Se alquila

Drama en dos actos de Ricardo Prieto

Personajes :

Ana (51 años)
Juan (su esposo, 55 años.)
Daniel (el hijo de ambos, 23 años)
Luisa (sobrina de Juan, 25 años)
Carlos (amigo de Juan, 63 años)
Un viejo
Un muchacho

"Se alquila" se presentó el 2 de septiembre de 1998 en el 2º Ciclo de Teatro Semi-Montado de Autor Uruguayo que organizó el Centro Uruguayo del Instituto Nacional de Teatro en el Teatro El Galpón. Elenco: Lidia Etchemendy, Mauro Cartagena, Rubens Mota, Elsa Mastrángelo, Walter Esperanza y Roberto Allidi.
Dirección: Ernesto Clavijo.

 

La acción transcurre en Montevideo, en la época actual, pero cambiando los nombres de Montevideo y Buenos Aires, puede situarse en cualquier otra ciudad.

 

Daniel: ¿Dónde estabas?
Ana: No te importa.
Daniel: No te pongas así. Sólo te hice una pregunta.
Ana: No sos mi marido para hacerme esa clase de preguntas.
Daniel: Parece que venís de la guerra.
Ana: Salí a buscar trabajo y lo conseguí, mientras vos estás ahí sentado a las cuatro de la tarde.
Daniel: (Con burla.) ¿Qué conseguiste? ¿Un amante?
Ana: Voy a cuidar a una señora enferma.
Daniel: Supongo que será por el café con leche.
Ana: Va a pagarme tres mil pesos por mes.
Daniel: (Siempre burlón.) Lo que se dice un sueldo gerencial.
Ana: A vos todo te parece poco. Por eso durás tres meses en cada trabajo.
Daniel: Yo no me dejo usar.
Ana: Así vas a ir muy lejos.
Daniel: A pesar de lo que digan vos y el viejo pienso llegar muy lejos. Cuando me vaya a Buenos Aires...
Ana: (Lo interrumpe.) ¿Para morirte de hambre?
Daniel: Para hacerme rico y famoso.
Ana: Estudiando también ibas a hacerte rico y famoso y no terminaste ni el liceo.
Daniel: Me pudrió.
Ana: ¿También te pudrió trabajar en la estación de nafta y en la agencia de quinielas?
Daniel: Lo que ganaba no daba ni para comprar cigarrillos.
Ana: Importados. Porque para los nacionales alcanzaba. Y si hubieses seguido trabajando por lo menos te pagarías uno de tus vicios. Vivís mendigando cigarrillos por ahí.
Daniel: No sé quién te contó eso.
Ana: Todo el mundo lo sabe en este barrio. Tenés fama de vago, de manguero y hasta de chorro.
Daniel: ¿Chorro yo? ¿Qué estas diciendo?
Ana: ¿Olvidaste lo de la billetera?
Daniel: Estaba en el corredor.
Ana: Era de un vecino. Y te quedaste con ella.
Daniel: Sólo tenía seiscientos pesos.
Ana: Si yo hubiese sido una madre como la gente te la habría hecho devolver.
Daniel: Si hubiera sido una vecina como la gente, decí mejor. Porque una madre no hace eso. Gracias a esa plata pude ir al mueble con una amiga.
Ana: Tomalo en broma nomás.
Daniel: ¿Qué querés que haga? ¿Qué llore?
Ana: Quiero que tengas un futuro. La vida se pone cada día más difícil.

Daniel: Voy a triunfar cantando (Canta.)

Sacate el zapato,
ponete el zapato.
Sacate el zapato,
sacátelo.

La calle es muy triste,
mi chica se ha ido,
quema el sol 
Sacate el zapato, 
sacátelo.

Ana: En mis tiempos los compositores no hablaban de zapatos. (Canta.) "Es la historia de un amor, como no hubo otra igual, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal."
Daniel: (La interrumpe.) ¡Por favor, mamá! Eso es de la época del jopo. Vivimos en el siglo veintiuno. Se terminó el romanticismo. (Toca y canta.)

Enamorado de un pollo.
¿qué dirá de mí el lechero
si me ve en el gallinero
besuqueando a ese animal?

Ana: (Burlona.) Sublime.
Daniel: ¿Ves? No sentís lo nuevo. Esa canción la escribió un tipo que estaba tan podrido como yo de la estupidez.
Ana: Yo también estoy podrida de muchas cosas, pero voy a hacer algo para salir del pozo.
Daniel: ¿Pensás salir del pozo con tres mil pesos por mes? Explicame cómo. El alquiler subió a cuatro mil quinientos. Y también subieron el agua y la luz.
Ana: Agarrá el toro por los cuernos entonces. Trabajá en cualquier cosa.
Daniel: Ya te dije que me voy.
Ana: ¿Y con qué plata vas a mantenerte allá hasta que consigas trabajo?
Daniel: Sólo necesito la plata para el pasaje.
Ana: ¿Y después qué harás? ¿No te das cuenta de que en la Argentina las cosas tampoco serán fáciles?
Daniel: Tengo amigos.
Ana: Mirá: si tus amigos son como los que yo conozco me imagino lo bien que te va a ir.
Daniel: ¿Qué tenés contra mis amigos?
Ana: Son unos vagos.
Daniel: Son jóvenes y libres, decí mejor, y no pactan con la estupidez. Luis, por ejemplo, se dedica sólo a la música. Voy a integrarme a su conjunto y a vivir en su casa. Se fue de Montevideo sin un mango y ahora vive de lo que le gusta hacer. Convencete, vieja, hay lugares donde la vida es vida y no un calvario.
Ana: Ojalá no termines en la cárcel de Devoto. Vos sos capaz de hacer cualquier cosa sórdida.
Daniel: ¡Volveré rico! Ya lo verás. Voy a bajar del avión pisando fuerte y te preguntaré qué querés, y me dirás "quiero un auto" y yo saldré corriendo a comprarlo. Y después vas a decirme "quiero carne" e iré volando a comprarte una vaca.
Ana: La vaca es lo primero que voy a pedirte. ¡Me muero por comer carne! (Ríen los dos. Pausa. Hay un clima de ternura.) Lindos sueños.
Daniel: No son sueños, ya lo verás.
Ana: ¿Qué es esto?
Daniel: Una carta del tío Andrés.
Ana: ¿Y por qué no la abriste?
Daniel: ¿Para qué? Me imagino que cuenta las mismas mentiras de siempre. (Daniel empieza a tocar la guitarra y canturrear mientras ella lee la carta. Pausa.)
Ana: Esta vez no son las mismas historias de siempre.
Daniel: ¿Qué pasa?
Ana: Nos mandan a tu prima. Tu tío se casó de nuevo y tiene que mantener a los dos hijos de la nueva mujer. Quiere que viva aquí para que se labre un porvenir. Eso dice.
Daniel: ¿Porvenir en Montevideo? Ese tipo está loco. 
Ana: Está más cuerdo que todos nosotros, que tendremos que alimentarla.
Daniel: ¿Y de qué mujer habla? Hace tres meses que se quedó viudo.
Ana: ¿Por qué creés que quedó viudo? Mató a Rosa a disgustos para poder casarse con ésta. Y ahora nos manda un fardo que nos va a matar a nosotros. ¡Tu padre se muere de un infarto cuando lo sepa! ¿Cómo vamos a hacer para mantenerla?
Daniel: Escribile diciéndole que tenemos problemas.
Ana: Juan se muere antes de decirle al hermano que la plata no nos alcanza.
Daniel: Por eso ocurre esto. Le encanta llenarse la boca con la vida de bacanes que llevamos en Montevideo.
Ana: Poné esos platos en la mesa. (Juan entra al vestíbulo de la casa.)
Daniel: Llegó Hitler.
Ana: Tratá de no discutir.
Daniel: Mejor me voy al cuarto. (Se dirige a su cuarto.) 
Ana: ¡Te pedí que llevaras los platos! (Pone ella los platos en la mesa mientras refunfuña. Entra Juan. Su semblante denota preocupación. Se sienta sin hablar y permanece abstraído.) ¿Qué pasa?
Juan: Me siento mal.
Ana: ¿Ocurrió algo? (Un silencio. Juan no responde.) ¿Estás enfermo? ¿Discutiste con alguien?
Juan: (Con esfuerzo.) Me mandaron al Seguro de Paro. (Ana se sienta. Está consternada.) 
Ana: ¡Lo único que nos faltaba! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Juan: Cagarnos de hambre.
Ana: ¿Y lo decís con esa tranquilidad?
Juan: ¿Qué querés que haga?
Ana: ¿Me querés decir cómo vamos a comer y a pagar las cuentas?
Juan: Yo no tengo la culpa de que la empresa esté en quiebra. Dicen que se fundieron. Y dentro de un mes quizá me despidan. (A Daniel.) ¡Terminá de joder con esa guitarra!
Daniel: (Entra.) ¿Qué te pasa, che?
Juan: Preguntale a tu madre qué me pasa.
Daniel: No sé qué será, pero no te la agarrés con mi guitarra. No empecés a calentarme.
Ana: (Lo interrumpe con bronca.) ¡Tu padre va a quedarse sin trabajo! Lo mandaron al seguro de paro. (Lagrimeando con cierta exageración.) ¿Cómo pueden hacerle eso a alguien que los ayudó a enriquecerse? (A Juan.) Deberían haber mandado al Seguro a los irresponsables y no a la gente que se rompió el lomo trabajando.
Daniel: Ya es hora de que sepa qué clase de patrones tenía.
Juan: ¿Y cuándo va a llegar la hora para vos?
Daniel: ¿La hora de qué? ¿De laburar como un buey para que después me echen a patadas? A mí no van a usarme para tirarme después como a un trapo usado. ¡Yo no me dejo explotar!
Juan: Porque vivís gracias a mi trabajo.
Ana: ¡No peleen, por favor!
Juan: ¿No lo oíste? Me quedé sin empleo y se está riendo en mis narices.
Daniel: ¿Te molesta que no esté dispuesto a aceptar lo que te hicieron a vos?
Juan: ¿Qué me hicieron? ¿Darme de comer durante veinte años?
Daniel: Matarte de hambre, decí mejor.
Juan: Ni a vos ni a tu madre les faltó nada. No querías trabajar pero nadie te obligó a hacerlo.
Daniel: Nunca conseguí un trabajo como la gente, que es otra cosa.
Juan: El que quiere trabajar trabaja.
Daniel: No me digas. Será por eso que en los últimos tiempos emigraron miles de uruguayos.
Juan: ¡Deberías estar de rodillas por haber nacido aquí!
Daniel: (A la madre.) ¿Oíste? Así hablan algunos cornudos que terminan en el Paro (Sale dando un portazo.)
Juan: (Lo persigue gritando.) ¡Ya verás que nada ni nadie va a lograr detenerme! ¡Ya verás como voy a salir adelante a pesar de vos y de todos los atorrantes!
Ana: Mirá, no te hagas el Napoleón. Calmate y vamos a ver qué hacemos para salir de este lío.
Juan: ¿Qué me calme? ¡Ese vago de mierda ahora tendrá que salir a pedir limosna! Dame una aspirina. 
Ana: (Va a buscar la aspirina.) Voy a darte media aspirina. Con esto del Seguro de Paro habrá que medirse en todo.
Juan: ¡Ya va a ver! ¡Este tendrá que agachar el lomo! ¡Y si no que se vaya a la misma mierda! Ese es el lugar para él.
Ana: (Le da la aspirina.) No hagas tanto escándalo. (Juan descubre la carta.)
Juan: ¿Qué es esto?
Ana: Una carta de tu hermano.
Juan: ¿Y qué quiere ahora?
Ana: Leela.
Juan: Alcanzame los lentes.
Ana: Dale, che: que la aspirina, que los lentes. No soy tu sirvienta. Tomá. (Le da los lentes. Él lee la carta.)
Juan: (Aterrado.) Dame un varium, por favor. (Oscuridad rápida.)

