Peregrinaciones del ser

Sobre “La oscuridad menos reciente”

por Luis Bravo

Varios elementos de la iconografía ritual y de la mitología cristiana navegan desasidos o emergen de entre lo sombrío, ya desde el primer “territorio” que presenta el libro: el jardín secreto (trece textos). Si la selva es la vía smarrita o el extravío, el jardín suele representar la conciencia. Si para superar la selva selvaggia, aspra e forte, Dante recurre a la figura de un poeta que es “fuente que expande el hablar como un caudal” (Divina Comedia, Canto I) y ante cuya presencia se abre el camino hacia las puertas del Cielo, aquí, en el poema X, se asiste a una posible “visión” del mismo: “vino Virgilio por el jardín secreto”. El poeta latino trae “para el festín la puerta de su noche” dice otro verso, y luego conduce al ´hablante‘ del poema a través de un laberinto circular de mármoles, a un confín que es “el remoto lugar” donde alguna vez estuvo. Si bien el poema es breve contiene, implícito, un cierto recorrido. Ya ante el portón de despedida, la voz del poema saluda a su ´guía‘ con manos temblorosas y “sin las llaves”, símbolo que, por ausencia, supone apenas un umbral entre la conciencia y el inconsciente, entre  salvación y extravío. Si reunimos el aludido simbolismo de “llaves” con el de “paloma o palomo”, se tendrá una conjunción mística que propicia el abrirse de las puertas del cielo al espíritu. Justamente, en el poema anterior (IX) la voz del poema dio cuenta de otra ´visión‘: ”hoy vi un niño siguiendo a una paloma.”  El niño caza a la paloma y la esconde entre sus manos que de pronto ya son telares hechos de “mil alas”. El verso final agrega: “hoy vi un niño deseando una paloma”; el deseo que se enciende en el niño bien podría leerse como el del espíritu encarnado en paloma que vuela entre los pliegues alados de otro cielo. Pero en ambos textos, entre lo visionado y lo que sucede entre los personajes, hay una incompletud: faltan las llaves y el deseo es solo deseo, por lo que queda como en suspenso el abrirse de las puertas de cualquier otro reino.  

En el poema VIII otro elemento de la iconografía espiritual aparece también obstruido, como una puerta: “el manto del perdón no quiso abrirse nunca”, lo que da mayor concreción a una cierta idea de condena.

Es, entonces, el extravío del ser lo que el poeta expone en una atmósfera donde se debaten la aspiración trascendente y lo sombrío en su terca dificultad. Un extravío atravesado por visiones martirológicas y redentoras que señalan lo lejos que se está del ´secreto del jardín‘, que es la conciencia redimida por el espíritu o el espíritu como conciencia. En el poema VI se habla de “caminos de espinas” por donde “suele pasear la luna”, como la errante cabeza cósmica de un Cristo fantasmal, coronado de dolor.

Como finalmente se explicita en el último poema de la sección (XIII) es “la marejada del ser” lo que se desplaza sin remedio y aprisa “por el oscuro mundo más oscuro que la muerte” , un mundo donde el ser es un peregrino. 

Esta constelación de visiones fragmentarias del imaginario cristiano que marchan “por un universo ciego” es, en su contracara, la raíz desde donde nace la fe como un deseo de algún día “despertar sobre cama eterna”, la de comer “un pan menos breve”, la de contemplar alguna vez un rostro fiel a sí mismo, ese rostro sin rostro del espíritu que es “el rostro de dios”, imagen que cierra esta primera escala de la peregrinación.

En la segunda sección se habla desde un yo desdoblado que va ungiéndose a sí mismo hasta encarnar en la voz de un poeta. Al poeta al que se alude “le pusieron nombre por la noche”. La sección se titula “de pena y noche” y quien firma el libro todo se apellida “Prieto”, sinónimo de “negro”, como la noche. El texto I dice que ese poeta “anduvo por esos mares y esa tierra / (quiso conocer el mundo)/ anduvo/ (y regresó)/ eligió morir/ pero no lo dejaron/ no era ese el designio(...)”

