queda
solo, en medio del campo, bajo una noche cerrada. Si bien los
elementos se superponen a lo largo de la narración, la situación
desentraña el hilo conductor que los atraviesa y une: "Nunca me he
sentido tan solo, tan irremediablemente solo" explica el personaje
recordando el episodio y, más adelante, completa: "Nunca fui más yo
mismo que en aquella noche terrible". Por su parte la Olga evocada
llora esta comprobación: "siempre hay algo que no se cornpleta” y
la Vita presente “se sintió desvalida y sintió, a la vez, que era allí
una intrusa". Una armazón débil, una organización de elementos
dificultosamente montados, adquieren su auténtica dimensión por el
reconocimiento reflexivo de ese estado capital: el hombre para sí, la
absoluta y esencial soledad, la asunción austera de que se es
"uno" y no "otro" y que por lo tanto la relación
amorosa, que es la más plena complementación, no alcanza a superar el
abismo. En definitiva "Venus engaña a los amantes con
simulacros", como dice Lucrecio citado en epígrafe por Arregui: la
aproximación del amor sirve justamente para medir con mayor tensión el círculo
de lo uno, las vallas infranqueables.
Simultáneamente,
el descubrimiento del hombre en sí y para sí, admite un contacto confuso
con la presencia de la naturaleza donde la operación del religarse común
parece más propicia. La noche, el campo, concurren una y otra vez en
estos cuentos. Son "los recurrentes pedazos de eternidad" de que
habla en "
La casa de piedras
”; o la convicción “
que detrás de las estrellas, en la infinita negrura, de algún modo
previve o se teje o se enraíza el sueño que soñó
"
en "
Las formas del humo”
; o es "la simple, perfecta soledad del
planeta sin hombres,
la
misma que ahora me es como el rastro que cada mañana me atestigua desde
el espejo" en "
El
viento del Sur
";
o una explicación que nos ofrece sobre Falco, diciéndonos: "hombre
dé miedos antiguos (miedo a la muerte, a la idea de Dios, a la locura, al
mar ... ) fue en verdad, como pocos, hijo de la Tierra -de la Tierra que
solitaria navega un rincón del Universo y de la tierra que nuestros pies
pisan, que con paciencia nos espera y que el mar rodea y ataca-."
El
hombre se encuentra a sí mismo, reconociéndose como uno, pero
comprendiendo que es un elemento de una concepción planetario. El es un
algo de esa totalidad biológica, mineral, a la que pertenece y de la que
al mismo tiempo está segregado. Pero también es un "algo" de
una sociedad, o, mejor dicho, porque el concepto de sociedad es bastante
ajeno a la cosmovisión primera de Arregui, de una especie. Si en
"Mis amigos muertos" se testimonia la disolución de la sociedad
en la muerte que vuelve a aislar y a rehacer al hombre sobre sí mismo, en
cambio en "La casa de piedras" el elemento que lo salva de la
muerte, que lo desplaza fuera de su imperio, es "la espectral
fraternidad con los hombres sin cara y largamente difuntos que -allá
cuando mi nacimiento era apenas una menesterosa posibilidad- eligieron,
juntaron y encimaron las piedras, hasta entonces sólo piedras de Dios, de
la casa que todavía hay espera y se ofrece en lo alto de la cuchilla sin
árboles". Se produce así un descendimiento a los valores de sostén,
que están muy cerca de lo biológico, los que establecen la ligazón del
hombre con el cosmos -eludiendo la presencia de un Dios que es sustituido,
previsiblemente, por la Naturaleza- y de ahí el vago sentimiento de
religiosidad que recorre los cuentos citados, como a veces se encuentra en