- II -

Ana está preparando el desayuno. Juan acaba de levantarse y sale de su habitación caminando con lentitud. Se despereza ruidosamente, enciende la radio y se acerca a la entrada de la cocina.

Juan: Dame un vaso de agua. Tengo la garganta reseca.
Ana: ¿Por qué no te quedaste en la cama un rato más?
Juan: Porque viene Carlos de visita.
Ana: ¿A esta hora? (Le da el agua.)
Juan: Viene a visitarme a mí.
Ana: Me imagino. A mí no vendrá a visitarme ese degenerado. Sabe el asco que le tengo. (Juan se dirige hasta el baño.) Está ocupado.
Juan: ¿Otra vez? Hay que decirle que el baño es para todos.
Ana: Dejala tranquila. Está acostumbrada así.
Juan: Aquí no es como allá, que se bañan una vez por semana. Aquí el baño se usa. Y ella vive sentada en el excusado.
Ana: No sabemos si está sentada en el excusado.
Juan: ¿En qué otro lugar podría estar? No va a pasar una hora peinándose.
Ana: Entró hace diez minutos.
Juan: ¿Te parece poco? Lleva aquí una semana, que equivale a ciento sesenta y ocho horas, y pasó casi todo ese tiempo en el baño.
Ana: Está cohibida. Supongo que extraña. El cambio fue muy brusco y le va a costar adaptarse.
Juan: Por lo menos aquí come.
Ana: ¡Comida! Vos creés que todo se arregla con mala comida.
Juan: En estos momentos de emergencia uno puede llamarse dichoso si picotea algo todos los días. Los políticos fueron claritos antes de las últimas elecciones: todo iba a ser peor y no mejor. (Ana le sirve el café con leche y un pan.) No quiero pan.
Ana: ¿Qué te pasa?
Juan: Me duele el estómago. (Un silencio. Juan bebe la leche.) ¿Y el "nene"?
Ana: Fue al Consulado. Anda con ese asunto de la documentación.
Juan: Ese se va a ir el año de los tres jueves.
Ana: Por lo menos se está moviendo.
Juan: Lo únicos movimientos que le conozco son los que hace con la guitarra. Y los que hace en la cama con las putas. ¡Y todavía pretende viajar! En el extranjero no van a estar papá y mamá para solucionarle los problemas.
Ana: En el extranjero le va a ir mejor que aquí, si Dios quiere.
Juan: Si se dejara de joder con la música.
Ana: Es su vocación.
Juan: Que sólo da hambre. Hasta ahora no vio un peso.
Ana: Cuando lo contratan para los bailes le pagan.
Juan: Dos mil pesos para todo el conjunto.
Ana: Algo es algo.
Juan: Pero nunca los vi en la televisión o en los diarios.
Ana: Eso lleva tiempo.
Juan: Este hace mucho que se olvidó del tiempo y de que pasa. Fijate si queda grapa en la botella. Quiero convidar a Carlos.
Ana: El sábado tomaste la última que quedaba.
Juan: Entonces prepará café.
Ana: No hay.
Juan: ¿Y el café que mandó mi hermano?
Ana: Se acabó.
Juan: ¿Querés explicarme cómo se evaporó un kilo de café en una semana?
Ana: Se tomó.
Juan: Yo lo probé tres veces.
Ana: Yo también tomo, y Daniel, y Luisa.
Juan: ¿Y para qué les das café?
Ana: ¿Querés que miren mientras nosotros tomamos?
Juan: El café es para las visitas. Ni la muchacha ni el vago tienen por qué darse esos lujos. Vos tomá, si querés, pero con cuidado. A mí me alcanza con uno o dos por semana.
Ana: Ya no hay más.
Juan: Malditos sean.
Ana: No hagas dramas.
Juan: ¿Querés decirme con qué invito a Carlos?
Ana: Hay agua con limón.
Juan: A lo mejor agarra el limón y te lo tira por la cabeza
Ana: O para revenderlo. Ese es capaz de cualquier cosa. (Ana se dirige a la cocina. Un silencio.)
Juan: ¿Qué hora es ahí?
Ana: Las diez.
Juan: ¿Las diez? Aquel viene a las diez y media. ¿Hasta cuándo va a estar metida en el baño? (Llama con brusquedad a la puerta del baño.) ¿Para cuándo m'hija? ¿Se distrajo y se fue por el caño? Hay que apurar la máquina antes de que el pichí de los demás se desparrame por la casa.
Ana: No seas bruto.
Juan: ¡Vamos, ahijuna, o voy a incendiar la puerta! (Sale Luisa del baño. Es una joven atractiva y sensual. Es consciente de su magnetismo y lo luce. Camina con lentitud hasta el centro del escenario y se para junto a la mesa. Juan entra al baño. La sumisión del rostro de Luisa se desdibuja. Su semblante adquiere ira, malignidad y obstinación. Da un puñetazo en la mesa y camina con rapidez hacia el cuarto de Daniel, pues a ella le han puesto un sillón cama en la sala. Ana sale de la cocina y entra al cuarto de Daniel. Juan Habla desde el baño.) Esta se debe haber echado perfume hasta en el culo. Eso es lo que hace en el baño: apestarse con perfume barato. (Suena el timbre. Ana sale del cuarto y se dirige hasta el baño.)
Ana: (A Juan.) Podrías tener mejores modales. La muchacha está llorando.
Juan: Que llore, a ver si aprende. Llegó Carlos y aquí estoy, en veremos. Andá a abrir.
Ana: Voy. Pero no sigas jorobándola. (Ana abre la puerta y entra Carlos. Es un hombre sesentón pero muy avejentado. Su extremada cautela encubre hipocresía y sensualidad exasperada.)
Carlos: (Dándole la mano.) ¿Cómo le va?
Ana: (Tratando de disimular su antipatía.) Bien, gracias. ¿Y a usted?
Carlos: Aquí andamos, tirando.
Ana: Juan está en el baño. Vendrá enseguida. (Tenso silencio.)
Carlos: ¿No me ofrece asiento?
Ana: ¿Por qué no? Siéntese, si quiere.
Carlos: Gracias. (Otro silencio.) Lamento la pérdida del empleo.
Ana: (Áspera.) Más lo lamento yo.
Carlos: (Con ostentación.) Tengo algunas vinculaciones. Quizá pueda conseguirle algún laburo. Cuando trabajábamos juntos éramos más que compinches. ¡De qué líos lo saqué!
Ana: (Con rabia.) Me acuerdo muy bien de esos líos, sobre todo de aquellos en los que se metió por culpa de los amigos. Prefiero olvidarlo.
Carlos: (Haciéndose el desentendido.) Yo, en cambio, recuerdo aquella época con simpatía. Nos divertíamos de lo lindo. (Con ironía.) Lástima que Juan nunca la haya invitado.
Ana: Yo no soy ninguna atorrante. (Breve y tenso silencio.) 
Carlos: Claro que no hay mal que por bien no venga. Me despidieron y aquí estoy, vivito y coleando. Y a Juan va a pasarle lo mismo. Ya verá cómo sale adelante. (Pausita.) ¿Y Daniel?
Ana: Ahí anda.
Carlos: ¿Sigue con la idea de irse a Buenos Aires?
Ana: Eso piensa.
Carlos: Ya verá como se hace rico y termina manteniéndonos a todos.
Ana: (Cáustica.) ¿A usted también?
Carlos: (Burlón.) A mí por haber creído en él. (Ríe con grosería. Entra Juan.) Aquí viene el hombre. ¿Cómo anda todo, amigazo? (Se dan la mano. Ana va hasta la cocina.)
Juan: Conseguí una changuita de carpintería. Un vecino quiere hacerse la barbacoa.
Carlos: Debe ser algún narco traficante. ¿A quién se le ocurre hacerse una barbacoa en un país donde la gente ya no tiene ni para el ómnibus? Sólo les va bien a los políticos y a los que traen y llevan el polvito.
Juan: También hay otros.
Carlos: Esos son los que siempre tuvieron la sartén por el mango.
Juan: El problema es que la barbacoa ya está casi terminada.
Carlos: ¿Tenés perspectiva de algo nuevo?
Juan: Me estoy moviendo, pero la cosa está muy brava. ¿Y vos qué hacés ahora?
Carlos: (Con gesticulación de gran señor.) Me vinculé a un tipo que quiere editar la primera guía de docentes del Uruguay. Estoy haciendo suscripciones. Si querés puedo presentártelo.
Juan: Estás loco vos. ¿Quiénes podrían inscribirse?
Carlos: Casi todos. Hay tanta chicoria entre los docentes, que con tal de salir en la guía piden la plata prestada.
Juan: ¿Y la guía saldrá?
Carlos: Por supuesto que no. (Ríe a carcajadas.)
Juan: Entones es una estafa.
Carlos: ¿Y a quién le importa una estafa más en este país? Lo único que me interesa es la plata que gano yo: la mitad de cada suscripción. O sea cien pesos. Si querés te presento al tipo. Labia no te falta, ni facha. (Pausa. Bajando la voz.) ¿Y? ¿Cómo te tratan las minas?
Juan: (Sorprendido.) ¿Qué minas? Mirá cómo es mi situación: estoy sin trabajo y con miles de problemas. Para peor tenemos a una sobrina viviendo con nosotros.
Carlos: (Con libidinosidad.) ¿Y? ¿Cómo está?
Juan: (Que no interpreta de manera adecuada.) Está bien.
Carlos: Si está bien no va a costar nada mantenerla.
Juan: (Comprendió al fin.) Vos sos irrecuperable.
Carlos: ¿Y qué querés, viejo? La vida hay que aprovecharla.
Juan: Y a las mujeres que son parientes de tus amigos deberías dejarlas tranquilas.
Carlos: (Con sarcasmo.) ¡Pero si yo no le hice nada!
Ana: (Desde la cocina.) ¡Luisa, vení por favor! Necesito que me ayudes.
Juan: (Bajando la voz.) Ojo.
Ana: Vigilame el fuego que voy al almacén antes de que cierren. ( Luisa sale del cuarto y entra a la cocina.)
Carlos: (Deslumbrado por la exuberante belleza de la muchacha.) ¡Dios mío! ¡La cocina va a arder!
Juan: Mirá que ésta no te va a dar bola.
Carlos: Me alcanza con mirarla.
Ana: (A Juan.) Dame treinta pesos.
Juan: ¿Para qué?
Ana: Tengo que comprar fósforos y una cebolla.
Juan: ¿Y por qué necesitás tanta plata?
Ana: Los fósforos salen diez pesos y la cebolla siete.
Juan: ¿Y para qué querés los otros trece?
Ana: Para pagar el ajo y las manzanas que compré ayer.
Juan: (Molesto.) Fósforos, ajos, cebollas todos los días. ¿Vos creés que somos ricos?
Ana: Si querés no prendo el fuego ni condimento la comida.
Juan: Treinta pesos por día son novecientos al mes.
Ana: ¿Qué querés decir?
Juan: Si sólo en fósforos y cebollas...
Ana: (Lo interrumpe.) Yo no tengo la culpa de que en este país no se pueda vivir. (Carlos se para y se sitúa en un lugar desde donde puede contemplar a Luisa, que continúa en la cocina.)
Carlos: Tiene razón la señora.
Juan: (A Ana.) Yo tampoco tengo la culpa. 
Carlos: (Siempre mirando a Luisa.) Eso también es cierto.

