Un tambor por único equipaje
Obra de Ricardo Prieto

Se estrenó el 11 de febrero de 1989 en el Teatro de la Alianza Cultural Uruguay-Estados Unidos de acuerdo al siguiente reparto:

 

Doctor: Roberto Allidi
Ada: Mariana Cardozo
Miguel: Gustavo Varela
Vieja: Martha Ferraro
Niño: Fabio Guerra
Escenografía: Rosalía Sanles
Ambientación sonora: Nelly Pacheco y Luis Apotheloz
Dirección y puesta en escena: Lucila Irazábal

Fue candidata al Premio Bartolomé Hidalgo 1994 que adjudica la Cámara del Libro del Uruguay en la categoría "Teatro editado".

Ese mismo año obtuvo el premio del Ministerio de Cultura en la categoría "Teatro editado".

Se estrenó en versión del "Grupo Anasimasa". Elenco: Florencia Bravo, Daniela Fazio, Santiago Girard, Rocío Olivera y Mariano Panelo. Dirección: Wahnon Isolda. Espacio Corintio. Buenos Aires, Argentina, 2004.

El escenario despojado y blanco es un ámbito que recuerda las salas de hospitales o de manicomios. Entra Ada seguida por el médico siquiatra. Hay dos o tres cubos que representan las sillas y la mesa.

