TOLSTOI (El último viaje) A Roberto Fontana |
Tolstoi (El último viaje) está inspirada en los bocetos de una obra teatral inconclusa escrita por el novelista ruso León Tolstoi. En esa autobiografía dramática el escritor intentó plasmar las fuerzas que debió enfrentar en el transcurso de su existencia: las de la injusticia social y el poder despótico, las del materialismo y las utopías revolucionarias de carácter violento, las del dogmatismo religioso, las de la familia que oprime con su visión pragmática al hombre de talento, las del propio yo escindido. Incluí en mi obra una versión libre de la primera escena del boceto de Tolstoi e imaginé el encuentro con su esposa en la estación de Astápovo, a pesar de que el escritor no quiso recibirla cuando acudió a buscarlo a ese lugar donde él se había refugiado antes de morir. Para elaborar los diálogos y diseñar los personajes me inspiré en fuentes intertextuales: cartas, esquelas, diarios íntimos y la novela La sonata a Kreutzer, que contiene reveladores elementos autobiográficos. Escribí
esta obra de cámara transitando por caminos de investigación
que no son habituales cuando escribo para el teatro, deseando
rendir un homenaje a uno de los autores que más admiro. En un planeta
como el nuestro, donde el antagonismo constante, el mal uso de los bienes
universales y el terrorismo amenazan la supervivencia de la especie,
es bueno que se difunda un poco más la palabra de quien, en una
carta enviada a Gandhi,
expresó
que “ el amor, es decir, el ansia de las almas humanas por la
comunión y la solidaridad, es la suprema y única ley de la vida”. Ricardo Prieto |
Personajes: Conde
León Tolstoi. Condesa
Sofía Andreivna, esposa de León
Tolstoi. Vladimir Grigorievich Chertkov, amigo
íntimo y correligionario de Tolstoi y editor de sus obras. Un
estudiante. El escenario se halla a oscuras. El ámbito escénico refleja la aridez, la pobreza y la desolación de un cuarto de la estación de Astrápovo, y se fusiona con el ascetismo del protagonista de la obra. Habida cuenta de que esta es una pieza de cámara, escrita para el lucimiento de los actores, sugiero el uso de una ambientación despojada: dos sillas toscas y un viejo baúl que servirá de mesa. Se
oye una antigua y desolada balada rusa. La luz
empieza a enfocar de manera gradual al conde León Tolstoi
caminando con dificultad para sentarse meditabundo en una de las sillas.
Sobre el baúl hay una bandeja con dos copas y un jarro de agua.
Entra Vladimir Grigorievic Tchertkov, un hombre de la
nobleza que ha abandonado todo para acompañar al maestro que admira.
Tolstoi está vestido como un campesino. Sus modestos zapatos
han sido confeccionados por él mismo con paño y cuerdas.
Tchertkov:
Disculpe, Leon Andreievich, pero tiene un poco de fiebre y debe descansar.
Ozolin, el Jefe de la Estación, acaba de decirme que puede quedarse aquí
todo el tiempo que quiera.
Si se siente mejor, mañana podremos continuar el viaje. Tolstoi:
Ojalá pudiera continuar. Este fue mi último viaje. Ya llegué a
la meta. Tchertkov:
El escritor más importante de Rusia no debe vivir en esta deprimente
estación ferroviaria. Tolstoi:
Demasiado tiempo tuve más comodidades que los otros. Ahora, cuanto
peor sean la casa y la cama, mejor para mí. ¿Cómo mueren los
campesinos? En un jergón sobre la tierra. Y sin embargo mueren
en paz. Tchertkov:
Usted no es un campesino. Además tiene ochenta y dos años. Y se alejó
de su casa sin equipaje y sin despedirse de nadie en plena noche. ¿Adónde
podría ir con solo ese raído abrigo de pieles? Tolstoi:
A esta estación ferroviaria perdida, donde tuve que descender
porque tenía fiebre y donde vine a morir. Pero por desgracia todos me
encontraron. Y ahí está ella, espiándome desde ese vagón que hizo
llegar hasta este lugar remoto. Tchertkov: Es una mujer
obsesiva y fanática, y sería capaz de cualquier cosa para apartarlo del
camino que usted quiere seguir.
Por eso me ha hecho la vida imposible también a mí. Tolstoi:
Pero tú te animaste a enfrentarla. Yo no. Tchertkov:
Sabe que seguiré desafiándola para protegerlo. No le tengo miedo.
Hace lo imposible para perjudicarme, intenta chantajearme, me calumnia y
me amenaza. Pero no puede conmigo. Soy yo y no ella
quien
está junto a usted. Tolstoi: La semana pasada, sin
embargo, destrozó a tiros el retrato tuyo que yo colgué
en la sala. Tchertkov:Usted lo hizo
restaurar. Tolstoi: Sí. Pero tendrás que seguir
lidiando con un ser erótico y endemoniado. Quiere vivir de acuerdo a la
ley del mundo mientras yo me someto a
la ley cósmica,
y no puede entender que el que antes tenía cientos de siervos y
era un semental, ahora sólo sea el siervo del Señor. Tchertkov: No voy a permitir
que lo moleste. Se lo prometo. Nunca más va a tener influencia sobre
usted. Tolstoi:
No podrás detenerla.
Es tosca, materialista y
autoritaria, y no conoce ni busca
otra cosa que apoderarse de mí. Me gustaría saber cómo logró
ubicarme. Tchertkov:
Rusia es grande, sin duda, pero usted es más grande aún. Es imposible
borrar sus huellas. (Suplicante.)
Por favor: descanse en esta estación o regrese a Yásnaia Poliana. Todo
el país está pendiente de usted. Corren rumores de que lo han
secuestrado y hecho desaparecer. Tolstoi:
¿Quién querría hacerlo? Tcherkov:
Todos aquellos a quienes molestó siempre: la iglesia y la policía, el ejército,
los intelectuales revolucionarios, el zar. Yo sé que no se atreverían a
tanto. La guerra y la paz y toda su obra lo protegen.
