El doctor está sentado. Medita. Entra Miguel transportando una bandeja con el desayuno imaginario.
Miguel: Buenos días, doctor. ¿Durmió bien?
Doctor: Más o menos.
Miguel: Lamento verlo tan preocupado. (Sirve el café.) Nada es más horrible para un hombre dichoso que ver a otro hombre afligido.
(Le ofrece una taza al doctor.) ¿Café?
Doctor: (Se sirve.) Gracias. (Se dispone a mantener una charla frontal.) Quisiera decirle...
Miguel: (Exuberante.) ¡Diga! ¡Diga lo que quiera!
Doctor: (Preparándole.) Me alegro mucho de poder hablar con usted en privado.
Mguel: (Eufórico.) Yo también. (Devora ruidosamente una tostada.)
La familia es lo más importante que existe, sin duda, pero a veces fatiga, sobre todo cuando interfiere en las conversaciones de los amigos.
Doctor: Quisiera saber cuánto hace que conoce a la señorita Papapumka.
Miguel: Desde que me enamoré de mi mujer.
Doctor: ¿Eran amantes antes de que usted conociera a su esposa?
Miguel: No. Las conocí al mismo tiempo. (Con énfasis, después de una transición.) "El último paso de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan". Es un pensamiento de Pascal y lo he puesto como acápite en un libro que estoy escribiendo. Como ve, a veces escribo. Ya leerá usted...
Doctor: (Lo interrumpe.) Con mucho gusto. (Breve silencio.) Pero hay otra pregunta.
Miguel: Hágala, por favor. No sea tímido.
Doctor: ¿Es posible que ese niño sea hijo de una mujer casi anciana?
Miguel: (Muy divertido.) ¡Qué buena pregunta! ¡Buenísima! (Cambiando el tono de intención.) ¿Más café?
Doctor: No, gracias.
Miguel: (Sirviéndose café y cambiando el tono de altura.) Eso nadie podrá saberlo nunca.
Doctor: (Asombrado.) ¿Nadie? Se supone que usted...
Miguel: (Simulando ser una víctima.) ¡Hay tantas cosas que no sé!
Doctor: ¿El niño es hijo de ella? No me diga que usted nunca se lo peguntó.
Miguel: (Paternal.) Yo no pongo a la gente entre la espada y la pared para exigirle la verdad, doctor. Es como pedirle que mienta o que explique lo que no sabe.
Doctor: (Estupefacto.) ¿Insinúa que esa anciana ignora si el muchacho es su hijo? Eso es imposible.
Miguel: ¿Tuvo hijos alguna vez?
Doctor: Sí, pero...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¿Los parió, les cortó el cordón umbilical con la uña afilada?
Doctor: (Molesto.) Por supuesto que no.
Miguel: ¿Entonces cómo puede saber?
Doctor: (Doctoral.) La experiencia indica...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¡Usted invoca nada menos que la experiencia, doctor!
(Despectivo.) Lo que se vincula a las mayorías.
Doctor: (Solemne y ridículo.) ¡Lo que sufrieron las mayorías es indubitable!
Miguel: Mañana le presentaré a un hombre que orina por el ano. Sí, sí, ya sé que no me cree. Pero ese hombre existe.
(Con ironía.) Claro que las mayorías no lo vieron orinar.
Doctor: (Indignado.) ¡Esa es una fantasía!
Miguel: Lo fantástico es lo que no hemos enfrentado nunca. (Tomándose tiempo.) No quiero entristecerlo, doctor. La vida es muy hermosa y es odioso afligir a los demás. ¿Una tostada?
(El doctor rechaza con un gesto el ofrecimiento. Miguel continúa comiendo con avidez.) Nunca le hice a mi suegra preguntas sobre su pasado.
Doctor: ¿Llegó a esta casa antes de dar a luz al niño?
Miguel: Claro.
Doctor: Entonces el niño nació aquí.
Miguel: Quizá.
