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Claudia Lars:
Desde El Salvador al mundo
Dra. Sylvia Puentes de Oyenard

A la Lic. Elsy Escolar Santodomingo,
Directora Regional de la OEI,
porque es ejemplo de coraje y de ternura.

En nuestro último viaje a El Salvador, invitados por la Organización de Estados Iberoamericanos para participar del FILCEN, la Feria Internacional del Libro Centroamericano, tuvimos ocasión de tomar contacto con distintos escritores y redimensionar la figura de una de las grandes plumas de la lengua hispana.

Claudia Lars, seudónimo de Carmen Brannon, nació el 20 de diciembre de 1899 en San Silvestre Guaymoco, hoy Armenia, departamento de Sonsonate. La arrullaron voces disímiles, la de su padre, norteamericano de ascendencia irlandesa que la acerca a la poesía y la religión, a la aventura, y la de su madre, Manuela Vega, criolla, que la hace descubrir los misterios de la tierra. Esta formación se hará presente en su testimonio lírico que se debate entre zonas que hereda y ama.

"No supe escoger la tierra 
de mi canto, en muchos años.
Dos tierras de honda presencia 
eran misterio y regalo.
La dos llevaba en la sangre.
Las dos juntaba en mi abrazo.
Un doble amor recogía
sus paisajes encontrados: 
a la derecha palmeras 
en galope de penachos;
a la izquierda vientos grises 
sobre desvelo de barcos.
Aquí, las playas de sol...
Allá, los ríos helados...

Del sur llegaban abejas 
siguiendo el polen del nardo;
nostalgias indefinidas 
y una inclinación de llanto.
Del norte, choque de espumas 
y rosales de relámpagos;
humo de hoguera y de pipa, 
islas dulces y sargazos.

..................................

No supe escoger la tierra 
de mi canto, en muchos años.
Hoy sé que tiene caminos 
que cruzan hombres descalzos; 
volcanes de azules pliegues, 
techos de paja en el llano, 
tapiz de yedras y nidos 
en la pared del barranco; 
agua profunda meciendo 
niños de nube y lagartos;
un gran esfuerzo en cadenas 
y un gemido prolongado...

Absorta sobre lo mío
al fin escogí, despacio,
la tierra de amor completo 
que ha de cerrarme los párpados.

Pero mi canto del norte
-por los muertos empujados-
sigue rumbos de cometa, 
sigue vaivenes de barco."

(Romances de Norte y Sur)

En "Las tres ceibas", propiedad familiar, transcurren sus primeros años y los recreará en Tierra de infancia, magnífico libro autobiográfico que se editará por primera vez en 1959 (Ministerio de Educación). La sensibilidad poética, el talento, la fina percepción están presentes en cada una de estas páginas que debieran ser lectura obligatoria en las escuelas de América y España para impregnarse de poesía y descubrir la magia de la vida cotidiana. Para el destacado especialista David Escobar Galindo, esta obra encierra la clave de su destino. Allí nos cuenta la escritora:

"Con las pupilas bien abiertas capté desde muy pequeña aquel ancho paisaje y lo capté, por gracias de Dios, por sensibilidad amorosa y admirativa. Sin darme cuenta de lo que ese paisaje significaría en mi destino –donde el norte y el sur se juntaban, se acariciaban y se combatían- yo presentí que era parte de él por ley natural y antigua: como el cielo que estaba refulgiendo encima de los árboles y de las piedras; como las semillas que se sembraban en la tierra arada o las bestias de trabajo; como la casa de niñez, con su portal hospitalario, como las flores, pájaros, gusanos y hormigas.

Solo mi padre no había nacido en ese lugar, ni pertenecía a él de manera absoluta. La piel de su rostro era blanca, aunque tostada por los soles del trópico; su cuerpo alto y delgado tenía un raro magnetismo; su cabeza estaba cubierta de abundantes canas, sus labios pronunciaban nuestro idioma de un modo defectuoso, pero agradable, que a todos nos divertía mucho.

Nadie podía negar que mi padre amaba la tierra de sus hijos y que la celebraba con entusiasmo; pero su amor era el del viajero que se detiene y se complace ante lo nuevo; el del estudiante de cosas exóticas, cuando las observa, las huele, las toca, y luego las muestra a otros viajeros.