Jamás lo tocarían. El mundo entero clamaría venganza. Pero los
rumores aumentan. Vuelva a su casa, por favor. Yo lo acompañaré. Tolstoi:
No. Demasiado tiempo me obligaron a hacer el papel de conde. Fui débil
y
permití que apagaran
mi voz con zalamerías. Pero se acabó. Me quedaré en esta humilde
estación. Tchertkov:
Entonces debe descansar y reponerse. Tolstoi:
Antes debo terminar la carta a Gandhi y
darte el testamento para que lo pongas a salvo. Dame mi carpeta,
por favor.
Tchertkov:
¿Ahora? Usted no está bien de salud. Dejemos ese asunto para mañana.
Tolstoi:
No. Vamos a hacerlo
ya. Tráela.
(Pausa. Tchertkov trae la carpeta, que está en un bolso,
visiblemente camuflada Se la entrega a Tolstoi , quien empieza a hurgar
con dificultad entre los papeles.) Esta parece la escena de una pésima
novela policial francesa. Además es vergonzoso. Así tiene que esconder
sus papeles un hombre de ochenta y dos años en su propia casa y en plena
posesión de sus facultades mentales. Disimular, mentir, ocultar todo. De
ese modo viví hasta ahora.
Tchertkov:
Todo esto ocurrió por su culpa, León Nicolaievich.
Tolstoi:
¿Por mi culpa? Sabes bien que me persiguieron durante años, y que
trataban de dominarme.
No sólo querían apoderarse de mis palabras para lucrar con ellas.
También buscaban
mis secretos. Sofía se pasó la vida leyendo a escondidas mis
cartas y mi diario íntimo.¡Qué vergonzosa e infernal era la vida con
aquella mujer!
Tchertkov:
Cálmese. Le hará mal
recordar todo eso. ¿Lo ayudo a buscar?
Tolstoi:
No, no. ¿Dónde está ese testamento? (Silencio.) Aquí.
Creo que esta es la carta de Gandhi y este es el testamento. (Lo hojea
pero sus ojos están cansados.) Ya casi no veo... Guárdalo. Sólo
tú podrás lograr que Sofía no lo haga desaparecer.
Tchertkov:
Se lo prometo. (Tolstoi sigue revisando el material que contiene la
carpeta y Tchertkov guarda el testamento.)
Tolstoi:
Mira lo que encontré. Esta carta la escribí hace trece años,
cuando quise alejarme de la condesa.
Tchertkov:
Lo recuerdo, fue la despedida. Pero en aquel momento no se animó a irse.
Tolstoi: Sólo ayer tuve el coraje de huir de esa mujer que envenenaba el aire que respirábamos. Leémela,
Chertkov.
A mí me costaría mucho. Tchertkov:
(Lee en voz alta.) “...Pero no puedo proseguir por más
tiempo esta vida que llevo desde hace dieciséis años. Vivo defendiéndome
de todos ustedes y combatiéndolos. Por eso resolví huir, que es lo que
debí haber hecho tiempo atrás. Perdónenme si mi decisión les causa
dolor. Y tú, Sofía, aléjate de mí, no me busques, no me calumnies ni
me juzgues.
Tolstoi:
¿Te das cuenta? Vivía en medio del martirio. Pero era tan
cobarde que nunca me fui.
Tchertkov:
Ayer, al huir de su casa, sin darse cuenta escribió esta carta de
nuevo. Más tarde o más temprano, usted siempre hizo lo que había que
hacer, Leon Nicoalievich.
Tolstoi:
Siempre me equivoqué. Sofía es mi gran debilidad. Nunca tuve el
poder de enfrentarla.
Me dominó con su cuerpo. Me paralizó. Ya lo ves: escondí esa
carta como un escolar lleno de miedo. (Se oprime la frente.)
Tchertkov:
¿Se siente mal?
Tolstoi:
Estoy cansado. Pero quiero terminar la respuesta a la carta que me
envió el joven Gandhi. Parece que su movimiento
por la no violencia comienza a tener
ecos importantes.(Pausa. Busca la carta
y se la da.) Lee lo que escribí, por favor.
Tchertkov:
“ 7 de setiembre de 1010. “ Gandhi, querido amigo. Recibí su
diario La India Opina y me alegré de conocer lo que informa del
movimiento de resistencia pacífica. Por eso quiero expresarle los
pensamientos que despertó en mí esa lectura.”
Tolstoi:
Bien, ahora
te sigo dictando. (Un silencio. Tchertkov empieza a escribir lo
que Tolstoi le dicta.) La aspiración de las almas a la comunión
humana y a la solidaridad, es la Ley Superior y única de la vida. Y eso,
lo sabe cada uno,
en lo más profundo de sí mismo. (Breve silencio.) Esta Ley
Superior ha sido promulgada por todos los sabios de la humanidad: indios,
chinos, hebreos, griegos y romanos. Fue claramente expresada por Cristo,
que dijo en términos exactos que la Ley del amor es la única Ley, pero
fue desnaturalizada por aquellos que están
entregados a los intereses materiales.
Todas las civilizaciones
cristianas crearon este equívoco. Por un lado proclaman el amor y
por otro lado promueven la violencia. (Pausa.)
Tchertkov:
¿Se siente bien?
Tolstoi:
Sí. (Breve silencio.) Agrega esto: Le agradezco su carta
fraternal, que he leído con
enorme interés, y deseo que su prédica sea oída y que el amor y
la paz interior lo acompañen. Ahora guárdala,
que después la corrijo. (Tchertkov guarda la carta. Pausa.) Sírveme
agua, por favor, y haz entrar al
estudiante que
quiere hablar conmigo. Tchertkov:
¿Ahora? Tolstoi:
No debo despreciarlo. Tchertkov:
¿Y Turgueniev? Tiene que terminar el artículo sobre su obra. Tolstoi:
¡Turgueniev! Pobre viejo. Lo había olvidado, Dacha. Eres mi ángel
de la guarda. Tchertkov: Ojalá lo fuera, León
Nicolaievich. Ser el
custodio de un ser humano como usted en este mundo no es poca cosa
que digamos, y
justifica mi vida aburrida. Tolstoi:
(Con humor.) ¡Dacha! ¡Dacha!