Y luego, al ´volver‘ a la vida “empezó a amar”, y en lugar de “querer morir” ama  las “cosas del dios vivo”. El poema IV, con el leit motivlo demás es poesía” alternado entre tres estrofas, se da “testimonio” de ese haber vuelto a nacer, que es “lo único con lo que cuento”, dice. De la primera llegada al mundo, se dice, con eco existencialista “caí en esta tierra parido”. Ya ese  ´segundo nacimiento‘, al que el mismo yo lírico da su consentimiento, no es expulsión ni caída sino un “fluir” en otro “manantial”. Estamos, entonces,  ante una agua de “purificación” cuya resultante es “un empezar a ser” y en comparación a ese bautismo ni siquiera la poesía se iguala (de allí la anáfora de “lo demás es poesía”). Esta locución se vincula con el poema VIII, que  dice: “apuesto por la palabra/ sin demasiada esperanza”, pero sí apuesta “por lo cierto”, de manera que aquí la palabra, como en Dante, pase a ser una posible “bella mentira”, o como en F. Pessoa un “fingimiento”. Así “lo cierto” aparece luego como una fuerza silenciosa y volitiva que arrasa con lo que, acaso como dice el salmista, no está bien plantado en la tierra del espíritu: “y así se yergue el viento/ y sobrevive/ más que tú/ más que yo/ sin preguntar jamás”. Hasta aquí los pasos de la esperanza renacida. Luego, los textos van dando informe sobre la “innúmera” pérdida del ser en este mundo. E poema XIV anuncia que “el renovado afán se ha caído /.../ y obnubila el ser” , y se dan cita imágenes donde la violencia en torno a la identidad es una resultante de esa pérdida: “horas que paso acuchillando/  mi rostro en el espejo.”

El antes ungido en las “manantiales” aguas que fluyen, reaparece encerrado en el límite de sus propios ojos, donde lo oscuro se apodera de la mirada: “fijo en mis ojos/ y un amargo fluir/ de pena y noche”. En esa mirada, una voz desdoblada de la imagen que el espejo proyecta no se reconoce a sí misma, y se interroga...: “Esa pena es mi pena?” El poema XVI cierra la sección, retomando la pérdida de la identidad del ser con una vaga intuición de que allá en el fondo “detrás de la aparente efigie” hay, acaso, una luz erguida: “arde un cirio que intuyo”, dice. Pero la “caída” es un hecho y la voz que habla lo sabe y se percibe atravesada “de pena y noche” ; así permanece mirándose a sí misma “hacia atrás”, un “atrás” que no es nostalgia de otro tiempo sino un “detrás” de éste ser en el que no se reconoce, tras el cual hay otro yo sólo intuido como ese “cirio” cuya luz no se alcanza a vislumbrar.

Desde este final aún en pleno ´extravío‘ del ser, se ingresa en la tercera sección, Detritus. Los XIX textos que lo componen parecen como arrastrados o envueltos por una “ajada marea” donde el amor, ya físico y corpóreo, “se parece a los muertos”.

Allí cualquier intento de “creer” se satura en medio de una deriva estéril, enfermiza: “creo creo/ como un bruto/ como un microbio a la deriva/ en la sangre que lo deja flotar.” A esta altura del discurso, el ‘peregrino ser´ desciende hasta tocar con las manos el detritus del infierno propio.

Desde este último escalón de lo degradado una pulsión procreadora, fisiológica, resurge desde el propio luto:: “y hay ansias (........)/ en el útero inmenso del crespón/ del pape.l” De ahí que al final, si bien lo que único que hay para bendecir es “el tenebroso olor/.../ el moho del olor/ el intestino”, igual se pueda “amar ciertos poemas”. A partir de ese verso (último poema de la sección) una enumeración parece reunir, con cierta armonía y por primera vez, imágenes de lo santo y de lo mundano de una manera que parece reconciliarlas: “amar ciertos poemas/ los santos lugares del martirio/ y el agujero donde el dios impalpable pone huevos.”

quiero amar las arrugas del verano

los bares grises donde todo se turba

las cucarachas blancas de los sueños.”