-Este es un verdadero paraíso- decía mi padre a dos gordos vecinos-. ¡Un paraíso que ustedes no ven ni saben apreciar!

Los dos hombres pensaban que el "mister" era un poco chiflado, y mientras contestaban afirmativamente con sus feas cabezotas bobas, sus ojos iban buscando entre los árboles de tamarindo la legendaria manzana de Eva...

Creo que fue mi padre –ese aventurero que había conocido tantos mares y costas- el que me enseñó a amar y comprender la tierra de mi madre y de mi abuelo. Nunca imaginó que yo tuviera que envejecer en ella; pues siempre estaba hablando de que me enviaría, cuando fuera mayorcita, a un hermoso lugar de Long Island –no lejos de la ciudad de Nueva York- a fin de que en el hogar de una hermana suya yo aprendiera la lengua y las costumbres de su gente, y tal vez me casara, más tarde, con un Nelly, un Murphy o un Mc Veigh... Su deseo solo se cumplió a medias.

Los habitantes de mi valle crecían ciegamente, como los conacastes y chaparnos de la montaña. Todo para ellos era simple, natural, inevitable...Soplaba el viento y el temporal no quería abandonarnos; pasaban en fila los azacuanes de octubre; se tapiscaba el maíz y se curaba el tabaco; se vendía el ganado y se guardaban en altos estantes los pilones de azúcar nueva; se iba el verano de seis meses abrasadores y volvía el invierno de seis largos meses de lluvia... Esas personas tenían algo de plantas resignadas y de bestias buenas. ¿Cómo podían advertir que estaban ahí, juntas y semidormidas, sobre la dulce tierra de un paraíso verdadero?

-¡Miren ese pájaro!...-gritaba mi padre desde la ventana del comedor-. Es como una flor de oro: como una extraña flor que vuela...

Yo admiraba el brillo de aquel plumaje y las imágenes poéticas quedaban en mi memoria.

A fines de febrero, las ramas de los maquilishuats parecían celajes, los madrecacaos esponjaban sus flores delicadísimas, las veraneras hinchaban sus morados gajos y los árboles de San Andrés eran de un amarillo vivo y redondo, sin ninguna hoja entre sus capullos de seda. Entonces llegaban al patio colibríes y calandrias, urracas, tordos y zenzontles. Tenían sed de lluvia y la pedían con alas y pico.

-Juana Morales, ¿por qué tiene tanto fuego el volcán?...-preguntaba yo a la afanada lavandera-. ¿Por qué hace sonar los aldabones de las puertas?

-Porque ahí vive el diablo, mi niña; el diablo con todos sus diablitos.

Cada noche, antes de acostarme, yo contemplaba desde el amplio portal las corrientes de brasas que, como sueltos rubíes, bajaban del cono retumbante hasta los anchos arenales, deteniéndose al borde de las llanuras verdes. El diablo andaba muchas veces en mi sueño –el diablo de Juana Morales- con su ardiente manto rojo y su cetro que despedía relámpagos; con su enorme boca cercana, para devorar mis gritos nocturno.

-No me gustan esos cuentos que horrorizan- decía mi padre a los sirvientes- la niña es muy nerviosa. No quiero que los oiga otra vez."

En la vida de Claudia hubo un aya maestra de fantasía, y hasta se llamó Juana Morales, tan cercana a nuestra Juana Fernández Morales, más conocida por Juana de Ibarbourou que aprendió las mejores lecciones de su aya Feliciana, analfabeta y cándida. Es que Tierra de infancia tiene mucho de Chico Carlo, como lo tienen sus vidas. La casa natal de Claudia, ubicada en el costado del Parque Tomás Regalado en Sonsonate, fue declarada "Sitio histórico" en 1997, pero la destruyó el terremoto del 13 de enero del 2001. Con las casas de Juana, sin terremoto, la piqueta del progreso las transformó. Pero retomemos la página, en la que concluye:

"Entre el volcán y el mar nació la niña de este libro: el volcán de sus abuelos morenos; el mar de sus abuelos blancos. Nacer y crecer en una costa tan aromada y dulce, entre yerbas, frutos y pájaros de mil colores, es recibir desde la cuna, maravillosos dones de belleza. En el valle natal mi corazón se fue abriendo como una flor gozosa y su raíz de sangre y arrobamientos se anudó, con fuerza oculta y permanente, al seno acogedor de la madre tierra."