¿Cómo puede ser anodina tu vida si la compartes conmigo? A mi lado todo
tiene sentido. De lo contrario, ¿para qué te sirvió
conocer toda mi obra, que según tú me protege tanto? Tchertkov: Ayer, sin embargo,
me dijo que todo es vanidad, y que es una desgracia haber nacido. También
dijo que la muerte es mejor que la vida y que hay que deshacerse de ésta. Tolstoi:
Ayer me sentí caótico y desconcertado, y el Señor acercó a mis
labios un cáliz que no quiere apartar. Fue muy triste el día de ayer, y
la condesa puso su granito de arena para que la tristeza fuera mayor. ¡Discute
tanto conmigo esa mujer! Pero hoy, querido Dacha, al hacerme la pregunta
que siempre me hago desde hace treinta años... Tchertkov:
(Lo interrumpe.) ¿Cómo
debo vivir?
Tolstoi:
Sí, hoy la contesté con fe indeclinable: de acuerdo con la Ley de
la energía superior que me dictan mis voces internas. Tchertkov: Es un placer oírlo
decir eso. Tolstoi:
Sí, para ti debe de ser un placer. Me oíste demasiadas veces
expresar mis dudas y mi angustia existencial.
Tchertkov: La fe es un trabajo
muy difícil,
Leon Nicoalievich.
Pero como dijo Cicerón, cuanto mayor es la dificultad, mayor es la
gloria. Tolstoi:
Sí. Es muy grande el poder de las tinieblas. (Breve silencio.)
Fui bautizado y educado según los principios de la Iglesia Cristiana
ortodoxa, como sabes, pero a los dieciocho años ya no creía en nada de
lo que me habían enseñado. La instrucción religiosa que había recibido
desapareció gradualmente en mí como en tantos otros, con
la única diferencia de que, como desde los quince años de edad
había empezado a leer obras de filosofía, abjuré de mi fe primera con
total lucidez. Tchertkov:
Suele ocurrirle a casi todos los
muchachos. Tolstoi:
A los dieciséis años yo ya no rezaba ni fui más a la iglesia,
con lo cual seguí mi propio impulso. Ya no creía en lo que me enseñaron
en la infancia pero creía en algo, aunque no podía decir exactamente en
qué. Quería creer, o más bien, no negaba a Dios, pero no podía decir
de qué Dios se trataba. Tchertkov: Ahora lo sabe.
Tolstoi:
Ahora sé que hay que buscar la armonía por instinto, sin recorrer
los caminos de la razón. De esa manera las pruebas son más difíciles.
Ayer, por ejemplo, durante el almuerzo, la agresividad de mis hijos y de
mi mujer fue una prueba demasiado difícil
de enfrentar. Tchertkov: Me di cuenta y me
dio mucha pena verlo en esa
situación. Todos lo ofendieron y lo humillaron: sus hijos, la
condesa, sus yernos. Lo admiran pero lo envidian, le temen pero lo desafían,
se enorgullecen de usted pero quisieran verlo muerto. Tolstoi:
Por eso
estuve a
punto de estallar. Tchertkov: Sé bien cuánto lo
hacen sufrir. (Tolstoi tose.) ¿Se
siente mal? Tolstoi:
Siento frío y creo que tengo más fiebre. (Breve silencio.)
Pero igual voy a
hablar con
ese estudiante.
Tchertkov: No creo que pueda
recibirlo ahora. No está en condiciones, Leon Niocolaievich. Lo pondrá
muy nervioso y empeorará su estado.
Tolstoi:
No te preocupes por eso, querido amigo. Y dame agua, por favor. (Tchertkov
le sirve el agua.) Gracias. (Pausa.)Dile a ese muchacho que entre. (Tchertkov sale. Pausa breve. Entra un estudiante.) Siéntate,
por favor. (El estudiante se sienta.)
Estudiante: Gracias
por recibirme.
Tolstoi:
Tengo
entendido que vienes de parte del Comité Central. Perdona que no recuerde
tu nombre.
Estudiante: Mi nombre no tiene importancia. Estoy aquí representando a miles de jóvenes y lamento que su estado de salud... Tolstoi:
(Lo interrumpe.) No
importa que yo esté enfermo ni que haya venido a morir en este
lugar. Pediste muchas veces una entrevista que siempre te negué y
ahora quiero satisfacerte. ¿Qué quieres preguntarme?
(El estudiante vacila.) Vamos, habla. No temas. Hoy es el día en el
que puedo ser muy sincero contigo.
Estudiante: Todos los revolucionarios de Rusia tenemos una sola pregunta para hacerle, Leon Nicolaievich
Tolstoi: ¿por qué no está
con nosotros? Tolstoi:
(Con mucha calma.) Creo
haber contestado a esta
pregunta en mis libros.
Dediqué la vida a ellos. ¿Los leíste?
Estudiante: Sí, por supuesto.
Ellos me marcaron para siempre y leyéndolos comprendí que la riqueza está
mal distribuida. Sus libros nos ayudaron a entender que debemos eliminar a
un Estado, una iglesia y un monarca que sólo fomentan la injusticia y el
hambre.
Tolstoi:
Yo nunca incité a la violencia. Estudiante: Pero siempre atacó
la injusticia. La Iglesia Ortodoxa lo excomulgó por criticar sus
privilegios y su hipocresía. Usted fue el que organizó
el traslado a Canadá de los que eran perseguidos por el Estado
porque exigían los cambios sociales. Los suyos, los aristócratas, se
enfurecieron con usted
porque lesionó sus intereses. Su casa fue allanada por la policía.
Enfrentó al zar para defender al pueblo.
Pero parece que ahora se convirtió en nuestro enemigo. Tolstoi:
No soy enemigo de nadie. Me aislé por igual de la intelectualidad
revolucionaria, de la nobleza y de la iglesia. Sabes bien que desde hace
muchos años sólo me interesan las comunidades agrícolas y las sectas
religiosas
disidentes
que tratan de alcanzar la elevación del espíritu. Estudiante: Pero nuestro
movimiento fue destruido y nuestros compañeros se pudren en los
cementerios. Y usted lo sabe bien. Sin embargo, sólo
se limita a publicar uno que otro artículo sobre la santidad de la
vida humana en algún diario inglés. Tolstoi:
Las palabras sobre la santidad son las únicas que pueden salvar al
mundo. Estudiante: Nosotros creemos
que sólo pueden dormirlo. Las únicas palabras útiles son las que hablan
de la revolución. Y una palabra
suya puede formar ejércitos. Para nosotros usted era un santo. Por
eso estábamos a sus pies. Usted nos hizo revolucionarios. ¿Por qué
ahora
apoya a los reaccionarios?
