Deportistas de la pesca
crónica de Julio C. Puppo "El Hachero
"

Estábamos con Materia en la punta del caño. Las piernas colgando al mar, la mirada perdida sobre la brillante superficie de plata. En la costa hay un silencio pesado de plata. El solcito primaveral nos calienta el lomo. De cuando en cuando viene una ola mansa que el sol llena de espejitos. Entonces Materia y yo, escupimos al mismo tiempo.

Hay una calma somnolienta que sólo interrumpe a veces la maldición de un pescador o el ruido de las palanganitas de lata. Después, silencio otra vez. Silencio de playa vacía. Por eso la presencia del gordo con su medio mundo al hombro hizo que todos se dieran vuelta.

 

—Voy a pellizcar aquí —dijo como si hablara consigo mismo..

 

Venía todo remangado. Entre el chaleco, demasiado cortón, y la pretina demasiado baja, asomaba una franja de su barriga pelada.

 

Esas pantorrillas infladas eran las de un romano. Materia las miró y me dijo:

 

—Este debe pisar uvas.

 

Después escupió al mar.

Ahí no más empezó a pellizcar el gordo. Dele medio mundo y dele apalear el agua. Cada vez que sacaba el aparato eran más las miradas de odio que recogía que los pescaditos que bailaban brillantes y vivaces entre el tejido mojado.

 

Probó la suerte en varios lados. Hasta que lo frenaron; hasta que un curdela viejo que estaba procurándose la cena ahí con su aparejo, le dijo calmosamente:

 

—Mire, che; si quiere pescar, pesque. Pero no venga aquí con lances!

Me acordé de una historia muy graciosa que le oí a Carlitos Gardel -desde otra mesa- y se la conté a Materia.

 

Resulta que un tipo va a visitar a su amigo justo a la hora del almuerzo.

 

-¿Comiste? ¿Por qué no comés con nosotros? -le dijo el dueño de casa.

 

-Sí... no... esté... Voy a pellizcar.

 

Y empezó a pellizcar el tipo! A pellizcar de fe. Cada papa que mancaba con el tenedor era un escalofrío para el dueño de casa y una puntada en el corazón para los pibes. Cada bocado que se llevaba era seguido por veinte ojos emocionados. Hasta que no pudo más el tipo. Se le subió la sangre a la cabeza y explotó:

 

-Mirá, ché; si querés venir a comer con nosotros, vení. Cuando se te antoje. Pero no pellizques, por favor!, no pellizques!...

-Y... aquí no es como en el centro -me dijo Materia volviendo la conversación a su origen- Aquí, al que no sabe pescar lo echan como a ese.

 

-Y en el centro qué?

 

-En el centro? No me hagas hablar! :

 

Habló, sin embargo. El otro día tuvo que abandonar esta soledad linda de la costa e ir a la ciudad. No le pregunté para qué, pero en fija que era algún asunto de Juzgados. Estos reos no van al centro más que por cosas así.

 

Y ya que estaba allí, ya que lo habían obligado a vestirse, aprovechó la oportunidad y se dio una vuelta. Fue al puerto. Allí recogió, pues, las observaciones que lo hacían meditar.

 

-Fijate vos: veinte, treinta, mil individuos sentados en los muros con la cañita en la mano. Entre ellos, alternados, diez o quince con medio mundos, apaleando el agua, espantando el pescado. Y todos serenos.

 

Todos tranquilos ahí, con la esperanza de que algún pescadito otario les morfara la carnada. Así se pesca en el centro desde que se llama deporte la pesca. Todos son deportistas.

—Toma, —dije, y le alcancé la tabaquera.

 

—Todos son deportistas—sigue Materia—. Hasta este; hasta este que te voy a contar y que lo vi yo, con estos ojos.

 

Le  encajó un lengüetazo a la hojilla y continuó:

 

—Estaba ahí mirando eso, cuando llega un auto bacán y desembarcan de él un señor, una señora y una sirvienta.

 

Esta —que era muy papa con sus ancas cuadradas de caballo de circo—mete la mano y saca un calderín, un termo, un mate y un banquito de lona. Arriba del banquito se sentó el patrón de cara al mar. Se tapó las piernas con una manta, che, y yo viendo todo eso en plena tarde de sol; yo que me he pasado las madrugadas crudas del invierno con el agua hasta la rodilla...

 

—Y .... bueno!

 

—Parate que ahora viene lo mejor. Cuando estuvo todo en orden y y todos pensamos que el deportista iba a empezar su trabajo, ¿qué pasó? Agarra y le dice a la doméstica: "Y ... Juana, qué espera?"

 

Entonces la piba cachó el calderín y empezó a barrer el agua. Ella... ella, che! La que pescaba era Ía sirvienta. Tuve ganas de empujarlo al tipo y mandarlo al agua con su banquito y su manta. Me indignaba más todavía, pensar que el sujeto iba a decir por ahí: "Sí; estuve pescando” ... Y todo lo que hizo fue tomar mate de leche y desparramar cucharaditas de engrudo. Pero después pensé que era un deportista  ¿y qué?

 

El sol nos calienta el lomo llenándonos de pereza. En la boca del caño revienta una ola y nos salpica.

 

—Ya veo —termina el sordo—- que ese individua se va al fóbal con el mucamo para hacerle gritar "chorro" al referí.

 

Se queda pensando un instante y se exalta de golpe.

 

—¿Por qué no lo cachás un poco en el diario al tipo ese?

 

—Y... mirá: porque hay cosas que si uno las cuenta no se las creen.

crónica de Julio C. Puppo "El Hachero"
Crónicas de El Hachero
Editorial Nueva América

Ver, además:

                      Julio C. Puppo "El Hachero"

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