Claudia vive su tierra, se empapa de su sustancia, ríe, canta, descubre el color de los juegos y la tristeza de una lágrima, pero se entrega en plenitud, con toda la fuerza de su prosa que es alta poesía.

Educada en su hogar y luego en el colegio de "La Asunción", hace estudios secundarios y su guía intelectual es el poeta nicaragüense Salomón de la Selva (1893-1959), a quien conoce en un viaje de ferrocarril cuando ella se dirige a Honduras y él a Nicaragua, después de participar en la Primera Guerra Mundial. Por su sugerencia leerá a los clásicos del Siglo de Oro, los poetas ingleses y los norteamericanos, y, por supuesto, a Rubén Darío.

"Amor del alma. Amor que a mí llegaste
cuando mi juventud amanecía
y en dulzura y en gracia me bañaste,
y eres fuente de gracia todavía.

La boca mía casi no besaste,
amor que el alma entera poseía..."

(De "Amor del alma", poema que publicará años más tarde y evoca esa primera relación.)

En 1919 su padre, para que no concrete boda con su mentor literario, la envía a Estados Unidos con tías paternas, es el presagio de futuras desilusiones. En el país norteño conoce a Roy Beers, que será su primer esposo (1923, iglesia católica Nuestra Señora de la Esperanza de Nueva York) y padre de su único hijo (1927, del mismo nombre y quien nos autorizara personalmente a la reproducción de la obra de su madre). Desde allí participa con colaboraciones en periódicos salvadoreños y enseña castellano. Regresa a su patria en 1927 con Beers nombrado Vice-cónsul. En el 30 Beers es contratado por una empresa naviera y se radican en Costa Rica. Engañada por él, la relación se disuelve hacia 1934, aunque no se divorciará hasta el 50, por expreso pedido de Beers.

En 1933 comienza a usar su seudónimo y un año después dará a conocer su primera obra, Estrellas en el pozo, en Ediciones Convivio que dirigía en Costa Rica el intelectual García Monge. Allí se incluyen los poemas a José Basileo Acuña (1897- 1992), erudito y polifacético escritor costarricense que se perfeccionó en Francia e Inglaterra, de quien Claudia se enamoró con pasión y dolor. Médico y abogado, profesor de literatura, delicado poeta, talentoso investigador y eximio traductor de los sonetos de Shakespeare, era personalidad admirada por la poetisa. Conocimos personalmente a este baluarte de las letras ticas, que tuvo enorme peso en Repertorio americano, pues dimos conferencias en su hogar de San José de Costa Rica y nos prologó nuestro poemario De chistera y con bastón ( resuenan aún estos versos "es Sylvia Puentes que llega, de puntillas sobre el alba..."). Profesaba Acuña inquebrantable fe que se traslucen en la visión del yo lírico:

Dos sonetos a un místico

                   I

Amor que se cruzó por mi camino
y me encontró en la sombra, abandonada.
amor que fuera luz en la callada
y sombría espesura del destino.

Esencia de lo noble y de lo fino: 
le sorprendí brillando en su mirada.
Mas no quiere hacer caso a mi llamada
y transformó lo humano en lo divino.

Yo me quedé con la esperanza rota.
¡Corazón que me sangra gota a gota
siempre que pongo mi ilusión en algo!

¿Por qué tan fuerte ante la vida fuiste?
¿Es que miedo a la vida le tuviste,
amor que no supiste lo que valgo? 

                  II

Abrí por ti mi corazón entero
y en él pudiste ver sin velo alguno.
Lo que hacerme sentir pudo ninguno
sintió por ti mi corazón sincero.

Amor entre los grandes el primero:
Amor de aquéllos que entre mil hay uno.
Se te ofreció inocente y fue importuno.
Y lo calló tu voluntad de acero.

¿Por qué quieres vivir vida divina
si de la forma humana estás vestido?
¿Acaso el mismo Dios no se adivina
tras de la oscura puerta del sentido?
Si el alma entre la carne va escondida,
¿por qué este empeño en sofocar la vida?

