Entrevista a Angel Rama:

sobre creación, crítica y estudios literarios [1]

Entrevista realizada en diciembre de 1978 por estudiantes de la Escuela de Letras de la U.C.V.,

integrantes del grupo "Avance Estudiantil"

[1] No hice falta presentar la personalidad y la obra de un intelectual tan ampliamente conocido como Angel Rama, cuya producción llena un importante espacio en la reflexión crítica y estética latinoamericanista, con vocación de autonomía y pasión por el conocimiento de nuestro Continente. Agudo y polémico, Rama residió en nuestro país dejando un amplio legado a través de libros y artículos de variada difusión y proyección. Visitó nuestra universidad a inicios de la década de los 70, cuando vino invitado por la Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes para dictar un curso sobre narrativa contemporánea latinoamericana.

Se le recuerda jovial y enfático en el diálogo, denso y abierto a la discusión, como en esta entrevista realizada en diciembre de 1978 por estudiantes de la Escuela de Letras de la U.C.V., integrantes del grupo "Avance Estudiantil", quienes la reprodujeron en copias mimeografiadas bajo el título de "Para deshacer ciertos equívocos...", texto quizás desconocido para la mayor parte de los lectores, a quienes lo ofrecemos como registro documental.

P.- Profesor Rama, siempre se ha venido discutiendo acerca de las condiciones “extraordinarias” del creador artístico. En muchos casos se le considera una especie de ser “iluminado” con poderes especiales para la creación, considerando a la tarea crítica, por ejemplo, como inferior a la tarea creadora. ¿Cuál es su opinión al respecto?

R.- Existe una serie de equívocos que se han manejado a un nivel vulgar y corriente acerca de una especie de enfrentamiento, y en algunos casos una cosa que es más grave, una suerte de jerarquización entre lo que corrientemente se llama la creación literaria y lo que es la crítica, la investigación o el estudio de la literatura. En una concepción que viene claramente del Romanticismo —y de la concepción idealista que manejó el Romanticismo— según la cual el creador, el poeta, es descendiente de los dioses y recibe el mensaje de los dioses cuando está creando, de ahí las apelaciones a la musa que hacen los poetas románticos, se ha tratado de mantener la idea de que la obra literaria es un producto casi mágico que se recibe en actitud mediúmnica; como si el poeta fuera un médium y recibiera una especie de fuerza y de impulsión que pertenece a los cielos, o sea, al mundo divino.

Si tratáramos de hablar cuando nos referimos a obras literarias, de producciones literarias y no de creaciones, probablemente pondríamos más claramente el acento en la realidad de cómo se realiza una obra artística, que es la obra de un escritor culto o no culto —es lo de menos que trabaja, elabora determinados lemas y produce un objeto artístico que se coloca en el mercado o en la relación con los hombres. En esto no intervienen los dioses; en esto intervienen simplemente los hombres, y los hombres que pertenecen a grupos sociales, clases sociales, diversos estratos; realizan una tarea en relación con la sociedad y con el público, aun en aquellos casos en los cuales dicen no hablar sino para ellos, fatalmente, dado que son entes sociales, no seres separados de la sociedad, sino entes nacidos dentro de la sociedad que actúa y producen dentro de esta sociedad

Esto es lo normal de todo circuito de producción, tanto la producción de las obras literarias, como la producción de cualquier otro tipo de obra que use la literatura, la pintura, la música o cualquier otra producción de las que los hombres realizan dentro de la sociedad; incluso las que realiza un trabajador, un obrero, un administrador, es decir, producen cosas dentro de la sociedad en relación con esta sociedad. Esta es la situación normal de la actividad, si abandonamos esta idea tan vieja y tan absolutamente ya fuera de tiempo, que es el idealismo romántico y creemos, desde luego, que existen los dioses y que los dioses tocan a los seres humanos, y les producen extrañas palpitaciones, de las cuales surgen las obras de arte, obviamente jamás entenderemos cómo se hace una obra de arte ni para qué sirve, ni que significación tiene dentro de la sociedad. Esta es una idea arcaica, una idea absolutamente periclitada, y que se conserva por simple desconocimiento de lo que es la producción cultural en el mundo o a veces por mala intención, porque desde luego remitir a los dioses da una cierta jerarquización, exactamente da una sacralización del escritor. El escritor pasa a ser algo parecido a un sacerdote; está fuera entonces, digamos, de la medida de los hombres; está flotando por encima de los demás hombres, es el ungido de los dioses, el protegido de los poderes superiores; es decir, está sacralización es enteramente ideológica, corresponde al intento de colocar al escritor fuera de la realidad social en la cual existe y produce sus obras.