Ana: (Impaciente.) ¿Me das o no me das?
Carlos: Tomá. Pero no te metas en más deudas.
Ana: Entonces vos no comas más. (Sale dando un portazo.)
Juan: Aquí no hay plata que alcance, che. Mi mujer gasta como si fuéramos millonarios.
Carlos: (Sin dejar de espiar a Luisa.) Siempre digo que la cebolla es un asco.
Juan: (Ensimismado.) ¡Treinta pesos!
Carlos: (Que no lo oye.) ¡Qué botija, che!
Juan: ¿Qué dijiste? (Sale Luisa.)
Carlos: Digo que voy a presentarme a tu sobrina, como corresponde. (Se inclina remilgadamente.) Soy Carlos Altone, un amigo de su tío. Es un placer conocerla, señorita.
Luisa: Igualmente.
Carlos: ¿Cómo la trata esta cruel Montevideo?
Luisa: Bien.
Carlos: ¿Sólo bien? Entonces es ingrata con usted. Pero ya la tratará como merece: muy pero muy bien.
Luisa: (Halagada.) Permiso.
Carlos: Que los ángeles la acompañen. (Luisa entra de nuevo en la cocina. Bajando la voz.) ¡Qué mina! ¡Es un bombón!
Juan: Ya te dije que apuntes para otro lado: esa no se toca.
Carlos: ¿Así que no se toca? Decime, otario: ¿te vas a poner a hacer suscripciones teniendo aquí una mina de oro?
Juan: No entiendo qué querés decir.
Carlos: Quiero decir que por un ratito con esa yo te doy al contado la ganancia de dos suscripciones: doscientos pesos.
Juan: Vos estás loco.
Carlos: Te lo juro por mi vida. Dos suscripciones limpitas. Un día de trabajo.
Juan: (Molesto.) No bromees.
Carlos: No bromeo. (Muestra el dinero.) Aquí están. (Pone los billetes sobre la mesa.)
Juan: (Más nervioso.) No seas cretino, che.
Carlos: Te hablo en serio.
Juan: La muchacha no es de esas, y es mi sobrina.
Carlos: ¿Estás seguro de que no le gusta la joda?
Juan: (Indignado.) ¿Qué querés decir?
Carlos: Que tiene mirada de putona.
Juan: (Indignado.) ¡Cambiemos de tema, che!
Carlos: ¿No querías trabajar? Con una semana de laburo esta piba los mantiene a todos.
Juan: (Tenso.) Aflojá, che.
Carlos: (Tomando su dinero.) ¿Así que no lo querés?
Juan: (Agarra la plata.) Sí que lo quiero.
Carlos: ¿Entonces?
Juan: (Ríe con nerviosismo.) Regalados.
Carlos: Ah no, viejo. Eso sí que no. La plata no se regala. Andá, hablale. Me la llevo un ratito y estos dos billetes son tuyos.
Juan: (Con agresividad.) ¡Te dije que es mi sobrina!
Carlos: Así que si no lo fuera...
Juan: (Lo interrumpe.) Quien sabe.
Carlos: ¿No ves que sos un gil? Aprovechá, dale. (Con morbosidad.) Si hasta vos podrías pasar muy buenos momentos cuando tu mujer no esté.
Juan: (Lo agarra del cuello.) ¡Se acabó! ¿Me oíste?
Carlos: ¿Qué te pasa?
Juan: No quiero que te imagines porquerías ni que metas en esto a mi mujer.
Carlos: ¿Y por qué te molesta tanto? Era una broma.
Juan: Vos sabés bien que no era una broma. (Un silencio.)
Carlos: Está bien, disculpame. Me calenté. Y además pensé que el dinero podía ayudarte. Pero reconozco que lo que dije fue una estupidez.
Juan: Me alegro.
Carlos: (Se guarda el dinero.) Olvidá lo que dije. Y seguimos tan amigos como siempre. ¿No?
Juan: (Refunfuñando.) Espero que sí. ¡Siete pesos una cebolla!
Carlos: Por ahora. Pronto tendremos que comprarlas a crédito.
Juan: Quiero que me presentes al tipo que te contrató.
Carlos: ¿Entonces te animás a hacer suscripciones?
Juan: No tengo más remedio. Estamos viviendo del Seguro de Paro, que no sirve para nada, y de lo que gana mi mujer. A veces no tenemos ni para comprar pan.
Carlos: Vení conmigo si querés. Voy a encontrarme con él dentro de un rato.
Juan: Te acompaño. (Juan va a su cuarto a buscar el saco. Carlos empieza a cantar mientras busca a Luisa con los ojos. Canta.) Uno busca lleno de esperanza/ los caminos que los sueños prometieron a sus ansias...(Entra Juan.) 
Juan: ¿Qué decías?

Carlos: Que hay que animarse, viejo. (Meloso, a Luisa.) Buenas tardes, señorita. (Mientras salen, a Juan.) La vida es una milonga y hay que saberla bailar. (Canta de nuevo.)

 

- III -

 

La acción transcurre en la misma sala. Ha pasado un mes. Luisa está peinándose frente al espejo. Entra Daniel transportando una valija.

Daniel: Hola. ¿Mamá no llegó?
Luisa: Todavía no.
Daniel: ¿Podrías plancharme el pantalón? Yo voy a pegarme un botón en la camisa. Tengo que irme enseguida.
Luisa: Dámelo. (Enchufa la plancha.) Mientras se calienta la plancha puedo coserte el botón.
Daniel: No, gracias. Prefiero practicar. Cuando viva solo tendré que hacerlo muchas veces.
Luisa: Dame, no seas pesado. (Le arrebata la camisa.) De paso hago algo. ¿Para qué trajiste esa valija?
Daniel: Me la prestaron para el viaje.
Luisa: ¿Cuándo te vas?
Daniel: Dentro de unos días. Estoy juntando dinero para el pasaje.
Luisa: ¿Y cómo lo vas a conseguir?
Daniel: Prestado, por supuesto. (Con picardía.) Después de todo, uno tiene amigos y amigas.
Luisa: (Con tristeza, después de una pausita.) Así que te llegó el momento.
Daniel: A lo mejor en Montevideo también cambia tu vida.
Luisa: ¿Encerrada aquí todo el día? Hace dos meses que vivo metida en este apartamento.
Daniel: Salí, conocé gente.
Luisa: ¿Sin plata?
Daniel: ¿Y para qué quiere la plata una muchacha como vos? No te va a resultar difícil conseguir un novio que te invite al cine y a pasear.
Luisa: (Con hastío.) Novios...Estoy harta de novios. Quiero vivir de manera independiente.
Daniel: Aquí te va a resultar difícil. Cuando el viejo vea que tenés plata te va a esquilmar. Ya ves cómo vivimos. Lo que él decía en sus cartas nada tiene que ver con la realidad. Y ahora sólo piensa en escapar de la miseria.
Luisa: Yo no veo que haga nada para salir de la miseria.
Daniel: Hace, te lo aseguro. Es el rey de los explotados y se desespera si no puede cumplir horarios para enriquecer a los demás.
Luisa: ¿Por qué no trabaja entonces? En esta casa nunca hay plata, y así no podemos seguir.
Daniel: No hay trabajo, primita. Y es bueno que le pase esto. Ahora va a entender por qué yo no trabajaba.
Luisa: Él dice que se desloma haciendo suscripciones.
Daniel: ¿Sabés cuánto hace que vino el amigo para embaucarlo con ese asunto? Un mes. ¿Y sabés cuántas suscripciones hizo? Tres. Si la vieja no trabajara y yo no trajera unos pesos de vez en cuando no sé qué hubiéramos hecho. Aunque él no lo diga, yo a veces traigo plata.
Luisa: ¿Y de dónde la sacás?
Daniel: Esas son cosas mías. ¿O querés hacerme la competencia?
Luisa: ¿Por qué no?
Daniel: Porque no podrías. Te falta el instrumento. (Ríen los dos.) 
Luisa: No sabés.
Daniel: Vamos, no me digas que además de los que se te ven tenés ese instrumento.
Luisa: (Burlona.) A lo mejor. (Otra risa de ambos. Después de una pausa.) Ya está, podés ponértela. Y dame el pantalón.
Daniel: Gracias. (Se pone la camisa.) Asì que querés que te pasen cosas. Pero sin mangos nunca pasa nada. (Se saca el pantalón y se lo da.)
Luisa: Veremos. Pienso trabajar.
Daniel: Haceme caso y no te pongas a hacer limpiezas.
Luisa: ¿Quién te dijo que voy a hacer limpiezas?
Daniel: ¿Qué otro trabajo podrías conseguir en esta ciudad de mierda?
Luisa: Para empezar, y hasta que haga relaciones, me pondré a cuidar enfermos.
Daniel: Con esas curvas ganarías más cuidando viejos verdes.
Luisa: Eso mismo decía el cretino de mi padre.
Daniel: Veo que lo querés mucho.
Luisa: Nunca voy a olvidarme de que me echó a la calle para poder quedarse con esa mujer y la tapera que ella tiene.
Daniel: A lo mejor te hizo un bien.
Luisa: ¿Bien? ¿No dijiste que esta es una ciudad de mierda?
Daniel: Puede servirte de trampolín para irte a otra.
Luisa: Yo voy a lograr aquí lo que quiero.
Daniel: ¿Pero qué es lo que querés?
Luisa: Me lo reservo.
Daniel: (Burlón.) Seguro que son billetes.
Luisa: (También burlona.) Más que billetes: ríos de dólares.
Daniel: ¿Y qué más?
Luisa: Ya te dije que me lo reservo.
Daniel: Pero yo me lo imagino. Apuesto a que pensás en el amor. (Burlón.) Soñás con un príncipe azul o algo por el estilo.
Luisa: (Con desprecio.) ¡Amor! ¡Príncipe azul! No seas idiota. Yo sólo creo en lo que toco. (Con amargura) Y detesto el amor porque es algo más sucio que yo misma.
Daniel: Vos sos un caso serio, y no creo que aquí te vaya a ir nada bien.
Luisa: Pienso aprovechar el tiempo.
Daniel: Hablando de tiempo, se me está haciendo tarde. (Entra al baño. Aparece Juan. Viene de la calle y parece exhausto. Deja el portafolios sobre la mesa y se sienta. Pausa.)
Juan: ¿Qué estás planchando?

