La doma
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero
"

Los animales de todas las especies, han de tener un concepto bastante triste de nosotros, los hombres.

 

Han de pasarse mirando el almanaque, temblando ante la aproximación de las fechas que imponen divertirnos.

 

Porque la diversión del hombre se hace siempre y fatalmente, a costa de los pobres irracionales. Estamos igual que en la infancia. Salvajes y crueles. No hemos cambiado mayormente desde aquello de atarle una lata en la cola a los perros para verlos huir despavoridos, y en echarle maíz en las orejas a un burro para divertirnos con su locura y chumbear, a hondazo limpio desde la azotea, a la cotorra de la vecina que, a pesar de ser muy conversadora, no encontró palabras para denunciarnos. Estamos igual. No podemos divertirnos sin mortificar a los animales. Llega Navidad o Año Nuevo y empiezan a trepidar corrales y gallineros. Llega Semana Santa y tiemblan hasta los montes y los ríos.

 

Y en fin, cualquier momento de expansión que se nos presente, lo primero que nos viene a la cabeza es esta duda:

 

—¿A qué animal podemos embromar hoy?

 

 

 

Esto — palabra más o menos — me decía el sordo Materia echado sobre las barreras de La Rural, con los puños uno sobre el otro y el mentón apoyado en el de arriba.

 

— Y después hablan de la brutalidad del fóbal o del box — concluyó — , donde no hay que matar pajaritos, ni pescados, ni conejos. Donde el hombre se juega la parada mano a mano, frente a otro hombre igual, y sin ventajas.

 

Sabía que el sordo habría de reflexionar en tal forma. Conozco su sicología y adiviné el efecto que debía producirle esa doma de potros amaestrados.

 

 

De repente abren el brete y surge fina, ágil, esbelta, la figura de un animalito.

 

Es gracioso y lindo como una señorita.

 

Al sentirse libre emprende una carrera triunfal; el pelo suelto, el gesto vivo, ligeras las piernas. Armonioso, bello. Dan ganas de ponerlo sobre un tintero.

Corre un trecho; hasta donde alcanza la soga. Allí se frena de golpe, se alza majestuoso, manotea en el aire y cae de lomo, revolviéndose como un gusano.

 

A Materia le produce una mala impresión. Como si una de esas lindas pebetas que corren libres por la orilla, desnudas y frágiles —también ellas con el pelo suelto y el gesto vivo, —pegara un dedazo en un adoquín y quedara ahí, saltando en una pata, mientras se agarra y se besa y le sopla la otra. Es un cuadro que se rompe; es una obra de arte que se destreza.

 

Y tiene razón el sordo viejo y cañita. Es así, no más.

 

 

En seguida se le tiran encima ocho, diez gauchos, rudos y torcidos como postes.

 

Parece que van a ultrajarlo.

 

Lo hacen parar. Lo toman de las orejas, del cerquillo, de la cola.

 

Y tiran. Se lo quieren repartir como al caballito de cartón.

 

Cuando aparece a la vista ya está ensillado. Lleno de ataduras, es un matambre.

 

Entonces un gaucho que camina balanceándose y que se ríe para adentro, se le sube encima. Pesa más él que él caballo. Lo dobla. En una de esas, la cabeza va a tocarle el anca.

 

Y dele guasca. Dele garrote, amenizado con gritos de mascarita.

 

El potrito es criollo. ¿Pa qué vas armar pamento? — piensa. ¿Pa que este bárbaro te desnuque? — Y viendo que no puede sacarse esa plaga de encima se deja estar.

Y le hace la huelga de la tranquilidad.

 

 

Así todos. Y eso regocija a Materia.

 

El, — reo viejo y curtido por los biabazos de la mala suerte,— también fue potro. No hace muchos años. También bellaqueó contra el destino y quiso desprendérselo del lomo. ¿Para qué? Cuanto más se rebeló más fuertes fueron los golpes para amansarlo. Cuanto más corcoveó más pesada la carga que le doblaba el cuerpo. Y tuvo que entregarse.

 

De todas maneras tuvo que someterse a la voluntad del domador. Y cargar con él, como una mochila prendida de la espalda.

 

Entonces, ¿pa qué vas a armar pamento? ¿Pa que te desnuquen?

crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América

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                      Julio C. Puppo "El Hachero"

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