Esa larga frontera con Brasil |
Tanto en su obra crítica como en su tarea de editor, Ángel Rama puso de manifiesto su interés por la literatura brasileña, a la que incluyó en sus trabajos mayores sobre literatura latinoamericana, contribuyendo a romper el aislamiento que caracteriza las relaciones entre ambas culturas. Luego de su muerte, entre sus papeles apareció un texto en el que Rama respondía preguntas presumiblemente enviadas por alguna publicación cultural. Ese texto, que permaneció inédito, incluye una reflexión sobre este tema. Corresponde agradecer a Amparo Rama, hija de Ángel, la cesión de este material, del que sólo se publica un fragmento. MI INTERÉS por la literatura brasileña fue normal expansión dentro de esa progresiva conquista de las diversas áreas literarias-culturales del continente a que se enfrentan los intelectuales latinoamericanos nacidos en alguna de ellas. En mi caso vino después de mi apropiación del área andina y antillana, aún antes de mi inmersión en la mexicana y comenzó tempranamente, a fines de los cincuenta y comienzo de los sesenta,
facilitada por dos admirables intelectuales brasileños con quienes hice
amistad: Antonio Candido, primero, a quien conocí en Montevideo cuando
acababa de publicar su admirable Formaçao da literatura brasileira (1959),
cuyas originales proposiciones teóricas traté entonces de divulgar en la
zona hispanoamericana en artículos de Marcha, y Darcy Ribeiro que
se instaló en Montevideo en 1964 a la caída del gobierno de Joáo
Goulart, cuya casa civil presidía, siendo por siete años profesor de
nuestra Facultad de Humanidades, donde yo dirigía el Departamento de
Literatura Hispanoamericana. Hubo
dos coyunturas favorables para este acercamiento a las letras brasileñas,
que deben destacarse: uno es la proximidad de la cultura rioplatense con
la brasileña, por obvias razones históricas, la cual ha establecido una
circulación de ideas, autores, obras, como no se ha registrado entre
Brasil y las restantes áreas de América Latina. En este apartado cuenta
mucho la tarea de un brasileño, Walter Wey, quien residió en Paraguay y
Uruguay por largo tiempo a cargo de las relaciones culturales de su patria
con nuestros países, y de algunos uruguayos como José H. Figueira y
sobre todo Cipriano Santiago Vitureira, un poeta que ofreció las primeras
traducciones conocidas de los poetas brasileños (en especial Cecilia
Meireles, pero también Bandeira, Drummond de Andrade, etcétera) bastante
antes de que el argentino Santiago Kovadloff se transformara en el
introductor de las letras brasileñas al español, junto al buen equipo de
traductores argentinos, entre los que tuvo papel relevante Estela dos
Santos. La
otra coyuntura fue política: la represión brasileña desde 1964 arrojó
un conjunto importante de intelectuales brasileños a los demás países
hispanoamericanos, en una proporción hasta entonces desconocida: el
citado Darcy Ribeiro, Manuel Pedresa, Ferreira Gullar, de Meló, etcétera.
Fue ese el comienzo de una intercomunicación que ha ido acrecentándose,
aún después de su regreso a la patria, porque a la vez múltiples
intelectuales sureños debieron buscar refugio en el Brasil cuando las
represiones de comienzos de los setenta, fortaleciendo los lazos de la
incipiente comunidad cultural hispano-brasileña. Las largas estadías que
ha hecho en el Brasil Manuel Puig, la novela de Mario Vargas Llosa, La
guerra del fin del mundo, tal como lo he celebrado en el ensayo que he
dedicado a esa espléndida producción, son nuevos hitos de esta
aproximación que me parece extraordinariamente benéfica. Aquí también
ha contado la esforzada tarea de religación que cumplió la Cuba
revolucionaria, más en los setenta que en los sesenta, y recientemente
con las visitas a la isla de Antonio Callado, Antonio Candido, etcétera. Sobre
el fondo de la cercanía preexistente entre el Uruguay y el Brasil
(conviene no olvidar que el Uruguay fue provincia Cisplatina del Imperio a
comienzos del XIX, como me lo recordaba siempre mi amigo Sergio Buarque de
Holanda, que se decía descendiente del Barón de la Laguna y, humorísticamente,
aspirante a ese cargo vacante) se depositó la circunstancia histórica
contemporánea, por lo cual han sido los uruguayos quienes han comenzado
ese magno esfuerzo de integración. Cuando en 1974 comencé a diseñar la
Biblioteca Ayacucho, todavía encontré sorpresa ante mi propuesta de
consagrar cerca de la tercera parte de los títulos de la proyectada
Biblioteca de 500 volúmenes, al Brasil, pues todavía en Venezuela no se
había producido ese reencuentro con la cultura brasileña (a pesar de que