Doctor: Empecemos por el principio.
Ada: Ya le conté todo.
Doctor: Cree haberlo hecho.
Ada: Soy incapaz de mentir.
Doctor: Omitir no es mentir.
Ada: Traté de no olvidar ningún detalle.
Doctor: Ese esfuerzo indica que deseaba ocultar algo.
Ada: No soy tan retorcida.
Doctor: Quizá no. Pero la otra...
Ada: (Molesta.) ¿Qué otra?
Doctor: Me refiero a esa parte de sí misma que ni siquiera conoce.
Ada: Habla de una manera incomprensible.
Doctor: No intente entenderme.
Ada: Es lo que hace todo el mundo mientras el interlocutor espía. ¡Sí, eso mismo! ¡Espía! Usted lo está haciendo desde que llegó a esta casa.
Doctor: Quiere convencerse de que soy su enemigo. La miro y no ve dos ojos sino una horca. Le hago preguntas y cree que está sobre el tablado, en el centro de una plaza pública. Insisto y se siente...
Ada: (Lo interrumpe.) Ahorcada. Esa es la palabra. Usted me asfixia.
Doctor: (Con suavidad.) Soy su amigo.
Ada: (Exasperada.) Un amigo no juega.
Doctor: (Suplicante.) Señora...
Ada: (Lo interrumpe.) Sí, sí. Usted está jugando con mi sufrimiento.
Doctor: Trato de ayudarla.
Ada: No lo creo capaz.
Doctor: Me llamó, sin embargo.
Ada: Llamo a cantidad de gente por día.
Doctor: Ahora me rebaja a la calidad de esas personas que vienen a limpiar los vidrios.
Ada: Se equivoca si cree que es mejor que ellas.
Doctor: (Desanimado.) Señora: tratemos de poner un poco de orden.
Ada: (Con burla.) ¡Orden!
Doctor: Sí, eso es lo que necesita para dejar de sentir angustia. (Ada ríe .) Ayúdeme a entenderla.
Ada: Estamos demasiado lejos, doctor.
Doctor: (Con fervor.) ¡Solo usted puede lograr que se establezca el vínculo!
Ada: ¿Qué vínculo?
Doctor: El que necesito para salvarla.
Ada: ¿De qué?
Doctor: (Nervioso.) ¡Señora! Empecemos por el principio.
Ada: No hay principio ni fin. Todo ha ocurrido siempre y seguirá ocurriendo.
Doctor: Supongamos que tiene razón, que todavía no empezaron a torturarla.
Ada: (Con desconcierto.) ¿Qué dice?
Doctor: (Confuso.) ¿No quería huir de ellos?
Ada: ¡Nunca dije eso!
Doctor: Dijo que eran monstruos.
Ada: Nunca los juzgué.
Doctor: Recuerdo que cuando me contó la historia sentía mucha angustia.
Ada: ¿Y eso qué significa?
Doctor: Que estaba empezando a juzgarlos, a separarse de ellos para poder huir. La angustia es liberadora y permite que nos superemos.
Ada: ¡Eso no es cierto!
Doctor: Gracias a la angustia podemos rectificar nuestra situación con respecto al mundo. La angustia nos ayuda a salvarnos.
Ada: ¡No comprende nada! ¡Nada! (El doctor está consternado.) De lo contrario no estaría aquí.
Doctor: Ahora me reprocha estar aquí.
Ada: Sí: le reprocho su estúpida ambición. Vino a esta casa con el deseo de entender. Se sobre valora, como todo el mundo. Ni siquiera creyó en la veracidad de lo que le conté.
Doctor: Se equivoca.
Ada: Pensó: o está loca o son los otros quienes merecen ser estudiados. (Con ironía.) ¿Todo sea por la ciencia, verdad?
Doctor: Nunca dudé de la existencia de su familia.
Ada: ¿En mí o fuera de mí?
Doctor: (Después de un silencio.) No lo sé aún.
Ada: Dice "aún". (Con ira.) ¡Dios exclama "aún" antes de decapitar con el famoso "delira". Pero no le daré ese gusto. Nunca los verá. (Grita.) ¡Nunca sabrá nada!¡Váyase!
Doctor: (Desconcertado.) No puede expulsarme.
Ada: Le ordeno que se vaya.
Doctor: (Suplicante.) Necesito conocer a su familia. Es por su bien, señora. (Ada solloza.) Solo por su bien. (Pausa.)
Ada: Disculpe. Todo es tan confuso. Quizá si se fuera...
Doctor: (La interrumpe.) ¿Dejándola sola con esos desequilibrados? Perdone. No quise decir...En realidad, no me parece conveniente abandonarla ahora.
Ada: No lo necesito.
Doctor: (Con énfasis.) No tema a la realidad con que quiero enfrentarla. No se defienda de mí. Usted dijo hace pocos días...
Ada: (Lo interrumpe.) ¡Ayúdeme, doctor! ¡Ayúdeme!
Doctor: Me alegra que lo recuerde.
Ada: (Molesta.) ¡No estaba recordando nada!
Doctor: Pero acaba de decir...
Ada: (Lo interrumpe de nuevo.) Acabo de insinuar que usted imaginó esa súplica.
Doctor: Esa súplica fue grabada.
Ada: Mentira.
Doctor: Tengo un casete en el que registré su voz mendigando ayuda.
Ada: (Acorralada.) ¡Quiere desvirtuar lo que dije!
Doctor: Tengo pruebas
Ada: ¡Se atrinchera en sus pruebas! ¡Quiere convertirme en piedra para justificar sus propias obsesiones!
Doctor: El sonido de su voz fue registrado para siempre como un lamento. Puede oírlo cuando quiera.
Ada: ¡El sonido que emite un grabador no puede ser más verdadero que yo!
Doctor: Estaba entera en las frases que emitió.
Ada: ¡No me reduzca a una frase que pronuncié cuando hacía calor!
Doctor: Ese día hizo frío: tres grados bajo cero. Nuestra técnica obliga a recordar los detalles.
Ada: Cree en las cosas que existen fuera de mí: el frío, las palabras, el grabador despreciable. (Con angustia.) ¡No me verá nunca!
Doctor: Usted está mal, muy mal. (Suplicante.) Ayúdeme a ayudarla. (Se oyen risas y ruidos.)
Ada: Ayúdeme....si puede. (Entran Miguel, la vieja y un niño de diez años que puede ser interpretado por un actor de más edad. El niño viene trepado sobre la vieja, quien jadea de manera grotesca. La luz adquiere matices siniestros. Los movimientos, gestos y voces de estos tres personajes le confieren un hálito sobrenatural al ámbito escénico.)
Miguel: (A Ada, después de besarla.) Perdoná si interrumpimos. No sabíamos que tenías visitas. (Al doctor.) ¿El señor es amigo, amante o simple conocido de mi esposa?
Doctor: (Rígido.) Soy el médico de la señora. (La vieja ríe. El niño la patea y empieza a dar vueltas alrededor del médico.)
Miguel: (Con burla.) ¿El médico? Es extraño.
Vieja: ¡Demasiado extraño!
Miguel: Doctor: le presento a mi amante. (La vieja se inclina de manera exagerada.) La señorita Papapumka. Y también a su pequeño hijo. Como ve, es un ángel.
Vieja: Bastante sucio.
Miguel: (Sonriente.) Por suerte se refiere al alma y no al cuerpo.
Doctor: (Con ironía.) ¿Por suerte?
Miguel: (Con asombro.) Es notable: el doctor examina las palabras que uno pronuncia.
Doctor: Son los puentes, señor. Los puentes.
Miguel: (Alborozado.) ¡Hasta las convierte en cosas!
Vieja: (Frenética.) ¡Mejor! ¡Así podremos incendiarlas!
Niño: (A la vieja.) ¿Te llamás "por suerte"?
Vieja: (Con fingida timidez.) Sí.
Niño: ¡Tomá! (La golpea. La vieja simula que cae muerta.)
Miguel: (Al doctor.) Son encantadores. Pero siéntese, doctor. Mi esposa nos servirá café. (Con picardía.) ¿O prefieren quedarse solos?
Doctor: Al contrario: estaba deseando conocerlos.
Miguel: Gracias. (A Ada.) Servile café al doctor, querida.
Vieja: A la amante de tu esposo.
Niño: (Con voz senil.) Y al niño.
Ada: (Que ha presenciado el diálogo anterior rígida como un cadáver.) Enseguida. (Sale. Parece una criatura irreal, un extraño pájaro en medio del desierto.)
Miguel: (Al doctor.) ¿Y? ¿Cómo la encuentra?
Doctor: Está fuerte y parece sana. 
Miguel: Eso es lo más importante.
Doctor: El aspecto psíquico, sin embargo, deja mucho que desear.
Vieja: (Con énfasis, a Miguel.) ¡Yo te lo dije!
Niño: Siempre afirmé que esa mujer no es normal.
Miguel: No me asuste, doctor. ¿Es posible que esté grave, que haya que matarla o algo por el estilo?
Doctor: (Desconcertado.) Que yo sepa, la gravedad de un enfermo y el asesinato no tienen ninguna relación.
Vieja: (Con rapidez.) ¡Se equivoca!
Niño: ¡Y cómo se equivoca!
Miguel: (Con sadismo.) Nosotros no somos partidarios de esas monstruosidades llamada clínicas. ¿Comprende? A nuestro criterio, la aparición del menor síntoma morboso implica, y perdone...
Niño: (Lo interrumpe.) ¡Pena capital!