Doctor: (Exasperado.) ¿Cómo "quizá"? Ese hecho no podía pasar inadvertido.
Miguel: Hay mujeres embarazadas que tienen el vientre liso. No me diga que no lo sabía.
Doctor: (Desconcertado.) Me parece improbable.
Miguel: Es verdad. Se lo digo yo, que puse muchas veces mis oídos sobre vientres lisitos que albergaban un marrano.
(Bajando la voz.) Pero este niño no es de ella. Se lo digo con sinceridad.
Doctor: (Muy interesado.) Usted se basa...
Miguel: Odia los embarazos y trata de evitarlos. Sí, ya sé, a usted le parecerá criminal. Pero compréndala. Un nuevo parto le aflojaría los huesos, la desarmaría. Cuando yo...bueno, cuando yo insisto...¿comprende?
Doctor: Sí, sí, comprendo.
Miguel: Se separa gritando, me insulta y hasta me desgarra con las uñas.
(Le muestra un brazo.) Mire. Compruebe que no estoy mintiendo.
Doctor: Así que si más ni más...
Miguel: Un día apareció el niño y yo lo acepté como a un hijo. ¡Pero qué hijo!
(Baja de nuevo la voz.) También entre nosotros le diré que no me gusta. Es agresivo, ladrón, mentiroso, proxeneta, invertido, asesino y hasta chantajista. Si la madre no le da dinero la amenaza con contarme su macabra vida íntima.
Doctor: ¿Y ella por qué teme?
Miguel: (Con burla.) Lo macabro existe, doctor. (La vieja corre gritando por el foro mientras el niño la persigue amenazándola con un inmenso martillo.) No se preocupe: juegan. ¿Más café? No desperdicie su vida, doctor. No trate de comprender. ¡Sienta! Sienta el calor del sol, el sabor del café, el purísimo pan del Señor, que hoy está un poco duro.
Doctor: (Con suprema confusión.) A esta altura...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¿Está desconcertado, verdad? Me alegro. El desconcierto lo sitúa a uno y lo ayuda a comprender que todo puede empezar. Sólo él nos conduce a la dicha.
Doctor: (Balbuciendo.) Quiero hacerle algunas preguntas.
Miguel: (Con burla.)¡Siempre está haciendo preguntas! Vamos, anímese. Estoy a su disposición.
Doctor: Su esposa está muy enferma. (Miguel ríe a carcajadas. El rostro del doctor denota consternación.)
Miguel: ¡Es muy divertido! Prosiga, doctor. Prosiga.
Doctor: Hace un mes que me ocupo de la paciente y he podido desmenuzar el proceso de enajenación.
(Miguel continúa riendo a carcajadas.) ¡No se burle! Los procesos existen y las patologías pueden detectarse y analizarse. Es la única manera de descubrir su génesis.
Miguel: ¡Qué lenguaje, doctor! ¡Qué enjambre repugnante de sonidos! Proceso, enajenación, patología, génesis. Es humillante. ¿Se refería a un ser humano?
Doctor: (Exasperado.) Hablaba de mi paciente.
Miguel: ¿Cree que su paciente ha hecho otra cosa que vivir?
Doctor: La vida es siempre...
Miguel: (Lo interrumpe.) Sublime.
Doctor: De acuerdo, aunque con ciertos reparos.
Miguel: ¿Cuáles?
Doctor: Cuando se estudia la mente humana...
Miguel: (Lo interrumpe.) ¡Usted está loco! (Se controla.) Perdone, estaba bromeando. Pero es asombroso que alguien crea que la mente humana puede ser estudiada.
(Con horror.) ¡Estudiada!
Doctor: El psicoanálisis ha demostrado...
Miguel: (Lo interrumpe.) Que nuestra psiquis no oculta nada complicado o monstruoso.
Doctor: Está afirmando lo que no podría probar.