Luisa: El pantalón de Daniel.
Juan: Te prohibo que le hagas nada a ése. (Le arrebata el pantalón.) No sos su sirvienta. Cuando venga a pedirte algo decile que se lo haga él.
Luisa: (Desenchufa la plancha con rabia.) Como quiera.
Daniel: (Sale del baño.) Te faltó decirle "heil Hitler".
Juan: ¿Estabas ahí, Lady Godiva?
Daniel: Casi siempre estoy aquí, por desgracia para vos. Y no me llames lady Godiva.
Juan: ¿Con las crines de caballo que te cuelgan por todos lados cómo querés que te llame? ¿Yul Brynner?
Daniel: (Con bronca.) Dame el pantalón. Le pedí que lo planchara porque tengo una entrevista con los integrantes del conjunto.
Juan: ¡El conjunto! La pandilla de vagos, decí mejor.
Daniel: Un club quiere contratarnos, para que sepas. Y van a pagarnos.
Juan: Entonces espero que aquí se vea algo del pago.
Daniel: Últimamente se vio bastante, creo. ¿O ya lo olvidaste?
Juan: ¿Bastante mil trescientos pesos?
Daniel: Algo es algo.
Juan: No sé si olvidaste que debemos dos meses de alquiler.
Daniel: Cuando esté en Buenos Aires...
Juan: (Lo interrumpe.) ¡Dejate de joder ! Aquí sólo dependemos del maldito Seguro de Paro y del trabajo de tu madre y el mío, y vos seguís llenando las bolas con Buenos Aires. Mientras tanto seguís viviendo de arriba.
Daniel: No te preocupes más por mí. Me voy.
Juan: (Con burla.) ¿Ah sí? No me digas. ¿Cuándo?
Daniel: Dentro de unos días me dan la radicación. (Señala la valija.) Para eso la traje. ¿O no me creés?
Juan: Te creo. Sí. Y confirmo que sos un desagradecido. Abandonás a los tuyos cuando más te necesitan. Pero no creas que allá vas a nadar en la abundancia.
Daniel: Allá voy a trabajar.
Juan: (Con burla.) ¿Como músico?
Daniel: ¿Acaso no es un trabajo como cualquier otro?
Juan: En mis tiempos era un hobby para los fines de semana. Pero era buena. No existían esas boludeces que cantás vos. Los melenudos que los van a escuchar son más tarados que ustedes. (Canta remedando a un idiota.)

Si un policía lleva mucha gente
dos policías llevan mucho más.

Un hijo tarado. Esa es la peor desgracia que podía haberme caído encima. Hasta preferiría que fueras mudo antes que oírte cantar esa basura.
Daniel: Yo preferiría que fueras un poco más inteligente y no despreciaras lo que no comprendés.
Juan: ¿Así que tengo que comprender las pavadas?
Daniel: La nueva manera de vivir. Se acabaron las represiones y toda la basura de esquemas que les metieron a ustedes en la cabeza.
Juan: Seguí pensando así nomás. Y andate lo antes posible. (Dolorido.) Andá a esa ciudad de locos a decir que aquí somos reprimidos; andá a quejarte de tus padres y del país en donde abriste los ojos. Andá a renegar de todo, pero hacelo antes de que yo...
Daniel: (Lo interrumpe.) ¿Antes de que vos qué?
Juan: Mejor me callo. (Pausa.)
Daniel: Y yo mejor me voy. Che Luisa: decile a la vieja que no vengo a cenar. Me invitaron a comer en el Mercado del Puerto. (Va a salir pero se detiene. Con tristeza, a Juan.) Vos y yo nunca nos vamos a entender, viejo. (Sale con rapidez.)
Juan: (Patea con bronca la valija.) ¡A Buenos Aires! ¡Renegado! (Se sienta y cavila ensimismado. Entra Luisa.) Sacá esa valija de mi vista. (Luisa se lleva la valija. Pausa.) Y servime un té.
Luisa: Hice una torta.
Juan: ¿Con qué plata?
Luisa: Con la harina que sobró de los tallarines y un poco de azúcar que quedaba.
Juan: Nadie te mandó que hicieras nada.
Luisa: Pensé que iba a gustarle.
Juan: No están las cosas como para tortas. Hay que ahorrar azúcar y harina. Somos cuatro para comer.
Luisa: (Agresiva.) Está bien.
Juan: ¿Qué te pasa, che? Tratá de tener modales y no te hagas la viva.
Luisa: (Desafiándole.) ¿Qué tiene que decir de mis modales?
Juan: Sos agresiva y siempre te querés salir con la tuya, igual que tu padre.
Luisa: (Con burla.) De tal palo tal astilla.
Juan: El palo vaya y pase, pero a la astilla la reviento si no me hace caso.
Luisa: No soy una chiquilina.
Juan: Ya sé que no sos una chiquilina, pero me temo que tuviste malos ejemplos. Aquí vas a hacer lo que yo digo.
Luisa: (Amenazadora.) Hasta que me vaya.
Juan: ¿Y a dónde pensás ir?
Luisa: ¿Pretende que me pase aquí toda la vida?
Juan: Vas a irte cuando corresponda. Pero mientras tanto me obedecerás. Para empezar, mañana saldremos a buscar trabajo. Iremos a una agencia y te conseguirás una limpieza. Podés ganar dos mil o tres mil pesos por mes en lugar de quedarte aquí haciendo tortas.
Luisa: Si me quedo aquí es porque no tengo plata. Pero no crea que me gusta. Y además hago todo lo de la casa.
Juan: Bonito fuera que te pasaras aquí sin hacer nada y metida en el baño. Dejarás de mirarte al espejo y empezarás a trabajar.
Luisa: (Terminante.) No voy a hacer limpiezas. No vine a Montevideo para ser sirvienta de nadie. Quiero trabajar pero no en eso.
Juan: ¿Y en qué otra cosa vas a emplearte? ¿Qué sabés hacer?
Luisa: Aprenderé algo.
Juan: Para aprender hay que pagar.
Luisa: Dan muchas clases gratis.
Juan: ¿Dónde? ¿En los prostíbulos?
Luisa: (Irónica.) Si no hay más remedio...
Juan: Así que si no hay más remedio...
Luisa: (Lo interrumpe con ferocidad.) Vine aquí para no pasar más necesidades y voy a lograrlo. No pienso tener escrúpulos.
Juan: ¿Qué querés decir?
Luisa: Lo que dije.
Juan: Mirá que yo aguanto a mi hijo pero no voy a soportar tus caprichos, ni tus ideas estrafalarias, ni las pretensiones de pasarla bien. Vengo de caminar todo el día y apenas gané cien pesos. Debemos el alquiler, el agua y la luz. Así que oíme bien: vos no vas a ser otra de las maldiciones que me cayeron encima. 
Luisa: Soy una maldición. ¿No lo sabía? Sobro en todos lados. Por eso voy a luchar para no tener que depender de nadie, sobre todo de usted.
Juan: (Grita con ferocidad.) ¡Salí de mi vista!
Luisa: Si quiere me voy de la casa.
Juan: ¡Dije que salgas de mi vista! (Luisa entra al baño dando un portazo. Entra Ana, Viene de la calle. Se oyen los sollozos de Luisa.)
Luisa: ¿Qué pasa? ¿Por qué la hacés llorar?
Juan: Llora porque te vio y quiere que nos peleemos.
Luisa: Llora porque le hacés la vida imposible.
Juan: Vos no la conocés a ésta. Es una fiera. Y se niega a hacer limpiezas. ¿Acaso vos no cuidás enfermos?
Luisa: Va a trabajar de limpiadora. Me lo dijo a mí.
Juan: Llamala y preguntale delante de mí.
Ana: (Se acerca a la puerta del baño.) Salí, Luisa. Vení, m'hija. Calmate. Vamos a aclarar esto. (Un silencio. La puerta del baño se abre con lentitud. Entra Luisa.) ¿Qué me dijiste ayer?
Luisa: (Con diabólica pesadumbre.) Que quiero hacer algo, una limpieza, cualquier cosa para ayudar.
Ana: (A Juan.) ¿Oíste? ¿Por qué mentís y la hacés sufrir? 
Juan: (Fuera de sí.) ¡La que miente es ella! Acaba de decirme que no va a ser sirvienta de nadie.
Luisa: (Sollozando teatralmente.) Yo no dije eso, tía.
Juan: (Indignado.) ¡Sos una caradura! ¡Sos capa de cualquier cosa!
Luisa: ¡Dije que quiero trabajar en lo que sea! ¡Y usted es un mentiroso!
Juan: (Intenta abofetearla.) ¡Te voy a reventar!
Luisa: (Con ferocidad.) ¡No se atreva a tocarme!
Ana: (Lo detiene.) ¡Dejala tranquila!
Juan: (A Ana.) ¿Así que vos le creés a ella?
Ana: Por supuesto. Desde que te quedaste sin trabajo estás insoportable. Todo te molesta y odiás a todo el mundo. ¿Qué mal te hizo la muchacha?
Juan: Es mala. Y además está mintiendo.
Ana: Todos son malos para vos: tu hijo, ella, todo el mundo. El único santo es el sinvergüenza de tu amigote. Con los degenerados sos una seda y con los tuyos sos un milico. Te hiciste odiar por Daniel y estás logrando que yo te deteste.
Juan: Está bien. Soy un milico. Me hice odiar por todo el mundo. Pero ya vas a ver cuando la conozcas a ésta. (Sale dando un portazo.)
Ana: No le hagas caso. Te ayudaré a conseguir algo. Pero con lo linda que sos no vas a trabajar de limpiadora, no señor. Ojalá yo tuviera tu presencia. Ya verían el jugo que le sacaba. Hablé con varias personas que te pueden ayudar.
Luisa: ¿Para hacer qué?
Ana: Guía de turistas, modelo, cualquier cosa que te permita lograr una posición. Y nunca cometas el error de casarte con un hombre sin ambiciones. Así me fue por haberlo hecho.
Luisa: ¿Casarme yo? No estoy loca. (Juan sale del cuarto y se dirige hacia la calle.)
Ana: Me tenés que dejar plata.
Juan: Ayer te di sesenta pesos.
Ana: ¿Querés que viva una semana con sesenta pesos? Sólo el pan y la leche salen cuarenta.
Juan: ¿Qué leche?
Ana: ¿Cómo qué leche? La que tomás. Compro un litro por día.
Juan: ¿Cómo es posible que compres un litro de leche por día y siempre tomemos té con leche?
Ana: Somos cinco.
Juan: No cuentes al gato.
Ana: ¿Querés que sólo le dé agua?
Juan: Nadie te manda tener gatos.
Ana: No voy a deshacerme del gato porque se te ocurre.
Juan: Ni yo voy a tomar menos leche por culpa del gato. Tomá. (Le da dinero.)
Ana: ¿Qué querés que haga con cien pesos? Ya te dije que el pan y la leche...
Juan: (La interrumpe.) No compres pan ni leche. Yo puedo aguantarme. Vos y estos también se aguantarán, y el gato que se vaya a tomar la leche de la madre.
Ana: Le va a costar encontrarla.
Juan: Entonces que se joda. ¡Leche al gato! En lugar de darle leche deberías carnearlo y hacer un asado con él. Algún día tenemos que comer carne.
Ana: Sos un animal.
Juan: Ojalá fuera un animal para que me dieras un poco más de leche. (Se dirige de nuevo hasta la puerta de calle.)
Ana: (Gritando.) ¡Esta noche ni siquiera vas a comer fideos! Se me acabó el surtido. Y como tengo que comprar aceite no habrá azúcar.
Juan: Te di cien pesos y es demasiado.
Ana: (Con patética ferocidad.) ¡Necesito papas y sal!
Juan: Tomá entonces. (Tira cincuenta pesos sobre la mesa.) 
Ana: ¿Qué querés que haga con cincuenta pesos más?
Juan: Ahora tenés doscientos.
Ana: No alcanzan.
Juan: No tengo más. Para darte esos doscientos voy a ir caminando a ver un cliente que vive en General Flores y Larrañaga. (Sale dando un portazo. Ana permanece rígida. Su semblante trasunta angustia.)
Ana: ¿Hiciste comida?
Luisa: Hice arroz solo. No había nada para ponerle. (La luz empieza a declinar.)
Ana: No sé qué va a ser de nosotros. Estamos debiendo el alquiler. Y hoy pedí a mi patrona un adelanto y no me lo pudo dar porque ella tampoco tenía plata. Mañana sólo tomaremos sopa.
Luisa: No hay más fideos.
Ana: (Saca un paquete de fideos de la cartera.) Tomá. Me vine caminando para comprarlos. Y me traje unos huesos. Hacé caldo con uno. Y dejá dos para mañana. (Descubre la valija.) ¿Y eso?
Luisa: Daniel la pidió prestada.
Ana: (Con angustia.) ¿Para irse, verdad? (Luisa no responde. La luz continúa descendiendo. Ana se acerca a la valija, la abre, mira dentro y se pone a llorar.) 