Doctor: ¿Qué entienden por síntoma morboso?
Miguel: ¿Ella trata de explicarse lo que ve?
Doctor: (Con sincera tristeza.) Ese es el gran problema: no puede.
Vieja: (Horrorizada.) ¿Pero qué está diciendo? ¡Si no puede es más sana que nadie!
Doctor: Creo que ustedes vinculan a la salud mental con la angustia y la confusión.
Miguel: (Paternal.) Doctor: aquí consideramos sanos a quienes admiten que sólo la mente universal puede saberlo todo.
Doctor: Lamento no compartir esa absurda teoría.
Miguel: No debería opinar sobre una teoría que no conoce.
Doctor: Usted acaba de sintetizarla.
Miguel: (Con filosa ironía.) Veo que el doctor cree en la síntesis (Risa de la vieja. Mueca grotesca del niño.) Comprendo.
Doctor: (Con solemnidad.) La síntesis...(El niño patea al doctor.)
Miguel: (A la vieja.) ¡Decile a esa criatura que no distraiga al doctor! 
Vieja: (Al niño.) Papá ordena que no distraigas al doctor. (El niño patea a la vieja. Esta comienza a perseguirlo por el escenario. El doctor observa estupefacto la escena.)
Miguel: (Al doctor.) No se preocupe: solo están jugando.
Doctor: ¿La señora y el niño viven en la casa?
Miguel: Por supuesto. Ella es mi amante.
Vieja: Por ahora.
Doctor: (Con ingenuidad.) ¿La señora insinuó que...?
Miguel: (Lo interrumpe.) Se refería al niño. (Ríe.) ¿Es graciosa, verdad? Ella supone que yo podría amar lo que es mezquino.
Vieja: (Con odio.) ¡Ya te enamorarás de él!
Miguel: Es una mujer buena pero muy ridícula. Aquí llega el café. (Entra Ada. No ha perdido la rigidez ni la expresión hierática. Ofrece un café imaginario al doctor pero este no lo acepta. Miguel, la vieja y el niño corporeizan las tazas que Ada les entrega y beben con avidez. Después de servir, Ada se separa de todos y permanece erguida, silenciosa e inmóvil, con los ojos desorbitados y una extraña mueca en su boca.) Como ve, tengo una mujer encantadora, sumisa, tierna y diligente. Lamento que no haya probado este café delicioso, doctor.
Vieja: (Con odio.) Y que no haya comprobado lo que es una delicia preparada por manos deliciosas que nacieron para deliciar. (A Ada, como si quisiera matarla.) ¿Verdad, querida? (Silencio.) No contesta. La mula no quiere hablar. (Miguel se acerca a Ada y le golpea la cabeza.) ¡Creo que le ocurre algo, doctor! (La golpea de nuevo.) ¡No reacciona!
Niño: (Se abalanza sobre Ada con un cuchillo.) ¡Yo la curaré!
Doctor: (Se precipita sobre el niño y le arrebata el arma.) ¡Por Dios! (Aleja a los demás.) Será mejor que la dejen tranquila. (A Miguel.) ¿No cree que la presencia de esta respetable dama y su hijo influye negativamente sobre la salud mental de su esposa?
Vieja: (Muerta de risa.) ¡Qué pregunta!
Doctor: ¿Le parece una pregunta anormal?
Vieja: Por supuesto, y además impertinente.
Doctor: (Tratando de disculparse.) Como soy el médico de la señora...
Vieja: (Lo interrumpe con furia.) ¡Los médicos deben preguntar sobre lo que les incumbe! (El niño y la vieja representan una consulta médica. Miguel festeja con alborozo la situación.)
Niño: ¿Le duele la rodilla?
Vieja: Los riñones.
Niño: ¿Qué está vomitando?
Vieja: Orín.
Niño: (Tocándole las nalgas.) ¡Aquí está el dolor!
Vieja: No, bestia. Es aquí. (Señala su ombligo.)
Niño: (Despeinándole.) ¿Dónde?
Vieja: (Gritando.) ¡En la lengua! (El niño sube a una silla, le abre la boca y empieza a tironearle de la lengua.)
Niño: ¡Sí! ¡Sí! ¡La paciente tiene razón! ¡Es la lengua!
Vieja: (Con angustia.) ¿Qué puedo hacer, doctor?
Niño: Veamos, veamos. Para empezar, arránquese los ojos y se curará enseguida.
Vieja: ¡No tengo ojos!
Niño: Imagínelos.
Vieja: ¡No puedo!
Niño: Haga un esfuerzo.
Vieja: ¡Es imposible!
Niño: ¡Ayúdeme a salvarla de una terrible agonía!
Vieja: ¿Qué quiere que haga?
Niño: Esto. (El niño se tira un pedo. Miguel y la vieja festejan riendo a carcajadas.)
Miguel: Por lo menos tapate la narices, querido. No seas sucio. 
Doctor: (Balbuciente y confuso.) Las enfermedades psíquicas existen.
Vieja: ¿Usted es médico de carne, verdad?
Doctor: ¿Qué quiere decir?
Miguel: (Al doctor.) Ella quiere saber si es médico.
Doctor: (Solemne.) Soy psiquiatra.
Vieja: Entonces no corta lo que no puede verse.
Miguel: (Sonriente, al doctor.) Ella no cree en la psiquiatría.
Vieja: (Al niño.) Nene: ¿con qué bisturí puede el doctor abrir la carne de la muerte?
Niño: (Como si recitara una lección.) Con el dedo que se pone en la nariz cuando tiene mo...
Miguel: (Lo interrumpe fingiendo enojo.) ¡Nene! (Al doctor.) Perdónelos. No creen en la psiquiatría. No creen en nada.
Doctor: (Menos controlado.) ¿Y en qué cree usted? Acabo de preguntarle...
Miguel: (Lo interrumpe.) Si la presencia de estas personitas encantadoras influye negativamente en la salud mental de mi esposa. (Paternal.) Somos una familia muy unida, doctor.
Doctor: (Con cautela.) Se refiere a esta señora, el niño y usted.
Miguel: También a mi mujer. Ella los adora. (El niño y la vieja besan a Ada.) ¡Lo juro!
Doctor: Me parece improbable.
Miguel: ¿Por qué lo duda?
Doctor: Mírela. Observe el sufrimiento que expresa su rostro. (Ada empieza a quejarse. Estos lamentos serán intermitentes y casi inaudibles, pero expresarán profunda angustia.) Oiga como se queja.
Miguel: ¿Quién le ha dicho que la felicidad se expresa riendo? (La vieja llora.)
Doctor: Si fuera feliz no habría acudido a mí para pedirme ayuda.
Miguel: Cuando la conozca bien descubrirá que es muy egocéntrica. Sería capaz de adjudicarse el asesinato con tal de que se ocupen de ella.
Doctor: ¿El asesinato de quién? 
Vieja: De un siquiatra.
Niño: De un médico siquiatra. 
Miguel: (Al doctor.) Comprendo que esté desconcertado. Usted estudió la relación que hay entre la expresión y los sentimientos, y leyó libros que intentan explicar cómo funciona la mente humana. ¡Pero los libros, doctor, son solo una aproximación a problemas complicadamente simples!
Niño: (Gritando.) ¡El doctor tiene muchos libros! ¡El doctor tiene muchos libros!
Vieja: Sí, querido. Es un cerdo que lee libros.
Miguel: (A la vieja, simulando que le hace un reproche.) Por favor, querida.
Vieja: (Con rapidez.) Es un cerdo que lee libros el que no los entiende.
Niño: (Con malignidad.) ¡El doctor sí los entiende!
Miguel: (Con alivio.) Ah.
Doctor: Confieso que estoy confuso.
Vieja: ¡Como si no lo supiéramos!
Niño: Habría que averiguar desde cuándo.
Vieja: (Gritando.) ¡El doctor tiene manos desde que nació! (La vieja y el niño ríen.)
Miguel: (Siempre paternal, al doctor.) No se alarme por nada. (Engolado y burlón.) Todo es posible en el reino infinito de la naturaleza. Lo que parece anormal suele ser fuerte, sano y dichoso; lo que se considera normal se resquebraja, se pudre y huele mal. ¿Quién puede decir este es el camino, el bien, la felicidad?
Niño: ¡Tengo hambre! (Toma una campanilla y empieza a dar vueltas alrededor de Ada mientras sigue gritando.) ¡Tengo hambre! ¡Tengo hambre!
Miguel: (Al doctor.) Esta familia no habría sido expulsada jamás del Paraíso. El Señor la habría dejado allí para amaestrar a la serpiente. (A Ada.) El hijo de mi amante tiene hambre, querida.
Ada: (Abandona su hierática inmovilidad y empieza a actuar como una sirvienta. A la Vieja.) ¿Qué quiere comer la señora?
Vieja: (Con simulada sofisticación.) Chalousièment à la poussièrment.
Ada: (Sale repitiendo con monotonía el nombre de la comida.) Chalousièment à la poussièrment, chalousièment à la poussièrment.
Niño: (Se trepa sobre la vieja.) ¡Yo también!
Miguel: Y yo. (Abraza al doctor.) El chalousièment à la poussièrment, querido doctor...(Salen. Oscuridad.)