Si abandonamos —como yo creo que es obligatorio— después de todo el desarrollo del pensamiento social, después de todo el desarrollo del psicoanálisis contemporáneo, después de todo el desarrollo de la antropología que nos ha permitido ver mucho más claramente qué es la cultura, y cuáles son los productos de la cultura y cómo se realizan; si abandonamos tales ideas pasamos entonces a considerar al escritor y a su obra, efectivamente, como un proceso de producción en el cual lo que se genera en este proceso de producción es una obra literaria o artística.

En este campo, creo yo que comienza ya a ser ligeramente absurdo la jerarquización que hace que la producción de una obra crítica, sea necesariamente inferior, dependiente, y esté por debajo de cualquier tarea creativa. El discurso crítico, el discurso que hace una inteligencia humana produciendo una lectura del arte o de las letras, no es de ninguna manera inferior a otro discurso, que es el discurso de crear un poema, o de producir una novela; son actividades intelectuales. Corresponden a la función intelectiva de los hombres aplicado a diversos campos. No puede decirse ni encararse que es inferior una tarea a la otra porque fundamentalmente, son tareas en que ambas concurren a la edificación de la cultura.

Jamás podrá existir una cultura hecha de poemas, o hecha de novelas, porque el propio autor de novelas o de poemas cuando realiza su tarea, apela directamente a lo que habría que llamar, desde el punto de vista intelectual, una función crítica. No hay modo de escribir una novela, un poema o de escribir una pieza de teatro, si no están actuando sobre el escritor, no solamente las cualidades imaginativas o las asociaciones inventivas o la observación de la realidad, sino también una función crítica que le hace manejar todo estos materiales, organizados, sistematizarlos y lograr el fenómeno artístico mejor. Dicho de otro modo, no existe ningún productor de poesía o de narrativa que no tenga una conciencia crítica, porque si no sería incapaz de producir una obra literaria, es decir, la función crítica es una función que todos los hombres ejercemos. Estoy diciendo que la ejerce un escritor, pero estoy diciendo que la ejerce un ciudadano corriente; quien también tiene una actitud crítica frente al mundo y observa las cosas, y de ninguna manera se deja llevar simplemente por opiniones que le dan los demás, sino que analiza si le conviene o no le conviene, si son buenas o si son malas. La función crítica es inherente al ser humano, es propia de todos los seres humanos, la ejerce el escritor, la ejerce el ciudadano, la ejerce el crítico.

La función crítica es la dominante entre las diversas actividades intelectivas que se utilizan para crear, para producir una determinada obra. Se puede decir, en cambio, que en un poeta es posible que junto a la función crítica que siempre existe, existe también una función imaginativa; un manejo de la invención tan importante, o más importante, depende de los poetas. Un poeta como Octavio Paz es un poeta tan crítico, que creo yo que se podría decir que en él es indisociable una tarea de la otra, y quizás sea más importante la función crítica que otras funciones para producir la obra literaria. Existen, sin embargo, otros tipos de escritores que manejan más claramente la apelación a lo imaginario o la apelación a la copia de la realidad; Novalis, en cambio, trabaja en un mundo imaginario mucho más rico, pero en ninguno de ellos está ausente la función crítica, porque si no, no habría obra literaria.

P.- Profesor, nosotros creemos que en este momento lo que hay que transformar en América Latina es el enfrentamiento polémico a nivel de ideas y no a nivel de personas. Pero hay en Venezuela, como en Latinoamérica, ciertos críticos cuya obra no conduce a ningún tipo de conocimiento, a ningún tipo de aclaración para la transformación de nuestros pueblos. ¿Cuál cree usted, debe ser la orientación de la crítica literaria en Latinoamérica?

R.- Lo que ocurre es que hasta ahora no hemos hablado de que existe, no una orientación dentro de la crítica dentro de Hispanoamérica y en el mundo entero, sino existen muchas orientaciones de la crítica; quiero decir esto: yo puedo respetar, considerar la eficacia, el rigor, la exactitud con la que trabaja un determinado crítico, lo que no quiere decir que yo comparta la orientación que tiene ese crítico; porque prefiero otras orientaciones que me parecen más ricas, o que me parecen más promisorias para interpretar lo que yo llamo los problemas reales de América Latina, y la situación real de la cultura latinoamericana. Es en ese sentido que, respetando enteramente la eficiencia y la calidad de un trabajo crítico, puedo sin embargo considerar que prefiero y ejerzo yo personalmente otra orientación crítica que es totalmente diferente, es decir, para citar los dos casos que estibamos viendo, con todo el respeto que yo puedo tener por la obra de Octavio Paz, yo preferiría sin duda realizar una tarea crítica parecida a la de don Pedro Henríquez Ureña, y no parecida a la de Paz. Estoy pensando también en las orientaciones generales, es decir, en las ideas que se ponen en funcionamiento en una tarea crítica: la doctrina, la filosofía, la estética que se defiende; y desde luego en un segundo término, la vinculación a lo que yo creo que es más importante que la crítica o que la literatura, la cultura de Latinoamérica, que es algo que no es creación meramente de los hombres cultos, sino que es la creación de la nación latinoamericana.