Teithard de Chardin. Se percibe el esfuerzo de "sacralización” del hombre y de su habitat ancestral que se extiende de lo cósmico a las formas más naturales y espontáneas de la cultura por lo mismo que ellas elaboran primigeniamente aquellos datos originarios. Arregui los ha razonado en su contar sobre Falco estimando -desde su perspectiva, posterior a la creación, de los cuentos citados- que es un semifracaso ya que nunca, si partimos de niveles intelectuales, la sacralización puede sustituirse a la religión. "Es, sí, la Tierra destronada de Copérnico y de quienes prosiguieron su obra de cósmica humillación; es la “nave solitaria" a la que Falco dice no sin ternura piadosa "no te olvido", es la madre cuando lo es de verdad, de hombres buenos y humildes que desposan la tristeza, que saben que todos somos números de un mismo desamparo, que a veces llevan como una dolencia la lejanía de Dios..." Tal anotación apunta a un rasgo primordial de la poesía de Líber Falco coincidente con los cuentos iniciales de Mario Arregui: ambos hacen la experiencia de la irrescatable soledad en la cual el hombre debe alimentarse a sí mismo sabiéndose -y con dolor- separado del resto de los hombres, y en esta misma comprobación religado con el |
nocturnal
orbe de la naturaleza:
¿Sabes
lo que es estar solo, solo,
volver
a casa a las dos de la mañana,
mojar
un pan mohoso, triste y duro,
roerlo
solo,
sentado
en una orilla del mundo,
ver
a los astros que rutilan y no saber qué preguntar ni qué decir ... |
La
diferencia entre ambos estriba en la elusión por parte de Arregui, del
lamento por su soledad que normalmente funciona en la literatura como el
espejo de las lágrimas, para llorar y acompañarse en el llanto. Arregui
racionaliza esta experiencia que ha signado un gran sector de la
literatura rioplatense -"para sufrir han nacido los varones" y
que los teóricos del telurismo- Mallea, sobre todo Martínez Estrada-
justificaron con intentos de apoyos metafísicos; asume como condición
varonil la aceptación austera, seca, sin lágrimas, de ese funcionamiento
del hombre en la tierra.
Al
mismo tiempo tantea algunos reparos al desabrigo humano. Uno está también
en Falco: es la piedad compartida, el encuentro fugaz de dos soledades que
corren parejamente y, al establecer una mutua entrega, instauran un
instante profundo de aceptación. Así, dice en "Noche de San
Juan": Transcurrieron lentos, puros minutos. La unión ciega y la paz
permanecían lejanas, inalcanzables; pero el río se remansaba en una
calma quizás muy semejante a un deseo de morir, a una madurez para la
muerte".
Esta nota donde Arregui encuentra a Falco también abarca el tono y
espíritu de Juan C. Onetti, los cuentos de la infancia de Martínez,
algunos textos de José P. Díaz; responde a la directa influencia de la
vanguardia de entre ambas guerras en su incidencia rioplatense aunque el
hecho de que haya prendido tal brote con calidades propias debe atribuirse
a un estado o situación del espíritu de la cultura regional en ese
entonces y por ende de las sociedades que la inspiraban. La influencia
hacia las calidades soterradas implicadas en la experiencia del
desamparo,-como el signo sólo en apariencia inverso de una sangrienta
diagnosis plena de rebeldía pero infiltrada del espíritu mortal que
definió otras creaciones- apunta al estancamiento del cuerpo social y a
la desintegración de sus dinámicas jornadas asociativas. Tardíamente,
en 1958, razonó Vignolo estas condiciones del desamparo aunque insertándolas
en una improbada descendencia nacional
y en el fenómeno urbano. Difícil aceptar esa procedencia cuando
se piensa en las jubilosas y fraternas formas de la poesía urbana de los
años veinte; era un cambio dentro de la misma ciudad lo que se había
producido en el desmenuzamiento de los años treinta cuando comenzaron a
perderse las ilusiones.
