Prólogo a "Julio César Puppo (El Hachero) - CRÓNICAS"

Heber Raviolo

La crónica costumbrista, que nace entre nosotros en el siglo XIX con Isidoro de María (1815-1906) y Daniel Muñoz (Sansón Carrasco) (1849-1930), tiene en nuestro siglo numerosos representantes que a través, fundamentalmente, del trabajo periodístico —y en determinada etapa concentrados en gran medida en torno a Julio E. Suárez y su revista Peloduro—, realizan una empecinada tarea de "descubrimiento" literario de nuestra ciudad, de sus rincones más típicos o más humildes, de sus costumbres más arraigadas o más insólitas, de sus personajes esencialmente populares o, simplemente, desconocidos. En medio de una pléyade de nombres entre los cuales no es posible dejar de mencionar a Rómulo Rossi. (1879-1945) y Luis Alberto Varela, la obra de Julio César Puppo, El Hachero, (m. 1966) sobresale sin duda por sus calidades inusuales, su originalidad, la riqueza y abundancia de tipos y caracteres, y por su extraordinaria felicidad de lenguaje, bajo la apariencia de una humildad de intenciones y de forma que queda desbaratada no bien nos ponemos a analizarla más allá de su primer impacto cordial.

Medio siglo largo de vida montevideana palpita en esas crónicas menudas, de dos o tres carillas, que durante casi otros tantos años El Hachero desgranó en las páginas de Mundo Uruguayo, El País, La Tribuna Popular, Peloduro, Fútbol-Actualidad, Marcha y otros periódicos y revistas. La recopilación, ordenamiento y publicación de todo ese vastísimo material es, desgraciadamente, una tarea todavía por realizar, y hasta el momento sólo una pequeña parte ha sido recogido en libro: Crónicas de El Hachero, Editorial Nueva América, s. f.[1], Ese mundo del Bajo, Arca, Montevideo, Nueve contra once, Arca, Montevideo, 1976 y ahora estas que publicamos en Lectores de Banda Oriental.


Habíamos planeado el presente volumen como una selección de la obra de los últimos años de El Hachero que no había sido incluida en los dos mencionados volúmenes de Arca
[2], pero finalmente no resistimos la tentación de agregar las tres crónicas iniciales, ya publicadas en libro[3], como una especie de mini-antología personal, por un lado, y, por otro, como una muestra del estilo de El Hachero hacia la década del cuarenta. A ellos agregamos, a último momento, gracias a una información proporcionada por Alfredo Castellanos, Esta es la historia de un crack, publicada en Mundo Uruguayo de diciembre 9, 16, 23 y 30 de 1937 y enero 13, enero 20 y febrero 3 de 1938.[4]

Como bien lo ha hecho notar Jorge Sclavo, con el tiempo el estilo de El Hachero cambió, "se modernizó". Tal vez el cambio vaya más allá de una simple modernización, o esa transformación no sea otra cosa que el reflejo del lento tránsito montevideano desde la gran aldea que a principios de siglo apenas desbordaba los límites de la ciudad vieja, a la ciudad con pretensiones cosmopolitas y en camino de perder buena parte de su carácter distintivo que ya se perfilaba en los últimos años de la vida de Julio César Puppo. Es difícil, por otra parte, decidirse y afirmar si preferimos el estilo más "reo" de sus colaboraciones en El País, Mundo Uruguayo y La Tribuna Popular, o el más afinado de sus Crónicas de Marcha, pues en ambos podríamos encontrar numerosos ejemplos de sus mejores atributos.