Acuña era amante de la perfección, de la delicadeza, del buen gusto. ¿Cómo no haberse prendado de una mujer toda poesía? Pero ante tan grande amor se resiste, bien acostumbrado a la austeridad y al heroísmo, no por azar recibió la Cruz de Guerra con siete estrellas, una por cada acto en el que se destacó durante la Primera Guerra Mundial, revistando en la Legión Extranjera de la Armada Francesa. Y cumple con su vocación, se ordena sacerdote, llega a ser Obispo de la Iglesia Católica Liberal en Costa Rica. Pero la historia de amor no concluye.

Claudia regresa a su país, dirige programas radiofónicos para niños y una página para la infancia de "El diario de Hoy". Su vida sentimental es agitada, estuvo enamorada de Salarrué, el celebrado autor salvadoreño de Cuentos de cipotes, y al no ser correspondida sublimiza su afecto en una entrañable amistad. Así lo describe en "Romance de los tres amigos":

Caminamos de la mano
cuando el reloj da las cinco
y en la cumbre de los cerros 
la tarde quiebra sus vidrios.
Vamos soñando y vagando
y diciendo versos lindos,
por el llano y la vereda
en donde arpegian los trinos
y ensayan las flores párvulas
balanceos de equilibrio
y cuchichean las hojas 
y la quebrada da brincos.

Los ojos de Salarrué
verdi-azules y tranquilos
en el país del ensueño
copian cielos de prodigio
y rincones encantados
llenos de asombros y brillos.
Tiene la palabra queda, 
el pensamiento blanquísimo,
Inclinado el cuerpo fuerte, 
cordial el gesto sencillo
y la vibración profunda 
en el suave magnetismo.
Entiende la voz oscura 
del bruto y del gusanillo,
la música de los astros, 
el misterio de los signos,
la gama de la belleza,
el lenguaje de los niños 
y es amigo de las hadas 
y los duendes y los silfos."

Muchos atribuyen la ruptura al cuidado por preservar la familia de Salarrué que tenía tres niñas (Olga, Maya y Aída). En "Canción del adiós que se presiente" el yo lírico recrea esta relación y expresa:

"¡Madura estoy como la fruta dulce
que se inclina en la rama!

Pero la dicha inmensa de querernos
nos ha sido vedada.
Después vendría la infinita angustia
que colma y no se acaba.

Nos está decretado separarnos. 
La vida nos reclama
el valor del adiós...¡Están más juntas
la almas solitarias!

Escogeré, por eso, rumbos nuevos
que el horizonte alcanzan;
me llevaré el dolor de haberte hallado 
y de darte la espalda.

.................................

Cuando creas que me hundo en el olvido
Estaré más cercana:
Amor que por Amor deja el deleite
Es eterno en el alma.

Nos está decretado separarnos
Y mi adiós se adelanta...
¡Fulge en mi corazón tu nombre claro
en un prisma de lágrimas!"

Claudia vive alternativamente en distintos países. Trabaja como traductora de historietas para la compañía de Walt Disney en México, cose bonetes para la masonería en Estados Unidos, donde también empaca duraznos y se hospeda en la casa de Gabriela Mistral en Santa Bárbara, apoya la causa de De Gaulle, escribe en diarios salvadoreños antifacistas, estimula a los jóvenes, edita, ama y sufre. Reside en Guatemala donde ejerce como Agregada Cultural y cumple activa agenda. Se casa en segundas nupcias (1949) con el escritor guatemalteco Carlos Samayoa Chinchilla (1889-1973), autor de renombre, con varios títulos publicados, pero ampliamente conocido por Madre milpa, que lo identifica con su tierra y sus orígenes.

En 1953 edita Donde llegan los pasos, obra de madurez expresiva, de acuerdo con la Dra. Matilde Elena López, en la que podemos advertir seis poemas largos y un Envío, que recrean su infancia ("Dibujo de la fuga"), la experiencia amorosa con Samayoa Chinchilla ("Sobre rosas y hombres"), la relación con su padre ("Instante y elegía de un marino"), la problemática de la injusticia ("De la calle y el pan"), poemas de amor ("Casa sobre tu pecho"), poemas más simbólicos ("Los dos reinos") y el "Envío" dedicado a la poesía. Para algunos críticos este libro también revela a la rosa como símbolo.

