¿Por quién flamean las banderas?
Carlos Quijano

"Vuestros representantes, siguiendo ese sentimiento nacional, han desenvuelto las bases en que se funda; han dividido los Poderes; separaron la formación de las leyes, de su ejecución y aplicación; detallaron las atribuciones de cada uno, y reconocieron que residiendo la soberanía radicalmente en la Nación, sólo a ella por medio de sus representantes compete formar las que se han de obedecer, porque sólo ella puede imponer preceptos coercitivos de la libertad natural, cuando lo exige la felicidad común, único y exclusivo fin de toda asociación política...

"Estas verdades, que prueban la necesidad de un gobierno nos enseñan también que cuando un mandatario, por la fuerza o el sufrimiento vergonzoso de los pueblos, pretende y consigue reunir los diversos poderes, que garanten sus libertades, puede por el mismo hecho mandar lo que quiere y hacer cumplir lo que manda.

Entonces las leyes dejan de ser la convención que los hombres hacen entre sí para reglar el ejercicio de sus facultades naturales, determinar la legalidad de sus acciones, y lo que debe prohibirse a cada uno por el interés de todos; ellas son el precepto de un particular, que somete a los demás, los esclaviza dejándolos dependientes de sus deseos, y convierte la sociedad en un espectáculo de despotismo o de anarquía.".

(Del Manifiesto de la Asamblea General Constituyente de 1830) 

"La cuestión -decía Artigas- es sólo entre la libertad y el despotismo."

Como hace ciento treinta y nueve años, cuando el país asomó a la vida independiente, la rueda de la historia nos coloca otra vez, a los orientales, en la obligación de unirnos para reclamar y defender en primer término, el respeto de la Constitución y de las libertades y derechos esenciales que ella consagra.

"La Constitución encomienda al Poder Ejecutivo -declaraban los constituyentes de 1830 en el Manifiesto que dirigían a los pueblos- haceros saber las leyes sancionadas por vuestros representantes, para que conozcáis los deberes que habéis de llenar y las cosas que os son prohibidas; le encarga obligaros a observarlas, porque el orden público no puede sostenerse sino por el exacto cumplimiento de los deberes recíprocos; le permite emplear la fuerza, ya para contener las aspiraciones individuales, ya para defenderos contra todo ataque exterior imprevisto, porque sin esta atribución nuestra libertad política y civil quedaría a merced del ambicioso que intentara destruirla; pero es obligado a dar cuenta inmediatamente al Cuerpo Legislativo y a esperar su resolución; porque este poder fuerte, que administra la hacienda nacional, manda la fuerza armada, distribuye los empleos públicos, y ejerce directamente su influencia sobre los ciudadanos, no daría garantías bastantes si no hubiese de respetar y reconocer la ley, como única regla de su conducta.

"Velando, pues, sobre el cumplimiento de ésta, responde a la vez de las infracciones que cometa; es obligado a dar razón de sus operaciones; y su responsabilidad se extiende hasta un año después de haber cesado en el mando. Últimamente, el Código Constitucional establece un Tribunal Superior de Justicia, que debiendo juzgar las infracciones de la Constitución y los abusos de la autoridad. Reprimirá al poderoso por la aplicación de la ley y desagraviará al miserable".

Y agregaba: "Los derechos sociales del hombre han sido respetados: su igualdad legal, la seguridad personal, la inviolabilidad de las propiedades, el derecho de petición, el libre ejercicio de toda clase de industria, agricultura y comercio, la libertad de prensa, el reposo doméstico, el secreto sagrado de las correspondencias epistolares y, finalmente, el pleno goce de cuanto la ley no prohíbe, han sido consagrados en la Constitución".

En su discurso como miembro informante, José Ellauri había dicho: "En cuanto a los derechos reservados a los ciudadanos, ellos se ven diseminados por todo el proyecto. Entre otros muy apreciables, me fijaré especialmente para no ser tan difuso, en el de la libertad de imprenta, esa salvaguardia, centinela y pro­tectora de todas las otras libertades; esa garantía, la más firme contra los abusos del poder, que pueden ser denunciados inmediatamente ante el tribunal imparcial de la opinión pública: y en cuyo elogio dice un célebre publicista de nuestros días, que mientras un pueblo conserve intacta la libertad de prensa, no es posible reducirlo a esclavitud; este insigne derecho, lo vemos con otros, consignado en nuestra carta Constitucional."