 

Escena segunda

 

El doctor está sentado. Medita. Entra Miguel transportando una bandeja con el desayuno imaginario.
Miguel: Buenos días, doctor. ¿Durmió bien?
Doctor: Más o menos.
Miguel: Lamento verlo tan preocupado. (Sirve el café.) Nada es más horrible para un hombre dichoso que ver a otro hombre afligido. (Le ofrece una taza al doctor.) ¿Café?
Doctor: (Se sirve.) Gracias. (Se dispone a mantener una charla frontal.) Quisiera decirle...
Miguel: (Exuberante.) ¡Diga! ¡Diga lo que quiera!
Doctor: (Preparándole.) Me alegro mucho de poder hablar con usted en privado.
Mguel: (Eufórico.) Yo también. (Devora ruidosamente una tostada.) La familia es lo más importante que existe, sin duda, pero a veces fatiga, sobre todo cuando interfiere en las conversaciones de los amigos.
Doctor: Quisiera saber cuánto hace que conoce a la señorita Papapumka.
Miguel: Desde que me enamoré de mi mujer.
Doctor: ¿Eran amantes antes de que usted conociera a su esposa?
Miguel: No. Las conocí al mismo tiempo. (Con énfasis, después de una transición.) "El último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan". Es un pensamiento de Pascal y lo he puesto como acápite en un libro que estoy escribiendo. Como ve, a veces escribo. Ya leerá usted...
Doctor: (Lo interrumpe.) Con mucho gusto. (Breve silencio.) Pero hay otra pregunta.
Miguel: Hágala, por favor. No sea tímido.
Doctor: ¿Es posible que ese niño sea hijo de una mujer casi anciana?
Miguel: (Muy divertido.) ¡Qué buena pregunta! ¡Buenísima! (Cambiando el tono de intención.) ¿Más café?
Doctor: No, gracias.
Miguel: (Sirviéndose café y cambiando el tono de altura.) Eso nadie podrá saberlo nunca.
Doctor: (Asombrado.) ¿Nadie? Se supone que usted...
Miguel: (Simulando ser una víctima.) ¡Hay tantas cosas que no sé!
Doctor: ¿El niño es hijo de ella? No me diga que usted nunca se lo peguntó.
Miguel: (Paternal.) Yo no pongo a la gente entre la espada y la pared para exigirle la verdad, doctor. Es como pedirle que mienta o que explique lo que no sabe.
Doctor: (Estupefacto.) ¿Insinúa que esa anciana ignora si el muchacho es su hijo? Eso es imposible.
Miguel: ¿Tuvo hijos alguna vez?
Doctor: Sí, pero...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¿Los parió, les cortó el cordón umbilical con la uña afilada?
Doctor: (Molesto.) Por supuesto que no.
Miguel: ¿Entonces cómo puede saber?
Doctor: (Doctoral.) La experiencia indica...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¡Usted invoca nada menos que la experiencia, doctor! (Despectivo.) Lo que se vincula a las mayorías.
Doctor: (Solemne y ridículo.) ¡Lo que sufrieron las mayorías es indubitable!
Miguel: Mañana le presentaré a un hombre que orina por el ano. Sí, sí, ya sé que no me cree. Pero ese hombre existe. (Con ironía.) Claro que las mayorías no lo vieron orinar.
Doctor: (Indignado.) ¡Esa es una fantasía!
Miguel: Lo fantástico es lo que no hemos enfrentado nunca. (Tomándose tiempo.) No quiero entristecerlo, doctor. La vida es muy hermosa y es odioso afligir a los demás. ¿Una tostada? (El doctor rechaza con un gesto el ofrecimiento. Miguel continúa comiendo con avidez.) Nunca le hice a mi suegra preguntas sobre su pasado.
Doctor: ¿Llegó a esta casa antes de dar a luz al niño?
Miguel: Claro.
Doctor: Entonces el niño nació aquí.
Miguel: Quizá.
Doctor: (Exasperado.) ¿Cómo "quizá"? Ese hecho no podía pasar inadvertido.
Miguel: Hay mujeres embarazadas que tienen el vientre liso. No me diga que no lo sabía.
Doctor: (Desconcertado.) Me parece improbable.
Miguel: Es verdad. Se lo digo yo, que puse muchas veces mis oídos sobre vientres lisitos que albergaban un marrano. (Bajando la voz.) Pero este niño no es de ella. Se lo digo con sinceridad.
Doctor: (Muy interesado.) Usted se basa...
Miguel: Odia los embarazos y trata de evitarlos. Sí, ya sé, a usted le parecerá criminal. Pero compréndala. Un nuevo parto le aflojaría los huesos, la desarmaría. Cuando yo...bueno, cuando yo insisto...¿comprende?
Doctor: Sí, sí, comprendo.
Miguel: Se separa gritando, me insulta y hasta me desgarra con las uñas. (Le muestra un brazo.) Mire. Compruebe que no estoy mintiendo.
Doctor: Así que si más ni más...
Miguel: Un día apareció el niño y yo lo acepté como a un hijo. ¡Pero qué hijo! (Baja de nuevo la voz.) También entre nosotros le diré que no me gusta. Es agresivo, ladrón, mentiroso, proxeneta, invertido, asesino y hasta chantajista. Si la madre no le da dinero la amenaza con contarme su macabra vida íntima.
Doctor: ¿Y ella por qué teme?
Miguel: (Con burla.) Lo macabro existe, doctor. (La vieja corre gritando por el foro mientras el niño la persigue amenazándola con un inmenso martillo.) No se preocupe: juegan. ¿Más café? No desperdicie su vida, doctor. No trate de comprender. ¡Sienta! Sienta el calor del sol, el sabor del café, el purísimo pan del Señor, que hoy está un poco duro.
Doctor: (Con suprema confusión.) A esta altura...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¿Está desconcertado, verdad? Me alegro. El desconcierto lo sitúa a uno y lo ayuda a comprender que todo puede empezar. Sólo él nos conduce a la dicha.
Doctor: (Balbuciendo.) Quiero hacerle algunas preguntas.
Miguel: (Con burla.)¡Siempre está haciendo preguntas! Vamos, anímese. Estoy a su disposición.
Doctor: Su esposa está muy enferma. (Miguel ríe a carcajadas. El rostro del doctor denota consternación.)