              IV

"Cuando vuelvo a tu nombre 
hallo mi rosa solitaria 
como llama en desvelo. 
También en juventud de mil jardines, 
sedienta, de tan joven.

Tu sitio de laurel, tu aislada torre
-entre verdad y nube para el sueño-, 
permanecen a orilla de los pájaros 
que daban corazón a la hojarasca.

Me pongo a ver mi cuerpo de aquel jueves 
y mi pañuelo blanco.
Si del adiós venía, sin camino,
¿qué cruz de azar me señaló tu casa?

Porque tú estabas en esbelta sangre 
alumbrando secretos en los libros, 
midiendo el tiempo con estrellas altas, 
huido y buscado dentro del suspiro.

¡Ah, mi asombro dichoso, mi pregunta, 
tu voz de caracol, llena de mares!
Ya estoy al pie del aire, en lo terrestre.
Ya por mis piernas suben los manzanos.

Quería descansar en tu silencio, 
ir por tus venas hasta el niño de antes, 
tal vez medir el río verde-lágrima 
que te pone en los ojos ese bosque.

Y miraba lo tuyo como tuyo: 
tu alero y tus ventanas, 
la compañera de tu noche antigua, 
las tres ángelas, siempre en delantales.

Pero dolía todo por gozoso, 
por su virtud de vida, 
porque era yo como un panal colmado,
como una luna libre.

Demonios pequeñitos instalaron 
aquella niebla en medio de nosotros 
y fui, desde la nuez de la tormenta, 
la siempre agitadora.

Donde apenas tocamos nuestro suelo 
de casi paraíso 
¡qué límite cerrado, qué metales 
para mi nueva herida!

Sin embargo, mi cielo penetrante 
te deja una paloma, 
y mi sal tan amarga y tan activa,
un ramito de aljófar.

Para tu puerta esta señal de ola 
y este idioma de olvido para el mundo.
¿Hacia dónde mi paso sin deseo?
¿A quién este abandono?

Entre rosales vienen los amantes 
con su rosa del día.
Sobre la muerte caen, inmortales,
con sus rojas espinas."

El divorcio se concreta en 1967. Para ese entonces y después de un largo exilio voluntario había regresado a El Salvador, entregándose íntegramente a la labor poética.

Su obra incluye diversos títulos: Tristes mirajes* (1916, libro de estampas), luego, ya con seudónimo, dará a conocer: Estrellas en el pozo (Costa Rica,1934), Canción redonda (Costa Rica, 1937), La casa de vidrio (1942, Chile, para niños), Romances de Norte y Sur y Ciudad bajo mi voz (1946), Sonetos (1947), Donde llegan los pasos (1953), Escuela de pájaros (1955, para niños), Cantos de la madre, Girasol (selección iberoamericana), Nuestro pulsante mundo (1969), todos de poesía. También incursiona en teatro: País de medianoche (1966).

*El general Juan José Cañas, autor del Himno Nacional salvadoreño, le publica -en San Salvador y sin su consentimiento- un cuadernillo de estampas del que la autora recogió todo vestigio y renegó de él.

Fue laureada en certámenes nacionales y de Hispanoamérica, doctora Honoris Causa de la Universidad "José Simeón Cañas", condecorada con la Orden "José Matías Delgado", la obra teatral "De la sal y la rosa" de Francisco Andrés Escobar habla de su vida. Sin embargo, su figura, salvo los círculos intelectuales, no ha tenido la trascendencia de otras.
Hemos incluido siempre un poema de Claudia Lars en nuestras antologías, porque cantó para la infancia con los más exigentes parámetros, aquellos que exigen "rigor y pasión".

Le descubren un cáncer de mama y por caminos de ensueño le llegan poemas de José Basileo Acuña. Allí le dice:

Soneto del Recuerdo

Los limpios arcaduces del oriente,
goteando trinos por las viejas frondas,
me trajeron tu imagen esfumada
en el lírico azul de la memoria.

Un sol de almas, pálido de ausencia, 
nimbó de carmesí tu fresca aureola 
y cantos inaudibles, aunque ciertos 
perpetuaron sus voces en la sombra.

Dame tu mano al fin frente a las cumbres 
que bordean el Valle de Discordias.
Dame tu mano, al fin, ya eternamente,

y en sus palmas cabrán nuevas auroras:
himnos extraños que yacían dormidos 
en su seno sutil de albas insólitas.

Jean d´Astil (23 de julio de 1972)

La respuesta de Claudia quedó firmada en "Cartas escritas cuando crece la noche":

                    I

"El tiempo regresó -en un instante- 
a la casa donde mi juventud 
quiso comerse el cielo.

Lo demás bien lo sabes...

Otros llegaron con sus palabras
y sus cuerpos, 
buscándome dolorosamente 
o dejando la niebla del camino 
entre mis pobres manos.

Lo demás es silencio...

Hoy tengo tus poemas en mis lágrimas
y el deseado mensaje -tan tuyo- 
entra en mi corazón con mil años de ausencia.

Lo demás es poseer este milagro 
y sentirme a orillas del Gran Sueño
como una rosa nueva.

"Dame tu mano al fin, eternamente"...

                       II

Busco tu voz en cada letra de los poemas 
que para mí escribiste.
¡Tu amada voz dormida en su entierro!
El contorno de "un rumor toma vuelo y entonces 
lo recobro, despierta.
Sintiéndome más encendida que un diamante 
y con tu voz en el aire fresco 
me atrevo a decir, saludando al mundo:
"Quieren iluminarme 
con esta plenitud?"

                       III

Pude haber vivido cerca de ti 
suavemente 
y encender tu lámpara y sentarme 
en el ancho sillón oloroso a tiempo.

Pude cortar una rosa 
y ponerla en tu escritorio 
o bordar a media tarde 
un enjardinado mantel.

Ocurrió lo contrario: 
lejos anduve y sola
-tremendamente sola- 
porque tú no quisiste acompañarme.

Pero en idas y venidas por esos caminos, 
¡qué bien me enseñaron a conocer quién soy!

                     IV

En el círculo de palabras y palabras 
tu silencio era más poderoso 
que cualquier sonido.
Yo lo habitaba sin protestas 
entrando valientemente en las distancias 
como patinadora sobre hielo.

¡Ah, tu silencio mío!
¡Ah, mi sutil planeta inexplicable!
¿Era un espacio vivo 
o tan solo el nombre de esta obstinación?

Al fin, después de todo...
-No falta un después en cada momento-.

¿Pero qué son el después, el ahora y el siempre
cuando escribo esta carta?

                     V

Si en la hora más quemante de mi vida 
yo hubiera encendido, por lo menos, 
la orilla de tu corbata...
¡Todo sería distinto!

Pero no lo permitiste. ¿Recuerdas?
Y entonces fui, como jamás lo he sido, 
una desesperada.

Guardo tu palidez esquiva 
y los ojos que no iban a entregarse 
aunque acabara el mundo.
Después algo me hiere no sé dónde 
y me ahogo y respiro soledades 
y estoy metida hasta los huesos 
en un laberinto.
¿Cómo logré salvarme?...

Porque yo olía a flor 
-en la hora más ciega de mi vida- 
y lo único que deseaba intensamente 
era caer sobre tu cuerpo como una flor.

                    VI

Si todo fuera distinto 
yo no tendría un largo viaje en los ojos 
y en esta soledad 
versos y versos...

Si todo fuera distinto 
yo sería a tu lado una dicha completa 
y la mitad de tu alma.

                  VII

Si llegaras por esa puerta 
tal vez te extrañaría mi pelo gris-azul, 
con reflejos plateados.
Le pongo un suave tinte -por supuesto- 
pero no creas que me engaño.

Envejecer es un problema. Sin embargo, 
yo no envejezco entristeciéndome.
Si regresara con lo vivido hasta el domingo 
que al lado tuyo se hizo viernes, 
creo que volvería a ser la misma amorosa 
y que de nuevo te daría 
un rato tremendo.

                VIII

El tiempo...¿Qué es el tiempo?...
Para mí no ha pasado 
desde aquellas noches de lunas amarillas, 
cuando me llevabas a las reuniones de los sábados...