P.- Profesor, muchas personas creen que la Escuela de Letras debe servir para formar poetas. En su opinión, ¿cuál cree usted que debe ser la función de una Escuela de Letras, específicamente la de la Universidad Central de Venezuela?

R.- Las escuelas de Letras nunca, en ninguna parte del mundo, desde que existieron, desde que se creó la Universidad en el siglo XII hasta nuestros días, sirvieron para desarrollar poetas, novelistas o dramaturgos, porque el 99 % de todos los hombres que han hecho poemas, obras de arte, etc., no han pasado, ni necesitaron pasar por una escuela de Letras. Es decir, lo que es completamente absurdo es pensar, o plantearse, la Escuela de Letras como un taller literario, que yo creo que es una de las ideas erróneas que se manejan en torn a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Hay un ejemplo que es categórico, que es el de los talleres literarios. En muchas escuelas de Letras en el mundo existen talleres literarios que son optativos y libres, a los cuales concurren aquellos estudiantes que tienen una especial inclinación por producir literatura; producir sobre todo poesía, narrativa, etc. Esos estudiantes que son siempre obviamente una minoría dentro del conjunto de una escuela —dentro de mil estudiantes pueden ser diez ó quince—, esos estudiantes tienen una ayuda a través de algunos profesores, escritores, etc., que trabajan con ellos. Pero crear el imperativo, cosa que pasa en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, de que todo estudiante debe fabricar poemas, fabricar novelas o cuentos, o fabricar obras de teatro, es absolutamente ridículo y crea un fraude, porque obviamente es una invitación al fraude; esa inmensa mayoría de estudiantes que no van a la Escuela para producir obras literarias, se ven obligados a hacerlas y reciben nota por ello, reciben créditos obligatorios; y además, para coronar el dislate, se puede graduar un estudiante con un libro de poemas, por lo cual se le podría dar Licenciado en Letras y mejor dicho titulado poeta, es decir, se le podría extender un título de poeta, cosa que, hasta ahora en el mundo, nunca se había visto que se le pudiera dar título de poeta graduado, reconocido por el Estado, la Universidad y las autoridades, a un ser humano. Este es absolutamente el dislate, y corresponde a la idea que infiero de estos hechos que estoy contando, de que la Escuela de Letras está destinada a producir poetas. Esto es un disparate, corresponde a una concepción totalmente elitista, y que no tiene que ver con la realidad de la demanda social respecto a una escuela.

Esta cosa que no se le ocurrirá a ningún profesor, estudiante de la Escuela de la Medicina que parte del principio de qué es lo que necesita la sociedad que nosotros hagamos por ella y prepara por lo tanto los profesionales necesarios para la sociedad; en cambio en la Escuela de Letras no existe. Yo tengo la sensación de que no se han planteado esta pregunta elemental: ¿para qué están estudiando aquí 500 ó 600 muchachos, y cuál será el papel que desempañarán en la sociedad cuando sean graduados?; y por tanto, ¿qué es lo que deben estudiar y «prender para poder actuar mejor, con más eficacia, y sin problemas personales dentro de la sociedad? ¡Esto es lo elemental, lo que se plantea cualquier escuela o facultad en el mundo!, porque tiene que preparar un equipo que ingresa en la sociedad y que debe actuar dentro de la sociedad. Por lo tanto yo me tengo que preguntar cómo lo formo, qué necesita, para qué va a servir, qué va a hacer luego que se gradúe. Las preguntas obvias y elementales con las cuales se forma un matemático genial, un químico, un médico, cualquier profesional. Pero en cambio dentro de la Escuela de Letras funciona un concepto absurdo que es el de que la Escuela de Letras debe producir poetas, y no hay modo de explicar que los poetas no necesitan pasar por una escuela de Letras y perder el tiempo, porque es eso, perder el tiempo, cuando podría estar escribiendo obras admirables en su casa o donde fuera, sin tener que estudiar Lingüística II, Morfosintaxis del Español y la medición métrica, porque todo eso un poeta no lo necesita. Perdería el tiempo el poeta que va a la Escuela de Letras. ¡Escriba en su casa, vaya a un taller, trabaje en un cenáculo, encuéntrese con unos amigos!; haga lo que siempre hicieron los poetas y los escritores desde que el mundo existe. Pero la Escuela de Letras, en cambio, debe preparar profesionales para un determinado medio que es la Venezuela de hoy, para las necesidades de Venezuela hoy en materia de profesionales de Letras.

