Sobre generaciones literarias

Generación va y generación viene

por Ángel Rama

Esta generación mala es; señal busca,

más señal no le será dada, sino la señal de Jonás.

S. Lucas, 11-29.   

 

En varios artículos publicados recientemente, intelectuales jóvenes afincados en los escurridizos aledaños del cuarto de siglo, han afirmado la existencia de una generación literaria en la que gustosamente se incluyeron y a cuya caracterización aplicaron sus luces, y, en algún caso, —comprobación o excepción a la regla de lucidez invocada— su parpadeante luciérnaga.

El proceso de reducción a la unidad ha sido simple. Existe, siempre ha existido, una generación biológica nueva; existe, siempre ha existido un grupo de amigos y conocidos metidos en este difícil y decisivo cajón de la tercera década, dedicados a los menesteres del parto literario, quienes conviven su problemática angustia, es decir, su problemática y su angustia. Ergo, “integramos una generación” y como sustrato, la convicción de que es la mejor, la de mayores posibilidades al menos.

Como se comprende no son las posibilidades las que interesan: Dostoievrsky, Cervantes o Shakespeare, pudieron contar con todas o ninguna. Y además, esta creencia ingenua en el progreso indefinido que hacía recordar a alguien que la parálisis también es progresiva, o este gusto por el “Nosotros, caballeros de la modernidad”!

Las generaciones han desempeñado importantes cometidos en la historia de la literatura, así como los movimientos artísticos que las integran. Es forzoso deslindar estas realidades tan distintas porque se las ha confundido con toda ingenuidad, y al caracterizar una generación no se ha hecho más que destacar el ideario de algún grupo o de una persona. Pero sin recurrir a las escuelas generacionistas (alemana con Petersen a la cabeza, o española con Ortega y Gasset), se puede asegurar la inexactitud de las conclusiones y el camino equivocado que han llevado tan buenos propósitos. De ellos ya sabemos que está empedrado el infierno, y con entera legitimidad, pues no se puede perdonar a quienes afirman el rasgo inteligente de esta generación que, cuando todo está por hacer en el campo de nuestra cultura, promuevan polémicas bizantinas, buenas quizás para la tertulia de las “universidades populares”, pero lamentables como síntoma de nuestro rigor crítico.

Del estado de desconcierto y debilidad a que han llegado nuestras letras, habla a las claras esta polémica estéril. Cuando el critico es incapaz de pensar en función de individuos y obras, se cobija en las generaciones, en la vaguedad de lo que puede suceder. Es además sintomático que la mayoría de quienes han ingresado a la liza sean quienes tienen menos o ninguna obra édita. Los escritores uruguayos debutan en la literatura hablando de su generación, y qué bien estaría en cambio que debutaran con un manifiesto, que promovieran una escuela, capilla o grupo, como aprobaba G. Lanson (“Paroles d’un vieus critique sur la jeune littérature”), por absurdo que pudiera parecer. Pero que al menos se viera el propósito de hacer algo nuevo y no registrar simplemente el halo de genialidad con el que parecen haber venido al mundo.

Más precisa que nunca y más necesaria es la lúcida observación de Ernst Robert Curtius: “El concepto de generación es el último refugio de la insignificancia y de la impotencia espiritual. Cuando se carece de finalidad, de genio, de voluntad y de íntima necesidad, siempre cabe invocar que se pertenece a un cierto año. De esta suerte se salva uno en el anónimo azar del calendario”.

Pero no somos escépticos y los versículos evangélicos nos ayudan a no serlo. En efecto, cumpliéndose las premisas indicadas, una generación, mala, y que busca con empeño una señal, siempre ha de encontrarla. No en la ociosa charlatanería, sino como Jonás, contra sí mismo, imponiéndosele desde el mundo convulso, desde Dios, desde el hombre que sufre junto a nosotros y que se pierde, desde la parcela en que estamos crecidos, abriendo los ojos a la avasalladora realidad. Con esto no haremos quizás una generación cabal en el sentido exhaustivo que le da la exégesis literaria alemana, pero sí lo que estamos necesitando con urgencia.

Hay ya cometidos inmediatos en el terreno más literario. En primer lugar esa labor fundamental a la que ningún escritor “que quiera seguir siéndolo después de los veinticinco años” como decía Eliot, debe rehusarse: estructurar nuestra tradición. Venimos de la gran vena cultural occidental, pero por nuestra libre actitud hemos recibido influencias prodigiosamente variadas. Estamos a lo que depare el juego político internacional: si declina el poderío francés y el imperio norteamericano crece, nuestra cultura se tiñe de cuanta ñoñez produce en Estados Unidos, en tanto que Balzac pasa al rango de los clásicos que no se leen. Estructurar, pues, esa gran tradición, desde nosotros, modificando así el ordenamiento del pasado y cumplir función similar con nuestros cien años de vida literaria. Revisar y ordenar valorativamente la literatura nacional, es hoy un deber de todo escritor que sea digno de serlo. Y junto a esta obra “de por vida” la constante creación, y no sólo en los géneros de ficción, sino también en nuestra desvalida crítica. Y como complemento indispensable, las seguridades de publicación mediante las revistas que vuelven a renacer, las editoriales cuya ausencia es una vergüenza para el país, las páginas culturales que todo diario debiera poseer, etc.

Al encarar este tema, se ha seguido la reducción que han impuesto los anteriores tratadistas, analizando “una generación literaria” exclusivamente, pero mucho de lo dicho aquí sirve para las otras artes. Digamos solamente ahora que nuestra orfandad filosófica exige una actividad más intensa y más responsable, que en materia literaria, que en música vivimos a lo que nos depare el destino, mientras que en pintura contamos con el brillante movimiento del taller Torres García.

Un “mea culpa” final por haber intervenido en la que considero una polémica estéril, pero acerca de la cual Clinamen debe dar a conocer su posición. Si la obra que creemos pueden cumplir los escritores jóvenes, se realiza, algún día se podrá decir que, como Pío Baroja, (la comparación no favorece a nadie), negamos la generación a que pertenecemos. Entonces estaremos satisfechos de integrarla y de haber dicho esto.

 

por Ángel Rama

Revista Clinamen Año II Nº 5

Montevideo, Uruguay - Mayo / Junio de 1948

 

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                      Ángel Rama en Letras Uruguay

 

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