Me sentí joven al leer tus poemas 
y me dio vergüenza experimentar esa delicia.
Con un gajo de sueños juveniles 
caí en profundo sueño.

Hoy me burlo del tiempo 
y hasta le hago cosquillas 
en las barbas. 
Así, medio jugando, 
voy a meterlo por un mes 
en el armario.

                  IX

Toda una vida lejos de ti.
Toda una vida...

¿Por qué?... ¿Quieres decirlo?...
Hubiera sido tan hermoso 
mirar la misma estrella 
desde nuestra ventana.

                    X

Hay muchos años entre mi amor 
y tu ausencia.
Con ellos puedo escribir
una historia larga.

Hay mil cosas que quisiera decirte 
dulcemente...
¿Pero cómo expresar lo inefable?

                     XI

Tal vez nunca contestes mis cartas.
Ya nada espero ni pido nada.
A estas horas sería ridículo preguntar al cartero 
si me trae un sobre que brilla 
como pequeño astro.

                      XII

No sé a quién contarle 
que regresaste de repente, 
con tu lenguaje extraordinario 
y con todo lo que sabe 
de la eternidad.

Confiaré a un joven puro mi secreto,
para que él lo celebre viviendo.
Sería triste que nadie conociera 
mis llamaradas y mi sal.

                       XIII

Si el príncipe Siddharta apareciera ahora 
cerca de mí, muy cerca, 
creo que me diría suavemente:
"Rompe ese lazo dulce.
¿Acaso no conoces lo que enseñé?"

Pero la ley del Samsara es fiel y exacta: 
el nudo no podrá deshacerse 
hasta que tú y yo alcancemos juntos, 
la más definitiva palpitación 
del encuentro.
Crece la noche...crece...
y el Pensativo de Rostro Inmutable 
cuenta con sus ojos 
mi verdadera edad.

                       XIV

Cuando todo se cumpla
-en otra vida, porque aquí ya es muy tarde- 
conoceré mejor el poder de los recuerdos 
y viviré en tu casa.

                        XV

"Y ahora un "hasta siempre"...un "te agradezco"...
Descubrí mi esperanza.
Aquí se anuncia la mañana con un ángel
Y con una semillita de antigüedad."

Acuña le contesta nuevamente en abril del 74 y ¡oh, tiempos del correo!, las cartas llegan después que la poetisa acalla su alta voz lírica en San Salvador el 22 de julio de ese mismo año. Pero José Basileo Acuña sigue escribiendo en la clásica forma del soneto y conocemos estos versos que bien pueden relacionarse con este amor:

El tema de la gaviota

Tu presencia brilló en la lejanía
de mi vejez, como un dorado sueño,
y mi barca invernal, en vano empeño,
burlaba ausencias de su lozanía.

Yo deseaba cobrar lo que perdía
y revivir la luz de que fui dueño.
El amor es a veces un beleño
y a veces es un ave en agonía.

La barca de mi fe, desmantelada,
la puse a navegar por mar ignota.
Cada golpe de vela. . . un ala rota.

Cada luna... una flor desconsolada.
Y en la noche, rival de la alborada,
cayó muerta a mis pies una gaviota.

Carmen González Huguet, David Escobar Galindo, Matilde Elena López y Rolando Elías, han sido estudiosos de vida y obra de Claudia Lars, a esas fuentes, y en especial a los volúmenes de homenaje de la Dirección de Publicaciones de CONCULTURA, debemos nuestra información.

Claudia recibió el aplauso de su pueblo con guardia de honor ante su féretro que estuvo una hora en la Biblioteca Nacional, fue sepultada en el cementerio de Los Ilustres, pero hoy descansa en el panteón familiar en Jardines del Recuerdo.

En forma póstuma se publicaron: Poesía última y Sus mejores poemas ( ambas en recopilación de David Escobar).

"Y ahora un "hasta siempre"...un "te agradezco"...
Descubrí mi esperanza.
Aquí se anuncia la mañana con un ángel
Y con una semillita de antigüedad."

Dra. Sylvia Puentes de Oyenard
San Salvador, agosto de 2005.

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