Miguel: ¡Es muy divertido! Prosiga, doctor. Prosiga.
Doctor: Hace un mes que me ocupo de la paciente y he podido desmenuzar el proceso de enajenación. (Miguel continúa riendo a carcajadas.) ¡No se burle! Los procesos existen y las patologías pueden detectarse y analizarse. Es la única manera de descubrir su génesis.
Miguel: ¡Qué lenguaje, doctor! ¡Qué enjambre repugnante de sonidos! Proceso, enajenación, patología, génesis. Es humillante. ¿Se refería a un ser humano?
Doctor: (Exasperado.) Hablaba de mi paciente.
Miguel: ¿Cree que su paciente ha hecho otra cosa que vivir?
Doctor: La vida es siempre...
Miguel: (Lo interrumpe.) Sublime.
Doctor: De acuerdo, aunque con ciertos reparos.
Miguel: ¿Cuáles?
Doctor: Cuando se estudia la mente humana...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¡Usted está loco! (Se controla.) Perdone, estaba bromeando. Pero es asombroso que alguien crea que la mente humana puede ser estudiada. (Con horror.) ¡Estudiada!
Doctor: El psicoanálisis ha demostrado...
Miguel: (Lo interrumpe.) Que nuestra psiquis no oculta nada complicado o monstruoso.
Doctor: Está afirmando lo que no podría probar.
Miguel: ¿Cómo que no? Lo pruebo con mi vida y la de mi familia. Sí, ya sé, va a hablarme de los complejos, las frustraciones, la crueldad agazapada, la paranoia, todo aquello que le sirve a la gente para justificar su incapacidad de vivir con plenitud.
Doctor: Está simplificando de manera monstruosa.
Miguel: Usted lo ha dicho: simplificar. Eso es lo que debe hacerse para no extraviarse. Cuando alguien está muy angustiado y me pide ayuda lo primero que hago es bañarlo. Después lo perfumo, lo llevo a mi cama y lo acaricio. También le canto una canción tierna y sensual. ¿Sabe, doctor? La gente sólo sufre cuando no sabe que la aman. El gran misterio, sin embargo, es que todos somos amados.
Doctor: (Con rabia.) No creo que su mujer se sienta muy amada.
Miguel: Una cosa es que la amen, y otra, muy distinta, es que lo sepa.
Doctor: Ella es una suicida potencial.
Miguel: (Muerto de risa.) ¿Qué esta diciendo? (Se dirige hacia el foro.) Ahora mismo se lo contaré. ¡Se divertirá muchísimo!
Doctor: (Lo detiene.) ¿Qué pretende hacer? ¿No comprende que su estado es grave?
Miguel: Perdone, doctor, pero usted...
Doctor: (Lo interrumpe.) ¡No estoy loco! ¡Lo juro! (Con patetismo, asombrado de lo que ha dicho.) ¿Qué estoy diciendo? ¡Es imposible hablar con usted! Me confunde. (Tratando de serenarse.) Entendámonos: quizás ella representa ante ustedes el papel de esposa feliz.
Miguel: ¿Qué quiere decir?
Doctor: Que a través de un complicadísimo mecanismo de defensa los convence de que es feliz. ¿Comprende? Disimula la repulsión que ustedes le causan para evitar su venganza.
Miguel: Ha hecho una afirmación maravillosamente ridícula.
Doctor: ¿Cómo se atreve?
Miguel: Querido mío: usted subestima a los demás o los considera perturbados. Esta es una casa habitada por seres humanos.
Doctor: (Con ironía.) También en los manicomios hay seres humanos.
Miguel: Con tendencias a divagar. (Con solemnidad.) Recién afirmó que mi mujer pretende huir de una realidad que, a mi criterio, prefiere a todas. 
Doctor: (Exaltado.) ¡No podrá convencerme de una mujer es feliz compartiendo al marido!
Miguel: Con la madre. (Consternación del doctor.) No lo comparte con cualquier otra mujer. Todo queda en familia. No olvide el amor filial, cuya fuerza es avasallante. Escúcheme bien, doctor: mi mujer es muy dichosa haciendo feliz a su madre. ¿No tiene derecho a ser buena hija?
Doctor: Reconozca que debe resultarle grotesco que una anciana tan poco agraciada como su progenitora comparta el marido con ella. Y que lo grotesco...
Miguel: (Lo interrumpe.) Varía infinitamente según quien lo nombra. A mí me parece grotesco que un hombre sea insensible a los encantos de un árbol y que no quiera poseerlo, y a usted quizá le parezca lo contrario. (Con ironía.) El mundo de la percepción es un laberinto en el que casi nadie se encuentra.
Doctor: Reconozco que plantea las cosas de una manera...
Miguel: (Lo interrumpe.) Sincera. Muy sincera.
Doctor: Sí: pero parcial.
Miguel: Todos somos parciales cuando hablamos, cuando amamos, cuando matamos. No, no soy un asesino potencial. (Con burla.) ¿Esa es la palabra que usted empleó, verdad?
Doctor: (Suplicante.) Le ruego no tomar esto a la ligera. No siga jugando, por favor.
Miguel: Soy una persona seria, doctor. A usted le parece un juego la pasión con que busco lo que ocultan las apariencias.
Doctor: Descubrir lo que ocultan las apariencias es también mi misión.
Miguel: ¿Cómo es posible entonces que aún no haya entendido que nadie puede curarse antes de descubrir que tiene alma y que el sello de una inteligencia suprema está en todo el universo?
Doctor: Sólo creo en el hombre.
Miguel: Entonces no intente ayudar a Ada. Ella cree en algo más poderoso que el hombre.
Doctor: Esa creencia de su mujer no resistiría el menor análisis. Ella está desesperada. Por eso necesita creer en algo superior.
Miguel: No insista, doctor. Descarte términos tan obsoletos como "desesperación". Abrace y respire la vida, el misterio, lo inexplicable.
Doctor: Su esposa acudió a mí porque necesitaba ayuda. Me dijo que temía enloquecer.
Miguel: Y usted no alcanzó a comprender que solo temía enloquecer de felicidad.
Doctor: (Indignado.) ¡Está loco!