 

Segundo acto

I

 

La acción transcurre en el mismo lugar. Daniel está terminando de llenar sus dos bolsos. Juan se encuentra a su lado, pintando una pequeña biblioteca.

Daniel: Luisa: ¿podrías hacerme el favor de traerme el cepillo y la pasta de dientes? Están en el baño.
Luisa: (Sale de la cocina y se dirige hasta el baño.) ¿No habrás olvidado algo más?
Daniel: Creo que no. Puse todo en el bolso. (Entra al baño.) Dame los semanarios que están debajo de las revistas.
Luisa: ¿Estos?
Daniel: Sí. Ponelos en la caja. Voy a revisar el cuarto. (Entra a su cuarto.)
Juan: (A Daniel.) Tené cuidado de no meter nada nuestro. (Luisa no responde.) ¿Oíste?
Luisa: (Cáustica.) No se preocupe: el veneno no cabe en la valija.
Juan: No seas atrevida.
Luisa: Entonces no joda.
Juan: ¿Qué no joda? Por dejar todo para último momento este es capaz de llevarse lo que no necesita. A ver. No le des todos los semanarios. Hay uno que me interesa a mí. (Lo separa.)
Luisa: No creo que valgan mucho. Siempre los usamos como papel higiénico.
Juan: Por el tiempo que pasás en el baño creí que allí sólo usabas la mano.
Luisa: Es un guarango.
Daniel: (Entrando.) ¿Peleando otra vez? Por favor: déjense de broncas el día de mi partida.
Juan: Si querés la celebramos bailando rock.
Daniel: Te verías muy ridículo. ( A Luisa.) ¿Ya terminaste?
Luisa: Hay que atar esa caja.
Daniel: Eso lo hago yo.
Luisa: No, dejame a mí. ¿Dónde hay un piolín?
Daniel: En la cocina.
Luisa: Voy a buscarlo. (Luisa sale.)
Juan: Si querés llevate algunas de mis hojas de afeitar. O jabón.
Daniel: Gracias. No quiero llevarme lo poco que tienen. Puedo arreglarme. (Un silencio. Entra Luisa con el piolín.) Me olvidé de poner la toalla en el bolso.
Luisa: No me digas que vas a llevarte ese trapo roto.
Daniel: Las toallas de esta casa son así. Tráemela. Está en mi cuarto. (Luisa entra al cuarto).
Luisa: No la veo. (Entra Ana.)
Daniel: (A Ana.) ¿Dónde está mi toalla?
Ana: En tu bolso. Fue lo primero que puse debajo de las medias y los calzoncillos.
Daniel: ¡Con razón! (Busca en el bolso.)
Ana: (Le saca el bolso.) ¡No revuelvas todo! Dejame a mí. Hay que poner esto.
Daniel: ¿Qué es?
Ana: Te compré cigarrillos y dos refuerzos.
Daniel: Dejalos para ustedes. No tengo hambre.
Ana: Vas a sentir hambre en el viaje, así que llevalos. (Revisa el bolso.) Mirá lo que es esto.
Daniel: Lo hice como pude.
Ana: (Saca todo lo que está en el bolso y empieza a ordenarlo de nuevo.) Me imagino cómo va a ser tu vida allá. No sabés ni cómo poner las cosas en un bolso. Ya está. (Tratando de cerrar el bolso.) ¿Y ahora qué pasa? Esta cerradura anda mal.
Daniel: Dame. (Intenta cerrarlo pero no puede.)
Luisa: Voy a probar yo. (Tampoco lo logra.)
Ana: Hay que cambiar ese cierre.
Daniel: No hay tiempo. El ómnibus sale dentro de media hora.
Ana: (Agresiva, a Juan.) ¿No podés dejar esa porquería y ayudar un poco?
Juan: Esta "porquería" es un trabajo que tengo que terminar hoy. Van a pagarme doscientos pesos. (Se acerca e intenta cerrar el bolso.)
Ana: Pero estamos luchando con ese bolso de mierda y Daniel tiene que irse.
Daniel: (Con ironía.) A lo mejor quiere que me quede.
Juan: ¿Quién te dice? (Le da el bolso.) Estaba trancado.
Ana: Pesa demasiado. No vas a poder con todo.
Daniel: No jodas, mamá. No soy enclenque.
Ana: Enclenque te vas a quedar cuando empieces a pasar hambre.
Daniel: Te agradezco el aliento que me das.
Ana: ¿Y qué querés? Te miro, veo tu melena y tu pinta y presiento un futuro negro. Vas a terminar como Peter Fonda en "Busco mi destino", que por ser hippie lo mató un hombre decente. (Lagrimea.) Dios quiera que te vaya bien.
Daniel: Vas a amargarme el viaje, mamá.
Ana: ¿Y qué querés que haga? ¿Qué empiece a reír porque te vas? (Cáustica.) ¿Qué me ponga a hacer cualquier pavada para ganar doscientos pesos?
Juan: Seguila nomás.
Ana: ¡La sigo, sí! Tu hijo se va del país. ¿No podrías dejar ese cachivache y estar un momento con él?
Juan: Estoy con él. (Bajando la voz.) Y siento que se vaya.
Ana: (Irónica.) Algo es algo, ¿verdad?
Daniel: No embromes, mamá. Es seguro que lo siente. (Un silencio.) Y yo también. (Pausa. Ana entra al cuarto sollozando. Daniel va tras ella.)
Juan: Me estaba esperando esto.
Luisa: ¿Tanto le molesta que la gente se quiera?

 

Juan: ¿Y a vos qué te importa, atrevida? (Luisa hace un mohín y entra al cuarto.) Se va un problema y queda un problemón. (Sigue pintando pero oye los sollozos de Ana y opta por ir hacia el cuarto. Habla desde la puerta.) Consolate, mujer. No se va al fin del mundo.
Ana: Pero se va.
Juan: No seas negativa, mamá. Tené confianza.
Ana: ¿Yo confiar en vos? Todavía no estoy loca. (Suena el timbre. Luisa abre la puerta y entra Carlos.)
Carlos: (Zalamero.) Buenas tardes. ¿Dónde está la gente? ¿Todavía no se fue el muchacho?
Luisa: Están en el cuarto.
Carlos: Las despedidas son feas. (La mira embelesado.) ¿Cómo anda todo?
Luisa: (Riendo.) Anda.
Carlos: (Ríe también, nervioso.) Se la ve muy elegante.
Luisa: Voy a acompañar a Daniel hasta Tres Cruces.
Carlos: ¿Y a mí quién me acompaña? Voy a quedarme solito.
Luisa: Él se va del país.
Carlos: Pero yo me quedo, por suerte. Sería terrible tener que separarme de usted.
Luisa: Quien sabe.
Carlos: ¿Tan mala es?
Luisa: Soy una víbora. (Ríen los dos.)
Carlos: Lindo vestido. Pero algo escotado ¿no?
Luisa: Me gustan los escotes. Sirven de carnada. (Él intenta manosearla pero se detiene cuando ve a Juan.)
Carlos: (Con rápida transición.) Hola, amigazo. Me imagino que ya estás lagrimeando. ¿Cuándo se va el pibe?
Juan: Ahora. (Entran Ana y Daniel.)
Carlos: Hola, botija.
Daniel: Hola.
Carlos: Si querés te ayudo a llevar los bolsos hasta el ómnibus.
Daniel: Gracias, pero viene un amigo en el coche.
Carlos: ¡Esos son los verdaderos amigos! Sobre todo si el coche es un Mercedes. Y a ver si escribís, m'hijo. No hagas como otros, que después que se aporteñan olvidan a su gente.
Daniel: Yo nunca me voy a olvidar de mi gente. (Ana agarra un bolso.) No, mamá. Vos no.
Ana: ¡Dejame!
Daniel: Es muy pesado. Además ya te dije que no quiero que bajes conmigo. Vamos a despedirnos aquí.
Carlos: ¿Pero cómo? ¿Tu madre no te va a acompañar hasta el ómnibus?
Daniel: Yo no quiero.
Carlos: (A Juan.) Vos irás, por supuesto.
Juan: Prefiero despedirlo aquí.
Carlos: Pero por lo menos hasta abajo...
Ana: (Con violencia.) ¡No se meta, quiere! Sabemos muy bien lo que tenemos que hacer.
Carlos: Disculpe, doña. No quise meterme. Comprendo que esté así. Este es un día triste y la compadezco, pero el muchacho se va muy cerca y para mejorar. Debería alegrarse en lugar de deprimirse.
Daniel: Se me hace tarde, mamá. (Se miran y después se abrazan.)
Ana: (Emocionada.) Cuidate, cuidate mucho.
Daniel: Sí, mamá.
Ana: Escribí enseguida, apenas llegues. Comé y no pases frío.
Daniel: Sí, mamá. Voy a volver sano.
Ana: No robes nada.
Juan: (A Ana.)¡Parala, che! ¿Qué va a pensar Carlos?
Carlos: Nada, por ahora. Yo simpatizo con todo el mundo.
Ana: Y cuando escribas no me mientas, decime la verdad. Decime todo aunque estés escribiendo desde la cárcel.
Daniel: (Harto.) Sí, vieja. (Se separan. Ana sigue sollozando. Daniel se acerca a Juan con esfuerzo.) Bueno, viejo, me voy. (Breve silencio.) Todo va a salir bien. Y vos saldrás adelante. Yo voy a ayudarte en todo lo que pueda.
Juan: ¡Me imagino!
Daniel: ¿Lo dudás?
Juan: Escribí.
Daniel: Y ustedes también escriban. (Daniel está a punto de darle la mano pero se arrepiente y lo abraza. Después saluda a Carlos.) Adiós, Carlos.
Carlos: Mucha suerte, amigazo. A ver si volvés rico y bien acompañado. (Daniel toma los bolsos pero Carlos se los arrebata.) ¡De ninguna manera! Yo las llevo hasta el coche. Vos agarrá la guitarra.
Daniel: Como quiera. (Abraza de nuevo a la madre y sale con rapidez seguido de Carlos y Luisa. Pausa extensa. Juan vuelve al trabajo de pintura. Ana corre sollozando al cuarto. Juan tira el pincel con violencia y la sigue. Oscuridad.) 

 

- II -

 

La acción transcurre en el mismo lugar. Luisa se está maquillando frente al espejo del aparador. Suena el timbre y ella abre la puerta.