Miguel: ¿Cómo que no? Lo pruebo con mi vida y la de mi familia. Sí, ya sé, va a hablarme de los complejos, las frustraciones, la crueldad agazapada, la paranoia, todo aquello que le sirve a la gente para justificar su incapacidad de vivir con plenitud.
Doctor: Está simplificando de manera monstruosa.
Miguel: Usted lo ha dicho: simplificar. Eso es lo que debe hacerse para no extraviarse. Cuando alguien está muy angustiado y me pide ayuda lo primero que hago es bañarlo. Después lo perfumo, lo llevo a mi cama y lo acaricio. También le canto una canción tierna y sensual. ¿Sabe, doctor? La gente sólo sufre cuando no sabe que la aman. El gran misterio, sin embargo, es que todos somos amados.
Doctor: (Con rabia.) No creo que su mujer se sienta muy amada.
Miguel: Una cosa es que la amen, y otra, muy distinta, es que lo sepa.
Doctor: Ella es una suicida potencial.
Miguel: (Muerto de risa.) ¿Qué esta diciendo? (Se dirige hacia el foro.) Ahora mismo se lo contaré. ¡Se divertirá muchísimo!
Doctor: (Lo detiene.) ¿Qué pretende hacer? ¿No comprende que su estado es grave?
Miguel: Perdone, doctor, pero usted...
Doctor: (Lo interrumpe.) ¡No estoy loco! ¡Lo juro! (Con patetismo, asombrado de lo que ha dicho.)
¿Qué estoy diciendo? ¡Es imposible hablar con usted! Me confunde. (Tratando de serenarse.) Entendámonos: quizás ella representa ante ustedes el papel de esposa feliz.
Miguel: ¿Qué quiere decir?
Doctor: Que a través de un complicadísimo mecanismo de defensa los convence de que es feliz. ¿Comprende? Disimula la repulsión que ustedes le causan para evitar su venganza.
Miguel: Ha hecho una afirmación maravillosamente ridícula.
Doctor: ¿Cómo se atreve?
Miguel: Querido mío: usted subestima a los demás o los considera perturbados. Esta es una casa habitada por seres humanos.
Doctor: (Con ironía.) También en los manicomios hay seres humanos.
Miguel: Con tendencias a divagar. (Con solemnidad.) Recién afirmó que mi mujer pretende huir de una realidad que, a mi criterio, prefiere a todas.
Doctor: (Exaltado.) ¡No podrá convencerme de una mujer es feliz compartiendo al marido!
Miguel: Con la madre. (Consternación del doctor.) No lo comparte con cualquier otra mujer. Todo queda en familia. No olvide el amor filial, cuya fuerza
es avasallante. Escúcheme bien, doctor: mi mujer es muy dichosa haciendo feliz a su madre. ¿No tiene derecho a ser buena hija?
Doctor: Reconozca que debe resultarle grotesco que una anciana tan poco agraciada como su progenitora comparta el marido con ella. Y que lo grotesco...
Miguel: (Lo interrumpe.) Varía infinitamente según quien lo nombra. A mí me parece grotesco que un hombre sea insensible a los encantos de un árbol y que no quiera poseerlo, y a usted quizá le parezca lo contrario.
(Con ironía.) El mundo de la percepción es un laberinto en el que casi nadie se encuentra.
Doctor: Reconozco que plantea las cosas de una manera...
Miguel: (Lo interrumpe.) Sincera. Muy sincera.
Doctor: Sí: pero parcial.
Miguel: Todos somos parciales cuando hablamos, cuando amamos, cuando matamos. No, no soy un asesino potencial.
(Con burla.) ¿Esa es la palabra que usted empleó, verdad?
Doctor: (Suplicante.) Le ruego no tomar esto a la ligera. No siga jugando, por favor.
Miguel: Soy una persona seria, doctor. A usted le parece un juego la pasión con que busco lo que ocultan las apariencias.
Doctor: Descubrir lo que ocultan las apariencias es también mi misión.
