Cronología bio/bibliográfica fundamental de Horacio Quiroga
Pablo Rocca

"En cuanto a la parte biográfica son de lamentar algunas inexactitudes, de poca monta tal vez, pero lamentables siempre. Es posible que, entendido así el autor biografiado gane en pintoresco; pero pierde en verdad, que es el punto capital."

Horacio Quiroga a C. M Princivalle, 1931.


1878. El 31 de diciembre nace HORACIO SILVESTRE QUIROGA FORTEZA en la ciudad de Salto. Es el cuarto hijo del matrimonio constituido por Prudencio Quiroga, vicecónsul argentino en aquella ciudad hacía ya dieciocho años, y de Juana Petrona Forteza, a quien familiares y amigos llamaban Pastora. Según apunta Jorge Lafforgue, su padre era "descendiente lejano del caudillo (de la provincia argentina La Rioja) Juan Facundo Quiroga, que en 1845 Sarmiento había erigido en figura clave de su texto más famoso: Facundo". Aun más, como lo ha demostrado María M. Garibaldi de Sábat Pebet, los Quiroga y los Sarmiento estaban emparentados; las dos familias se habían instalado en el sur de América en el siglo XVI. (Entronque de Quirogas y Sarmientos, Buenos Aires, 1951.)


La casa natal, sita en la calle Uruguay, con frente al norte (...) que sigue hoy estando en el centro (...) de la ciudad, había sido adquirida por la "Sociedad Prudencio Quiroga y Hna.", a Emilio Castellanos (...) el 21 de marzo de 1874. Allí, en una pieza al fondo de la propiedad, comercio y habitación al mismo tiempo, había nacido Horacio Quiroga" (Enrique A. Cesio, "Los bienes de Horacio Quiroga", en Brecha, Montevideo, año II, Nº 76, abril 10, 1987, p. 29).

1879/1889. A raíz de que a los dos meses y medio de vida el niño contrajo la tos convulsa (que antes sus tres hermanos habían padecido), los padres deciden trasladarse a una chacra ubicada en San Antonio Chico, próxima a la ciudad de Salto. Según José María Delgado y Alberto J. Brignole (sus amigos, coterráneos y primeros biógrafos), en un paseo por el arroyo cercano, el padre de Horacio Quiroga se disparó accidentalmente un tiro de escopeta, muriendo casi de inmediato. Emir Rodríguez Monegal maneja como hipótesis no el accidente sino el suicidio, aunque tampoco da crédito absoluto a tal versión. Doña Pastora Forteza se traslada por un tiempo a Córdoba con sus hijos. De regreso a Salto, en 1883, "la madre descubre que la fortuna familiar se evapora. Trata de reorganizar la casa. Manda a Horacio a estudiar a la escuela Hiram, fundada por la masonería y que daba (...) sobre la calle Pintado, casi enfrente de la casa familiar. Horacio gana notas altas pero el testimonio de sus condiscípulos no le es favorable".

1890/1895. Ingresa al Instituto Politécnico para cursar estudios secundados, los cumple con satisfacción aunque sin brillo. En un breve pasaje de su familia por Montevideo, casi dos años de permanencia, estudiará en el Colegio Nacional. En 1891 su madre contrae enlace con Ascensio Barcos, "argentino de 52 años, residente en Salto desde hace años". Al menos en apariencia (observan sus primeros biógrafos) las relaciones con su padrastro transcurren en un clima de cordialidad. Escasos años más tarde Barcos sufre una hemorragia cerebral, situación crítica que lo llevará a quitarse la vida en 1896. Más allá de estos sucesos que ensombrecen su vida, Quiroga se aficiona al ciclismo, su primera pasión deportiva (una foto de 1893 lo muestra luciendo traje de ciclista y sosteniendo una pesada bicicleta); frecuenta un taller de maquinarias y carpintería e ingresa, también, al mundo de las ideas conectándose con algunos rudimentos del materialismo filosófico.

1896. Con sus amigos Alberto J. Brignole, Julio J. Jaureche y José Hasda forma su primer cenáculo, la comunidad "Los tres mosqueteros". Quiroga, el "D'Artagnan" del grupo, sobresale como líder. Leen textos decadentistas franceses, escriben poemas y relatos. De esta época proceden las primeras experiencias literarias de Quiroga: veintidós textos escritos entre 1894 y 1897.

1897. Brignole descubre en una revista argentina el poema "Oda a la desnudez" del escritor modernista argentino Leopoldo Lugones, a quien todos los miembros del grupo desconocían. Pronto leen a Lugones con fervor discipular. Al mismo tiempo Quiroga no detiene sus ímpetus deportivos y une, por primera vez, las ciudades de Salto y Paysandú en una travesía en bicicleta. En marzo de 1897 el general Aparicio Saravia con la mayoría del Partido Nacional se alza en armas contra el presidente Juan Idiarte Borda. Quiroga -aunque tenía edad suficiente- no participa de las operaciones militares que caducan en setiembre, unos días después del asesinato del Presidente. Si bien pertenecía a una familia colorada, resulta demasiado aventurado señalar (como lo hace Rodríguez Monegal, que "estaba con el Gobierno", cuando a juzgar por sus primeros atisbos de las ideologías revolucionarias todo parece indicar lo contrario. Más absurdo aun es sostener que no fue aceptado por su estatura, si bien "era muy pequeño, asmático y delgado. Aunque en las fotos se las ingeniaba para parecer alto".

1898. Publica nueve textos, entre ellos dos poemas, en las revistas salteñas Gil Blas y La Revista Social. En los últimos días de 1897 había estrenado su firma públicamente con el artículo "Para los ciclistas", aparecido en La Reforma, Nº 27, 3 de diciembre. En las vacaciones veraniegas viaja con Brignole a Buenos Aires y visita a Lugones. Se trata del primer contacto de una relación que se mantendría a lo largo de casi toda la vida. El encuentro y el deslumbramiento se repetirán en el siguiente año.

1899. El 11 de setiembre funda junto con su primo José Maria Fernández Saldaña, con Asdrúbal Delgado y los hermanos Alberto y Atilio Brignole, el "Semanario de literatura y ciencias sociales", Revista del Salto. Publica su primer cuento: "Para noche de insomnio" (Nº 9, 6 de noviembre), así como numerosos artículos literarios y notas de actualidades. Su autofiliación al modernismo no se disimula, como tampoco oculta su admiración por Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Lugones. La revista cierra el 4 de febrero de 1900, cuando había alcanzado su número 20, "porque no se supo adaptar al medio en que vivía", señaló Quiroga decepcionado y mordaz ("Por qué no sale más la Revista del Salto").

