El diálogo y el tambor

Carlos Quijano

Todo no empezó el 6 de setiembre de 1930; pero nos parece que de esta fecha bien puede partir una cronología esclarecedora que muestre las constantes del proceso.

 

-En 1928, Hipólito Yrigoyen es elegido por segunda vez presidente de la República. Sucede a Alvear, quien a la vez, había sido su sucesor. Desde 1916 y después de largos años de abstención, conspiraciones y revoluciones, el radicalismo estaba en el poder. Yrigoyen nacido en 1850 se acerca por entonces a los ochenta años. A poco andar, comienzan las confabulaciones militares. Dos de ellas son las de mayor importancia: la encabezada por el general José Uriburu; la encabezada por el general Agustín P. Justo y el teniente coronel José María Sarobe. Uriburu se adelanta y el 6 de setiembre de 1930 toma el poder. El manifiesto que en la misma fecha dio a publicidad para justificar el movimiento puede servir para todos los demás pronunciamientos que a lo largo de treinta y seis años se producirán.

 

He aquí algunos párrafos: "Respondiendo al clamor del pueblo y con el patriótico apoyo del ejército y de la armada, hemos asumido el "gobierno de la Nación". La inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica y financiera, el favoritismo deprimente como sistema burocrático, la politiquería como tarea primordial del gobierno, la acción destructora y denigrante en el ejército y en la armada, el descrédito internacional logrado por la jactancia en el desprecio por las leyes y por actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva, la exaltación de lo subalterno, el abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país."

 

-En 1932, Agustín P. Justo, el conspirador del 30, es electo presidente. Su compañero de fórmula es Julio A. Roca. Ocupa el cargo el 20 de febrero y comienza lo que algunos han dado en llamar, la "década infame".

 

-Seis años después, el 20 de febrero de 1938, asciende a la presidencia un civil, Roberto M. Ortiz. Vicepresidente es otro civil, Ramón J. Castillo. Dos años y medio más tarde, Ortiz, enfermo, entrega el poder a Castillo.

 

-El 4 de junio de 1943, otro pronunciamiento militar, encabezado por el general Arturo Rawson voltea a Castillo.

 

A Rawson, que no llega siquiera a prestar juramento, lo sucede el general Pedro Pablo Ramírez, ex ministro de Castillo. Algún tiempo más tarde -febrero de 1944- a Ramírez, lo reemplaza el general Edelmiro Farrell. Por ese tiempo, la personalidad más dinámica del equipo gobernante es Perón, primer Secretario de Trabajo y Previsión (noviembre de 1943); luego, Ministro de la Guerra con Farrel (26 de febrero de 1944), por último, vicepresidente de la República (7 de julio).

 

Las conspiraciones continúan. En octubre de 1945, Campo de Mayo comandado por el general Eduardo Avalos, provoca la renuncia de Perón a quien encarcelan en Martín García. Se produce entonces el levantamiento del 17 de octubre. Perón retorna y hombres de su confianza ocupan puestos claves en el gobierno: Sosa Molina en el Ministerio del Ejército; Abelardo Pantin en el de Marina; Filomeno Velazco en la jefatura de la Policía Federal.

 

-Perón es electo presidente en los comicios del 24 de febrero de 1946, en lucha con la Unión Democrática, conjunción de partidos que comprende a los radicales, los demócratas progresistas, los socialistas y los comunistas. En lucha también con Braden, el embajador de Estados Unidos.

 

-En 1952, comienza el segundo período presidencial de Perón, después de haberse reformado la Constitución para permitir la reelección; pero el 16 de setiembre de 1955, llega la revolución libertadora. Encabeza el gobierno, el general Lonardi. Dos meses después (13 de noviembre) Aramburu reemplaza a Lonardi. En junio de 1956 un abortado movimiento termina trágicamente con fusilamentos de civiles y militares.

 

-El 23 de febrero de 1958, es electo presidente Arturo Frondizi que asume el cargo el 1º de mayo. Cuatro años más tarde -28-29 de marzo- los militares lo deponen y algunos de ellos consiguen colocar en su lugar a otro civil, J. M. Guido.