En primer lugar, su fabulosa capacidad inventiva en materia de imágenes. Si alguien encarara un estudio de las metáforas y comparaciones en las Crónicas de El Hachero, podría resultar sorprendido y apabullado por su número y por su calidad inusual. Es una verdadera avalancha de imágenes que a menudo comienzan siendo insólitas, pero de tal plasticidad que terminan por parecemos casi naturales y nos preguntamos por qué nunca las habíamos relacionado antes con su objeto referencial. Un trajecito a cuadros se puede parecer a un extracto de lotería, una persona masticar como una máquina de coser, una agitada señora, vieja y gorda, se nos transforma en una locomotora cuando el autor, de golpe y sin más trámite, nos dice que se paró a descansar "y pareció que iba a soltar un chorro de agua caliente". Un juez de fútbol, ante una infracción violenta, "corre igual que una gallina espantada con las alas abiertas". Un coracero, para no ser indiscreto, da vuelta su caballo ante una pareja y "la grupa del caballo, redonda y oscura, parecía uno de aquellos viejos fotógrafos —embozados en su manto negro— que los apuntaba para retratarlos. . .". Una pianista, vista de espaldas "con el lomo durito, sacudiendo los hombros, parece que llora desconsoladamente". A menudo, las imágenes llegan a un absurdo surreal, como en esta descripción de un concierto: ". . .un violín color zanahoria [. . . ] se queja como un niño abandonado en un chiquero. A veces parece un mosquito enorme. En esos momentos las arañas se asoman en sus agujeros. Pero otras veces lanza unos agudos como alfileres y entonces las arañas esconden la cabeza precipitadamente". La pelota, en un partido de fútbol, pateada con violencia hacia arriba, se transforma en "una luna de teatro". Y en tren de metamorfosis, "un caballito ágil, esbelto, sacudiendo al sol sus crines sueltas", se puede ir convirtiendo sucesivamente en una gallina, un montón de trapos, una langosta y un velocípedo, según va desarrollando El Hachero una memorable escena de doma. Un grupo de escolares irrumpe de pronto en la paz de una playa y es "como una mancha que se escurre, se estira, se contrae, toma las más caprichosas formas, una especie de molusco gigantesco que avanza arrastrándose por la arena". Tres mujeres, paradas ante un teléfono público, son objeto de esta sumaria y definitiva descripción caracterológica: "La ñata, de pie cortito y abultado como un rabiol, es dinámica, conversadora y alegre; la de cuerpo largo, tipo lluvia, nunca es rápida para hablar: es un sauce llorón que gotea; la petisa de ancas paradas y duritas, es un repiqueteo de teletipo, meta hablar y hablar".A esa riqueza lingüística se agrega una notable capacidad para la creación de personajes sacados generalmente del mundo deportivo y a los cuales el arte del cronista coloca limpiamente muy por encima de la mera estampa del ídolo de multitudes. A veces logra verdaderas joyas de fuerza psicológica, de observación de hábitos y caracteres. Para no salirnos de las crónicas incluidas en este volumen, véase los retratos de Seu Banana, El Habitante, Alfredo Bazán o Cartelle. Consustanciado con todo ese magma montevideano que se amasa entre los límites de la Ciudad Vieja y el Barrio Sur, entre los ranchos del Buceo y el campo Chivero, Puppo es capaz de penetrar en esas almas inocentes y medio salvajes, como dice del Habitante, e iluminarlas con un sesgo único y distintivo que las plasma para siempre en figuras de dramática y misteriosa poesía.

Para ello se vale de una riquísima gama de recursos. Un gesto o un atributo significativos pueden ser, por ejemplo, el eje en torno al cual se sostenga y se levante todo un personaje. Piénsese en aquel gesto de Seu Banana al llegar a la redacción: "Banana se quitó el sombrero y como no vio un lugar donde ubicarlo, se lo puso en. La cabeza". O en los dientes de O príncipe dos rings, elemento vulgar que adquiere una inesperada fuerza poética al ser utilizado como detalle alrededor del cual se va configurando el personaje hasta su gesto final: "Después reclama los dientes para sonreír, ahora con amargura y por última vez. . ."

Como en todo cronista de costumbres que se precie de tal, no pueden faltar en las crónicas de El Hachero la sátira y la ironía. Una sátira y una ironía llenas de ingenuidad y de una ternura burlona cuando la ocasión se presenta. A veces podemos quedar sorprendidos por una solemnidad de tono, casi cursi por lo "elevado", cuya explicación , surge líneas más adelante por su contraste absurdo con la situación o la anécdota a que hace referencia, como puede verse en "Operación noviazgo".

Otras veces la ironía adopta la forma de un cambio de frente sorpresivo en el relato de un hecho o en una descripción: el "Mira que lindo banco", de Locuras de Primavera, parece llevar a su punto más alto la ternura propicia al romance con que aparenta arrancar el cuento, pero es en realidad el eje que nos lleva a una segunda parte magistralmente funambulesca. Una descripción que parece orientada en un sentido muy definido, puede terminar en el giro más inesperado: "Estaba encantadora. Esa naricita parada, que los dibujantes hacen sin levantar el lápiz, esos ojos vivos, ese ¿esto audaz, daban ganas de pegarle un bife". O este otro: "El tercer número está a cargo de Margarita. Es una chiquitína muy seria, de cejas anchas, de melena larga y gesto severo. Parece Gaboto."

Si nos hemos detenido algo en estos someros y precarios intentos de análisis estilístico es porque nos parece que la obra de El Hachero no ha sido todavía evaluada como es debido por nuestra crítica[5] Es cierto que cultivó un género considerado menor —y que tal vez lo sea—, que nunca intentó organizar en una obra de dimensiones mayores ese maravilloso mundo novelesco que nos transmiten sus crónicas. Pero también es verdad que a muchas de ellas sólo por prejuicio podríamos negarnos a considerarlas como verdaderos y excelentes cuentos —tal el caso de "Locuras de primavera", que encabeza esta selección. Y que, más allá de toda posible discusión de géneros, aun quedándonos en los límites del artículo costumbrista, la riqueza de su prosa aparentemente humilde y "rea" es tal que debe tener muy pocos puntos de parangón entre nuestros prosistas de los "géneros mayores"[6] A la espera de que algún día se pueda emprender la edición exhaustiva de su obra que El Hachero merece, lo hemos querido poner de nuevo sobre el tapete con esta breve pero representativa selección de sus crónicas.

Notas

[1] Incluye 71 crónicas que son reproducidas en parte en "Crónicas de El Hachero", Arca, Montevideo, 1966; 2da. edic. aumentada (en total 32 crónicas), 1968. 
[2] Son las crónicas publicadas en "Marcha" entre el 23 de febrero de 1963 y el 31 de diciembre de 1965, cuyo fichaje nos proporcionó generosamente el prof. Alfredo Castellanos. 
[3] En Crónicas del Hachero, cit.
[4] Los episodios de esta "Crónica novelada" —como se la designa en Mundo Uruguayo— por esos avalares propios del periodismo fueron vueltos a publicar como crónicas independientes, con variantes de diversa importancia. Tres de ellos se incluyeron en la edición de Crónicas del Hachero: "La propuesta de Italia" y "Un lance amoroso" (transformado en "El crack se tira un lance") sin modificaciones mayormente significativas; "Una función de beneficio", en cambio, transformada en "Hoy —función de beneficio— Hoy", experimenta muchas modificaciones y supresiones. Nos parece ciertamente muy superior la versión original, que el lector puede leer en este volumen. Es muy probable que algunos otros de los siete episodios de ''Esta es la historia de un crack" haya sido objeto del mismo trato que estos tres, pero en todo caso nunca fueron recogidos en libro.
[5] Por ejemplo, en el diccionario "Cien autores del Uruguay" (Cedal, 1969), preparado por A. Paternain, A. Paganini y G. Saad, no se incluye a El Hachero, aunque sí a Isidoro de María y Daniel Muñoz. Tampoco tenemos memoria de algún estudio crítico sobre su obra.
[6] Otro aspecto de esa prosa digno de estudio es la manera dosificada, prudente, y por eso a menudo magistral, con que introduce en ella los términos del lenguaje "lunfa" o simplemente popular.

Heber Raviolo
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