Este es el problema de la Escuela que hay que contemplar, y yo creo que no se lo ha planteado la Escuela seriamente. A partir del momento en que lo planteamos, empezamos entonces a darnos cuenta de los errores que tiene el pensum, de los errores que tiene el sistema de estudio, porque el problema es si este profesional sirve o no sirve a la sociedad, qué es lo que necesita darles.

Piensen ustedes un momento que si yo tuviera un médico y lo dedicara exclusivamente a estudiar la célula, y las funciones de las células durante seis años, y no le enseñara Anatomía y Fisiología, entonces usted diría: Pero si es que usted no está formando un médico, usted está formando un ser que puede ser muy útil para una investigación dentro de un instituto, pero no para lo que la sociedad espera que egrese como profesional de la Facultad de Medicina. Esto, creo que, se podría plantear también para la Escuela de Letras, porque hay una experiencia que tiene la mayoría de los que egresen: egresan y no tienen instrumentos para luchar en la vida, egresan y no saben cómo actuar, cómo desarrollarse, dónde ir, dónde trabajar. Esto es una situación que a mí me parece dañina, y a quien perjudica directamente es a los estudiantes. Los profesores pueden seguir dando sus clases, podemos seguir desenrollando nuestros "rollos", pero en cambio el estudiante tiene que formarse para una determinada sociedad.

Entonces todas estas cosas están sin contestar en la Escuela. Yo creo que la Escuela se va a organizar en un modo real, con base sobre la tierra, cuando se plantee estos problemas y cuando entonces se pregunte ¿para qué se estudian estas cosas y por qué no se estudian tales otras, que nos son indispensables? Porque yo voy a ser profesor, o voy a ser preparador de libros, o voy a ser investigador. Entonces ocurren esas cosas que a mí me producen desolación en la Escuela, porque no hay un sólo alumno que salga de la Escuela que esté formado para ser investigador, porque jamás, ¡nunca!, a lo largo de los años en que ha estudiado, ni en los múltiples semestres que ha hecho, ha trabajado directamente en investigación. No ha hecho una investigación de campo, una investigación bibliográfica, no sabe construir una bibliografía, no sabe trabajar sobre un texto, porque no se le ha enseñado y, desde luego, no tiene entonces por qué saberlo. Y si alguien pretendiese ser traductor literario, fíjense una de las cosas que parece más vinculada a la Escuela de Letras, es imposible porque se le dan tres cursos de idioma, que son tres semestres como ustedes saben y, efectivamente, ese alumno no sirve para ser un traductor de literatura. Y si se refiere a profesor, yo les diría que la preparación educativa, método lógica, de un profesor no existe dentro de la Escuela, como todos sabemos, por todos estos aspectos. Entonces uno se pregunta: ¿qué está formando la Escuela? ¿Qué profesional al cual le da título oficial la universidad de la república, y se le reconoce como válido en este Estado, es lo que se está preparando?

Yo quiero contestar el problema concreto, el que tú planteabas concretamente. Es el problema que a mí me parece grave dentro de la Escuela, que es el enfoque de la Escuela. Yo creo que en la Escuela hay, tanto entre los profesores como entre los estudiantes, suficiente inquietud para todas estas cosas, como para que sea hora de que se estudien amistosamente, amigablemente, merced a mesas redondas. Pero que se estudie, porque es para beneficio de todos; a ver qué es lo mejor que se puede organizar en la Escuela para que efectivamente el estudiante, cuando salga de esta Escuela, pueda actuar dentro de la sociedad con toda solvencia.

Nota: El profesor Angel Rama dio su aprobación para que estas ideas fueran discutidas en el seno de la Escuela. Por lo demás, muchos de estos juicios fueron comentados asiduamente por el profesor Rama en los cursos que dictaba.

 

Angel Rama

Entrevista realizada en diciembre de 1978 por estudiantes de la
Escuela de Letras de la U.C.V., integrantes del grupo "Avance Estudiantil"

Publicado, originalmente, en
Voz y Escritura. Revista de Estudios Literarios - Nº 02-03

Universidad de Los Andes - Mérida - Venezuela

Link de la entrevista: http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/32394/2/articulo8.pdf

 

Ver, además:

 

                      Ángel Rama en Letras Uruguay

 

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