 

-La última etapa es bien conocida. En 1963, Illia es electo presidente. En junio de 1966, los militares lo derrocan. Asume el poder el general Onganía, seis meses antes separado del Comando del Ejército.

 

Esta historia en píldoras, que para muchos será obvia, permite establecer algunas conclusiones primarias y también, sin duda, obvias.

 

1) Desde 1930 a 1966, sólo dos gobiernos nacidos de comicios, pudieron llegar al término de su mandato constitucional. Esos dos gobiernos fueron gobiernos presididos por militares de activa participación en los movimientos también militares, que habían precedido al nacimiento de la "nueva legalidad": por el general Agustín P. Justo, uno de los cabecillas de las conspiraciones contra Hipólito Yrigoyen; por el general Juan Domingo Perón, de destacada intervención en el pronunciamiento del 4 de junio de 1943 y en la gestión de los gobiernos militares que se suceden a partir de esta fecha: Rawson, Ramírez, Farrell.

 

2) Durante el mismo período -30-66- tres son los gobiernos encabezados por civiles, que se eligen: Ortiz-Castillo (1938); Frondizi (1958); Illia (1963). Ninguno de esos tres gobiernos cumple su mandato. Los tres son derrocados por pronunciamientos militares (junio de 1943; marzo de 1962; junio de 1966).

 

3) Por tanto, cabe afirmar, con el respaldo de los hechos, que en los últimos treinta y seis años, el verdadero centro de poder en la Argentina, han sido las fuerzas armadas. Directa o indirectamente, ellas han sido las que han gobernado. Contra sus designios no ha habido pronunciamiento popular válido. Ni en 1930; ni en 1943; ni en 1955; ni en 1962; ni en 1966.

 

4) Este largo dominio de las fuerzas armadas no ha tenido unidad. El centro del poder ha estado sacudido por repetidas luchas entre los mismos triunfadores y entre estos y los otros militares desplazados: luchas previas al 6 de setiembre de 1930 entre Uriburu y Justo; luchas entre Rawson y Ramírez, en 1943; luchas entre Farrel, Perón y Avalos en 1945; luchas entre Lonardi y Aramburu-Rojas en 1955; luchas entre Poggi y los sostenedores de Guido en 1962, sin contar todas las conspiraciones y demás pronunciamientos abortados.

 

Repetimos: desde 1930, el gobierno en la Argentina lo ejercen los militares. Este hecho que asume las características de una constante está acompañado de otros que forman el revés de la trama. Los pronunciamientos electorales no han podido dotar a la Argentina de gobiernos estables. Los gobiernos civiles, de precaria duración, no han sido capaces de dominar a las fuerzas armadas. El aparato legal y constitucional, no ha echado raíces. Las instituciones no se compadecen con la realidad. El Parlamento, el Poder Judicial, las autonomías provinciales tienen vida precaria y condicionada. El sufragio también. Gobernantes civiles y no ya militares -caso Frondizi- anulan elecciones, cuando los resultados de las mismas no les convienen.

 

Las fuerzas políticas del país, unas más, otras menos, pero todas en definitiva, han apostado en distintos momentos de la historia de esos treinta y seis años, a favor de algún grupo de militares, han colaborado con otros, han confiado en ellos.

 

Y así, pero con una continuidad inalterable, también allá ha habido, según las circunstancias, golpes buenos y golpes malos, militarismo -que no es lo mismo que militares- malo y bueno. Para las derechas bueno fue el pronunciamiento de Uriburu. Para las derechas y las izquierdas, bueno el pronunciamiento del 4 de junio. Un golpe militar es bueno desde el ángulo de las derechas, si mantiene, claro, la vigencia, de la democracia occidental y cristiana y defiende las estructuras caducas y paralizantes. Es bueno, genéricamente considerado, desde el ángulo de la izquier­da, si responde a una concepción nacionalista y antimperialista.

 

Sin entrar por el momento a discutir esta distinción y sus fundamentos, lo que parece puede afirmarse con el respaldo siempre de los hechos, es lo siguiente:

 

Las formas democráticas tienen un valor muy relativo o poco valor en la Argentina. Quienes proclaman en tono más airado la defensa de los principios de la democracia occidental y cristiana son precisamente quienes menos los respetan. Por otra parte, en otros campos, suelen confundirse, se han confundido más de una vez, los pronunciamientos militares con revoluciones nacionales.

 

Acaso este descaecimiento de las formas y las instituciones, este desprecio pragmático de las mismas, este reverencial e instintivo respeto de la fuerza ha hecho que los pronunciamientos, se sucedieran a los pronunciamientos, sin protestas ni rebeldías. En 1930, en 1943, en 1962 y ahora en 1966, las grandes masas no adoptaron actitudes de resistencia. En 1955, tampoco la caída de Perón provocó un sacudimiento colectivo.

¿Esos treinta y seis años de dominio militar qué le han brindado a la Argentina? Es lo que interesa saber, al margen de teorías y encasillamientos. No es nuestro propósito opinar sobre los distintos gobiernos que se han sucedido. Juicios y preferencias, al respecto, pertenecen a los argentinos.

 

Pero podemos sí, nos parece, abarcar el proceso en su totalidad. Y bien, la conclusión que de él se desprende no es, por cierto, halagadora. Un gran país, un país dotado de extraordinarias posibilidades, no ha podido a través de tantos años encontrar su rumbo. De pronunciamiento en pronunciamiento, con muy cortos intervalos, ha vivido en la inestabilidad y ha perdido horas y energías necesarias para construir y marchar hacia adelante.

 

El poder militar no ha sido capaz de resolver, los muchos y vastos problemas de cuya solución excluyó a los civiles. Los sucesivos golpes se condenan los unos a los otros. Si las formas democráticas de cuño occidental no se compadecen, según revelarían los hechos, con la realidad argentina; los hechos también demuestran que el militarismo es incapaz de gobernar y construir. Conclusión ésta, confirmada además, por toda la historia de nuestro continente.

 

El pronunciamiento actual, rodeado por la indiferencia, cuando no por la complicidad que mañosamente espera, será, dure lo que dure, un pronunciamiento más. Es decir, nada resolverá. Un país no se maneja con apotegmas y ordenanzas. Probado está que tomar el gobierno es fácil. Más probado asimismo que gobernar es difícil. Las contradicciones y conflictos económicos y sociales no se resuelven con homilías, ni desaparecen a tajos de las espadas.

 

Cuanto queda dicho es historia por momentos, obvia, como ya previamente anotamos, y que recoge y en parte examina, aspectos exteriores.

 

¿Detrás de esta larga cadena de pronunciamientos; detrás de esta historia de un militarismo impaciente que en contados mo­mentos parece ponerse al servicio del auténtico y escondido interés nacional, qué fuerzas profundas se mueven y en definitiva mandan?

 

Anecdótico y falaz sería reducir la historia al juego y al choque de las ambiciones personales, las intrigas de logias, o las maniobras de los partidos.

 

Los pretextos y los personajes no están desprovistos de significación. Pero pretextos y personajes aparecen y actúan en un cuadro de fuerzas nacionales o internacionales. Fuerzas, por otra parte, que en sí mismas rebosan de contradicciones.

 

Argentina es un país del Tercer Mundo, enclavado dentro de un continente que es todo él un gran protectorado.

Subdesarrollado o en vías de desarrollo o más desarrollado que otros y mucho menos que los grandes, Argentina es país, donde el verdadero diálogo -diálogo es drama- está trabado entre el imperialismo y las fuerzas que lo resisten. Ese diálogo es el que se escucha, el que rueda oculto y a veces asoma, a través de la larga serie de pronunciamientos. Cambian los actores, puede ser distinta la gravitación de los mismos en el desarrollo del conflicto -varían denominaciones y estandartes- pero el drama es el mismo, el drama continúa. De la neutralidad condenada en 1916, a la neutralidad también condenada y contra la cual se alzan los "demócratas", en 1943. De Braden a las "fronteras ideológicas". De la nacionalización del petróleo, a los contratos elaborados por el desarrollismo, y luego a la tímida, amenazadora e inaplicada anulación de esos contratos.

 

Los tambores redoblan para acallar el diálogo.

Carlos Quijano
MARCHA, 8 de julio de 1966

 

Reproducido en 
América Latina
Una nación de Repúblicas
Carlos Quijano
Cámara de Representantes
República Oriental del Uruguay
Montevideo, julio de 1990

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