Tolstoi:
(Por primera y última vez en
la obra se levanta indignado y gritando.) ¡Jamás apoyé a los
reaccionarios! Jamás. (Tose y
pierde un poco de su extraordinaria vitalidad, pero la recupera de
inmediato. Está muy agitado. ) Hace
años que abandoné la literatura sólo para combatir los crímenes
de los poderosos. Mucho antes de que tú nacieras, hijo, y en eso era más
radical que
ustedes, exigía un orden completamente nuevo de las condiciones
sociales. Estudiante:¿Y qué pasó en
todos esos
años? A los revolucionarios que siguieron sus ideas los asesinaron
a balazos. ¿Qué mejora se
produjo en Rusia a raíz de esos libros y folletos que sólo hablan
de religión y de fe? ¿No se da cuenta de
que
al prometerle
al pueblo otra vida después de la muerte lo único que hace es
cooperar con los opresores? Tolsti: El cristiano que llega a sentir la Ley del amor implantada en toda
alma humana
y vivificada por Cristo, esa Ley que es
la única guía de toda la humanidad, ese cristiano se libera de la
autoridad humana. En este universo hay una armonía a la que no se llega
razonando.
Sólo se la encuentra a través del amor. Estudiante: No, no es así,
Tolstoi. Nada se consigue en nombre del amor. Ni el zar ni sus amigos
renunciarán a un solo rublo
por el amor de su Cristo.
Por eso vamos a arrancarles las cabezas. El pueblo ruso esperó
demasiado el amor del que usted habla. Y no puede esperar más. Es hora de
actuar. Tolstoi: (Repite con ironía, reflexionando.) Es hora de actuar. Hora de
la venganza ¿ verdad? Así la llaman ustedes. Pero esa venganza sólo
consigue provocar el odio. Ese odio que mana de tu alma, hijo mío, y que
te transforma en un demonio. Sé que sufriste, y que ese sufrimiento alentó
en tus abuelos y en tus padres. Y sé que
no puedes hacer alquimia con tu sufrimiento. (Breve silencio.)
Yo sufrí también pero luché para desconocer el odio, y no quiero
conocerlo aun cuando vaya dirigido contra aquellos que hacen sufrir a
nuestro pueblo. El que comete el mal es más desdichado en su alma que el
que lo padece. Al que hace daño le compadezco pero no lo odio. Aun el
criminal no deja de ser mi hermano.
Estudiante:¿Incluso el zar? Tolstoi: Incluso el zar. Estudiante: (Con ira.)
¡Si mi padre explotara al pueblo lo colgaría como a un perro sarnoso! Tolstoi: Me das pena, hijo.
Estudiante: ¿Pena porque odio
a los que causan sufrimiento? No habrá paz y felicidad en Rusia
hasta que se cubra con los cadáveres de los zares y de los nobles
privilegiados que son dueños de la tierra. No habrá orden moral
ni humano hasta que no lo impongamos por la fuerza. Tolstoi: Ningún orden moral puede ser impuesto por la fuerza, pues toda
fuerza engendra nueva fuerza. Apenas tomen las armas, ustedes
crearán un nuevo despotismo. En vez de aniquilarlo lo harán
eterno Estudiante: Lo único que se
puede hacer contra los poderosos es destruir su poder. Tolstoi: De acuerdo. Pero no se debe emplear nunca lo que se abomina. El
poder verdadero, que es de origen divino, no responde con la fuerza a la
fuerza. Dice el evangelio... Estudiante:(Lo interrumpe.)¡No,
por favor! ¡No me hable del
evangelio! Los sacerdotes lo convirtieron en una droga para
embrutecer al pueblo. Era útil dos mil años atrás, aunque quizá
tampoco sirvió de nada, de lo contrario el mundo no estaría como está,
lleno de miseria e injusticia. Tolstoi: Cristo hizo la primera y única revolución, mi querido amigo. Es
la única que puede cambiar el orden del mundo. Y hay revoluciones que no
se miden en años, ni siquiera en siglos. Estudiante: No, Tolstoi, no es posible llenar hoy con versículos de la Biblia
el abismo entre los explotados y lo explotadores. Hay demasiado
sufrimiento entre sus dos orillas. Miles y miles de hombres
creyentes sucumben en las cárceles. ¿Acaso dice la Biblia hasta
cuándo tendrán que seguir muriendo por culpa de unos pocos? Tolstoi: La venganza nunca sirvió de nada a nadie. Estudiante:¡No es venganza! Tolstoi:
Es preferible que sufran a que se vierta sangre de nuevo. Es
terrible, ya lo sé. Pero lo que aprendí es que el sufrimiento inocente
es poderoso contra la injusticia. El
pueblo ruso es un ejemplo. Estudiante: (Indignado.) ¿Llama
poderoso
al sufrimiento del
pueblo ruso? Cómo se nota que usted vive en una mansión y que
nunca fue a las cárceles.
Pregunte a los hombres y mujeres que se mueren de frío cada
invierno si es eficaz el sufrimiento. Tolstoi:
Es
mejor que la fuerza. ¿Acaso creen que
con las bombas y las armas conseguirán alejar para
siempre el mal de este mundo? No. El mal está en el ser humano. Y
es preferible sufrir por una convicción que asesinar por ella. (Con
ímpetu.) Si no frenan el
impulso que los conduce a la crueldad y a la violencia, harán una
revolución sangrienta
edificada en la muerte y en otras formas del dolor, atraerán sobre
esa revolución
infinidad de maldiciones y crearán una sociedad tan injusta como
el orden que derrocara. Rusia no se salvará con ustedes. Al contrario,
estoy seguro de que atraerán sobre ella más sufrimiento. Estudiante: Es fácil hablar así con un título de conde,
cuando se vive en un palacio y se come
como un rey.
Pero sus campesinos, Leon Tolstoi, se visten con harapos y se
mueren de frío
en
sus
chozas.
Tolstoi: (Muy molesto.) ¡No es así! ¡Yo eduqué y ayudé a mis
campesinos! ¡Infórmate!