Otros
reparos suele tantear a ese desamparo. Así, el reconocimiento de las
"almas simples y profundas" que también conoció Falco,
valoradas piadosamente a partir de sus particulares niveles de cultura (lo
que de modo agnóstico hiciera Morosoli y de modo cristiano Espínola)
pero acentuando, a diferencia de otros escritores, los elementos de una
moral espontánea que surge de la cultura a la que pertenecen como su
escondida vertebración. Son: "
Unos versos que no dijo
...”, "
Diego Alonso
",
"
Crónica
policial
",
tres cuentos que registran una primer apertura de la cuentística
arreguiana respecto a su modelo primigenio. En ellos comienzan a ser
implicados hombres distintos; la primera persona narradora se desplaza a
un extremo del cuadro, no desaparece pero se constituye en el observador
de una realidad que no le pertenece por entero. Comienza a circular por
esta literatura una sociedad humana cuyas convicciones morales -la piedad
por los muertos, el coraje, la traslación de la censura ética- el autor
busca explayar a partir de conflictos más nítidamente establecidos. Hay
personajes entablados en una acción. Su pugna ocupa el primer plano
aunque el autor no deja nunca de reconducirla, como en sus cuentos
anteriores, al plano de la reflexión y la asunción de valores. Pero es
posible que no se produzca en la conciencia de las criaturas narrativas
sino en la del narrador y el lector. Lo ejemplifica el cuento "
Crónica policial
" porque los elementos de la acción
quedan sin raíces explicativas nítidas -la injuria de Lindoro a José
Flores para hacerse pegar- y es el autor quien, con la noticia de la crónica
periodística, nos proporciona escuetamente el ingrediente que faltaba
para completar el conflicto psicológico del personaje y entender su
conducta, o sea entender sus principios morales.
Una
segunda apertura, implícita en "
El
gato
"
y sobre todo en "
Un
cuento con el diablo
",
alcanza su mejor expresión en "
Los
ladrones
".
Con ella se elude la concepción compactamente piadosa que rescata con
amor a las criaturas simples y las reconoce como portadoras de una noble,
profunda, casi santa visión de la humano, concepción que procediendo de
una esquematización dastoievskiana tuvo su mayor tensión en la obra de
Espínola y luego fue desintegrándose a través de los cuentos de
Castelli. Ahora Arrequi admitirá la posibilidad de la perversión y del
extravío circulando por la especie humana como otro elemento
constitutivo.
Simultáneamente nos alejamos de lo telúrico, comienza a opacarse
en estos cuentos el sentimiento planetario que reintegraba el hombre al
cosmos y nos acantonamos en el radio estricto de una sociedad humana.
El autor ha preservado la naturaleza inanimada que sigue, lejos, al
fondo del cuadro, como la portadora de las esencias, de los reencuentros
del alma, pero ha fijado los ojos en esta más cercana franja de la vida
social.
En
"
El
gato
"
todavía se registran los elementos de una cosmovisión telúrica -la
obsesión del tigre, que también persiguiera a Borges, la obsesión de la
autodestrucción a que llama-; en "
Un
cuento con el diablo
"
se afirma nítidamente la equivocación de los hombres, aunque el
"pecado" resulta demasiado adjetivado y condenado por los
personajes, hasta tornar artificioso el comportamiento y delatar a un
autor todavía prisionero de sus antiguas creencias oscura. Eso se logra
en "
Los ladrones
" donde la objetividad narrativa está
asegurada y donde ni siquiera se aspira a comprender lo que parece
incomprensible pero está en la vida y por lo mismo puede aceptarse en la
literatura.
Pero
si el efecto dominante, en "Los ladrones", es la imagen del
panadero Giovanni Orsi fabricando su muñeca de masa para el placer
solitario, todo el tratamiento del cuento, el diseño de los personajes y
sus diálogos tienen más que ver con "Los caballos”, "Tres
hombres" o "Un cuento de fogón" que pertenecen a su última
producción. Aquí queda confirmada definitivamente su destreza para
contar, el sabor y la precisión del habla de los personajes, la
estructura liviana, casi alegre, de la narración y una visión algo
distante, como en perspectiva, del mundo.
Si
los primeros cuentos de Arregui ofrecían una cosmovisión coherente que
permanecerá soterrada a lo largo de su producción, al mismo tiempo no
superaban, por momento, los ejercicios de estilo. Arregui es de los que
elaboraban pacientemente la frase guiado por los principios de concisión
y esmero que distinguieron a Borges pero varias veces, en aquellos
cuentos, se percibe demasiado la elaboración; el estilo se carga con ese
nuevo culteranismo que trajo el "borgismo" al qué pagaron
tributo, deslumbrados y sin prever la velocidad de su envejecimiento,
varios escritores nuestros. De un solo cuento tomo algunos ejemplos:
"insomne puerta luminosa"; “carne crucificada en el
sexo"; "'había una fatigada cama de hierro, un ropero con
mortecino espejo hostil y sin dueño". Estos elementos estilísticos
también se trasladaron a la concepción del cuento dotándolo de un aire
artificioso que data: ejemplo el más endeble de los textos, "
El viento del sur
".