Carlos: Buenas tardes. ¿Puedo pasar?
Luisa: El tío no está.
Carlos: No vine para ver a tu tío.
Luisa: La tía está trabajando.
Carlos: Tampoco vine por ella. (Entra.) Permiso. (Un silencio. Le da una flor.) Es para vos.
Luisa: Gracias. Me gustan las rosas. (Sonríe con coquetería. Silencio tenso.) Siéntese.
Carlos: (Se sienta.) Gracias. (Otro silencio.) ¿Cómo te trata Montevideo?
Luisa: Mal. Vivo aburrida.
Carlos: ¿En tus pagos todo era más divertido, no?
Luisa: No crea: me aburría más que aquí.
Carlos: ¿No ibas a los bailes? ¿No paseabas?
Luisa: Sólo había bailes los sábados, así que los otros días paseaba por la plaza o visitaba a mis amigas. Pero todo era muy chato.
Carlos: (Con sinuosidad.) ¿Y el novio también era chato?
Luisa: (Riendo.) Según como se mire.
Carlos: (Con picardía.) ¿Así que según como se mire? Entonces no era tan "chato"...
Luisa: Dependía del novio.
Carlos: ¿Así que dependía, picarona? Entonces hubo muchos novios.
Luisa: (Divertida.) Y algunos hubo.
Carlos: ¿Cuántos eran chatos?
Luisa: (Ríe.) Casi todos.
Carlos: (Con morbosidad.) ¿Ninguno era "entretenido"?
Luisa: (Siempre riendo.) Algunos sí.
Carlos: ¿Cuántos?
Luisa: Algunos. (Ríen los dos. Él está excitado. La densa sensualidad del sesentón aflora a sus labios y a sus ojos. Consciente del poder que tiene sobre él, ella se solaza excitándolo.)
Carlos: Parece que la muchachita resultó muy experimentada en cuestiones de amor.
Luisa: (Con orgullo.) No me fue mal.
Carlos: En Montevideo podría irte mucho mejor.
Luisa: (Con burla.) ¿Aquí son menos chatos?
Carlos: Según como se mire. Hay, igual que allá, chatos y abultados ...de imaginación. (Ríen de nuevo los dos.) Sobre todo hay muchos avivados. Pero otros tienen las billeteras muy abultadas.
Luisa: Eso es interesante.
Carlos: ¿Así que te interesa?
Luisa: ¿A quién no le gusta que lo inviten a salir?
Carlos: Yo prefiero invitar.
Luisa: ¿Tampoco le gusta que le hagan regalos?
Carlos: Prefiero regalar.
Luisa: (Con burla.) Se ve que es muy generoso.
Carlos: No te imaginás cuánto. (Le da un paquete.) Esto es para vos.
Luisa: (Encantada.) ¿Para mí?
Carlos: Sí, abrilo. Te va a gustar. (Luisa abre el paquete y despliega un camisón corto y sensual.)
Luisa: Es precioso.
Carlos: Te va a quedar muy bien.
Luisa: Gracias.
Carlos: Sos muy linda. (Luisa va hasta el espejo, se pone el camisón sobre su cuerpo y se contempla embelesada.) Podés tener muchos más. Y otros mas lindos. Ponételo.
Luisa: ¿Ahora?
Carlos: Ahora es el momento. Si te lo ponés más tarde nadie te va a contemplar. Si lo hacés estando yo voy a sentarme a admirarte. ¿O no te gusta que te admiren?
Luisa: Es lo que más me gusta.
Carlos: Ponételo entonces.
Luisa: ¿Delante de usted?
Carlos: ¿Por qué no?
Luisa: No, delante de usted no.
Carlos: Entonces entrá al cuarto. (Un silencio.) Dale. Si te lo ponés voy a hacerte otro regalo.
Luisa: (Incitándolo.) ¿Qué clase de regalo?
Carlos: Eso lo verás después. Vamos, decidite. Imaginate que es un juego. Vos te lo ponés y yo te lo saco. (Ambos ríen. Hay un clima de sensualidad tensa y febricitante.) Después voy a hacerte un regalo que te hará más feliz.
Luisa: Si esto es un juego...
Carlos: Claro. ¿Qué otra cosa podría ser? (Luisa entra al cuarto. Pausa.) ¿Y? ¿Para cuándo? (Entra Luisa.) ¡Sos una bomba atómica! ¡Me vas a volver loco! Caminá un poquito.
Luisa: ¿Por qué no? (Camina contoneándose. Su semblante denota erotismo y malignidad.) ¿Me queda bien?
Carlos: ¿Qué si te queda bien? (La abraza.) ¡Nunca vi una mina como vos!
Luisa: (Se separa.) No, señor. Todavía no.
Carlos: (Exasperado.) ¿Así que te gustan las cosas lentas?
Luisa: Me gustan las cosas seguras.
Carlos: ¿Así que seguras, no? (Con libidinosidad.) Tengo algo bien seguro para darte.
Luisa: (Con burla.) A ver.
Carlos: ¿Ya lo querés ver? ¿Y aquí?
Luisa: Me gusta ver lo que me prometen.
Carlos: Vení entonces. Vamos al cuarto.
Luisa: No es necesario ir al cuarto.
Carlos: ¿Querés verlo aquí nomás?
Luisa: (Riendo.) ¿Por qué no?
Carlos: Está bien. (Empieza a desabrocharse el pantalón.) 
Luisa: (Riendo.) ¿Dónde la guarda?
Carlos: ¿Y dónde querés que la guarde?
Luisa: (Siempre riendo.) La billetera.
Carlos: (Riendo también.) Ah, la billetera. ¿Conque esas tenemos? Muy bien. Está en el bolsillo. Agarrala.
Luisa: (Introduce la mano en el bolsillo, extrae la billetera y cuenta el dinero.) ¡Trescientos pesos!
Carlos: Tomá cien.
Luisa: Mejor me quedo con todo.
Carlos: Sos muy rápida, che. Vas a dejarme en la lona.
Luisa: Todo o nada.
Carlos: ¿Así que todo o nada? ¿Y qué me vas a dar por toda esa plata? ¿Todo?
Luisa: (Se guarda el dinero.) Veremos.
Carlos: (Muy excitado.) ¿Así que veremos? (La abraza y se la lleva al cuarto.) ¿Estás segura de que veremos? (La luz desciende. Se oyen risas estridentes. Hay un silencio. Risas otra vez. Pausa. Entra Juan. Está tenso y angustiado. Oye con atención pero el silencio es absoluto. Se acerca a la puerta del cuarto de Luisa y pega el oído a ella. Risas de nuevo. Juan se aleja de la puerta y se sienta. Está desconcertado y siente angustia. Hay un largo silencio. Se advierte que Juan tiene sentimientos contradictorios, y que pasa de la furia a la envidia, de la exaltación a la angustia. Se oye un gemido. Pausa. Sale Luisa caminando medio desnuda y se dirige al baño. Al ver a Juan queda paralizada. Este la mira de manera acusadora. Ella corre al cuarto y regresa con los tres billetes de cien pesos.)
Luisa: (Ofreciéndoselos.) ¡Quería ayudarlo, tío! (Carlos no sabe si abofetearla o abrazarla.)
Juan: (Toma el dinero con codicia.) ¡Dame! ¡Y salí de mi vista! (Luisa corre hasta el baño. Juan se queda contemplando el dinero. Entra Carlos acomodándose la ropa.)
Carlos: Lo que dije, amigazo. ¡Es una bestia! ¡Una mina de oro! Y va a acomodar a la familia. (Juan lo mira con ira. Carlos se acerca a él con satisfacción y toma uno de los billetes.) Veinte por ciento. ¿Es lo justo, no? (Camina con lentitud hacia la puerta.) Ah: mañana voy a traer a los dos primeros. (Sale. Juan sigue el mirando el dinero con angustia y deslumbramiento. Oscuridad.)

 

- III -

 

La acción transcurre en el mismo lugar. La disposición de los muebles ha sido cambiada. Hay algunos cuadros nuevos, un bar repleto de bebidas y algunos toques de rebuscado refinamiento. Carlos está sentado leyendo una revista y bebiendo. Parece otro hombre. Se ha peinado a la gomina y está bien vestido. Sus gestos revelan la seguridad y la solvencia que le confieren la prosperidad. Suena el timbre. Carlos abre la puerta y entra un hombre maduro y vacilante.