en Caracas estuvo como embajador a comienzos del siglo Oliveira Lima,
quien conoció a los escritores de su tiempo y sobre ellos escribió
admirables páginas) y aún se veía al país (son palabras de Carlos
Rangel en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario) como
ajeno y enemigo. No
he escrito sin embargo mucho sobre los autores brasileños (ensayos sobre
Mario de Andrade, Guimaraes Rosa, sobre la poesía y la crítica) aunque
es a este progresivo adentramiento en sus obras, siempre arduo y complejo,
que se deben las perspectivas que subyacen a varios trabajos de tipo
general y teórico que he escrito sobre el discurso crítico referente a
la América Latina como una totalidad. La
fundamentación de un discurso critico cabalmente
"latinoamericano" para leer las literaturas de Nuestra América,
fue un problema que me preocupó a comienzos de los setenta y traté de
abordarlo en el VII Congreso de la International Comparative Literature
Association (Montreal, 1973) con una ponencia que en 1974 se publicó
en español (en el volumen de homenaje a los setenta años de Ángel
Rosenblat, Estudios filológicos y lingüísticos) y en portugués
(revista Argumento, Sao Paulo, Nº 3) bajo el título
"Un proceso autonómico: de las literaturas nacionales a la
literatura latinoamericana". El problema que discute es de sobra
conocido: no ha habido integración de los discursos críticos sobre ambas
grandes literaturas de América (la hispanoamericana y la brasileña) y sólo
apenas yuxtaposiciones en algunos meritorios intentos (Pedro Henríquez
Ureña, Luis Alberto Sánchez) que no han vencido una falsedad
subrepticia, por la cual la mayoría de nuestros estudios literarios
"latinoamericanistas" encubren bajo esta palabra
"hispanoamericanistas" simplemente. Lo acaba de repetir Antonio
Candido en el artículo generoso que me dedicara (en Folha de Sao Paulo 5
de enero de 1983) diciendo: "graca a um automatismo curioso, os quase
vinte países de fala espanhola nos ignoran quando se trata de pensar como unidade ideal o
subcontinente de que somos quase a metade". Si
por un lado es un problema que cabe a los estudios comparatistas, por el
otro exige que se diseñen con cuidado los fundamentos teóricos y metodológicos
que permitan el encuadre de las afinidades peculiares de ambos grandes
ramales de las letras de lo que llamamos América Latina. Es un campo bien
escurridizo, en el cual estamos recién en los comienzos y soy bien
consciente de que haber sido de los primeros en proponer criterios de
trabajo no implica haber resuelto este ingente problema que deberá contar
con múltiples aportes de estudiosos de ambos hemisferios. En el artículo
citado, Antonio Candido dice: "Muito antes da atual moda
latino-americanista, devida entre outras coisas ao "boom" da
ficcao, ele sustentava que o intelectual do nosso subcontinente devia
fazer o possível para forjar o conhecimiento recíproco e tecer urna
vasta rede de intercámbio e interpretacao. Aislo se dedicou de varios
modos, elaborando inclusive urna especie de teoría unificadora da
literatura e da cultura latino-americana, queja leve oportunidad de expor
no Brasil, pela escrita e a fala"(...) Todo
el presuntuoso edificio del "latinoamericanismo" que corre por
congresos y banquetes, no tiene posibilidad de superar ese nivel retórico
e insustancial, mientras no nos apliquemos a religar estas dos grandes y
plurales culturas, estas dos magníficas literaturas. Es el problema que
ahora enfrenta el proyecto de una Historia de la Literatura
Latinoamericana que a propuesta de Ana Pizarro, viene siendo estudiado
por la Asociación Internacional de Comparatistas. Puede considerársele
el primer esfuerzo serio para vencer las subrepticias fronteras internas
de América Latina y aunque es improbable que, dado el nivel de nuestros
estudios y la formación de nuestros incipientes equipos, pueda resolver
de una vez la gran cantidad de dificultades existentes, es posible que
comience a avanzar en el sentido de esa esquiva integración, demorada por
siglos. Porque sin duda este asunto requerirá un siglo de aportes
intelectuales y vastos planes continentales conjuntos. Entre estos, el más
eficaz y a la vez el menos atendido hasta el presente, sería la
introducción a nivel de los estudios preparatorios (y desde luego de los
universitarios) de cursos obligatorios sobre la civilización
latinoamericana, desde sus orígenes al presente, combinando
equilibradamente las aportaciones de ambos hemisferios culturales (y también
los de la compartimentada área antillana) para diseñar la evolución de
las contribuciones que han formado la global civilización de la región.