Miguel: ¿Cómo es posible entonces que aún no haya entendido que nadie puede curarse antes de descubrir que tiene alma y que el sello de una inteligencia suprema está en todo el universo?
Doctor: Sólo creo en el hombre.
Miguel: Entonces no intente ayudar a Ada. Ella cree en algo más poderoso que el hombre.
Doctor: Esa creencia de su mujer no resistiría el menor análisis. Ella está desesperada. Por eso necesita creer en algo superior.
Miguel: No insista, doctor. Descarte términos tan obsoletos como "desesperación". Abrace y respire la vida, el misterio, lo inexplicable.
Doctor: Su esposa acudió a mí porque necesitaba ayuda. Me dijo que temía enloquecer.
Miguel: Y usted no alcanzó a comprender que solo temía enloquecer de felicidad.
Doctor: (Indignado.) ¡Está loco!
Miguel: Comprendo que reaccione así, aunque sé que lo hace por ignorancia. Nunca tuvo una paciente como Ada. ¿Freud y Jung no describieron jamás un caso como este, verdad?
Doctor: (Exaltado.) ¡Su mujer está muy enferma!
Miguel: (Ríe.) ¿Enferma?
Doctor: (Ridículamente convencido.) ¡Sí! ¡Es un pobre ser lleno de miedos y dudas! ¡Se autodestruye, créame!
Miguel: Disculpe, doctor, pero usted está equivocado. No ha entendido nada.
Doctor: He observado como vive aquí. He hablado mucho con ella.
Miguel: ¡Hablar! Como si eso importara. ¿Por qué no la tocó o la besó? Eso es lo que debió hacer para comprenderla, en lugar de oírla y analizarla.
Doctor: (Indignado.) Estoy capacitado para ayudarla de manera más científica.
Miguel: Ella vive con plenitud y no necesita la ayuda de nadie.
Doctor: ¡Nadie vive con plenitud compartiendo al ser amado!
Miguel: Veo que sigue razonando del mismo modo. Cree que los seres amados son objetos propios que pueden comprare o guardarse en el ropero. ¿Por qué?
(Con ironía.) Hágase sicoanalizar, doctor.
Doctor: (Con angustia.) Se burla. Está haciéndolo desde que llegué.
Miguel: Hablo en serio. Todo lo que he dicho sobre mi mujer es verdad.
Doctor: ¿Cómo se explica entonces que ella me haya pedido que me quede a vivir en esta casa?
Miguel: Quizá lo ama. (Entra Ada seguida por el niño. Este se ha puesto un enorme sombrero de mujer y arrastra un esperpéntico muñeco de trapo. Detrás del niño entra la vieja transportando una enorme pesa.)
Ada: (Resplandeciente, al doctor.) ¿Descansó bien?
Doctor: (Desconcertado.) Muy bien.
Ada: (A Miguel.) ¿Le serviste el desayuno?
Miguel: Sí. Y ahora voy a darle a este demonio la lección semanal. (Abraza al niño y camina junto a él. Parecen dos enamorados paseando por un parque fantasmal.)
Doctor: (A Ada.) Venga. Siéntese a mi lado.
Vieja: (Realizando ejercicios físicos con una pesa.) Uno dos, uno dos.
Ada: (Al doctor. Parece que estuviera sacando a la luz un pensamiento secreto que la colma de dicha.) ¿Es feliz?
Doctor: (En el comienzo del aniquilamiento, y cerca del pánico.) Esa pregunta debo hacérsela yo a usted.
(Con horror.) Temo que lo parece. (Risa de Ada.) No contesta. Sólo ríe. ¿Por qué?
(Suplicante.) ¡Ayúdeme a entender!
Ada: (Con ingenuidad.) ¿Qué?
Doctor: (Señala a los enamorados.) Quiero entender eso.
Ada: Están jugando.
Doctor: ¿Por qué permite esa clase de juegos?
Ada: Lo único que les reprocho es que sólo se desean. ¿No es horrible un vínculo tan limitado?
(Con tristeza.) ¡No me mire así, doctor!
Doctor: ¿Por qué cambió tanto?
Ada: ¿Quién?
Doctor: Usted. No es la misma de anoche.
Ada: Ahora es de día.
Doctor: Sí, es de día. ¿Pero qué ocurre en su interior?
Ada: (Con repentina frivolidad.) ¡Pienso tanto en mamá! Mire: sus huesos crujen, no puede agacharse, está renga y sin embargo hace gimnasia. No es capaz de sentir placer en la cama pero finge que lo goza. A él, nada menos, que no es tonto. ¿No le parece triste?
Doctor: (Alucinado.) Hace pocas horas dijo que temía enloquecer, que no soportaba más. ¿Qué experimenta ahora?
Ada: Siento una paz infinita.
Doctor: (Con angustia.) ¡Señora!
Ada: ¿Qué le ocurre, doctor?
Vieja: (Se acerca al doctor y le señala uno de sus senos.) Tóquelo.
Doctor: (Desconcertado.) Pero yo...
Ada: (Al doctor.) Toque. No tenga miedo. (El doctor obedece.)
Vieja: ¿Cómo es?
Ada: (En voz baja, al doctor.) Dígale "duro".
Doctor: (Balbuciente.) Duro.
Vieja: (Con alegría.) ¿Está seguro?
Ada: Dígale "sí".
Doctor: (A la Vieja.) Sí, estoy seguro.
Vieja: (Resplandeciente.) ¿Será posible? (Se aleja entusiasmada y reinicia el ejercicio con esfuerzo.)
Ada: Querido doctor: le agradezco la amabilidad de haberme escuchado. Fue muy gentil tratando de comprender lo incomprensible. A veces me parece un niño desamparado y encantador.
Doctor: Yo...
Ada: (Lo interrumpe.) Sí, sí, un niño. Si hasta es capaz de creer que mi rostro hoy expresa dicha.
Doctor: Pero acaba de decirme que siente una paz infinita.
Ada: Ah sí, dije paz. (Con angustia.) ¡Si usted comprendiera!
Doctor: Disculpe, estoy muy nervioso.
Ada: (Repentinamente vacía y despojada de angustia.) ¿Quiere una tacita de té?
Doctor: No, gracias. (Cerrando los ojos.) Trataré de ordenar el caos.
Ada: (Como si fuera Dios mirándole. Con melancolía.) Inténtelo.
Doctor: ¡El caos no puede ser más fuerte que yo! (Se oye un grito que emite el niño. El doctor mira a Ada con terror. El rostro de esta se transforma con lentitud. Debe reflejar hastío y cansancio.)
Ada: Sí, ya sé. Tiene sólo diez años. A él debería haberlo perdonado.
Doctor: (Con ansiedad.) Usted se refiere a...
Ada: A eso mismo. Veo que nos vamos comprendiendo más. Lo que natura non da, el tiempo lo logra.
(Con voz aniñada.) ¿Es verdad que usted se dedica a curar enfermos?
Doctor: (Estupefacto.) Acudió a mí sabiéndolo.
Ada: Se equivoca. Me acerqué a usted porque sabía que necesitaba ayuda. Como ve, soy piadosa.
Doctor: (Desolado.) ¡Señora!
Ada: Sé que me necesita. (Con ternura.) Y nunca lo dejaré solo. (Grita con ferocidad.) ¡Migueeeel!
Miguel: ¿Qué?
Ada: Dejá de violar a esa criatura y permitile que prepare la comida. Es hora de almorzar.
(Al doctor, con angustia.) Le juro que a veces haría algo.
Doctor: ¿A qué se refiere?
Ada: A esto que siento ahora.
Doctor: (Con ansiedad.) ¿Qué? ¿Qué siente? ¡Dígamelo, por favor!
Ada: Doctor...¡Querido doctor! (Ríe con patetismo.)
Oscuridad. |