Carlos: (Muy mundano.) ¿Cómo está?
Hombre: Bien, gracias. ¿Le avisaron que venía?
Carlos: Sí, mi socio me dejó una esquela, y veo que usted es puntual.
Hombre: (Cortante.) Un compromiso es un compromiso.
Carlos: Sólo con gente como usted pueden hacerse buenos negocios. ¿Whisky?
Hombre: No, gracias.
Carlos: ¿Gin?
Hombre: No tomo a esta hora.
Carlos: Yo, en cambio, a esta hora tomo más (Se sirve.) Sobre todo últimamente. Hace dieciséis años que no bebía tanto. Antes consumía uno o dos güisquis por día y una botellita de tinto los fines de semana. Ahora me bajo media botella por día.
Hombre: (Parco.) Uno cambia.
Carlos: Uno puede, que es otra cosa. (El hombre mira su reloj de pulsera.) No se preocupe. El que está dentro es un muchachón. Terminará pronto. ¿Sabe? Estos son rápidos, no se controlan. Son rockeros. (Ríe con estridencia. El hombre sonríe con cortedad. Está nervioso.) Tengo entendido que usted es hombre de negocios.
Hombre: (Reticente.) Algo así.
Carlos: ¿Le va bien?
Hombre: (Evasivo.) Se tira. (Mira el reloj.)
Carlos: Tenga paciencia: saldrá enseguida. Y si veo que siguen trenzados daré un golpecito en la puerta y la muchacha soltará la presa. Y hablando de ella...¿qué tal? ¿Lo conforma?
Hombre: No está mal.
Carlos: ¿No está mal? ¡Es de primera!
Hombre: Las hay mejores.
Carlos: Sin embargo es la tercera vez que viene a verla.
Hombre: Bueno, no es fea.
Carlos: Estas muchachas de afuera son muy ardientes.
Hombre: (Con intención.) Y caras.
Carlos: Si se trata de eso...
Hombre: Hablando de eso...(Le paga.)
Carlos: Gracias. Y no olvide que en estos quinientos está todo incluido.
Hombre: "Todo" es un decir.
Carlos: ¿Cómo un decir? Insisto en que la muchacha es de primera. El apartamento es un lugar seguro y más privado que una casa de citas. Usted es casado y sabe lo que vale hacer las chanchadas aquí sin que nadie lo vea.
Hombre: Se refería a eso.
Carlos: ¿Y usted a qué se refería?
Hombre: La chica se las trae.
Carlos: Bueno, es fogosa.
Hombre: Quiero decir que no es amplia. Y usted dice que en esa cifra está todo incluido.
Carlos: (Fingiendo indignación.) No me diga que esa sinvergüenza se negó a...
Hombre: (Lo interrumpe.) Por quinientos pesos se negó a varias cosas, pero no tenía inconveniente en hacerlas por más plata. Supongo que está bien asesorada.
Carlos: Es ella la que decide todo. Yo y el tío nos limitamos a ayudarla. Nos tomamos ese trabajo para evitar que caiga en las redes de cualquier vividor.
Hombre: (Cortante.) No se preocupe. Pagué con gusto los quinientos, pero por última vez.
Carlos: (Alarmado.) Si quiere hablo con ella para que sea más amplia. Yo puedo convencerla.
Hombre: No creo que lo logre. Ya ve: hace media hora que espero. 
Carlos: No se preocupe: soy muy expeditivo. (Se acerca a la habitación de Luisa y llama a la puerta con violencia.) ¡Terminó la sesión! (Al hombre.) A veces hay que ser drástico. Está bien que la chica sea como un chicle, pero no me gusta que se pegue tanto. Ya verá cómo sale enseguida. ¿Oyeron? (Pausa. Sale un muchacho poniéndose el saco. Saluda y se va. Carlos lo acompaña hasta la puerta. Repentinamente amable.) Disculpe el apuro, pero el señor tiene poco tiempo. Buenas tardes. Y estamos como siempre a sus órdenes. (El viejo entra al cuarto de Luisa y él abre la puerta de la habitación de Juan.) Ya entró. (Juan sale.) Otros quinientos.
Juan: ¿De quién son?
Carlos: Del viejo que vino la semana pasada. Es un cronómetro: se echa un polvo todos los lunes a la misma hora. Ahora tenés tres mil, viejo. Y en una sola tarde. En quince días ya ganaste...
Juan: (Lo interrumpe molesto.) ¿Y vos cuánto ganaste?
Carlos: ¿Te molesta que yo gane? ¿Olvidaste quién hace el trabajo sucio?
Juan: Habías dicho que sólo querías un veinte por ciento y estás cobrando el treinta.
Carlos: Cuando vos ibas a hacer de "madama". Pero yo consigo los candidatos, cobro y hago vida social con los clientes mientras te encerrás a temblar dentro del cuarto.
Juan: No sirvo para esto.
Carlos: Pero tenés la billetera llena gracias a mí. Nunca viste tanta guita. Tendrías que bendecirme a mí y al Seguro de Paro.
Juan: (Con angustia.) Si mi mujer llega a descubrir esto...
Carlos: (Lo interrumpe.) Olvidá a tu mujer. Nunca va a saber nada. Guardá la guita en el banco, entregale a ella sólo lo necesario y decile que vivís de changas o de las suscripciones. Quejate siempre, y hasta negale plata, así no abandona el empleo y seguimos teniendo la cancha libre.
Juan: Ayer me preguntó de dónde salió el whisky.
Carlos: Espero que no le hayas dicho que lo compraste.
Juan: No, le dije que me lo diste vos. También preguntó quién le regaló el vestido a Luisa.
Carlos: ¿Y qué le dijeron?
Juan: Que vos se lo regalaste.
Carlos: Todo arreglado entonces.
Juan: No tan arreglado. Preguntó además por qué te volviste tan generoso.
Carlos: Decile que eso es cosa mía.
Juan: Está sospechando.
Carlos: Dejámela a mí.
Juan: Cualquier día de estos va a aparecer de pronto. O mi hijo. Acaba de escribir diciendo que vendrá de visita.
Carlos: No te preocupes: yo corro el riesgo.
Juan: ¿Sólo vos? ¿Y yo? ¿Y la muchacha?
Carlos: La muchacha lo hace porque le gusta. Es reputona. Y a vos te sirve. Cuando tu mujer se ponga a ladrar le encajo estos billetes en el culo mientras le recuerdo que hace dos meses no tenía ni para comprar leche.
Juan: (Muy preocupado.) Hay que parar lo del whisky.
Carlos: Un negocio de estos no funciona sin bebida.
Juan: (Con angustia.) ¡Hay que pararlo! ¡Hay que parar todo! ¡Esto es un horror!
Carlos: (Con ferocidad.) ¡Nadie va a parar nada, cobarde! ¡No está el país como para cerrar una mina de oro! ¿O querés salir a mendigar otra vez? ¿Querés que yo vuelva a vender la guía? ¡Ahora cobro cien veces más y no voy a volver atrás por tu culpa! ¡Voy a defender mi negocio con uñas y dientes! ¿Oíste bien? No olvides que vamos a ganar lo mismo. 
Juan: ¿Quién dijo eso? Nunca hablamos de ganar lo mismo.
Carlos: Estamos hablando ahora. (Suena el timbre.) A partir de este momento vamos mitad y mitad. Y empezarás a romperte el lomo.
Juan: (Humillado y con pesadumbre; también con deseos de rebelarse.) Yo no puedo...
Carlos: (Con ferocidad.) ¡Dije que vamos mitad y mitad! (Autoritario.) Dale, andá a abrir la puerta.
Juan: Digo que...
Carlos: (Amenazador.) ¡Metele! (Juan siente miedo y se dirige hasta la puerta. Su marcha es vacilante y su semblante denota conmoción. Está desgarrado y confundido: acepta someterse a Juan pero al mismo tiempo quisiera desafiarlo. Se detiene frente a la puerta, de espaldas a Carlos.) ¿Qué esperás? (Juan abre la puerta mientras la luz desciende.)

- IV -

La acción transcurre en el mismo lugar. Han pasado algunos meses. Juan y Ana están cenando. El ambiente está electrizado por la tensión.

