La fiebre

 
Un día mi hija se quedó quieta. Cosa rarísima. Vino dónde estaba yo, se acostó en el sofá y empezó a temblar. Volaba de fiebre.
Mi señora estaba trabajando en Barcelona y estábamos solos mi hija y yo. Dejé el mensaje en el teléfono del trabajo de ella, pero sabía que
no lo podría escuchar hasta 3 horas después, porque estaba en un tribunal de exámenes.
Salí como una bala al hospital. Cuando llegué no había nadie en la sala de espera y pude entrar enseguida a la consulta.
Mientras el médico iba descartando la meningitis, que era el principal miedo que yo tenía, y otras posibles infecciones, yo me iba tranquilizando. Eran como la 6 de la tarde. Hacia las 6.45 me dormí.
Cuando me desperté había un hombre grueso, con un bastón y un sombrero sentado al lado mío. Había unas cuantas señoras bastante gorditas, con faldas largas, que eran gitanas, una de ellas estaba llorando. El hombre grueso era el juez del grupo, un personaje que ellos llaman "el tío", y que existe en todas las comunidades gitanas.
-Que le pasa paio? -me dijo viéndome preocupado.
Yo le expliqué lo que nos había pasado, mientras iban llegando furgonetas (los gitanos en España siempre tienen una furgoneta, no sé porqué) con grupos de familiares. Eran los familiares de un niño que había sufrido, junto a los padres, un accidente de coche. Como vi que "el tío" no decía nada del asunto, y que los familiares llegaban con cara de preocupados, no me atreví a preguntar. Hacia las 8 de la tarde había como 30 personas en la sala de espera. Ellos mismos salieron al espacio que había delante del hospital. Hacia las 8.45 encendieron un fuego y se oyó alguna guitarra. Ya había más gente afuera.
"El tío" me consolaba. Me decía que ellos habían pasado por muchas como la que estaba pasando yo.
Hacia las 9.30 salió a la sala de espera una de las señoras gordas. dijo algunas cosas que no entendí, y "el tío" me explicó que habían tenido que amputar una mano al niño accidentado. Los gitanos que estaban afuera ya eran una legión, entre primos, tíos, parientes más lejanos, me imagino, del niño accidentado. Hubo un momento de consternación por la noticia. Alguna de las señoras gordas lloraba, los hombres miraban en silencio.
Cuando llegó mi mujer de Barcelona, las señoras gordas se acercaron a ella y la tranquilizaban. "El tío" también vino y la tocó suavemente en el brazo.
En ése momento el médico salió y nos dijo que con los antitérmicos había bajado la fiebre a mi hija, pero que tenía una infección. Nos dio unas recetas y una fecha para la visita posterior. Los gitanos se animaron con la noticia.
Cuando me alejaba con el coche del hospital, veía los reflejos de la pequeña fogata que habían hecho, y pensé: 
hay otros mundos, pero están en éste...Paul Eluard

Fernando Quiroga

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