Miguel: Comprendo que reaccione así, aunque sé que lo hace por ignorancia. Nunca tuvo una paciente como Ada. ¿Freud y Jung no describieron jamás un caso como este, verdad?
Doctor: (Exaltado.) ¡Su mujer está muy enferma!
Miguel: (Ríe.) ¿Enferma?
Doctor: (Ridículamente convencido.) ¡Sí! ¡Es un pobre ser lleno de miedos y dudas! ¡Se autodestruye, créame!
Miguel: Disculpe, doctor, pero usted está equivocado. No ha entendido nada.
Doctor: He observado como vive aquí. He hablado mucho con ella.
Miguel: ¡Hablar! Como si eso importara. ¿Por qué no la tocó o la besó? Eso es lo que debió hacer para comprenderla, en lugar de oírla y analizarla. 
Doctor: (Indignado.) Estoy capacitado para ayudarla de manera más científica.
Miguel: Ella vive con plenitud y no necesita la ayuda de nadie.
Doctor: ¡Nadie vive con plenitud compartiendo al ser amado!
Miguel: Veo que sigue razonando del mismo modo. Cree que los seres amados son objetos propios que pueden comprare o guardarse en el ropero. ¿Por qué? (Con ironía.) Hágase sicoanalizar, doctor.
Doctor: (Con angustia.) Se burla. Está haciéndolo desde que llegué.
Miguel: Hablo en serio. Todo lo que he dicho sobre mi mujer es verdad.
Doctor: ¿Cómo se explica entonces que ella me haya pedido que me quede a vivir en esta casa?
Miguel: Quizá lo ama. (Entra Ada seguida por el niño. Este se ha puesto un enorme sombrero de mujer y arrastra un esperpéntico muñeco de trapo. Detrás del niño entra la vieja transportando una enorme pesa.)
Ada: (Resplandeciente, al doctor.) ¿Descansó bien?
Doctor: (Desconcertado.) Muy bien.
Ada: (A Miguel.) ¿Le serviste el desayuno?
Miguel: Sí. Y ahora voy a darle a este demonio la lección semanal. (Abraza al niño y camina junto a él. Parecen dos enamorados paseando por un parque fantasmal.)
Doctor: (A Ada.) Venga. Siéntese a mi lado. 
Vieja: (Realizando ejercicios físicos con una pesa.) Uno dos, uno dos.
Ada: (Al doctor. Parece que estuviera sacando a la luz un pensamiento secreto que la colma de dicha.) ¿Es feliz?
Doctor: (En el comienzo del aniquilamiento, y cerca del pánico.) Esa pregunta debo hacérsela yo a usted. (Con horror.) Temo que lo parece. (Risa de Ada.) No contesta. Sólo ríe. ¿Por qué? (Suplicante.) ¡Ayúdeme a entender!
Ada: (Con ingenuidad.) ¿Qué?
Doctor: (Señala a los enamorados.) Quiero entender eso.
Ada: Están jugando.
Doctor: ¿Por qué permite esa clase de juegos?
Ada: Lo único que les reprocho es que sólo se desean. ¿No es horrible un vínculo tan limitado? (Con tristeza.) ¡No me mire así, doctor!
Doctor: ¿Por qué cambió tanto?
Ada: ¿Quién?
Doctor: Usted. No es la misma de anoche.
Ada: Ahora es de día.
Doctor: Sí, es de día. ¿Pero qué ocurre en su interior?
Ada: (Con repentina frivolidad.) ¡Pienso tanto en mamá! Mire: sus huesos crujen, no puede agacharse, está renga y sin embargo hace gimnasia. No es capaz de sentir placer en la cama pero finge que lo goza. A él, nada menos, que no es tonto. ¿No le parece triste?
Doctor: (Alucinado.) Hace pocas horas dijo que temía enloquecer, que no soportaba más. ¿Qué experimenta ahora?
Ada: Siento una paz infinita.
Doctor: (Con angustia.) ¡Señora!
Ada: ¿Qué le ocurre, doctor?
Vieja: (Se acerca al doctor y le señala uno de sus senos.) Tóquelo.
Doctor: (Desconcertado.) Pero yo...
Ada: (Al doctor.) Toque. No tenga miedo. (El doctor obedece.)
Vieja: ¿Cómo es?
Ada: (En voz baja, al doctor.) Dígale "duro".
Doctor: (Balbuciente.) Duro.
Vieja: (Con alegría.) ¿Está seguro?
Ada: Dígale "sí".
Doctor: (A la Vieja.) Sí, estoy seguro.
Vieja: (Resplandeciente.) ¿Será posible? (Se aleja entusiasmada y reinicia el ejercicio con esfuerzo.)
Ada: Querido doctor: le agradezco la amabilidad de haberme escuchado. Fue muy gentil tratando de comprender lo incomprensible. A veces me parece un niño desamparado y encantador.
Doctor: Yo...
Ada: (Lo interrumpe.) Sí, sí, un niño. Si hasta es capaz de creer que mi rostro hoy expresa dicha.
Doctor: Pero acaba de decirme que siente una paz infinita.
Ada: Ah sí, dije paz. (Con angustia.) ¡Si usted comprendiera!
Doctor: Disculpe, estoy muy nervioso.
Ada: (Repentinamente vacía y despojada de angustia.) ¿Quiere una tacita de té?
Doctor: No, gracias. (Cerrando los ojos.) Trataré de ordenar el caos.
Ada: (Como si fuera Dios mirándole. Con melancolía.) Inténtelo.
Doctor: ¡El caos no puede ser más fuerte que yo! (Se oye un grito que emite el niño. El doctor mira a Ada con terror. El rostro de esta se transforma con lentitud. Debe reflejar hastío y cansancio.)
Ada: Sí, ya sé. Tiene sólo diez años. A él debería haberlo perdonado.
Doctor: (Con ansiedad.) Usted se refiere a...
Ada: A eso mismo. Veo que nos vamos comprendiendo más. Lo que natura non da, el tiempo lo logra. (Con voz aniñada.) ¿Es verdad que usted se dedica a curar enfermos?
Doctor: (Estupefacto.) Acudió a mí sabiéndolo.
Ada: Se equivoca. Me acerqué a usted porque sabía que necesitaba ayuda. Como ve, soy piadosa.
Doctor: (Desolado.) ¡Señora!
Ada: Sé que me necesita. (Con ternura.) Y nunca lo dejaré solo. (Grita con ferocidad.) ¡Migueeeel!
Miguel: ¿Qué?
Ada: Dejá de violar a esa criatura y permitile que prepare la comida. Es hora de almorzar. (Al doctor, con angustia.) Le juro que a veces haría algo.
Doctor: ¿A qué se refiere?
Ada: A esto que siento ahora.
Doctor: (Con ansiedad.) ¿Qué? ¿Qué siente? ¡Dígamelo, por favor!
Ada: Doctor...¡Querido doctor! (Ríe con patetismo.)