1900. Quiroga vive de las rentas que producen los bienes que habían pertenecido a su padre. Una propiedad de la calle Daymán "fue vendida por Quiroga en febrero de 1900" (Enrique A. Cesio, art. cit.), urgido por la necesidad de dinero que no ganaba en ninguna forma de empleo pero, además, porque necesitaba fondos para viajar de Salto a Montevideo (lo que hizo el 21 de marzo) y nueve días después de la capital a Génova (Italia), en un barco italiano. La meta era París, adonde llega el 24 de abril con ochenta y ocho pesos en el bolsillo: "París es una buena cosa -escribe en su diario-, algo así como una sucesión de Avenidas de Mayo populísimas (...)".

Durante el viaje lee desordenadamente a Carlos Reyles y a Emile Zola, observa el comportamiento de los tripulantes, anota cuidadosamente sus impresiones en un diario que sólo en 1947 se hizo público.Ya en la "ciudad luz" concurre a una tertulia en el Café Cyrano, en Montmartre, donde alterna con Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo y Manuel Machado, pero sólo estima a Darío. Visita la Exposición Universal y "unas tres veces" acude al Museo de Louvre, pero también participa de una carrera de ciclismo en el Parc des Princes luciendo la camiseta del Club Ciclista Salteño. Años después le diría a uno de sus amigos que en realidad había ido a París "por la bicicleta", pero esta no era más que una forma de ocultar su fracaso como escritor allí o de burlarse de su entonces abandonada bohemia de salón. El 12 de julio desembarca en Montevideo: "Volvió con pasaje de tercera (...) un saco con la solapa levantada para ocultar la ausencia de cuello, unos pantalones de segunda mano, un calzado deplorable (...) Costó reconocerlo. Del antiguo semblante sólo le quedaba la frente, los ojos y la nariz; el resto naufragaba en un mar de pelos negros que nunca más (...) se rasuraría". Tampoco traía equipaje consigo. No obstante, puede haber algo de hipérbole en la descripción hecha por sus amigos y testigos del desembarco poco triunfal, pues la foto que se conserva de esa época lo muestra con una barba prolija y recortada.


Luego de pasar un par de semanas en Salto decide radicarse en Montevideo. Vive con Julio Jaureche en una piecita larga y angosta" de pensión. Los amigos salteños se reencuentran para formar su segundo cenáculo, el "Consistorio del Gay Saber", así bautizado por un nuevo integrante del grupo, salteño también: Federico Ferrando. Por las tardes -y hasta las diez de la noche a lo sumo- se reúnen ruidosamente en el Café Sarandí, a pocas cuadras de la modesta sede de la agrupación literaria. Con el seudónimo Aquilino Delagoa (portugués), Quiroga publica un cuento en la revista Rojo y Blanco (Nº 17, 7 de febrero ) y, en noviembre sobre un total de setenta y cuatro originales remitidos desde "toda América", obtiene el segundo premio del concurso de narraciones organizado por la revista La Alborada, con el relato "Sinrazón, pero cansado". En el jurado se encontraba Eduardo Ferreira junto a dos de los escritores más prestigiosos del Uruguay: Javier de Viana y José E. Rodó. El primer premio lo obtuvo el desconocido e irrelevante Oscar G. Rivas.

1901. "Ese año -recordó Fernández Saldaña- (...) (el "Consistorio") se pasó a los cuartos de altos de la calle Cerrito Nº 113, dos piezas interiores, una bien grande y una chica (...) Este año, 1901, recibió el "Consistorio" la visita de Lugones (...) Vivió y durmió en el cuarto de los muchachos y hubo entonces tenidas de amanecerse, cuando menos. Cuando se fue dejó olvidado un saco de montaña verde con que después se abrigó dos inviernos Cyrano (Ferrando) (...)". 

Mueren dos hermanos de Quiroga que llevan el nombre de sus padres (Pastora y Prudencio), el último era un bienio mayor que el escritor. Cuando declina el año aparece Los arrecifes de coral, libro de poemas y breves narraciones, con una ilustración en la podada del pintor Vicente Puig que representa la provocativa imagen de una joven ojerosa, con uno de sus senos semidescubierto.

1902. "Recuerdo así habemos encontrado una tarde, en marcial terceto, Herrera y Reissig con sus guantes nuevos y sus botines antagónicos de siempre, Roberto de las Carreras con un orioncillo verde cotorra, y yo -escribe Quiroga en 1925- con un sombrero boer (...) Teníamos entonces veinte años, bien frescos". Seguramente fue entonces cuando conoció de paso al dramaturgo montevideano Florencio Sánchez cuando éste iniciaba el camino de su consagración; con él se volverá a encontrar pocas veces más en algún café de Buenos Aires un par de años después.

El 5 de marzo Federico Ferrando se prepara para batirse a duelo con el poeta Guzmán Papini y Zás, luego de una fuerte polémica en la prensa por motivos literarios, la que concluye en insultos de consecuencias irreparables. Quiroga examina el arma de su amigo en la casa de éste en la calle Maldonado y, sorpresivamente, se le escapa un disparo que hiere de muerte a Ferrando. "Horacio Quiroga (...) tuvo que ser retenido a la fuerza, porque se quería eliminar tirándose a un aljibe que existía en la vivienda", recordó casi noventa años después Anastacia Albín, testigo directo del hecho. ("Un testimonio oculto: Así mató Quiroga a Federico Ferrando", en Brecha, Montevideo, Año VII, Nº 331, 3 de abril de 1992, p. 22.)


Estuvo detenido unos días hasta que su abogado (el doctor Manuel Herrera y Reissig, hermano del poeta) logró demostrar su inocencia. Una vez liberado, Quiroga partió de inmediato a Buenos Aires, donde pasó a vivir provisoriamente en casa de su hermana Maria. El "Consistorio", destruido por la doble ausencia, se disuelve.

1903. A instancias de su cuñado, Eduardo D. Forteza, y en ausencia temporaria de éste, obtiene una suplencia como profesor de Castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires. En marzo comienza a publicar cuentos en el periódico porteño El Gladiador, que al 25 de diciembre totalizaban cinco, todos ellos integrados más tarde a su segundo libro. Mientras tanto fortalece su amistad con Lugones. Este dirige una expedición de estudio a las ruinas jesuíticas, a la que Quiroga se pliega como fotógrafo improvisado; "mi viaje por el territorio de Misiones (...) no se limitó a la parte argentina", escribió Lugones en el prólogo al libro que sobre las misiones jesuíticas publicó en 1904 a pedido del gobierno (El Imperio Jesuítico). Quiroga toma contacto en su aventura con San Ignacio y la región que sería su hogar en gran parte de su vida futura.

1904. Publica El crimen del otro, cuentos. En el transcurso del año no se registra ninguna colaboración en las publicaciones periódicas rioplatenses. Quizá porque el escritor decide utilizar todo su tiempo para el trabajo físico y todo su capital para la compra de un campo situado "a siete leguas al suroeste de Resistencia, a orillas del Saladito". En ese páramo Quiroga no sólo invierte lo que le queda de su herencia y sus muchas energías de hombre joven en la plantación del algodón, sino que apenas escribe. Además, Quiroga quemó en la empresa casi toda su desgarbada fortuna. "El mármol inútil", un cuento aparecido algunos años después (y luego integrado al libro Anaconda, 1921), revela la dureza de esta experiencia, en que se encontraba: "Sin noticia alguna del mundo", como le escribió a mediados de 1904 a Fernández Saldaña. La correspondencia con éste lo muestra, también, afanoso por rememorar aventuras eróticas juveniles; entusiasta en la lectura de Dostoiewski ("el escritor más profundo que haya leído"), confidente como en pocos momentos posteriores se lo verá. Las referencias y las preguntas sobre María Esther Jurkowski (una salteña con la que había tenido una tormentosa historia de amor hacia 1896) se multiplican. De esta prolongada obsesión saldrá el relato "Una estación de amor".


Algunas versiones -no muy fundamentadas- aseguran que intentó incorporarse al ejército gubernamental durante la guerra civil que durante casi todo el año asoló Uruguay. Pero cuando se dispuso a integrarse, la guerra había terminado con la muerte del jefe insurrecto Aparicio Saravia (setiembre, 10). Sin embargo, no hay ninguna alusión a los acontecimientos de armas en las cartas a José María Fernández Saldaña de ese período. Aun más: en 1911 dirige dos cartas a su pariente en las que no vacila en decir que "si yo anduviera por (Montevideo) me declararía profundamente colorado y furioso batllista" (enero, 15); y en otra: "pasé la edad y época de la cobardía, siendo así que ahora no hay nada para mí más bello que la honradez-sinceridad en el orden moral, y la democracia en orden político" (marzo, 16).

1905. "Durante su permanencia de casi dos años en el Chaco, lo acompaña inicialmente Ernesto de las Muñecas, un ocasional partícipe de las reuniones consistoriales; también lo visita su amigo José Hasda; y, a la vez, él va al Salto, a Buenos Aires y a Corrientes, doce días en el mes de julio con motivo de un homenaje a Lugones".


A fines del año regresa a Buenos Aires, mientras que por su lado Albedo Brignole (retornando de Europa) se instala en la misma ciudad. Los amigos conviven otra vez en un pequeño departamento y concurren a la casa de Lugones a las tertulias que ofrece el escritor. Con otros intelectuales rioplatenses (Juan José de Soiza Reilly, Roberto J. Payró, Florencio Sánchez, etcétera) se reúnen en un Café de la calle Maipú. El 18 de noviembre colabora por primera vez en Caras y Caretas. Semanario festivo, literario, artístico y de actualidades, que representó un modesta pero sostenida fuente de ingresos a la vez que una importante vidriera para sus ficciones durante más de tres lustros. En 1928 Quiroga recordó:
"Luis Pardo, entonces jefe de redacción de Caras y Caretas, fue quien exigió el cuento breve hasta un grado inaudito de severidad. El cuento no debía pasar entonces de una página, incluyendo la ilustración correspondiente".

1906. Por influencia personal de Lugones se lo nombra profesor de Castellano y Literatura en la Escuela Normal Nº 8. "En las vacaciones de 1906 viaja a San Ignacio con otro salteño, Vicente Gozalbo, boticario y hombre de empresa. Aprovechando las facilidades que ofrece el Gobierno del Territorio a todos los que deseen dedicarse al cultivo de la yerba mate, Cozalbo y Quiroga proyectan una empresa, la Yabebirí (...)". Quiroga compra 185 hectáreas próximas a San Ignacio. En la correspondencia a sus amigos salteños se repite la idea de "huir de la civilización", de preparar "mi viaje definitivo a Misiones" donde "hacer un poco de vida brava".

1907. Aunque sigue elaborando proyectos empresariales para trasladarse al Norte, Quiroga continúa dictando su cátedra en Buenos Aires. Intensifica sus colaboraciones en Caras y Caretas, en la que aparece, el 13 de julio, Nº 458, "El almohadón de plumas" (incluido en libro le suprimirá el plural del segundo sustantivo). Comenta con ahínco su trabajo en el relato "Los elefantes", al que más adelante refundirá con otros tres cuentos en el fallido "Cuadrivio laico". En una carta del 16 de setiembre le dice a Fernández Saldaña: "Frecuento a una chica normalista, la sola, la única de que te he hablado alguna vez. He ido dos veces a su casa. Lo malo es que, como es un potro, me desorganiza la clase (...) No sé en qué parará eso". Se trataba de Ana Maria Cirés, "una niña de 15 años, rubia, de ojos azules y carácter reservado" con la que contraerá matrimonio el 30 de diciembre de 1909, luego de una prolongada resistencia de los padres de la muchacha.

1908. Los perseguidos, nouvelle o cuento largo que dio a conocer en Buenos Aires, constituye el primer relato ambicioso y alejado de las influencias modernistas y poemianas. En él se insertan algunas egocéntricas palabras de Lugones: "(...) es un cuento del género en que sobresale el autor; la historia de un loco perseguido, cuyo origen real conozco, lo cual me da, por cierto, un papel con nombre propio y todo, en la interesantísima narración". Porque, en efecto, el escritor argentino es un personaje de Los perseguidos, y estas palabras sirven a Quiroga como carta de presentación luego de la fría recepción del libro anterior, lo que no se repetirá en éste.
Viaja a San Ignacio para construir, con ayuda de sus peones, el bungalow primitivo con "tejado de maderas", tal el testimonio de Delgado y Brignole. Publica la novela Historia de un amor turbio, de la que había adelantado un fragmento en Caras y Caretas ese mismo año, así como otro folletín (aparecido en cinco entregas): "Las fieras cómplices" que nunca recopiló en volumen, lo que ocurrió póstumamente en 1967. El 7 de marzo publicó "La insolación", el primero de sus cuentos "de monte", tal como él mismo los definió, con el que empezó a indagar en una nueva línea temática y estilística.

1909. En el correr del año aparecen más de una decena de cuentos breves (entre ellos el posteriormente muy conocido "La gallina degollada", Nº 562, julio, 10), y dos novelas más de las que publicó en entregas y se recopilaron en 1967 junto a la antes mencionada: "El mono que asesinó" y "El hombre artificial". Todos ellos, con la excepción del cuento "El siete y medio", aparecen en Caras y Caretas.

1910. Quiroga y su mujer se trasladan a San Ignacio. Los acompañan, en los primeros días, la madre del escritor y el doctor Brignole. "Quiroga teme un poco el efecto que el mísero caserío y la desolación de aquellos lugares (...) pueda producir en Ana María", escriben sus amigos-biógrafos. Algún tiempo después su suegra compra una finca contigua en la que suele pasar largos meses, cercanía física con el matrimonio que contribuye a que las relaciones familiares se enturbien.

1911/1912. El 29 de enero nace Eglé, primera hija del matrimonio. Se practica el parto natural a expresa solicitud de Quiroga, primera muestra de la manifiesta omnipotencia en el seguimiento de la vida de sus hijos.

"En todo tenía injerencia", anotaron sus amigos; hasta en el nombre exótico que tomó de un personaje de su admirado Dostoiewski. Nada queda para entonces del dandy decadentista que viajó a París en busca de éxito literario y volvió sin un peso, nada queda del enfant terrible de la lejana juventud salteña, ni del bohemio excéntrico de aquel breve pasaje montevideano. Ahora, el desmelenado profesor bonaerense, el tertuliano intelectual de la ciudad se ha transformado, auténtico selfmade man, en rudo colono de la selva virgen, en empresario reiteradamente fracasado que sigue buscándose, que parece haberse encontrado.

De cada derrota saca más fuerzas para seguir experimentando en la fabricación de dulce de maní y miel, en la plantación de yerba mate y de naranjas, en la destilación de este cítrico, en la fabricación de carbón, en la caza y en el cautiverio de algunas especies domesticables (un coatí, un búho). En mayo renuncia a la cátedra que retiene en el colegio bonaerense. El mismo año obtiene el nombramiento de juez de paz y oficial del registro civil en la jurisdicción de su residencia (San Ignacio). Llega al cargo por nombramiento directo del gobernador de Misiones, Juan José Lanusse, y desempeña sus funciones con muy poca dedicación, anotando en pedazos de papel los menesteres del registro (casamientos, nacimientos, defunciones) y guardándolos en una lata de galletitas. Su cuento "El techo de incienso" refleja estas acechanzas.

En ese entonces se integra al medio donde se había radicado; observa, inquiere en la naturaleza que explora como un niño deslumbrado y en los hombres que estudia con detenimiento. Son éstos los tipos humanos característicos de la región (el peón del obraje, el "mensú" que ya había conocido en el Chaco), los "raros" que llegaron de lugares remotos y se quedaron allí; son la materia para los cuentos que se alinearán en Los desterrados, 1926. Dos de estos extraños hombres, Pablo Vanderdorp y Juan Brun, serán recreados literariamente como Van Houten (en el cuento homónimo) y Juan Brown (en "Tacuara Mansión"). Todavía en 1949 vivían en la zona cuando Emir Rodríguez Monegal la visitó en misión de estudio: "(...) Brun pasaba sus mejores horas leyendo. Alguien le había prestado la biografía de Quiroga que escribieron sus amigos (...) y la estaba leyendo lentamente (...) No conocía los cuentos de Quiroga porque éste no hablaba de literatura sino con los literatos, y a veces ni con éstos". El escritor se vincula con otros habitantes "muchas veces desterrados como él: Vicente Gozalbo, también salteño, encargado de farmacia, juntos fundan una sociedad en comandita para la explotación de la yerba mate, La Yabebirí (...) Su vecino Isidoro Escalera (...) Carlos Giambiaggi, otro uruguayo, salteño, pintor, excelente ilustrador de alguno de sus relatos, inicia a Quiroga en la escultura y participa en varios inventos y negocios del amigo. Paul Denis, hombre muy rico que al morir deja su fortuna a las prostitutas de Lieja".

Quiroga se había hecho tiempo para escribir en su nueva estancia selvática. De 1912 son sus festejados cuentos "A la deriva" (aparecido en la revista Fray Mocho, Nº 6, junio, 7), "El alambre de púa", pero también la novela en "folletín" "El remate del Imperio romano" y tres artículos misioneros: sobre la caza, las hormigas carnívoras y la plantación de yerba mate. Todo indica que está llegando al punto culminante de su madurez narrativa y vital. El 15 de enero de 1912, tenía 34 años recién cumplidos, cuando nació su primer hijo varón: Darío. Pero esta vez se trató de un parto convencional, Ana María se trasladó a Buenos Aires a donde fue acompañada por su madre, quien había quedado viuda un año atrás.

1913/1914. El carácter irascible de Quiroga, las dificultades que su mujer afrontaba para soportar la vida en la selva, la soledad, los roces y desgastes en la pareja, todo o parte de esto, va minando la relación con Ana María Cirés. Mientras tanto el escritor escribe (aparecen los cuentos "Los pescadores de vigas", mayo 2, 1913; "Los mensú", abril 3, 1914); trabaja en sus plantaciones; mata y diseca animales; estudia y clasifica vegetales. También su visión del mundo y de Uruguay han cambiado. Pero en cierta forma carecía de patria, o su patria era lo que buscaba incesantemente, buscándose a sí mismo. Quiroga no era más que un observador lejanísmo de las transformaciones que se operaban en su país de origen, atento sí pero remoto, entre hormigas, yacarés, ríos violentos y árboles infinitos. Sin embargo, no tardaría en recibir favores de sus amigos vinculados estrechamente al batllismo en el podes ahora su nueva fe política.

1915/1916. El 14 de diciembre su mujer ingiere una fuerte dosis de sublimado. Quiroga, quien trabajaba la tierra en ese momento, se enteró del hecho a través de un peón: "Los ocho días que duró el proceso de intoxicación fueron pavorosos. Pasado el estupor inicial, cayó Quiroga en un confuso estado de espíritu, a un tiempo colérico contra su esposa, hasta no querer verla más, y anheloso de que se revolviera el cielo y la tierra para salvarla". "Quiroga (explicó el suicidio de su mujer) en una especie de testamento, que debí leer como relato vulgar y corriente entre los papeles que me dejó en el departamento (suyo) que yo (E. Amorim) ocupaba (transitoriamente) en la calle Agüero (...) Descansar es el destino de estas treinta cuartillas. Pudieron ser llevadas a cualquier redacción y pasadas a componer como texto narrativo. Pero eran nada menos que un testamento terriblemente doloroso".


Una vez desaparecida su esposa decide quedarse en la selva, criando en toda soledad a sus dos pequeños hijos. Continúa escribiendo y publicando gran parte de los relatos "para niños" que integrarán más tarde los Cuentos de la selva, seguramente los mismos que en las largas horas de compañía le narraba a sus propios hijos. El relato "El desierto" (publicado en Atlántida, Buenos Aires, enero 4, 1923) contiene grandes trazos de estos momentos. A fines de 1916 decide volver a Buenos Aires.

1917. En la capital argentina se instala en un sótano de la calle Canning Nº 164, precariedad que no oculta sus penurias financieras. Pero el 17 de febrero, merced a las influencias de sus amigos batllistas en Montevideo (Fernández Saldaña, Baltasar Mezzera, Baltasar Brum, todos ellos salteños) se le nombra secretario contador del Consulado General del Uruguay en la Argentina. Manuel Gálvez, escritor argentino y editor de circunstancia, lo visita para solicitarle un libro: "Y no me iré si no me lo da. Me contestó que tenía un centenar de cuentos publicados en Caras y Caretas (...) Trajo una carpeta y elegimos algunos (...) Le puso por título Cuentos de amor de locura y de muerte, y no quiso que se pusiera coma alguna entre esas palabras. El libro se agotó (...)".