Un amar aherrojado, oximorónico, contradictorio en el que lo vivo y lo muerto, lo bajo y lo elevado, el detritus y lo aún no denigrado se interpenetran, y aún aparecen en este mundo y en esta ciudad localizados:

“amar el silencioso infierno de montevideo en domingo

sus parques arrinconados contra el tiempo”.

 

En las tres más breves secciones finales (“el madero”, “la ceniza en el aparador” y “epílogo”) se asiste a ese aherrojamiento en cuya paradoja se cruzan las líneas de lo que asciende y lo que desciende. Allí se alude a una existencia en la que “todo acontece como un milagro/ sin culpa/ sin aparente ley” pero también a otras “leyes” biológicas que hacen a la prosecución de la especie (“la ley del pene erguido/ y del óvulo”) y aún a una tercera como “la ley de la existencia/ que trama delirante” que está rodeando siempre “detrás/ encima/ debajo/ delante.”

Como en una evaluación final queda lo que hubo, con sus dos caras, como un Jasón irremediable queda la vida humana hecha de “pena larga/ esperanza breve”, rodeada de un aire de misterio en el que también “hubo un dios impalpable/ que mató con aromas”.

La oscuridad menos reciente (AG ediciones, 2005) puede leerse entonces como una  peregrinación por y entre los laberintos del ser. El trayecto tiene seis tramos: al inicio se percibe a un ser que extraviado en un mundo extraviado, se debate por superar su condición degradada, siguiendo las marcas iconográficas y simbólicas de quien ha sembrado la axiología para un otro reino de plenitud espiritual. Pero “los trazados de sombra” que designan para Kierkegaard “el lado oscuro de la vida” - y que el crítico Álvaro Miranda ya ha vinculado a la poética de Prieto - se hacen presentes, alternando así el breve hallarse y la más permanente pérdida, el oscuro morir y el por un instante fluido renacer. Así la visión del ser es la de un apenas intuido cirio erguido detrás de una imagen que el espejo devuelve con terca insistencia, oscura; por instantes ese ser se ve devuelto a un agua que fluye en un manantial de milagro, y por otros navega “en el turbio barco del detritus”. De esa conciencia “sin llaves” ni fórmulas, sita en el umbral de una existencia plena, el poeta testimonia la lucha ontológica, su peregrinar en busca de algo que ayude a sostener, contra lo que arrasa, desde adentro y desde afuera.

En este libro se esencializa la pérdida y se materializa la visión; la voz de los poemas va marcando así, con una cruz, las distancias, a veces espantables, entre lo que se hubiera podido ser y lo que se es. Es también la afirmación de una voz, la de Ricardo Prieto, que sabe que la poesía es y no es de este mundo, y por eso es la que acaso mejor se aproxima a lo complejo y a lo insondable del sujeto que la enuncia. Y ese acto es, a la vez, el único vestigio que acaso quede una vez que el último resplandor se lo lleve todo. De ahí el título del libro: “La oscuridad menos reciente” como testimonio del ser que puede leerse, y sobre todo ha podido escribirse, antes que la última oscuridad,  indefectible, sobrevenga para siempre.

                                                                 

Texto crítico para la presentación del libro de poemas La oscuridad menos reciente (AG, ediciones, 2005) de Ricardo Prieto, realizada en la Dirección de Cultura del Ministerio de Cultura y Educación, 20 de mayo, 2005. 

Luis Bravo (Montevideo, 1957) poeta y performer, ensayista literario, docente del Instituto de Formación Docente (I.P.A.) y de la Universidad de Montevideo.

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