Ana: (A Luisa.) ¿Te sirvo más torta?
Luisa: No, gracias.
Juan: Yo quiero.
Ana: Servite vos, ahí tenés.
Juan: Linda contestación.
Ana: ¿Qué querés? ¿Qué te ponga la comida en la boca?
Juan: Podrías tener mejores modales.
Ana: A esta altura del partido me venís con modales.
Juan: No sé qué querés decir.
Ana: Sabés muy bien de qué hablo. Aquí ya no se puede vivir desde que ese crápula se metió en la casa. ¡Me tiene harta! No nos deja vivir tranquilos. ¿Para qué viene?
Juan: Nos reunimos para organizar la venta de las guías.
Ana: La estafa, decí mejor.
Juan: ¿Qué tenés contra la guía? Gracias ella ahora hay que comer en esta casa.
Ana: Luisa y yo también trabajamos.
Juan: Vos ganás tres mil por mes, y Luisa dos mil. Soy yo el que gana la plata grande.
Ana: Pero siempre falta algo: cuando no es una cosa es otra.
Juan: ¿Y qué querés? ¿Comprarte un chalet en Punta?
Ana: Que no gastes tanta plata en whisky, quiero, y más cosas para la casa. Necesito cortinas y sábanas, y hay que tapizar los sillones.
Juan: ¿No querés que le compre una cuna de oro al gato?
Ana: Dejá a mi gato tranquilo.
Juan: Ese sí que me tiene harto. Un día de estos te va a dejar embarazada.
Ana: Ojalá, porque lo que es vos de un tiempo a esta parte... Me callo porque hay menores.
Juan: (Irónico.) Si esta es menor cómo serán las mayores.
Luisa: (Con aspereza.) Conmigo no se meta.
Juan: Entonces decile a tu tía que me deje tranquilo.
Ana: Primero pedile a ese gángster que nunca más ponga los pies en esta casa. Desde que andás con él te volviste un cretino. Y si esto sigue así vamos a terminar muy mal.
Juan: No hinches los cataplines, che.
Ana: (Se levanta y empieza a llevar los platos a la cocina.) ¡Hincho todo lo que quiero! Esta es mi casa también. Y bastante lucho para mantenerla.
Juan: No grites. Los vecinos...
Ana: (Lo interrumpe.) ¡Me cago en los vecinos! ¿Hasta cuándo voy a seguir soportando que la basura de tu amigote mande más que yo? Vivís haciendo lo que él quiere.
Juan: (Amenazador.) No sigas.
Ana: ¿Por qué razón cambió este cuadro? (Coloca el cuadro donde había estado.) ¿Y esta mesa? ¿Y este sillón? (Cambia todo.)
Juan: ¡No toques nada!
Ana: ¡Esta es mi casa y yo ordeno los muebles!
Juan: ¡Es la casa de todos y vamos a ordenarla entre todos! (Vuelve a colocar los muebles donde estaban.)
Ana: ¿Para darle el gusto a él, no?
Juan: Los muebles me gustan colocados así. Y a Luisa también. (A Luisa.) ¿No es cierto?
Luisa: Me da lo mismo. (Con bronca.) Para lo que yo hago en esta casa, da lo mismo que estén en un lugar o en otro. (Capciosa.) ¿Verdad?
Juan: (Evasivo.) Por supuesto. Estás todo el día trabajando y aquí sólo venís a dormir. ¿Qué puede importarte dónde están ubicados los muebles?
Luisa: (Con doble intención.) Yo acepto todo por ahora.
Juan: (Asustado.) ¿Qué querés decir?
Luisa: Usted sabe bien lo que quiero decir.
Ana: (Ajena al sentido subyacente del parlamento de Luisa.) Quiere decir que está harta de aguantar que esa rata se haya apoderado de vos.
Luisa: Sí, ese tipo me está empezando a cansar. Y usted también.
Juan: ¿Así que esas tenemos?
Luisa: (Desafiándole.) Esas.
Ana: (Que no entiende de qué están hablando Juan y Luisa.) ¿Y qué pensás? ¿Qué vamos a seguir aguantando todo esto? ¡Estabas esperando a que tu hijo se fuera para traer a este milico! Y lo que vos le hacías a Daniel te lo hace tu amigote a vos: te maltrata, te basurea, te domina.
Juan: (Gritando.) ¡Gracias a ese tipo no estamos pasando hambre! (A Luisa.) Vos lo sabés bien porque vivís como una reina y hasta guardás plata en el banco!
Ana: (Estupefacta.) ¿Plata en el banco? ¿Qué estás diciendo? ¿Qué plata va a aguardar con lo que gana en ese supermercado?
Juan: (Comprende que ha ido demasiado lejos.) Quiero decir que ahora....con el sueldo y teniendo el techo seguro, ella puede ahorrar.
Luisa: Lo que ahorro me lo gano con algo más que el sudor de la frente.
Ana: (Desconcertada.) ¿De qué estás hablando?
Luisa: De que me voy a ir de esta casa. No soporto más.
Ana: ¿Y a dónde vas a ir?
Luisa: A vivir sola.
Ana: (A Juan.) ¿Ves lo que lograste?
Juan: (A Luisa.) Vos estás loca. ¿Querés hundirme, reventarme?
Luisa: (Dispuesta a todo.) ¡Quiero administrar mi plata! (Sibilina.) ¿Me entiende, no?
Juan: (A Ana.) ¿Oíste? ¡Nos usó como trampolines y ahora se larga!
Ana: ¡Hace muy bien! Aquí ya no es dueña de nada. Pone en la casa todo lo que gana y no tiene derecho a andar en camisón porque ese tipo siempre está metido aquí.
Juan: Gracias a ese tipo no está trabajando de sirvienta.
Ana: ¿Gracias porque le consiguió un empleo de porquería? (A Luisa.) Andá, nena: besale los pies a ese rufián.
Luisa: (Con burla.) Ni lo sueñe. No soy agradecida.
Juan: Por eso te vas justo ahora, cuando más te necesitamos. ¡Ya te acordarás de nosotros cuando no tengas ni para el ómnibus! Con los dos mil pesos que ganás no vas a poder pagar una pensión, comer, fumar y vestir como vestís.
Luisa: (Con burla y goce.)Ya debería haberse dado cuenta de que no voy a ganar dos mil pesos.
Juan: No creas que sin nuestro apoyo te va a ir como ahora. Cuando Carlos lo sepa...
Luisa: (Amenazadora.) Tendrá que aguantarse. Nadie me conoce a mí.
Juan: Preparate, ya vas a ver.
Ana: ¿Pero quién es ése? ¿El papa?
Juan: Sé lo que digo.
Ana: (Indignada.) ¿Cómo es posible que permitas que ese tipo decida lo que la muchacha quiere hacer?
Juan: (Bajando la voz.) Eso no te importa.
Ana: ¡Estás enfermo!
Juan: (Desesperado.) Estoy loco. (Grita.) ¡Nos vamos a arruinar!
Ana: (Asustada.) ¿Pero qué es esto?
Luisa: (A Ana.) Será mejor que no haga más preguntas.
Ana: (Solloza.) Cambia los muebles, tiene llave de la puerta, come de nuestra comida, impone horarios, te grita y te insulta y me trata como a un cero a la izquierda. ¿Y ahora va a enojarse porque ella se va? ¿Qué está pasando aquí? (Carlos abre la puerta de calle.)
Luisa: (Envalentonada y con crueldad.) Pronto lo sabrá. (Entra Carlos, quien capta la tensión. Hay un silencio prolongado.)
Carlos: Buenas noches. (Se sirve un whisky, se sienta y los contempla.) Veo que hubo tormenta. (Ríe. Otro silencio.) De vez en cuando son necesarias. Sirven para descargar las tensiones. (Descubre que los muebles han sido cambiados de lugar.) Ah, hay novedades. (Se levanta.) ¿Quién fue el valiente? ¿Mi amigo Juan? No, él es un buen amigo. ¿La señorita Luisa? Tampoco: ella es una chica decente. (Risa sarcástica.) Sería incapaz de una grosería. ¿La señora Ana? Sí, es probable. No simpatiza con quien habla y sería capaz de cualquier cosa con tal de molestarlo. (Con ira.) ¡Pero se acabó! (Golpea la mesa.) ¡Los muebles vuelven al lugar! (Cambia todo.)
Ana: (También con ira. Amenazadora.) Deje esos muebles donde estaban.
Carlos: (Desafiándola.) ¿Ah sí? ¿Y por qué?
Ana: Porque yo lo quiero así. Todavía soy la dueña de esta casa.
Juan: (Con temor.) Ana...
Ana: (A Juan.) ¿Vas a permitir que siga haciendo lo que quiere?
Juan: Calmate, Ana. Por favor.
Ana: ¡Por favor nada! ¡No quiero los muebles ahí! Y Luisa tampoco.
Luisa: A mí ya no me importa demasiado.
Carlos: (Muy interesado.) ¿Ah sí? ¿Y por qué?
Luisa: Me voy mañana.
Carlos: ¿Así que te vas mañana? ¿Y por eso hay clima de velorio?(A Juan.) ¿Sabés lo que significa que esta se vaya? (Juan no responde. A Luisa.) ¿Se puede saber adónde vas?
Luisa: Eso no le importa.
Carlos: (Capcioso.) Sabés bien por qué me importa.
Ana: (A Juan.) ¿Qué dice este hombre? (A Luisa.) ¿Qué está pasando?
Luisa: (A Juan.) Soy mayor de edad. De ahora en adelante voy a hacer lo que quiera.
Carlos: (Pierde el equilibrio.) ¿Así que después que yo te tejí las alas vos te echás a volar solita? ¿Pero qué te creés? ¿Qué voy a dejar que te vayas así nomás, con todo encaminado y la billetera llena?
Ana: (Exasperada.) ¿De qué están hablando?
Juan: (Patético.) No oigas. Andate, por favor. No oigas.
Luisa: Si me voy con la billetera llena es gracias a mi esfuerzo.
Carlos: ¿Y gracias a tu esfuerzo vas a llenar los bolsillos de cualquier mafioso?
Ana: ¿De qué mafioso habla?
Carlos: Del que la va a agarrar cuando empiece a yirar por la calle.
Ana: (Estupefacta, a Juan.) ¿Qué está diciendo este hombre?
Juan: (Sollozante.) Perdoname, Ana. ¡Perdoname, Dios mío!
Carlos: (A Luisa.) ¡No te vas a ir! ¿Oíste?
Luisa: (Temible.) ¡No se meta conmigo!
Carlos: ¡No nos vas a dejar a tus tíos y a mí en la calle! ¿Olvidaste que dependemos de vos?
Luisa: Se llenan los bolsillos con mi trabajo, diga mejor. Pero esta personita no se alquila más.
Ana: (A Luisa.) ¿Qué estás diciendo?
Luisa: (A Carlos.) ¡Sí! ¡Usted y él ganan mucha plata conmigo! (A Juan.) ¿Cuánto tiene en el banco? ¿Cincuenta mil pesos? ¿Sesenta mil? ¡Vamos! ¡Dígalo! ¿Y quién los ganó? Yo, con las piernas abiertas en esa cama. Pero se acabó. Voy a trabajar para mí. Y me voy a ir ahora mismo. (Corre hasta su cuarto.)
Juan: ¡Dios santo!
Ana: (Se sienta. Está desmoronada.) Era eso.
Carlos: (Sigue a Luisa.) ¡No podés irte! ¿Escuchaste? ¡No te dejaré!
Luisa: Veremos si no lo hago. (Cierra la puerta con llave.)
Carlos: (Llamando a la puerta con violencia.) ¡Te voy a denunciar por prostituta! ¡Te voy a hacer perseguir por toda la cana! ¡Te voy a mandar presa! Tengo amigos e influencias. ¡Estás terminada!
Luisa: (Desde la habitación.) ¡Yo también tengo amigos, que hago desnuda en la cama! Veremos quiénes tienen amigos más serviciales.
Juan: (A Ana, con angustia.) Perdoname.
Ana: (Que aún no lo puede creer, repite varias veces la misma frase en otro tono.) Era eso.
Carlos: (Siempre a Luisa.) ¡No incites a la fiera que llevo dentro!
Luisa: (Saliendo.) ¡Ni usted incite a la mía! Se me terminó la paciencia. Se terminó la fiesta. Usted y el otro saldrán a trabajar.
Carlos: (Gritando.) ¡Estamos laburando como bestias para que te llenes de oro!
Luisa: ¡No me llené de oro, sin embargo! ¡Hace seis meses que vivo revolcándome todo el día en esa cama y sólo tengo en el banco cuatro mil pesos! ¿Cuánto tiene usted? ¿Cuánto ganó él?
Carlos: (Conciliador.) Te prometo que vas a ganar más.
Luisa: De ahora en adelante va a ganar el que trabaje. (A Ana.) Perdone, tía, pero vine a Montevideo para salir adelante y terminar con la miseria. Aquí también encontré pobreza y decidí que no iba a ser víctima de ella otra vez. 
Carlos: (Desesperado.) ¡Te daré más de lo que pensaste! ¡Ganarás casi todo! ¡Me quedaré sólo con el diez por ciento! ¡Te lo juro! 
Luisa: Quiero el cien por cien. Para eso hago todo el trabajo.
Carlos: ¡Me conformaré con el cinco! (Risa de Luisa.) ¡Con el cuatro! (Otra risa.) ¡Con el dos!
Luisa: ¡Váyase a la mierda!
Carlos: ¡Me conformo con el uno! (Risa de Luisa.) ¡Puta! ¡Basura de mierda! (Ana emerge de la postración, se levanta con rapidez y toma un cuchillo.)
Ana: (Amenazándole.) ¡Váyase de aquí!
Carlos: (Asustado.) ¿Qué está haciendo?
Ana: ¡Váyase antes de que se lo entierre en el pecho!
Carlos: (Comprende que Ana habló en serio.) Está bien. Me voy. Pero se arrepentirán de esto. (A Luisa, gritando.) ¡Te arrepentirás! (Sale dando un portazo.)
Juan: (A Ana.) Perdoname.
Ana: (Con angustia.) ¿Perdonarte? Yo iba a trabajar por tres mil pesos mientras vos vivías como un rey y guardabas la plata en el banco.
Juan: Tenía miedo...No quise que supieras...Por eso disimulaba así.
Ana: ¿Cómo te atreviste a hacer este teatro?
Juan: ¡Te juro que tengo toda la plata! ¡Ahora es tuya!
Ana: ¡No voy a ensuciarme las manos con esa plata inmunda!
Juan: ¡La guardé para los dos! Quería juntar más y sorprenderte con una fortunita.
Ana: ¿Y cómo ibas a explicar esa "fortunita"?
Juan: Dentro de un tiempo pensaba decirte que había sacado la grande.
Ana: No me digas. ¿Y hasta me ibas a llevar de paseo a Europa, verdad?
Juan: ¿Por qué no?
Ana: ¡Porque es mentira! Apuesto a que estabas pensando en dejarme para ir a disfrutar con ésta y el otro por ahí.
Juan: Estás loca, Ana. ¡Jamás haría eso!
Ana: (Con ferocidad.) ¿Dónde está la plata?
Juan: Ya te dije que está en el banco.
Ana: Dame la libreta.
Juan: ¿Para qué?
Ana: (Amenazadora.) Dámela. (Juan sale con lentitud. A Luisa.) ¿Así que llegabas molida de la tienda, no? ¿Cómo te atreviste a tanto?
Luisa: Ufa.
Ana: ¿Ufa qué?
Luisa: Arréglense entre ustedes ¿quiere? Dentro de un rato viene un cliente y tengo que trabajar. (Entra a su cuarto.)
Ana: ¡Vamos a ver dónde vas a trabajar de ahora en adelante! (Entra Juan con la libreta y se la entrega a Ana, quien la examina.)¡ Ochenta y dos mil pesos! ¡Es increíble! Y yo trabajando por tres mil al mes, y mi casa convertida en un prostíbulo. (Rompe la libreta con rabia.)
Juan: No sé qué decirte...
Ana: ¿Qué podés decirme? (Está a punto de golpearlo pero se contiene y opta por caminar con rapidez hasta su habitación.) ¡Se terminó! ¡Me voy de esta casa!
Juan: (La sigue. Está nervioso y angustiado.) Por favor, Ana. Quiero explicarte...

Ana: (Desde la habitación.) ¡No hay nada que explicar!
Juan: ¡No permitiré que te vayas!
Ana: ¡Se acabaron las mentiras!
Juan: ¡Te dije que estoy arrepentido!
Ana: ¡Y yo estoy harta de toda esta inmundicia! (Sale del cuarto con una valija en la que ha introducido apresuradamente ropa, zapatos, etc. La valija ha sido mal cerrada y la ropa se cae. Ana se agacha para levantarla y sigue caminando hacia la puerta de la calle.)
Juan: ¡No te vayas, por favor! ¡No podría vivir solo!
Ana: (Se detiene y lo azota ferozmente con una prenda de ropa.) ¡Te acordaste tarde, basura! (Huye llorando y asombrada de su propia furia. Juan se derrumba en una silla y permanece largo rato cavilando. La luz empieza a declinar con lentitud. Luisa se pinta los labios y se retoca el cabello frente al espejo. Suena el timbre.)
Luisa: ¿Quién abre? (Timbre otra vez.) ¿Se mueve o no se mueve? (Juan no se mueve.) Ahora que nos sacamos de encima a la tía y al avivado ese, pensaba hacer un trato con usted. Pero no se preocupe. Voy yo.
Carlos: No, vos no.
Luisa: ¿Qué dice?
Carlos: Dije que vayas al cuarto. Yo me ocupo.

La luz sigue declinando. Juan se acerca con lentitud a la puerta; cuando llega se detiene, reflexiona, recuesta la cabeza sobre el marco y empieza a sollozar. Llora por todo: por su vida, por su lucha, porque su mujer se ha ido, porque su hijo emigró, porque quiere hacerse cargo del prostíbulo familiar y sus escrúpulos se lo impiden, porque -como infinidad de seres humanos- siente que no tiene salida.
Oscuridad total.

obra de Ricardo Prieto

Escrita en Montevideo, en el año 1984

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                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

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