Construye la embarcación "La Gaviota", con la que realiza algunos paseos en el Paraná en compañía de ciertos amigos. "Por aquellos años -anota Rodríguez Monegal- Quiroga asiste a la primera conmoción social importante de la Argentina: una huelga tranviaria en que de algún modo se registran los primeros ecos rioplatenses de la revolución rusa de 1917".

1918. Se muda a un departamento pequeño, pero bastante confortable, en la calle Agüero -al que aludió Amorím en el fragmento antes citado-. Allí se encontró con "tres piezas y un cuarto de servicio", y con Julia, la empleada doméstica que Quiroga impuso a Amorim cuando le cedió el apartamento en alquiler para regresar a Misiones (Véase 1925). Aparecen los cuentos "Un peón", en folletín; "Los fabricantes de carbón"; "Juan Polti, halfback" (relato en el que narra el suicidio del futbolista uruguayo -del Club Nacional- Abdón Porte, anécdota que debió pasarle el presidente de dicha institución y amigo del escritor, José María Delgado) y el libro Cuentos de la selva (para los niños), que el autor había planificado como texto de lectura con destino a la escuela primaria de Uruguay, pero el Consejo de Enseñanza lo rechazó por "incorrecciones sintácticas" (sic). Se trata de uno de los primeros libros de cuentos redactados, en toda América, con destino a un público exclusivamente infantil y cuyo uso escolar hoy es casi de precepto.


El 23 de mayo le escribe al crítico uruguayo (y político batllista) Alberto Lasplaces, intentando afanosamente borrar la imagen de bohemia decadentista que había quedado fijada en su pasaje montevideano: "No pruebo jamás alcohol, ni lo he hecho nunca. Lo que puede haber en algunos cuentos de alucinación, es simple cuestión de adentro (...) Estas zonceras se las he contado precisamente para que Ud. no se equivoque, amigo. De lo que más me enorgullezco en esta vida es de mis correrías por el bosque, donde he tenido que arreglármelas yo solo. Y desde luego, son las narraciones de monte las que me agradan más". La carta concluye con una referencia a "los cuentos para niños que tengo intenciones de publicar en estos meses (...) Su posición oficial me puede dar buenas luces".

1919. Obtiene dos ascensos consecutivos en su función diplomática, el 2 de mayo: cónsul de distrito de segunda clase; el 26 de setiembre: adscripto al consulado con igual categoría. Esta "dieta" para que ejerza su labor escritural (paternalismo típico del primer batllismo con los intelectuales afines) toleraba incumplimientos, faltas y horarios antojadizos: "Se encerraba (en su oficina) con su máquina de escribir (...) Al que se atrevía a abrir la puerta en una tarde de invierno le estaba reservado (...) un espectáculo pintoresco. Entre una humareda apestante a tabaco y petróleo, Quiroga hacia funcionar su pianito de escribir envuelto hasta las orejas en un chal de lana, tan arrimado a la estufa portátil que el resplandor le doraba la cabeza (...)". De esa máquina de escribir salieron "Las sacrificadas" (una poco celebrada pieza teatral que reelabora los materiales narrados en el cuento "Una estación de amor"); media docena de cuentos (entre ellos la primera versión de "Van Houten" (Plus Ultra, Buenos Aires, Nº 44, diciembre 1919), algunas crónicas misioneras y medio centenar de notas sobre cine, mientras la gran mayoría de los intelectuales veían en el nuevo sistema comunicante una forma de expresión menor. "Ante todo -dice Homero Alsina Thevenet- la crítica de cine era en la época un raro oficio, que apenas comenzaba a practicarse en Francia y en Estados Unidos (...) también parece excepcional que Quiroga haya sido remunerado por esas crónicas. Muchos años después, la crítica de cine seguía siendo en el Río de la Plata una actividad vocacional y gratuita".

1920. Quiroga ha vuelto a la vida sin urgencias, protegido por las esferas oficiales uruguayas (en 1919 su íntimo, Baltasar Brum, había llegado a la Presidencia de la República). Visita con frecuencia Montevideo, "en ciertas ocasiones lo acompañaban intelectuales, sobre todo femeninas, componentes del grupo literario que se habla constituido en Buenos Aires bajo su pontificado". Brum los recibía en su despacho presidencial y aun auspiciaba los actos literarios que sus amigos llevaban a cabo. Una de ellas era Alfonsina Storni: "El señor Amorim dijo que el poema "Encuentro" del libro Ocre de la poetisa Alfonsina Storni fue creado a inspiración de un episodio real motivado en el curso de las relaciones sentimentales entre la poetisa y Horacio Quiroga" ("Versión de la entrevista con el señor Enrique Amorim", Mercedes Ramírez de Rossiello, inédito, Colección Horacio Quiroga, Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, doc. 336/2): "Lo encontré en una esquina de la calle Florida/ Más pálido que nunca, distraído como antes,/ Dos largos años hubo poseído mi vida (...)" ("El encuentro", soneto de Ocre, Buenos Aires: BABEL, 1925, p. 45).


Publica luego su libro de cuentos El Salvaje y las primeras versiones de varios relatos que seis años después integrará a Los desterrados: "Tacuara-Mansión" (agosto, 27), "La cámara oscura" (diciembre, 3), "El hombre muerto" (junio, 27).

1921. Aparece el libro de relatos Anaconda y publica seis cuentos más, entre ellos "El espectro" (julio, 29). El 17 de febrero se estrena en el Teatro Apolo de Buenos Aires "Las sacrificadas".


Regresa de Europa el joven escritor Jorge Luis Borges. Trae en su maleta literaria los principios del ultraísmo, renovación vanguardista en la poesía que pronto cundirá entre los más nuevos y removerá todas las formas del discurso literario, en particular lucha contra el realismo y el modernismo agonizante. La jerarquía de Quiroga entre los de su oficio sería severamente cuestionada por este grupo, que exaltaría en su lugar a Güiraldes (quien el mismo año en que apareció Los desterrados publicó su novela Don Segundo Sombra) y a Macedonio Fernández. Un extraño azar conectó a Quiroga con Macedonio en una oficina pública de Posadas, así se lo narró a Lugones en una carta de octubre 7, 1912: "El fiscal es hombre cuasi de letras Macedonio Fernández, que me inquietó, al conocerlo, con un juicio sobre Rodó: Es, todo él, una página de Emerson". Macedonio era, por entonces, un escritor inédito.

1922. En el correr del año publica algunos textos de "Cartas de un cazador", reunidos por la editorial Arca póstumamente y el relato "(El) techo de incienso" (La Nación, Buenos Aires, febrero, 5). Concurre a Río de Janeiro, en una "Embajada Extraordinaria en misión especial en el Brasil, con motivo del primer centenario de su Independencia" que preside Asdrúbal Delgado (por designación directa del presidente Brum), acompañado de su hijo Darlo. (Informaciones diplomáticas y consulares del Uruguay, Montevideo: Barreiro y Ramos, 1930, p. 155). Al regreso pasa expresamente por Melo (en setiembre u octubre) para conocer a Juana de Ibarbourou que todavía vivía allí, aunque está en sus planes la observación de un aerolito que había caído en esa ciudad (Ferdinan Pontac (seudónimo de Luis Bonavita), "De la vida atormentada de Horacio Quiroga", El Día, Suplemento dominical, Montevideo, marzo de 1949).

1923. Publica nueve textos. Año de magra producción si se lo compara con los anteriores; no obstante, aparecen "El desierto" (enero, 4), "Los destiladores de naranja" (noviembre, 15) y los primeros artículos sobre la creación literaria, sus vicisitudes y las iniciales pistas teóricas de su propia factura ("Satisfacciones de la profesión del escritor", julio, 5; "La bolsa de valores literarios", enero 4, 1924).

1924. Aparece su libro de cuentos El desierto y entrega la serie "El hombre frente a las fieras", reunidas en volumen en 1967.

1925. Prepara su regreso definitivo a Misiones en unas vacaciones prolongadas que allí transcurren. Reacondiciona su bungalow y pasea largamente en motocicleta ("había comprado una de segunda mano (en 1918) y un Ford de los llamados de bigote, con el acelerador en el volante (adquirido ese mismo año). Ya era viejo el auto cuando llegó a sus manos y toda la ternura que le dedicó durante años, el cuidado para que produjese un zumbido perfecto, las horas gastadas en escudriñar sus misterios, fueron vanos (...) El automóvil estaba ya en ruinas cuando yo visité Misiones en 1949 pero seguía prestando servicios. El motor había sido adosado a un molino y permitía extraer agua en la finca que habían comprado los Cirés, junto a la de Quiroga". Publica en su totalidad la serie "De la vida de nuestros animales" y dos de los más importantes textos teóricos de toda su carrera: "El manual del perfecto cuentista" (El Hogar, Nº 808, abril, 10) y "Los trucos del perfecto cuentista" (El Hogar, Nº 814, mayo, 22). El 4 de junio da a conocer el cuento "Los proscriptos" (luego titulado "Los desterrados"), en el que asume la primera persona de la narración que valida en el relato una dimensión testimonial de la pasada existencia en Misiones (véase reseña del año 1912).

1926. De regreso a Buenos Aires, a principios de año, alquila una casaquinta en Vicente López. Se imprime su libro más celebrado por la crítica ya desde entonces: Los desterrados. Tipos de ambiente. BABEL publica un "Homenaje a Horacio Quiroga", en el que participan desde Benito Lynch a César Fernández Moreno, de Luis Franco a Juana de Ibarbourou. Conoce a una muchacha de 18 años, María Elena Bravo. Tenía la edad de su hija Eglé, de la que no era amiga pese a que tanto se lo ha repetido en biografías, cronologías y artículos. Así lo declaró la misma María E. Bravo en 1983.

1927. Los cuentos comienzan a ralear en su bibliografía. Como compensación se dedica -en evidente crisis de su conciencia literaria- a redactar textos sobre literatura ("El decálogo del perfecto cuentista", "La profesión literaria", etcétera), junto a una serie de "Biografías ejemplares" hasta ahora no reunidas en volumen. El 16 de julio se casa con María E. Bravo. Quiroga tiene 48 años. "(Lo conocí) en el tren. Vivíamos en Vicente López, viajábamos en el mismo tren, yo iba a estudiar con mi hermana (...) Horacio me llevaba 30 años, era mayor que mi propio padre (...) Cuando vivíamos en Buenos Aires, íbamos al cine todos los días y la casa estaba siempre con gente: Fernández Moreno, Gernuchoff, Berta Singermann, Alfonsina Storni y muchos otros amigos (...) y hay que decir la verdad, en Misiones no lo querían, no podían entenderlo. Horacio no saludaba a nadie. Entraba al almacén y decía: "Déme 10 clavos", "Déme un kilo de harina", ni buen día ni buenas tardes" (Daniel Cabalero, "Cuentos de amor, selva y orquídeas". Reportaje a María Elena Bravo, en El Día, Montevideo, 23 de enero de 1983, Suplemento dominical en huecograbado, p. 1).


En esa misma casa de Vicente López lo había visitado una tarde, hacia 1925, el entonces jovencísimo escritor argentino José Bianco: "Recuerdo que en el tren fui leyendo Lucienne de Jules Romains (...) Lo recuerdo porque Quiroga no conocía la novela y yo le hablé de ella con entusiasmo. La casita era modesta, pero muy agradable. Había estanterías de pino (fabricadas por él) y libros encuadernados en arpillera (también encuadernados por él) (...) Por entonces, él no conocía a los escritores franceses que yo empezaba a leer con deslumbramiento: Giraudoux, Proust, Morand".

1928. Se trenza la amistad entre Quiroga y el joven escritor Ezequiel Martínez Estrada. En abril nace la hija del nuevo matrimonio; lleva el nombre de la madre pero la llaman "Pitoca". En 1988 se suicida en Buenos Aires, como antes sus hermanos Eglé (en 1939) y Darío (en 1954).

1929. Publica la novela Pasado amor, de la que apenas se vendieron medio centenar escaso de ejemplares. Sólo diez textos suyos aparecen en la prensa periódica, entre ellos el cuento "Los precursores", el de mayor contenido social y político de toda su obra, aunque estaba prefigurado en el cuento "Los desterrados" con este enunciado tajante: "iniciábase en aquellos días el movimiento obrero, en una región que no conserva del pasado jesuítico sino dos dogmas: la esclavitud del trabajo, para el nativo, y la inviolabilidad del patrón". Tal como lo ha testimoniado Carlos Selva Andrade, vecino de Quiroga en Misiones, el escritor pudo presenciar la sangrienta represión de los trabajadores rurales de la zona en más de una ocasión.

1930. Desde que en 1927 el gobierno uruguayo cae en manos del sector más conservador del coloradismo, alejados sus amigos del poder, el control sobre las actividades burocráticas del escritor en el consulado se hacen más estrictas. También comienzan algunas refriegas matrimoniales a lo que se suma, en fin, la multiplicación de ataques de la nueva generación. Quiroga les responde con su artículo "Ante el tribunal" (El Hogar, N0 1091, setiembre, 11).

1931. Publica el libro Suelo Natal, en colaboración con el maestro argentino Leonardo Glusberg, tiempo después adoptado como libro de lectura escolar para cuarto año de las escuelas argentinas. El 24 de febrero de 1935 le escribió a César Tiempo: "Ando ocupado retocando el libro de lectura Glusberg-Quiroga, con tiro a la provincia de Buenos Aires. Si cuaja, gran negocio (...) Bella tarea ésta de los textos, por la facilidad. ¡Supóngase!"
En las confesiones epistolares (como ésta), siempre ostentó un severo pudor sobre sus intenciones estéticas, disfrazándolo -o atribuyéndole mayor entidad de la que sentía- con ropajes empresariales. No obstante, cabe destacar que, como afirma Martínez Estrada, "Lugones y él fueron los campeones de los derechos del trabajador intelectual". Y, como lo ha testimoniado Amorim, exigía pago adecuado por sus colaboraciones, enorgulleciéndose ante sus colegas de obtenerlo de vez en cuando.


A principios de este año acusó recibo de la conferencia que dictó su compatriota, el escritor y crítico Carlos María Princivalle, dentro del ciclo de exposiciones que celebró oficialmente el centenario de la independencia política nacional en 1930. Allí (como antes con moderación lo había hecho Alberto Lasplaces en su ensayo de 1919) se hecha mano al mito Quiroga y se cometen varios errores "en la parte biográfica (...) lamentables siempre" (le hace notar el damnificado a Princivalle en carta del 5 de junio). No obstante, desde este ensayo breve (publicado en forma independiente e integrado en uno de los tres volúmenes colectivos Historia sintética de la literatura uruguaya, Plan de Carlos Reyles, Montevideo: A. Vila editor, 1930) Quiroga alcanza el estatus oficial en la literatura uruguaya, el mismo que Alberto Zum Felde (el crítico más importante) le niega en su Proceso intelectual del Uruguay aparecido ese mismo año con el curioso argumento de que a partir de Los Arrecifes de Coral, su obra pertenece a la literatura argentina.


En la segunda mitad del año Quiroga decide trasladarse a Misiones con su mujer y su hijo, lo que define en enero del año siguiente. Salvataje desesperado de su matrimonio, hastío de la vida ciudadana, rechazo a las presiones en su trabajo consular, pueden ser las causas probables del traslado final.
A esta opción por la soledad, por la hurañía, se la compensa con el mismo cargo, la que podía ejercer en la selva con idéntica jerarquía y salario. Todavía entre los nuevos gobernantes uruguayos le queda algún influyente contacto.

1932. "Cuenta Castenuovo que, en 1932, él y Álvaro Yunque, se empeñaron en convencer a Quiroga de que, en vez de volver a Misiones (...) debería ira Rusia donde podría vivir de nuevo. Quiroga no manifestó ningún deseo de experimentar aquella renovación. Los oyó con cierto escepticismo desdeñoso, "como si también fuese de los que creían que la revolución rusa era o no era una revolución profunda (...)".


En la correspondencia con Martínez Estrada menciona de continuo ciertos inconvenientes con personas de su relación (Liborio Justo, Samuel Glusberg) por su resistencia al comunismo y al estalinismo. Distanciado de su antes pregonada "furia batllista", quizá por desencanto ante los últimos acontecimientos, seguramente por su imposibilidad de integrarse a partido alguno, anota. "Como bien ve, un solitario y valeroso anarquista no puede escribir para la cuenta de Stalin y Cía" (Carta a Martínez Estrada, julio 13, 1936). Sufre, también, la contradicción de trabajar con las manos pero no ser un trabajador proletario, como de continuo se lo hacen notar los peones que le reclaman que "deje el trabajo para los mensú".

1933. Viviendo en la casa de piedra, la que hacia 1915 Pastora Forteza ordenó construir, el matrimonio renueva sus peleas. La vida dura y aislada de Misiones no atrae a la joven esposa.


El 31 de marzo el doctor Gabriel Terra, Presidente de la República, disuelve el Parlamento. Cogobiernan a partir de entonces el riverismo, el batllismo terrista y el herrerismo. Otros sectores batllistas, blancos y toda la izquierda pasan a la oposición al régimen de facto. El mismo día se suicida Brum. Las otras amistades de Quiroga quedan absolutamente marginadas del poder. Al cónsul misionero le queda poco tiempo en el usufructo del cargo.


Sólo un cuento, "Las Moscas (Réplica de "El hombre muerto")" publica en todo el año.

1934. En la abundante correspondencia que se conserva de esta etapa de su vida (con Asdrúbal Delgado, con Julio E. Payró, con Martínez Estrada, con Amorim, con César Tiempo) dos temas se repiten sin mediar pausas: la enumeración de constricciones económicas a consecuencia de su destitución el 15 de abril y el decidido abandono de la escritura ficcional. En todo caso maneja un último proyecto de libro "a lo Axel Munthe", en forma epistolar y sobre su propia vida. Nunca llegó a escribir una sola página de este libro, aunque sus cartas a Martínez Estrada, principalmente, pueden ser un buen ejemplo de confesionalismo y reflexión sin las trabas y los cortes que las demás que se conservan poseen.

1935. Un grupo de escritores que lleva adelante el sello binacional y cooperativo S.A.L.R.P, entre los que figuran César Tiempo y Alfredo Mario Ferreiro (quien, además, adhiere al terrismo y tiene, en consecuencia, influencias en el gobierno dictatorial) publican Más allá. Quiroga celebra que su libro vaya con prólogo de Zum Felde, en tanto ello significa una forma de retractarse del descarte establecido por el critico en 1930. También algunos jóvenes lo reconocen como un maestro, así lo hace el entonces crítico literario y más tarde brillante musicólogo Lauro Ayestarán en las páginas del diario católico El Bien Público (18 de febrero de 1935).


"(..) Yo no soy uruguayo ni argentino (...) La sección uruguaya debe apreciar como es debido la conquista de un raro pájaro como yo", le escribe Quiroga a César Tiempo el 20 de agosto de 1934. Y muy cerca de su muerte, el 21 de noviembre de 1936, le hacía saber a Asdrúbal Delgado que había recibido "la excelente noticia de mi reincorporación oficial a la literatura uruguaya. Aún sin agasajos, me alegro del hecho. Al fin y al cabo hasta los elefantes van a morir todos al sitio donde dieron sus primeros trotes".


Por la intermediación de Amorim y de Ferreiro, cada uno por su lado, merced a la expresa simpatía de Martín R. Etchegoyen, el gobierno lo nombra Cónsul Honorario, liquidándole cincuenta pesos al mes y permitiéndole que inicie trámite jubilatorio. Todo "en mérito a sus notorias y relevantes condiciones intelectuales".

Por ese tiempo comienza a padecer una "hipertrofia en la próstata"; su mujer lo asiste aunque la relación sigue enfriándose; su hija Eglé se divorcia y "con el varón (Darío) no nos entendemos", le confiesa a su "hermano" M. Estrada.

