Pimentón, el duende pirata
Sylvia Puentes de Oyenard

En el país de Barlovento vivía un duende pícaro y juguetón. Cierto día, mientras se columpiaba en el jardín, se le ocurrió sorprender a sus hermanos, los duendecitos Pepín y Antón. Con palos y sábanas construyó un velero. Puso en el mástil una bandera negra, le pintó una calavera con dos huesos cruzados y, satisfecho de su obra, se disfrazó de pirata.

Cuando sus hermanos llegaron a la playa saltó, gritando:

-Maldito Mago y Emperador. Si yo pudiera lo hacía carbón. ¡Ay, por las barbas de Monseñor, pienso y no encuentro la solución!

Pepín y Antón no sabían a qué se refería el bucanero, pero trataban de alejarse de su ira escondiéndose entre una rocas cuando:

-¡Recórcholis! ¿Qué veo? Dos marinos de mi flor. Buen tamaño, mejor porte y escurridizos como ratón. ¡Deteneos y atencióóóóón!

Temblaban los duendecillos sin poder apreciar la manera de escaparse.

-¿Qué hacéis en esta playa, territorio de mi Señor?

-Veníamos a esperar la tarde y a dejarle una canción.

-¿Y para ello osáis molestar al corsario Pimentón? ¡Prisioneros sois de mi nave! Ando en busca de un tesoro enterrado en un zapatón. Surcaremos siete mares, cumpliremos la misión. El pirata Morgan espera el tesoro en Calicó.

Pepín y Antón levaron anclas y se hicieron a la mar. El salado aire se bebía la voz de Pimentón que entonaba:

Soy bucanero,

gran capitán,

toda la tierra

es este mar.

Busco un tesoro

que hará olvidar

los sinsabores

que hay que pasar.

Pero los duendecillos, enojados, resolvieron hacer valer su condición y se enfrentaron al corsario:

-Pimentón, hasta ahora hemos aceptado tu voluntad, pero has de saber que gozamos de cierto poder mágico y podemos convertirte en piedra o chicharrón.

Pimentón fingió no creerles y pidió que se lo demostraran. Pepín exclamó:

-Centellas de Carambón, que el capitán sea un moscón.

Pero como el bucanero, en realidad, era su hermano mayor, replicó:

-Por los dientes de mi facón, seré siempre Pimentón.

Antón, sorprendido, desde su barrica gritó:

-Por la magia de los duendes serás un tirabuzón.

Entretenidos en esta pruebas de poderes, ninguno advirtió la tormenta que agitaba las aguas y hacía inclinar la nave, ora a babor, ora a estribor. Relucía el casco y cimbraban los palos. Cayó la vela. Se desataron los cordeles. Pimentón perdió su gallardía de pirata experimentado y comenzó a temer por sus hermanos.

Un rayo atravesó el firmamento y partió la embarcación.

Sin saber cómo los hermanos se encontraron en una gruta. Pimentón había perdido su lindo sombrero y la cinta que tapaba su ojo izquierdo. Arrepentido, confesó a sus hermanos la travesura que había ideado, les dijo que se sentía responsable y salió a explorar el terreno. Vio que la marea comenzaba atrapar la entrada del refugio. Comprendió que solo siendo peces podrían nadar tanto como fuera necesario para salir de allí. Recordó una fórmula que le había enseñado su abuelo, el duende Tizón, y se oyeron tres voces diciendo:

Tibu, tibu, tiburón,

no quiero ser duende

tampoco ratón,

que sea entre los peces

mejor nadador.

Así Antón, Pepín y Pimentón se convirtieron en tres hermosos peces que, nadando velozmente, arribaron a la orilla tranquila del país de Barlovento.

Sylvia Puentes de Oyenard

Cuentos viajeros
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