Cursos de este tipo, aunque frecuentemente también escindidos en los
consagrados al Brasil y los dedicados a Hispano-América, existen en los
Departamentos de Español y Portugués de las universidades
norteamericanas, y, mejor diseñados, en los programas de Estudios
Latinoamericanos de las mismas universidades, pero en cambio no existen en
América Latina ni en España y Portugal. La tendencia localista y
nacionalista, sólo superada a veces por la tendencia microrregional
(ejemplos los estudios sobre la historia de los países bolivarianos,
sostenidos por el convenio Andrés Bello), todavía no han dado paso a una
visión global del proceso histórico. Soy
consciente de la carencia de equipos adaptados a esta tarea, cosa que sé
bien por las dificultades que encontré en todos los proyectos editoriales
de la Ayacucho destinados a libros que antologizaran períodos culturales
de todas las regiones del subcontinente (la serie de Pensamiento) aunque
el desarrollo pujante de semejantes equipos en las disciplinas históricas,
económicas, sociológicas y antropológicas, ha desbrozado el camino para
constituir equipos paralelos en los campos de las letras, la música, las
artes, etcétera. Curiosamente el mayor retraso se registra en el campo de
las literaturas, como consecuencia del uso de diversas lenguas, y ese
mismo retraso puede encontrarse en los estudios literarios que se llevan a
cabo fuera del subcontinente, tanto en USA como en Europa, los que siguen
encerrados en el cauce de las lenguas independientes. De ahí que la
primera misión del comparatismo, prácticamente desconocido en Nuestra América,
sería una contribución a la religación de las literaturas de lenguas
portuguesa y española. Posiblemente
quepa un puesto de vanguardia en este proyecto a los intelectuales del Río
de la Plata, por las razones enunciadas, y asimismo por los contactos que
existieron entre los países de la cuenca (Argentina, Uruguay, Paraguay) y
el Brasil. (...) No obstante, parecería que el esfuerzo intelectual mayor deba estar dirigido a la fundamentación del discurso conjunto sobre ambas literaturas, atendiendo a las peculiares condiciones de su producción, a sus fuentes extracontinentales y a sus procesos de adaptación (acriollamiento) a las características culturales internas. Puede desde ya aventurarse que si bien podrán encontrarse equivalencias en estos tres sectores enunciados, es también posible que ellas concluirán sirviendo a la fundamentación de un discurso bastante más amplio, capaz de reunir las que llamaríamos literaturas suratlánticas, al incorporar las de las mismas lenguas (español y portugués) que se han ido desarrollando en las naciones africanas colonizadas por los viejos imperios ibéricos. Esta eventualidad debería servir como prudente retención a los generosos aunque inseguros intentos de algunos críticos para reclamar nada menos que una teoría literaria sólo vigente para el continente latinoamericano. Quizás aquí resultaría oportuno recordar que toda fundamentación teórica de literaturas en lenguas española y portuguesa, no puede dejar de lado a los centros metropolitanos de tales lenguas, vista la incidencia capital de las lenguas en la producción literaria, y que los procesos de adaptación de la producción literaria de esas lenguas en regiones de lo que llamamos, con algún simplismo, el Tercer Mundo, como sería la América Latina, es previsible que se encuentren también en otras regiones del Tercer Mundo como son las tierras africanas hijas de la misma colonización idiomática. De ahí a visualizar una forzosa Comunidad Atlántica de las Literaturas Hispánicas (portuguesa y castellana) no habría más que un paso, que resultaría reforzado por los estudios lingüísticos que en las últimas décadas (Diego Catalán) han subrayado las conformaciones idiomáticas que se plasman en la expansión atlántica de las lenguas peninsulares. |
por Ángel Rama
El País Cultural Nº 217
31 de diciembre de 1993
Ver, además:
Editado por el editor de Letras Uruguay
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