1936. En la correspondencia con Ezequiel Martínez Estrada arma el diagnóstico de sus propios achaques, haciendo gala de su autodidáctica erudición médica (dice deleitarse leyendo tratados de medicina y de agricultura, no dice lo mismo ni de su literatura ni de la ajena). Al mismo tiempo se jacta de su todavía intacto potencial erótico que la afección señalada no ha menguado. Pero la crisis de pareja llega al límite y su mujer vuelve a Buenos Aires llevándose a la niña consigo. Días después, describe la total soledad en la que está sumido refiriendo la espera de la correspondencia: "Yo sólo estaba con las manos sobre las rodillas, sin cartas, ni familia, ni nada. Pienso, hermano, en que he tenido un hogar durante nueve años, y que he sido abandonado por mi familia. Lo que lloro no es seguramente la mujer con la que no nos entendemos hoy un ápice, sino lo de antes, y la época en que nos amamos" (12 de agosto).

La soledad no pudo derrotarlo, tampoco lo hace ahora. Relata paseos por el Paraná, sus últimos trabajos, su devoción siempre viva por Dostoiewski y por el Brand de Henrik Ibsen; le agrada descubrir nuevos narradores norteamericanos como Hemingway y Caldwell; se irrita con su viejo maestro Lugones por "la torpeza de su prosa actual". La guerra civil española lo conmueve, confirma su devoción republicana: "No quiero nada de militares, mi grande fobia, y tampoco de curas" (19 de agosto).

A fines de setiembre viaja a Buenos Aires para atenderla enfermedad que los "buenos clínicos" que hay en Posadas no se atreven a tratar. Se interna en el Hospital de Clínicas, allí su mujer lo cuida con devoción, allí goza de la permanente compañía de sus compadres: "Charlábamos de literatura, empero; y ése fue el tema central de nuestras charlas en el Hospital de Clínicas". A menudo salía del Hospital a dar alguna vuelta, a visitar algún amigo. Tal vez fue entonces que un joven ignorado, Juan Carlos Onetti, quien vivía en Argentina en ese tiempo, lo vio fortuitamente "en una esquina de Buenos Aires. Lo había leído tanto, sabía tanto de él, que me resultó imposible no reconocerlo con su barba, su expresión adusta, casi belicosa (...) Era inevitable ver, mientras él esperaba el paso de un taxi sin pasajero, que su cara había estado retrocediendo dentro del marco de la barba. Continuaban quedando la nariz insolente y la mirada clara e imposible que imponía distancia. Y cuando apareció el coche y Quiroga revolcó su abrigo oscuro para subirse recordé un verso de Borges (...) que dice, en mi recuerdo, "el general Quiroga va en coche al muere".

Según Alfredo Mario Ferreiro, probablemente a fines de este año o a principios del siguiente: "Amorim se lo llevó a "Las Nubes", a su casa de la calle Paraguay, en Salto, cerca de la estación ferroviaria, en la parte norte de la ciudad. Ahí lo tiene a Quiroga un tiempo (...) Vicente Batistesa, quien se hace amigo suyo en el Hospital, le atiende con solicitud enternecedora (...) le tiende la cama que Quiroga destiende a menudo para recostarse vestido. (...) Quiroga, cuando se siente mejor, puede salir del Clínicas, donde está como en su casa. Sale y torna a entrar. (...) El mal avanza, sordo, implacable, decididamente. El que mejor lo sabe de todos, es el propio Quiroga".

1937. A medida que los sufrimientos aumentan, Quiroga solicita a sus médicos la verdad, una verdad que sospechaba. Estos le declaran que tiene cáncer gástrico. Él sabe que eso es irremediable. El 18 de febrero da un largo paseo en las calles por las cuales tanto había andado, compra cianuro, regresa a las once a su habitación. En la madrugada del 19 aparece muerto. Se lo vela en la Casa del Teatro, sede de la Sociedad Argentina de Escritores, de la que había sido fundador y vicepresidente. Con amplios honores sus restos fueron trasladados a su Salto natal donde permanecen.

La travesía final hacia su lugar de origen fue posible en tanto Enrique Amorim gestionó ante el ministro de Instrucción Pública de Terra, Eduardo V. Haedo, el apoyo imprescindible para tal destino postrero. Las cenizas del escritor fueron conducidas desde el Cementerio de la Chacarita personalmente por Amorim y Alfredo Mario Ferreiro (quien lo consignó en una precisa crónica) en un automóvil particular y dentro de una copa de bronce que, mal soldada, dejó escapar algunas cenizas del muerto que manchó los trajes de los amigos. Antes de llegar a la Aduana fue reparada por un hojalatero e introducida en una urna tallada en madera de algarrobo con la forma de la cabeza de Quiroga, obra del escultor ruso-argentino Stefan Erzia. Cubierta por la bandera uruguaya la urna viajó en el mismo barco que quienes la repatriaban, rodeada por las multicolores valijas de los pasajeros.

"El 1º de marzo lo traeríamos a Quiroga, Amorim y yo, hasta el Parque Rodó, donde lo aguardaba una muchedumbre más curiosa que acongojada. (...) (Nos acompañaban) Borges, Gernuchoff, Fernández Moreno, Ipuche, Morosoli, Manuel de Castro, Tiempo y tal vez algunos otros (...)" (Ferreiro). El discurso de despedida fue leído por el poeta y narrador Pedro L. Ipuche, quien no ahorró elogios, ni asociaciones estéticas desconocidas: "Quiroga integra, hipostáticamente, una luciferina trinidad con Lautréamont y Julio Herrera y Reíssig". ("Horacio Quiroga", en El yesquero del fantasma. Entretenimientos, Montevideo: Ministerio de Instrucción Pública, 1943, p. 164).

Mientras tanto el gobierno uruguayo no trasladó la renta diplomática a Maria Elena Bravo, dejándola en una situación económica comprometida, al tiempo que la casa de San Ignacio -de acuerdo con el testimonio de Martínez Estrada- "fue literalmente saqueada. Penetraron en ella vecinos que hasta poco antes formaban parte de sus amigos regionales, después linyeras y maleantes, y se llevaron cuanto pudieron alzar". Pocos papeles personales sobrevivieron a esta inclemencia y, asimismo, al descuido de su familia, desprolijidad tal vez debida a las múltiples fracturas que ésta padeció por largo tiempo. Otros documentos sobrevivieron en el cuidadoso empeño y afecto de sus amigos, en el paciente rastreo que durante años llevó adelante Roberto Ibáñez (1907-1978), quien salvó para siempre una multitud de cartas, testimonios, iconografía y objetos personales. Signos sin los cuales no podría reconstruirse el itinerario vital del escritor.

Pablo Rocca
Horacio Quiroga
Selección, prólogo, bibliografía, cronología y notas de Pablo Rocca
Instituto Nacional del Libro - 1994

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