A través de casi siglo y medio, este país sacudido por vientos de todas las latitudes, ha mantenido, acaso más por instinto, instinto vital, que por razonada convicción, la desconfianza y el desprecio de la fuerza y el culto de la libertad. Y en la grande y magnífica aventura que es su existencia misma, nunca, a través del sacrificio, saltando, como lo quería Goethe, sobre las tumbas, se rindió. Obligó a Latorre a expatriarse, cuando éste, que no pudo aherrojarlo, lo declaró ingobernable: la derrota del Quebracho la transformó en victoria y Santos asimismo conoció el camino del destierro; pocos años después del 31 de marzo, las fuerzas desalojadas por ese golpe volvían al poder. La dura batalla contra los del "amansarse para vivir o rebelarse para morir", también fue ganada, aunque después el gran actor otra vez, tropezara con la frustración o el aborto. La línea es clara: en esta tierra no tiene cabida el despotismo. Su triunfo es transitorio; su final siempre ominoso. Todo lo demás es lo anecdótico, lo pasajero. Los oropeles del poder; las debilidades y las traiciones y las mentiras; los silencios y las complacencias; las cobardías y las confusiones; los castigos y las persecuciones, y las amenazas y los vejámenes y los encarcelamientos y la violencia en todas sus formas y expresiones. Y de lo que se trata es de no perder el rumbo, no olvidar el objetivo y ordenar las prioridades. A cada día le basta con su pena. La defensa de las libertades esenciales es tarea absorbente y primordial. Y no es nuestra la culpa si así debemos considerarla. Quienes están contra esas libertades están contra la historia, contra el país y su destino, contra la invisible, profunda, en ocasiones soterrada, corriente que nos dio vida y fisonomía. Contra lo que es el cerno y la esencia de la patria oriental. Contra el ayer y contra el mañana.

Los hombres más representativos del país siempre lo entendieron así. Por estos días se han cumplido cinco años de la muerte de Luis Batlle. Es por cierto bien útil reproducir lo que pensaba respecto a la libertad. En 1948 -era entonces presidente de la República- decía en una reunión de obreros y empleados: "Y bien: yo les digo a ustedes que no es posible una cosa sin la otra. Yo les digo a ustedes que sin libertad los obreros no podrán alcanzar ninguna conquista económica porque lo que necesitan es libertad para hacerse oír, necesitan tener prensa libre para tener sindicatos respetados, para poder agremiarse, para poder moverse en la forma que quieran, para poder hacer oír sus opiniones, para poder preservar sus derechos, para poder hacer nuevas conquistas en sus luchas. Si no tienen libertad no pueden alcanzar nada de esto. Si no tienen libertad, tampoco pueden defender sus derechos económicos."

"De manera que todas las conquistas deben dirigirse primero a asegurar la democracia, su leal funcionamiento, su buen funcionamiento y la democracia hay que asegurarla en todos los terrenos. La democracia hay que asegurarla con el voto. La democracia hay que asegurarla en la calle. Hay que asegurarla con el fusil si es necesario, porque si nos obligan a marchar con el fusil para asegurar nuestra democracia, yo seré el primero en pedir uno".

La libertad no es todo y no sólo de libertad vive el hombre. Ya lo sabemos. No es suficiente; pero es imprescindible. Y cuando la libertad se pierde o sufre eclipses o está amenazada o corre peligro de que, hasta invocando su propio nombre, se le ahogue, la tarea primigenia es reconquistarla. O defenderla o hacerla resplandecer. Todo lo demás, también con luchas y sacrificios vendrá después de que haya sido reconquistada. Para afirmarla y para que sea, al fin, autentica libertad. La exclamación de Odilon Barrot, como alguna vez dijimos, es la consigna de todos los reaccionarios del mundo a través de las fronteras del tiempo y el espacio : "La legalidad nos mata". Significa : "nos mata la libertad".

En este triste 18 de julio, más que nunca, hay que volver ojos y corazón a los constituyentes de 1830, recoger su mandato, dar vida a su mensaje. Volver ojos y corazón a la sin par epopeya artiguista. Y al tenaz, largo, sacrificado peregrinaje del pueblo oriental en procura de la libertad muchas veces esquiva, muchas, avasallada, nunca cabal o perfecta.

¿Por quién deben flamear las banderas ? Por esa libertad, más reclamada cuanto más escarnecida, y no por presuntos agravios, cuya invocación es pretexto, complicidad y disimulo.

Carlos Quijano
MARCHA, 17 de julio de 1969

 

Reproducido en 
Los golpes de Estado (1973)
Carlos Quijano
Cámara de Representantes
República Oriental del Uruguay
Montevideo, setiembre de 1989

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