Estudiante: Usted vive hablando de justicia pero no abandona su vida condal.¿No
quiere tomar las armas? Bien. ¿Vive hablando de justicia? Muy bien.
Entonces, ¿ por qué no le da un ejemplo al mundo? ¿Por qué no se
desprende de los catorce sirvientes, de su mansión de treinta
habitaciones, de los carruajes y de todas sus riquezas? Tolstoi: Sé que no hice la milésima parte de lo que hacía falta.
Reconozco que debí renunciar hace mucho tiempo al lujo
y a la vida que llevaba
en mi casa. Debí convertirme
en un peregrino capaz de vivir en medio de la miseria. Por esto me
avergüenzo en lo más profundo de mi alma
y le ruego a Dios todos los días que perdone mi debilidad. Estudiante: De nada sirve avergonzarse. Hay que comprometerse y sufrir. Tolstoi: Sufro, sí, porque al no haber podido abandonarlo todo no era capaz
de testimoniar con actos mi palabra ante los seres humanos. Sufrí más
por esto que por el martirio de tener un cuerpo. Quizá esa sea mi cruz.
Mi casa es más dolorosa que una cárcel y huí de ella para dar mi
testimonio en las últimas horas de mi vida. (Tose
repetidamente.) Estudiante: ¿Se siente mal? Tolstoi: No te preocupes. Tengo mucho frío y estoy cansado. Pero pasará.
Sírveme un poco de agua, por favor. Mis manos tiemblan y no podría
sostener la jarra. (El estudiante
le sirve el agua.) Estudiante: Discúlpeme. No debería haberle gritado. Me apasioné y eso
me llevó al ataque personal. Tolstoi: Yo te lo agradezco. El que sacude nuestra
conciencia, aunque lo haga con los puños, merece agradecimiento. (Un
silencio.) ¿Dónde naciste, hijo? Estudiante: En una aldea cerca de Tula, pero mis padres emigraron a San
Petersburgo. Tolstoi: ¿Viven? Estudiante: Mi madre sí. Mi padre murió en la cárcel antes de ir a Canadá
en uno de los traslados que usted organizó. (Sirve agua en una copa y
vierte un poco en el suelo. Tolstoi lo imita.) A su memoria.
(Bebe.) Tolstoi: Dios lo tenga en la gloria. (Breve pausa.) Estudiante: ¿Qué quiere decirles a los jóvenes que represento? Tolstoi: Diles que los respeto por
compartir el sufrimiento de sus hermanos y estar dispuestos a
arriesgar todo para mejorar sus condiciones de vida. Pero no puedo
seguirlos más allá. No puedo apoyarlos cuando
niegan el amor a todos los
seres humanos sin excepción. Deseo fervientemente una verdadera
revolución
rusa, fraternal y llena de esa piedad cósmica que abarca todo lo
viviente. Estudiante: Va a ser difícil que lo entiendan.
Tolstoi: Puede ser. Pero estoy seguro de que dentro de algunos años me
comprenderán. De la palabra civilización se escribió la C, la I y un
poco de la V... El resto, ILIZACIÓN aún no se sabe lo que significa. La
fuerza divina nos pule con lentitud, como si fuéramos piedras. (Pausa.)
Y ahora debes irte. Quiero descansar. (
Pausa. Entra Tchertkov. Un silencio.)
Estudiante: Me hubiera gustado seguir hablando con usted. ( Lo saluda con
emoción, se inclina y sale.) Tchertkov: La condesa está esperando afuera y miró con muy
malos ojos a ese joven exaltado. También a mí, por supuesto. Tolstoi: Ya lo sé. Siento a la distancia el poder de su mente. Pero no te
preocupes. Ha venido para seguir simulando y mintiendo. (Entra
abruptamente la condesa Sofía. Es una mujer solemne y magnética pero
también torturada y sinuosa. Su histrionismo la ha impulsado a ponerse un
suntuoso traje de terciopelo negro,
intentando señalar de manera ostentosa su pesadumbre.)
Tolstoi: ¿Qué quieres? Sofía: (Con arrogancia, desafiándole.)
Quiero hablar. Y no me gusta
que me anuncien los sirvientes. Tolstoi: Tchertkov no es un sirviente, y es tan noble como tú. Trátalo con
respeto. (A Tchertkov.) Déjanos
solos, por favor.
(Tcherkov sale. En algún momento de la escena posterior podría vérselo
atisbar desde lejos. Pausa. A Sonia.) ¿No te alcanzaron las palabras
que pronunciaste ayer? Sofía: Fui agresiva porque dijiste que era una inmoral. Tolstoi: Lo
hice con
motivo. Sofía: ¿Ah sí? ¿Por qué? ¿Qué clase de delincuente soy yo? Tolstoi:
Si
la moral se refiere a las reglas que nos dicen lo que debemos hacer
y lo que no, tú jamás respetaste las reglas.
Eso podrían demostrártelo tu marido, tus amigos y tus sirvientes.
En cuanto a la ética, que describe qué es el bien y qué es el
mal, nunca la conociste. Por eso manejaste siempre sin escrúpulos las
relaciones humanas, el amor y el sexo. Sofía: (Con burla, casi con humor.) ¿Qué tiene que ver
el sexo con la ética? La sexualidad está más allá de la moral. Tolstoi:
¿Eso fue lo que te enseñó tu amante? Sofía:
Taneiev no fue mi amante. Era mi profesor de música y
mi amigo, y me brindó el apoyo que no encontré en ti. Fue un
hermano para mí. Tolstoi: (Irónico.) Un hermano
incestuoso. Hasta tus hijos los miraban con reprobación. Cierto día
Tania me dijo que siempre que él llegaba te ponías una rosa en el pecho,
y Sacha, cuando
apenas tenía diez años, se indignaba de que vivieras recitando
con aire enamorado ese maldito poema de Tiutchev. Sofía: (Recita.)
¡Oh, cómo al declinar
nuestros días,
el amor se vuelve más temeroso y tierno! Tolstoi: Lo
recitabas continuamente, sobre todo cuando Taneiev estaba por
visitarte. Sofía: Recitaba ese poema porque me gustaba. Tolstoi:
(Con burla y amargura.)