En
la medida en que Arregui deviene él, alcanza un punto óptimo entre: un
contar riguroso donde la frase se pliega a la significación y el habla de
sus personajes que, aunque funciona en otro plano lingüístico, armoniza
coherentemente con la escritura siempre cuidada. Asimismo su rápida
concentración sobre lo esencial le autoriza para dejar sitio a
interludios donde un escritor manipula los elementos adventicios del
relato. Un ejemplo deleitable es la descripción de los animales que
pueblan estos cuentos, sobre todo en las sabrosas explicaciones de "
Un cuento de fogón
"
que registran el regusto de la descripción incidental aun a riesgo de
empezar un relato levísimo al que sólo sostiene su aire jocundo.
En
todos ellos hay una nueva alegría o, si se prefiere, una mayor
indulgencia que estilísticamente se traduce en el juego de personajes
sencillos, la flexibilidad del dialogado, la liviandad de los materiales,
la dixtensión de las estructuras narrativas que han perdido su comprimida
tensión, el ritmo alisado, pulido, de la escritura, que fluye
serenamente. La problemática ha dejado de ser la grave y hasta dramática
de sus comienzos, pero lo mejor de ella se traslada a una nobleza
permanente en la concepción del personaje y en su actuar. Este es también,
con su soltura, su aura juguetona, un arte normativo. Se nutre de un
entendimiento grave y ya maduro del hombre en la tierra y, ahora, cada vez
más, en la sociedad.
"Había nacido en el poblado y había vivido casi cincuenta años
en medio de lo que veía y estaba hecho a la medida de ello" dice de
un personaje y es su aventura la que cuenta, no la íntima coagitación
suya ante el universo. Incluso el autor, en “
Un
cuento de fogón
"
se permite cotejar reflexiones personales, fuertemente telúricas, sobre
la realidad con las menudas inquietudes que su personaje revuelve en la
cabeza mientras va en busca de su ganado, burlándose así de sus
ambiciones presuntuosas de antes. Si el autor se distancia del primer
plano del relato, a la vez aprende a respetar mejor a las criaturas
narrativas, a las cuales pretende entenderlas en su medio y situación,
dentro del horizonte que les es propio.
Algunas conducen los valores de una cultura muy impregnada por la
huella que deja la presencia de la naturaleza y la tradición espiritual;
otras conducen valores igualmente impregnados por el reino absoluto de lo
natural pero más avecindados con lo demoníaco, para usar un término de
cómoda referencia.
En
este proceso de desarrollo de una cosmovisión que es simultáneamente
expansión y maduración de un arte narrativo, el libro sobre Líber Falco
cumple la función de autobiografía y de biografía del poeta amigo.
Cuando llega al final de su examen de ese tiempo perdido y no encuentra cómo
rematar con decisión, dice algo que puede aplicarse a su propia obra.
"Si el hombre es el porvenir del hombre, la poesía es el porvenir de
la poesía, con su eterno cometido de intercomunicar a los hombres y
acompañarlos en el laberíntico camino hacia sí mismos". Si
entiendo bien, no sólo acompaña en el camino donde el hombre se descubre
para fatalmente, sino también donde se descubre para los demás,
intercomunicándolos.
Pero tal función es la que abre el camino más veraz hacia sí
mismo, y por eso es un laberíntico camino. La solución primera y más
obvia, de recogerse en una interior meditación, de abrirse a la
interrogación solitaria del universo, no alcanza a instaurar las claves más
penetrantes de un arte porque el camino hacia uno mismo atraviesa a los
otros, a los lectores, a los personajes, a las formas impecables de la
creación estética y sólo desemboca en la cabal inferioridad, esa que
acepta y
sitúa
correctamente a los otros del mundo. Y en esto está, hoy, el arte transparente, limpio, grave, de Mario Arregui. |
por Ángel Rama
Tres libros de cuentos
Bolsilibros ARCA
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Mario Arregui en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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