Oscuridad.

 

Escena tercera

 

La acción transcurre durante el almuerzo. Están sentados devorando comida imaginaria. Sólo el doctor se abstiene de comer.
Miguel: Nos alegra que haya decidido quedarse una larga...
Niño: (Lo interrumpe.) Quizá demasiado larga.
Miguel: (Reprendiendo al niño.) ¿Podrías callarte? (Al doctor.) Decía que nos alegra que haya decidido quedarse una larga temporada. Es un inmenso honor.
Doctor: Gracias.
Niño: El doctor dice gracias como una rana.
Vieja: (Con burla.) Cuacagracias, cuacagracias. ¿Es así, doctor?
Niño: (Amenaza al doctor con una cuchara.) ¡Repítalo! (La vieja ríe a carcajadas. Miguel le arrebata la cuchara al niño.)
Ada: Quiero otra crocateca.
Miguel: (Al niño.) La señorita Ada quiere otra crocateca.
Niño: (Con sinuosidad.) Sí, señorita Ada. (Le sirve.)
Miguel: Las crocatecas que hace el niño son exquisitas. ¿Verdad, doctor?
Doctor: (Turbado.) Yo...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¡Cómo ha cambiado usted últimamente, queridísimo doctor!
Doctor: ¿A qué se refiere?
Vieja: A esa ternura repugnante que mana de sus ojos.
Niño: (A la vieja.) ¿El doctor tiene mirada de rata?
Vieja: (Maternal.) Vamos, mi amor, comé crocatecas y no hagas preguntas tontas.
Miguel: (A Ada.) Comé vos también, mi vida. No quiero que te debilites. Y dejá de contemplar con embeleso al doctor. (A la vieja, bajando la voz.) ¿Se habrá enamorado? (La vieja ríe.)
Niño: Tía Ada se enamora con facilidad de lo repugnante, lo baboso y lo podrido.
Miguel: (Divertido.) ¡Qué niño! 
Niño: ¡Ya verán qué niño! (Corre hacia el foro.)
Miguel: (Al niño.) No amenaces. (Al doctor.) Se refería al mecano.
Doctor: ¿Qué mecano?
Miguel: El de huesos humanos. (El niño regresa trayendo un esqueleto.) Se entretiene mucho uniendo huesos.
Vieja: (Con sadismo.) Y también deshaciéndolos.
Miguel: A veces los esconde en el ropero.
Vieja: O en los agujeros que hace en las paredes.
Miguel: En todos los agujeros que están a su alcance.
Ada: (Con angustia, como si no pudiera soportar más la situación.) ¡Doctor!
Doctor: (Ansioso, a Ada.) ¿Qué ocurre? ¿Qué le pasa?
Miguel: (Al doctor.) Quiere eructar.
Doctor: (A Ada.) ¡Dígame qué siente ahora!
Vieja: (Refiriéndose al doctor.) ¡Qué bestia descontrolada!
Niño: (Patea al doctor.) ¡Para que aprenda!
Miguel: (Lo reprende.) No seas mal educado, nene.
Doctor: (Suplicante.) ¡Por favor, señora!¡Sincérese conmigo!
Ada: Me atraganté con una espina. (Miguel, el niño y la vieja festejan de manera ruidosa.)
Doctor: ¡Señora!
Miguel: Estimadísimo doctor: ¿podría decirme qué puede hacer un hombre después de comer como un cerdo, llenarse y eructar?
Doctor: Esa es una pregunta desconcertante.
Vieja: Él quiere distraerse.
Miguel: Es insaciable.
Miguel: (Con burla.) ¿No se da cuenta de que estoy aburrido?
Doctor: ¿Aburrido usted? No me haga reír.
Niño: (Imitando a una mujer.) Sí, se aburre con facilidad, por eso me parece un suplicio estar casada con él.
Vieja: ¿Sabe qué me pregunta a mí después de satisfacer el instinto animal? "¿Y ahora qué?"
Ada: (Al doctor, en voz baja y con angustia.) ¡Sálveme!
Doctor: ¿Qué dijo, señora?
Ada: (Siempre en voz baja.) ¡Sálveme, sálveme, sálveme!
Doctor: (Agresivo, separando al doctor de Ada.) ¡Aléjese de esa arpía! (A la vieja.) ¿Viste, querida? Le hablaba al doctor en voz baja. ¡Le hablaba de mí! ¿Conocieron alguna vez un monstruo como éste?
Vieja y Niño: (Juntos.) ¡Nunca!
Miguel: ¡Atacaba el vértice del hogar inviolable!
Vieja y Niño: (Juntos.) ¡Resquebrajaba con su lengua de víbora el vértice del hogar inviolable!
Vieja: (A Miguel.) Apuesto a que le contaba tus secretos más íntimos.
Miguel: ¿Verdad que sí, doctor? ¿Esa fiera estaba traicionándome? Pero se olvidó de decirle que en esta casa no existen secretos porque todo se hace a plena luz.
Doctor: (Asustado) No, no. Le aseguro...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¡Asegura porque teme!
Doctor: Escúcheme...
Niño: (Despeina al doctor.) ¿Verdad, doctor?
Vieja: (Empieza a quitarle la ropa. El niño la ayuda.) ¡Marrano cobarde!
Miguel: ¿Cree que no me doy cuenta de lo que ocurre a mi alrededor?
Niño: (Sigue desvistiéndolo con la ayuda de la vieja.) ¿Lo cree?
Miguel: ¿Piensa que soy incapaz de ubicar a los enemigos con forma de puerca esposa? Uno los soporta para no tener que matarlos.
Niño: ¿Lo cree?
Vieja: ¿Lo cree? ¿Lo cree?
Miguel: ¡Si supiera cuánto la amo! (Ríe. El niño empieza a tocar el tambor. Miguel invita a Ada a bailar. El doctor contempla la escena con estupefacción.)
Vieja: (Al doctor.) Son felices. ¿No los envidia?
Doctor: No estoy convencido.
Vieja: Convénzase de que los envidia.
Doctor: Quise decir que no estoy convencido de que sean felices.
Vieja: (Alarmada.) ¡Está muy desaliñado, doctor!
Doctor: (Patético.) Por culpa de ese niño y de usted.
Vieja: (Con furia.) ¡Mataré a ese degenerado! (Corre hasta el niño como si fuera a castigarlo y empieza a besarlo. Después baila con él. Se instaura un clima libidinoso.)
Miguel: No nos mire con deseo, doctor. Usted también puede gozar. (Le tira el tambor.) Tómelo y hágalo sonar. Es el único equipaje que se necesita para andar por el mundo. Úselo con su próximo paciente y descubrirá que es más útil que la razón. (El doctor queda en el centro del escenario, abrazado al tambor como si este fuera un objeto extraño y terrible. Los demás personajes danzan con serenidad. Sus figuras misteriosas y henchidas de plenitud parecen sometidas a los efectos de una ley inalterable y profunda. A pesar de sí mismo, y como si obedeciera a impulsos que lo sobrepasan, el doctor empieza a golpear el tambor con golpes balbucientes y angustiados.)
Doctor: (Deja de tocar y grita.) ¡Señores! (Todos dejan de bailar.) ¡Empecemos por el principio! (Lo miran y se miran desconcertados. Después se acercan con lentitud y se apoderan, uno del tambor, otro de la pierna, otro del brazo del doctor, y lo desvisten.)
Todos: (Todos menos el doctor.) ¿Qué principio? ¿Qué principio? (Deben parecer enajenados; pueden gritar o reír o morder un trozo de fémur. Oscuridad.)

