Tu cintura es mi cruz,
tu frente bebe
el agua de mi muerte;
hay en tu estanque que se inclina
algo de mí también,
y el germen pálido
del invierno y la pena.
Como quisiera que nos fuéramos
al campo sin espinas
donde pastan los cielos
-los verdaderos cielos-.
Como quisiera que subiéramos
a los picos altísimos
-tierra, arenosa tierra abajo-
y fundidos en miríadas de luces
sobrevoláramos pesares,
hundimientos,
catástrofes.
Pero no. No es éste,
no, el instante.
Naden los peces hacia los mares,
hacia el agua y las bocas la cebolla,
y el verano en su nave
surque el planeta oscuro
con su jarcia de espumas.
Culmine hoy todo, cuaje, prospere.
Nuestra historia, por triste,
debe dolerle a Dios.
Quizás Él nos salve
y en el grano del viento retornemos
a esta esquina, esta lluvia. |