¿Más que Taneiev? Sofía: Taneiev me brindó el apoyo que siempre me negaste. Por eso
necesitaba su música, su comprensión y su ternura. Tolstoi: ¿Cuántas veces te acostaste con él cuando ibas a su casa de San
Petersburgo? Sofía: (Amenazadora.) No sigas provocándome. Mi paciencia tiene límites.
Tolstoi: ¿No me provocabas tú acaso cuando coqueteabas
con
ese imbécil porque tocaba el piano, te engatusaba hablando de Platón y
de poesía alemana
y tratabas de hacerme
sentir inferior sólo porque yo te deseaba? Sofía: Siempre odié tu instinto animal. No me olvido de cuántas
campesinas violaste
ni de la lujuria
en que me hiciste caer. Tolstoi: Olvidemos esa parte del pasado. Sonia: Tú y yo somos el pasado. Por desgracia. (Un silencio.)
Tanaiev jamás me tocó. Tú, en cambio, vives rodeado de los bastardos
que engendraste como un cerdo en los establos. Tolstoi: En mi lujuria siempre viste
reflejada la tuya. ¿Olvidaste lo que escribiste en tu diario? “Él
es todo lo que un ser humano puede pretender ser, pero se introduce en mi
cama y en ese momento yo soy más importante que el bien, la nobleza y el
genio. Mi carne domina el mundo.” Sofía: (Indignada.) ¿Fuiste
capaz de leer mi diario? ¿Cómo te atreviste? Tolstoi: ¿Acaso tú no leías el mío? Revisabas mis papeles, hurgando en
mis cajones, leyendo las cartas que me enviaban y las que yo escribía. Tu
indecencia no tiene límites. Sofía: Revisaba tus papeles para pasar en limpio tus obras. Trabajaba como
una sirvienta para cumplir con un déspota. Tolstoi: Y para apoderarte de mí. No te bastó mi cuerpo: querías mi alma
y eras capaz de cualquier cosa para dominarla. Se supone que el amor que
sentíamos era de índole espiritual, pero si lo hubiera sido realmente,
las palabras que pronunciábamos
lo hubieran demostrado. Pero no hubo palabras reveladoras.
Estuvimos solos desde el principio. Sofía: Te admiraba y te temía. ¿Te parece poco? Tolstoi: Sólo deseabas destruirme. Y usabas palabras zalameras o hipócritas.
Con palabras me sedujiste y me engañaste. Sofía: (Exaltada.) ¡Palabras! ¡Palabras! Te pasaste la vida enamorado de las
palabras, como si ellas pudieran decirnos algo sobre ti, sobre mí o sobre
el mundo que nos rodea. Pero
sabes bien que las palabras no significan nada.
A pesar
de todas las que escribiste, morirás siendo tan ignorante como
cuando naciste. Tolstoi: Eso ya lo sé. Sofía: (Con resentimiento.) Odio
esas palabras que me pasé copiando de tus manuscritos durante años
para que te convirtieras en Leon Tolstoi. Tolstoi: Mis palabras no eran tus palabras. Ahí yo no miento. Sofía: No, claro, la vieja cretina y mentirosa soy yo. Yo, que te entregué
la vida para terminar tiritando de frío en este lugar odioso. Tolstoi: (Con melancolía.) Si
hubiéramos sido animales por lo menos habríamos sabido que se esperaba
de nosotros que no dijéramos nada. Pero no siendo animales teníamos que
hablar, aunque no había nada que decir. Por eso te burlabas de mí. Sofía: No había nada que
decir porque los
dos pensábamos sólo en una cosa: en la satisfacción del
instinto. Las mil preocupaciones para el matrimonio eran
apenas un simulacro. Casa, muebles, vajillas, ropa eran sólo
excusa para ocultar el deseo de hacer el amor. Y el tuyo era más fuerte
que el mío. Tolstoi: ¿Más fuerte? Tú eras un animal en celo. Sonia: ¿Y tú? Tolstoi: (Silencio breve.) Yo
también, aunque me casé porque todo el mundo lo hace. Por eso nuestra
luna de miel me dio asco. Sofía: No me hagas acordar de esos días de decepción. Tolstoi: Fueron días llenos de mentiras. Me consolaba pensando que la luna
de miel reúne a dos personas, y que hacer el amor es placentero, y
que además es necesario para
que la especie humana continúe. Sofía: Destruiste esa luna de miel. La llenaste de odio y de vergüenza. Tolstoi:
(Con ironía.) Sí, yo
soy el ángel oscuro, el hijo predilecto de Satán. Sofía: (Con angustia.) La tarde
de la boda, cuando salimos de la iglesia, yo era una mujer que esperaba
ternura. Sólo eso. Pero apenas
entramos al carruaje que nos llevó a nuestra casa rompiste mi
traje y me violaste
como a una vulgar campesina. Me violaste con saña, con la
violencia de una bestia en celo. ¡El hombre que buscó a Dios
y creyó encontrarlo es peor que un animal! Rusia ama y venera a
una bestia. Tolstoi: ¿Por qué no te vas, Sofía? Vine a este lugar para estar solo. No
quiero hablar del pasado ni de nosotros dos.
Tampoco quiero que sigas insultándome. Sofía: No voy a irme sin hablar.
Estuvimos juntos cuarenta y ocho años y no voy a permitir que a
eso se lo lleve el viento. Tú encontraste a Dios pero yo lo cambié por
ti. (Breve silencio. Se contiene y
cambia de estrategia.) Te agradezco que me hayas dejado entrar a este
lugar
indigno de un hombre célebre, que además es rico y forma parte de
la aristocracia. Tolstoi: Después de partir sin anunciártelo te debía este diálogo,
pero no quiero seguir peleando. Hace mucho tiempo que vivimos
enfrentados. Sofía: (Suplicante.) Por favor:
no me hables como a una enferma.
(Se controla.) Te
escondiste en esta estación de trenes como si fueras un animal que huye.
¡El mundo entero aguarda que esta situación se defina! ¡Rusia entera me
condena! ¡Creen que yo soy responsable de tu huida! Tolstoi: Llegó mi tiempo de paz, Sofía. Y no quiero discutir más. Sofía: Claro: conmigo no vas a pelear, ni a hablar, ni a tenerme en cuenta
en tus pensamientos siquiera. Sólo quieres estar con ese adulón.