 

Escena cuarta

 

El doctor, completamente desnudo, se encuentra en el mismo lugar. El niño corre jugando con el esqueleto. Ada está inmóvil pero ausente, sumida en hondas reflexiones. Miguel y la Vieja se acarician con deseo.

Doctor: ¡Contesten! ¿Cuándo finalizará este infierno? ¿Cuándo se despojarán de los disfraces y se mostrarán como son? Los seres humanos no pueden ser tan incoherentes, instintivos y amorales. Es imposible vivir en medio de tanta locura sin sucumbir. (A Ada.) ¡Muévase, hable, explíqueme este horrible caos! ¡Demuéstreme que estoy equivocado! ¡Dígame que no quiere salvarse! (El niño corre alrededor de él mostrándole el esqueleto y riendo. La vieja festeja. Ada continúa sentada con la espalda exageradamente erguida y los ojos fijos.)
Miguel: Usted es nuestro invitado de honor, doctor.
Doctor: ¡Invitado de honor! Hace días que en esta casa no se duerme ni se come y que veo a esa criatura infernal danzando con un esqueleto. Y mi paciente sigue inmóvil como una piedra. ¡No puedo comunicarme con ella! ¡No puedo hacer nada! ¡Ni siquiera puedo irme de esta casa porque me han quitado la ropa y la han escondido! (Miguel ríe. El niño y la vieja también. El doctor corre impulsivamente hasta el niño, le arrebata el esqueleto y lo lanza hacia la platea.) ¡Dejen de reír como salvajes! ¡Ayúdenme!
Miguel: ¿Qué clase de ayuda quiere, doctor?
Doctor: ¡Su mujer está muy enferma!
Miguel: ¿Por qué se empecina en pensar eso? Va a terminar loco. Ana medita. (Recalca con lentitud.) Me-di-ta. ¿Cuándo lo entenderá?
Doctor: Las personas normales suelen emerger de las meditaciones. Nadie sano se aísla de ese modo.
Miguel: Borre de la mente sus esquemas sobre las personas normales, doctor. Obsérvese vivir y descubrirá que ninguna palabra sirve. (Zamarrea a Ada.) ¿Verdad que me amás, querida?
Vieja: Sí, sí, sí.
Miguel: ¿Vio? No oye. (A Ada.) ¿Verdad que me odiás?
Vieja: Sí, sí, sí.
Miguel: No oye. Medita. ¡Es un ser humano que está meditando! ¿Cuándo lo aceptará?
Vieja: (Al doctor.) Acerque el oído a su corazón y verá que está viva.
Miguel: Simplemente se ha abstraído.
Vieja: ¡Yo lograré que reaccione! (Besa con pasión a Miguel.)
Ada: (Gime.) Ah.
Miguel: (A la vieja, besándola.) Querida, querida mía.
Ada: No, por favor.
Doctor: (A Ada.) ¡Al fin! ¿Qué le ocurre, señora?
Ada: (Desvalida.) Doctor...
Doctor: ¡Hable! ¡Explíqueme!
Miguel: ¿Qué quiere que le explique? Mire su rostro extasiado. (Golpea a Ada.) Ni los golpes la conmueven.
Doctor: (Con ferocidad.) ¡No la castigue!
Miguel: A ella le gusta. (La castiga de nuevo.)
Doctor: (Amenazador.) ¡Le prohíbo que vuelva a tocarla!
Miguel: No me dé órdenes, doctor. Estoy en mi casa. (Le pega de nuevo.)
Doctor: ¡No permitiré que siga maltratando a una enferma que sólo quiere liberarse de una familia demencial!
Miguel: ¿Quién le dijo eso?
Doctor: Mire sus ojos.
Miguel: ¿Qué expresan sino goce?
Doctor: Yo veo miedo en ellos.
Miguel: (A Ada.) ¡Movete, bestia!
Vieja: (Al doctor.) "Bestia" quiere decir querida.
Miguel: (Siempre a Ada.) ¡Huí! ¡Abrí la puerta! ¡Corré! ¡Escapate de nosotros porque queremos exterminarte! (El niño golpea a Ada con el esqueleto.)
Ada: (Tierna y maternal.) Nene: guardá ese hombre y andá a acostarte. Hace tres meses que no dormís.
Miguel: (Al doctor.) Observe qué encantadora puede ser una mujer de carácter maternal. Mire esa expresión resplandeciente. Oiga esa voz suave. 
Doctor: (Se arrodilla ante Ada.) ¡Ayúdeme a salvarla!


Miguel: Oh Señor: que quienes desean salvar
sean antes salvados
y sientan tu voluntad ardiente
y acaten tu Ley insondable
y dejen de echar agua en la hoguera
que no será apagada jamás.
Vieja y Niño: (Juntos.) Oh Señor: que quienes desean salvar
sean antes salvados
y sientan tu voluntad ardiente
y acaten tu ley insondable
y dejen de echar agua en la hoguera
que jamás será apagada.


Miguel: Que no crean en la eternidad de su ombligo
ni contemplen la Vida y la Muerte
como a un vaso o una flor.

Vieja y Niño: Que no crean en la eternidad de su ombligo
ni contemplen la Vida y la Muerte
como a un vaso o una flor.
Miguel: Que no piensen, Señor,
que no piensen lo impensable.
Que busquen la Luz del mundo
con el corazón lleno de paciencia y amor. 


(La luz ha declinado en el transcurso de la letanía anterior. El doctor sigue arrodillado a los pies de Ada.)
Doctor: (Con ira.) ¡Basta, demonios! ¡Basta! (Con angustia.) ¡No puedo más! (Se desmorona sollozando.)
Miguel: (Satisfecho.) Ahora sí, doctor. Ahora está empezando a entender. (El escenario está casi oscuro. La oración ha sido sustituida por diabólicos sonidos que los actores emiten mientras juegan con el esqueleto en medio de las sombras.)

Obra de Ricardo Prieto 

Ver, además:

 

                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

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