Rendirse cuentas

cuento de Ricardo Prieto

-No puedo- dijo, y rió.

Cuando Roba reía de ese modo era porque estaba contenta. Su interlocutor insistió.

-Dije que no puedo. Esta noche tengo un compromiso.

El hombre debió de utilizar insólitos argumentos, pues ella lanzó una carcajada. Esa era la verdadera Roba. Afloraba en ciertos días y en ciertas mañanas de sol.

-Te llamaré la semana que viene.

Oyó la respuesta mientras sus ojos recorrieron la sala abarcando las porcelanas, las alfombras y las lámparas. La mano aprisionaba el tubo del teléfono con firmeza. Volvió a reír, sin ímpetu esta vez, pero se negó a convenir una cita y se despidió. Colgó el tubo y, de pronto, sintió miedo. El lejano fragor de la calle le parecía absurdo y fantasmal. Se preguntó por qué no estaba cansada ni ansiosa ni vacía. También se preguntó por qué no se sentía insegura. "Daniel. Es un lindo nombre", pensó. Se sirvió un whisky, encendió un cigarrillo y se sentó. ¿Sería al fin la esperada hora del encuentro? Era preferible no pensarlo. Nadie debía hacerse esa pregunta a los cuarenta y siete años. No, no se preocuparía demasiado; desterraría los pensamientos ridículos y neuróticos. Lo único importante era el animal sediento que él llevaba dentro y aquella manera desesperada de amarla. "Es como yo. No habla, nunca hablará", pensó. Y sus párpados se cerraron, recordándolo.

Hacía quince años que se entregaba a cualquier hombre sin pensar en el amor. Eran relaciones breves y espasmódicas que a veces sólo duraban una hora o una tarde. A veces alguien lograba interesarla un poco más de tiempo en virtud de cualquier implicancia difusa que casi siempre terminaba hastiándola. Ninguno de aquellos hombres había intentado establecer un vínculo perdurable, y a ella no le había importado. Su ex marido se había vuelto a casar con una mujer sumisa y estéril; su hija prefería vivir sola. Y aunque a veces, en momentos de angustia o indecisión trataba de acercarse a la madre, prefería tenerla alejada de su vida. Los años habían pasado de prisa. Se sentía envejecer sin referencias, sin obligaciones, sin perspectivas. No trabajaba, no leía, sus viejas amigas la aburrían, las nuevas la defraudaban.

El ex marido le enviaba puntualmente el generoso óbolo que premiaba la docilidad con que lo había dejado partir para iniciar una nueva etapa en su vida. Todo estaba ordenado. No había fisuras, ni estremecimientos duraderos, ni amor. Su ocupación predilecta era la de cambiar de amantes, comprobar como estos se transformaban en cuerpos, los cuerpos en orgasmos, los orgasmos en obsesión. De la tenaz e imperturbable inmundicia que era la vida únicamente podía ser rescatado el milagroso animal que aparecía a veces para trepar por sus piernas húmedas y depositar entre sus ingles un óbolo más tangible y menos doloroso, más próximo a lo que debía de ser la dicha.

Sí, ella era cuando la amaban apenas una cosa. Pero bien valía serlo a cambio de tanta pureza física. Poco importaba que en esos primitivos acoplamientos no participara su sensualidad y se humillara su madura belleza. Sus amigos ocasionales eran marginados, no tenían tiempo de contemplarla, casi siempre la usaban y la despreciaban. "Daniel" musitó, y recordó el desgarramiento de sus esfínteres.

No estaría totalmente desahuciada mientras pudiese desear con tanta intensidad. Él, al menos, y eso la seducía, no pedía nada, no quería nada, no buscaba nada. Sólo comida y cigarrillos. Arrastraba algo denso y turbio que le demoraba el paso, y aunque estaba al margen del sistema, se sentía tan desahuciado como ella. Trataría de cubrir sus necesidades mínimas. No lo dejaría partir. Lo retendría. "Bendito deseo. Benditos cuerpos que siguen prefiriendo la vejación a la estúpida vida", pensó.

De pronto la casa le pareció oprimente. Recorrió con ojos hastiados los sillones y las mesas, olió la aciaga necesidad que roperos, sábanas y cucharas tenían de manos, piernas, dientes, bocas. Corrió hacia el dormitorio, tomó la cartera y el tapado y salió, como si huyera de una legión de enemigos, hacia la tarde ahora no tan desierta.

cuento de Ricardo Prieto
El odioso animal de la dicha
Ediciones de la Banda Oriental - 1982

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