Recién, al verme, sonrió con burla y perfidia. Me desprecia
porque lo convertiste en tu confidente. Tolstoi: Ese hombre sacrificó todo por mí. No sólo renunció a su vida
mundana sino
que consagró sus fuerzas a
la publicación de mis obras. Y adoptó mi fe. Es mi discípulo más
querido. Sofía: Es sectario y ambicioso y no tiene escrúpulos. No conoce los
matices y es indiferente al dolor de los demás. Además te vigila y hasta
te prohíbe escribir ciertas frases. Se convirtió en tu carcelero. Tolstoi: Pero
se ocupa de difundir mi obra y mi doctrina, y
ha ido preso por haberla apoyado. Es mejor que un secretario y
puede manejar
mis asuntos como nadie. Sofía: ¡Tú tienes una sola secretaria y esa soy yo!
¡Pero él está pegado a ti como un parásito! Y a mí me odia y
trata de hacerme daño. Por tu culpa. Tolstoi: Eres injusta. Sofía: No pretendo ser justa. Él se colocó entre nosotros, te alejó de
mí y te apartó de tus hijos. El mismo día en que entró a la casa no
conté más para ti. Tolstoi: Competías con él, a pesar de que Dios quiere que uno pertenezca a
todos. Sofía: Yo sólo te pertenezco a ti. Tolstoi: (Con ironía.) Y a
Taneiev. Sofía:
(Amenazadora.) No vuelvas a repetir ese nombre. (Atempera
la agresividad.) Por favor. (Un
silencio.)
Sólo a ti te pertenezco, pero envejecí viendo cómo te alejabas
hacia ese hombre tenebroso. Odio la
promiscua relación que los une.
Tolstoi: ¿Te parece promiscua una relación fraternal? Sofía: ¡Ese hombre es un ladrón y saqueó a tu familia! Tolstoi: Tú intentaste saquearme y él me protegió. Me obligaste a anular
el testamento en que legaba la propiedad de mis obras a la humanidad. ¿No
pensaste que al apoderarte de los derechos de autor no respetabas mi
voluntad? Sofía: ¿Qué te importa eso ahora? Hiciste un nuevo testamento. Tolstoi: No quería que se comercializaran las palabras que pronuncié
para servir a todos
los seres humanos. Sofía: ¡Tchertkov te obligó a hacerlo! ¡Te citó con los testigos en el
bosque de Grumont, donde redactaron el nuevo testamento! Tolstoi: ¡Lo hizo para defender mis derechos! Sofía: ¿Tus derechos? Él es el único que trata con los editores rusos y
extranjeros, el que elige los traductores, controla tu trabajo y fija las
fechas de las publicaciones. Tolstoi: Alguien tiene que hacerlo. Sofía: ¿Por qué no puedo hacerlo yo? ¡Ese
hombre te separó de tu familia! Tus obras ya no nos pertenecen.
También te invitó a huir de nuestra casa y encerrarte en este horrible
lugar. ¿Cómo logró llenarte de odio? Tolstoi: (Muy cansado.) Estoy enfermo, Sofía, y vine aquí a morir
en paz. Sofía: ¡No morirás en paz! Nadie
nace o muere en paz. Me cansé de que te hagas el
santo. ¿De
qué sirve vivir martirizado, como lo haces, tratando de ser un Dios? Fue
ese hombre quien te convirtió en un petulante y un soberbio. Tolstoi: (Muy
dolido.) ¿Cómo te atreves a decir eso? Yo no podía vivir
cuando perdía la fe en la existencia de un Dios, y me hubiera matado hace
tiempo si no hubiera tenido la débil esperanza de encontrarle. Sofía:
Eso lo sé bien. Tolstoi:
(Con furia.) ¿Por qué
dices entonces que Tchertkov iluminó mi camino? ¿Es así como quieres
envenenar los últimos momentos de mi vida? Sofía: Ese hombre me quitó aquello por lo que viví durante cuarenta y
ocho años. Desde que lo conozco, todas las formas de suicidarme pasaron
por mi imaginación. No puedes imaginarte cómo me siento. Nunca, ni en mi
juventud, sentí celos tan violentos como los que
él me inspira. ¡Necesito que se vaya, que desaparezca, que sea
borrado de la faz de la tierra! (Balbuciente y desconcertada. Está arrepentida de haber expresado su
pensamiento.)
¿Qué he dicho? ¡Perdóname, Nicolai! ¡Olvida mis palabras! Estoy nerviosa, no sé lo que digo... Tus actitudes me enloquecen y
no sé qué hacer. Tolstoi: (Suplicante pero firme.)
Déjame en paz. Sofía: (Con patético histrionismo.) ¡Por favor, querido Livotchka!
¡Perdona mi agresividad y mi violencia y vuelve a casa! ¡Ya intenté
matarme dos veces! ¡Sálvame de una tercera tentativa de suicidio! ¡Si
no regresas me mataré! ¡Y esta vez no me arrojaré a un lago ni me
cortaré las venas! ¡Beberé láudano! ¡Me ahorcaré! (Se arrodilla y
le besa la mano.) ¡Perdóname, perdóname, perdóname! Tolstoi: Yo no tengo nada que perdonarte. Fuiste una esposa buena y una
madre excelente y admirable. Tu sensualidad llenó cada momento de mi
vida. Lo sabes... Pero te negaste a cambiar, a transformar tu visión del
mundo, a avanzar, a buscar el bien y la verdad, y te empeñaste en vivir
una vida tosca, materialista, sin vuelo espiritual. Por eso
causaste mucho
daño a los demás y a ti misma, te rebajaste, te volviste maligna
y llegaste al lamentable estado en que te encuentras. No sabes cómo soy
en realidad y por eso te parezco extraño, terrible y peligroso. Sofía: No seas cruel conmigo, Liovotchka. Tú, el compañero de toda mi
vida; haré todo, todo
lo que quieras; renunciaré al lujo; tus amigos se convertirán en
los míos; te cuidaré; seré dulce. Querido, querido mío,
vuelve a casa y a mí, tienes que salvarme.
Querido amado mío, el amigo de mi alma: sálvame; vuelve conmigo
aunque no sea más que para decirme adiós ante de nuestra separación
definitiva. Tolstoi: (Con angustia.) Vete, por Dios. (Tose
reiteradamente.) Sofía: (Sollozando.) ¡Estás
muy enfermo! ¿Cómo es posible que te hayas quedado a dormir en esta
especie de establo? Voy a llamar a un médico. Déjame abrigarte. Te daré
agua. Tolstoi: (Terminante. Con miedo de
caer en las redes de su sensualidad.) No te acerques. (Suplicante.)
Por favor. (Baja la voz.) No te
acerques. Sofía: (Sollozando.) Antes todo
estaba bien, vivíamos unidos y felices, no carecíamos de nada y teníamos
buena suerte, el Zar nos admiraba y la nobleza nos amaba,
gozábamos con los hijos que iban creciendo e imaginábamos una
vejez tranquila. Y, de pronto, se apoderó de ti esa fe que nos empuja a
la desgracia. No puedo comprender que te vistas como un campesino, que
limpies tú mismo la chimenea y que hagas las botas que usas; tú, el
hombre que el mundo admira. No puedo entender
qué había de malo
en nuestra vida sana y sensata. No puedo comprender todo eso. ¡No
puedo, no puedo! Tolstoi: (Con frialdad.) Me amas
como yo ya no soy desde hace tiempo. (Breve
silencio.)Ya dijiste lo que querías. (Imperativo.)
Ahora vete. Sofía: (Comprueba que la
efusión de aparente ternura no ha dado resultado y se quita
la máscara.) ¿Que yo me vaya? ¿Que se vaya la condesa Sofía
Andreievna a sentarse en el banco de un tren? Estás loco. (Con ira.)
Escúchame bien: la santidad por la que te alaban es pura locura y pura
vanidad. ¡Tu soberbia te lleva a todo esto! ¡No eres la gloria de Rusia
sino su vergüenza! Tolstoi: Busqué con toda el alma la justicia, la igualdad entre los hombres
y el amor. No me odies por sentir que
el campesino es mi hermano a los ojos de Dios. Sofía: Humillaste a tu familia. Nuestra nobleza fue pisoteada por toda
Rusia. Somos el blanco de las burlas y el odio de nuestros iguales. Tolstoi: Todos somos iguales ante la muerte. Sofía: (Grita con ira.) ¡No me
hables más de la muerte! ¡Yo estoy viva y no voy a morir! Tolstoi: (Grita también con ira.)¡Vete entonces y déjame solo a mí,
que sí voy a morir y quiero hacerlo! ¡Vete! Iré a alguna parte para que
nadie me encuentre. ¡Déjame en paz!
Sofía: (Con odio incontrolable,
exasperada, subiendo la voz.)¡Muere en paz, maldito conde renegado y
ladrón del patrimonio de tus hijos! ¡Y ojalá que el zar o Dios
te hagan arder en el infierno! (Entra
Tchertkov.) Tolstoi: Sácala de aquí, Tchertkov. Tchertkov: La acompaño, condesa. Sofía: (Con ira, como si quisiera matarlo.) ¡No se acerque!
(Sale enfurecida. Pausa muy
extensa.) Tchertkov: Lamento que haya tenido que pasar por todo esto. Tolstoi: (Exhausto.) No te preocupes. Al fin creo que pude librarme
de ella, de la mentira, de la hipocresía y de la oscuridad que impregna
todo su ser. Es la primera vez que la enfrento. (La
luz empieza a declinar.) Volvió a reprocharme haber cedido mis
derechos de autor.
A ti te hace responsable de todo.
Tchertkov: Hizo bien, Tolstoi. Su obra pertenece a la humanidad.
Tolstoi: Siempre me sentí culpable, Tchertkov. Ante ella, porque al vivir
para mi ideal no pude ofrecerle la existencia que deseaba.
Tchertkov: No piense en eso ahora.
Tolstoi: Ante los campesinos, porque eran pobres mientras que a mí no me
faltaba nada.
Tchertkov: Hizo por ellos lo mejor que se puede hacer. Los educó y les dio lo
que necesitaban para vivir.
Tolstoi:
Antes mis lectores, porque mientras les enseñaba la virtud yo
practicaba el vicio y la lujuria. (Fatigado y tratando de recomponer
sus fuerzas.) Y ante mis discípulos, como tú,
porque sufrían la deportación
mientras yo me quedaba en Yásnaia Poliana. (Pausa.)
Tchertkov: Creemos en su doctrina y abrazamos su fe. Le aseguro que el
sufrimiento valió la pena y que ahora mismo sería capaz de morir por
usted. (Pausa. La luz sigue declinando.)
Tolstoi:
No tendrás que morir por mí. Yo me iré de este mundo antes que tú.
(Deslumbrado.) Sin embargo, las fuerzas no me abandonan.
Tchertkov: Está enfermo y debe descansar, Leon Nicolaievich. Trate de dormir.
Se lo ruego.
(Tolstoi tose de nuevo. Tcherkov le sirve agua.)
Tolstoi: ¿Descansar? Ahora siento que la energía me ayuda a armonizarme
con mis errores y mis convicciones. (Extenso silencio.) ¿Es
medianoche?
Tchertkov: Sí. El sol aparecerá detrás de aquella colina.
Tolstoi: ¿Se fueron todos?
Tchertkov: (Se oye el silbato del tren, que se aleja.) El tren está
partiendo. Voy a asegurarme de que no quede nadie.( Sale. Tolstoi queda
solo. Su rostro transfigurado expresa una emoción intensa y ligada al
presentimiento de la parte del cosmos que no es
humana.)
Tolstoi: Ahora estoy en paz. Vine a morir a este lugar y siento que la vida
renació en mí y a mi alrededor con más fuerza que nunca. Espero que la
luz que me iluminó nunca me abandone. (Se oye la misma balada del
comienzo de la obra mientras la oscuridad difumina con enorme lentitud la
figura del anciano.)
|
obra de Ricardo Prieto
Montevideo, 2005
Nota del editor de Letras Uruguay:
Ver, además:
Ricardo Prieto en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de Teatro |
Ir a índice de Ricardo Prieto |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |