La acción transcurre en el mismo lugar. Hay un motociclo flamante arrimado contra una de las paredes. Patricia está en la cocina. Entra Andrés.
Patricia: ¿Sos vos, Andrés?
Andrés: (Fatigado.) Sí, soy yo. (Se quita el saco, se sienta y enciende un cigarrillo.) ¿Estás sola?
Patricia: Mamá está viendo "La belleza y el poder"otra vez . La repiten por cable.
Andrés: (Aflojándose.) Me parece mentira estar un sábado en casa.
(Breve silencio.) Hoy la redacción fue un infierno. Le hice un reportaje a Mujica y salió con la foto de Sánchez Padilla. ¿Te imaginás la que se armó?
Patricia: ¿Ya salió?
Andrés: Sí, claro, hoy.
Patricia: ¿Y de quién fue el error?
Andrés: Del archivo. Pero el jefe de página se lo comió. Van a cortarle la cabeza a alguien, estoy seguro.
Patricia: Pobre tipo. (Pausa.)
Andrés: ¿Qué estás cocinando?
Patricia: Milanesas.
Andrés: Todos los sábados hacés milanesas. (Descubre con estupor el motociclo.) ¿Qué es esto?
Patricia: Lo compró mamá para hacer gimnasia.
Andrés: (Con crueldad.) ¿Se está muriendo y quiere hacer gimnasia?
Patricia: No se está muriendo, que yo sepa.
Andrés: No creo que ningún médico se lo haya indicado.
Patricia: Por lo menos la autorizó. Dijo que las motivaciones de los ancianos deben ser respetadas. La actividad física le alargará la vida.
Andrés: (Burlón.) ¿Más todavía?
Patricia: (Indignada.) ¿Qué dijiste?
Andrés: Nada. Voy a llevarle este armatoste a su cuarto.
Patricia: No cabe: está repleto.
Andrés: ¿Y la tengo que aguantar aquí, mientras trabajo, haciendo ruido con la bici?
Patricia: No hay otro lugar.
Andrés: Entonces yo me voy. Tengo mil lugares donde vivir.
Patricia: No seas bobo, Andrés. Ella no va a hacer gimnasia cuando vos estés trabajando.
Andrés: ¿Cómo podés estar segura? Le encanta torturarme.
Patricia: (Recalca.) Dije que no va a hacer gimnasia cuando estés trabajando.
Andrés: Quiero un documento firmado.
Patricia: No seas ridículo.
Andrés: ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¡No tengo comedor diario! ¡No tengo escritorio! ¡El olor de esos habanos apesta! ¡Y todavía se pone a hacer ciclismo en el living! ¿Por qué Dios, si hay Dios, me castiga tanto?
(Después de una pequeña pausa.) Esto no va más, Patricia, y me voy de esta casa. Te estoy hablando en serio.
(Toma el saco y se dirige hacia la puerta.)
Patricia: ¿Sabés qué? Hacé lo que quieras.
Andrés: ¿Así que no te importa?
Patricia: Claro que me importa. Pero no voy a detenerte. Mamá es mamá y vos sos vos. ¡Y yo estoy enloqueciendo aquí dentro! Así que no te olvides de llevarte toda la ropa y la pasta de dientes. Ah: y la máquina de afeitar.
Andrés: No me voy a ir todavía, aunque eso sea lo que querés. Voy a tomar un café por ahí y a reflexionar. Pero volveré.
(Recalca.) A mi casa. (Sale. Gesto de Patricia que revela impotencia. Entra Hilda.)
Hilda: ¡Ese hombre es una pesadilla!
Patricia: (Molesta.) ¿Estabas escuchando, mamá?
Hilda: Yo siempre oigo todo, mi hijita. Ya lo sabés.
Patricia: (Angustiada pero también harta.) No podés ponerte a escuchar.
Hilda: (La interrumpe.)¡Yo no escucho detrás de las puertas! Oigo lo que la gente quiere que oiga. Si tu marido fuese un hombre fino no gritaría de ese modo. ¿Dónde se vio? ¡Prohibirme el motociclo a mí, que soy diez mil veces más fuerte y valiente que él!
(Sube con cierta dificultad al motociclo.)
Patricia: (Se resigna porque no quiere discutir.) Está bien, mamá, pero tené cuidado. Podés caerte.
Hilda: ¡Son ustedes los que pueden caerse! A tu edad yo hice natación y jugué al golf. Hasta levanté pesas. ¡Sí, aunque no lo creas!
Patricia: Voy a seguir con las milanesas. (Se va.)
Hilda: (Pausa. Sigue pedaleando.) Cuando salgas comprame habanos porque se me terminaron. Sacá plata de mi cartera.
Patricia: Está bien.
Hilda: Mañana vendrá una amiga a tomar el té.
Patricia: (Desde la cocina.) ¿Quién es?
Hilda: Adelita, la única amiga mía que se casó tres veces. ¿Te acordás de ella? También vive en el Hogar.
Patricia: Si está Andrés no podés recibirla en la sala.
Hilda: No te preocupes, querida, tengo un cuarto. (Continúa pedaleando con entusiasmo.) ¡Tengo tantas ganas de ver a Adelita!
(Pausa.) Anoche me llamó por teléfono. ¿Me oíste hablar con ella?
Patricia: Yo no te espío, mamá.
Hilda: (Con orgullo.) Pues sí, me llamó. Todavía tengo amistades. Mis amigos no están todos muertos, como creen ustedes. A mí me llaman. A ti y a tu marido, en cambio, nunca los llama nadie. Y eso les pasa por ser unos avinagrados.
Patricia: No me interesa la vida social.
Hilda: ¿Y por qué no te interesa?
Patricia: Porque tú me educaste así: huraña, introvertida
Hilda: ¿Me lo estás reprochando? Es la historia de siempre: los demás son culpables de lo que ustedes no quisieron hacer. La carrera de medicina, por ejemplo. ¿Por qué no la terminaste?
Patricia: Me casé, entre otras cosas.
Hilda: Y tu marido te cortó las alas.
Patricia: Me faltó empuje. Me costaba concentrarme en los estudios. Y además veía a los médicos corriendo de un lado a otro para sobrevivir. No sé qué me pasó.
Hilda: ¿Ves? Ese es el problema de los jóvenes: miran hacia el costado en lugar de mirar hacia adelante. Y así están.
(Desciende del motociclo y se cae.) ¡Patricia, me caigo!
Patricia: (Entra con rapidez. Está alarmada.) ¿Qué pasa, mamá?
Hilda: Me caí.
Patricia: (La ayuda a levantarse. Con ironía.) Eso pasa por "mirar hacia el costado". Ya te dije que esta bicicleta es un peligro. ¿Por qué no te quedás quieta en alguna parte?
Hilda: ¡No voy a quedarme quieta hasta que esté en el cajón!
Patricia: (Con paciencia.) ¿Te lastimaste?
Hilda: No.
Patricia: ¿Querés ir al dormitorio?
Hilda: No.
Patricia: ¿Qué vas a hacer aquí? Yo tengo que salir.
Hilda: Voy a esperar al insolente de tu marido.
Patricia: (Alarmada.) ¿Para qué?
Hilda: Por gusto nomás, para que me vea.
Patricia: Te pido por favor que no lo exasperes . Está muy nervioso. El diario va a cerrar. Yo no tengo empleo, el país está en crisis, los problemas económicos nos superan y hace tres meses que no pagamos la cuota del apartamento.
Hilda: Yo te estoy ayudando: hice varios surtidos y pagué la luz y el teléfono. Además voy a pagarte esas cuotas. Yo puedo, gracias a Dios. A mí no me metieron como a cualquier gallina tarada en el corralito: tengo la plata en un banco extranjero.
Patricia: (Irónica.) Está bien. ¡Gracias, gracias, gracias! (Sale furiosa.)
Hilda: (Con notable frivolidad.)¿Qué es lo que te molesta de mí?
Patricia: Nada.
Hilda: ¿Querés que me vaya de tu casa?
Patricia: No.
Hilda: Vamos, hablá.
Patricia: (Agresiva, regresando.) Está bien. Sí: algo me molesta y voy a decírtelo.
Hilda: (Con histrionismo.) Soy toda oídos.
Patricia: Seguís siendo tan caprichosa y autoritaria como antes, cuando yo era chica.
Hilda: (Con orgullo.) Sé muy bien lo que hay que hacer en cualquier circunstancia.
Patricia: ¿Ves? Esa es una pedantería.
Hilda: Cuando me dijiste que te casarías con ese hombre te dije que era un mediocre.
Patricia: (Con rabia.) ¡Andrés no es ningún mediocre! Está agotado, nada más.
Hilda: ¡Más agotado estaba tu padre, que en paz descanse, pero siempre me hizo sentir como una reina! ¡Y al año de casados me llevó a Europa!
Patricia: ¿De qué época estás hablando? Vivimos en otro país y en otro mundo. ¡La gente se muere de hambre, no tiene para remedios ni para el ómnibus! ¡No van a Europa a festejar, van a buscar trabajo y comida! ¡Y los que no pueden irse se suicidan, como el vecino de abajo, que se quedó sin trabajo y se pegó un tiro!
Hilda: (Se persigna horrorizada.) ¿En qué país vivís tú? Yo no conozco a ningún suicida, gracias a Dios.
Patricia: Claro, vos seguís viviendo en el país de las vacas gordas, donde fuiste muy feliz.
Hilda: ¡Tú también fuiste feliz!
Patricia: Estás tan equivocada.
Hilda: (Estupefacta.) ¿Así que tampoco fuiste feliz? ¿Y se puede saber por qué?
Patricia: Porque para vos era más importante salir, comprarte ropa e ir a la peluquería que llevarnos a pasear o preguntarnos por qué estábamos tristes o confundidas. Ya es hora de que dejes de lado las frivolidades. ¿No te parece, mamá? Tenés ochenta años. Sos una anciana.
Hilda: (Escandalizada.) ¿Anciana yo?
Patricia: Sí, mamá.
Hilda: (Con cierto humor.) ¿Oí bien? Sí, oí bien, Pero no vas a sugestionarme. Yo me siento más joven que tú. ¡Y soy más joven! ¡Tengo sangre en las venas! ¡Estoy enamorada, me perfumo, me pinto, me encanta bailar y tengo ganas de vivir!
(Eufórica.) ¡Ojalá la vida durara mil años!
Patricia: Hablá por vos. Yo no quiero vivir mil años en este país sin futuro. ¡Odio a la gente que nos gobierna!
(Inicia el mutis.)
Hilda: (Autoritaria.) ¡Y ahora, encima, anarquista! Arrancá de tu mente esos pensamientos turbios. ¿Me escuchaste?
Patricia: Sí, te escuché.
Hilda: (Se peina y retoca su pintura labial. Se sirve un whisky. Con cómica inconsciencia.) ¿Qué te está pasando, nena? ¡Te noto agresiva e intranquila!
Patricia: (Irónica pero dolorida.) Nada, mamá. Nada. ¿Qué me va a pasar? La vida es perfecta. Hasta luego. (Toma el saco y la cartera y sale.)
Hilda: (Pausa. Reflexiona en voz alta.) ¡Qué carácter! (Bebe el whisky con avidez y se sirve otro. Se sienta y pone la botella a su lado. La luz empieza a declinar. Sigue riendo. De pronto queda absorta y su expresión se vuelve patética, pero toma el teléfono con ímpetu y disca.) Con Adela, por favor.
(Con alegría.) ¡Soy yo, Adelita! ¿Que qué me pasa? ¡Tengo la botella al lado, nena! ¿Cómo estás tú? ¿Deprimida? ¡No te dejes devorar por la depresión, querida! ¡Ça n'existe pas!
(La luz sigue declinando.) ¿Dónde está ese viejo verde que me hizo sufrir tanto?
(Autoritaria.) ¡Dame con él! (Pausita. Se prepara para seducirlo vocalmente. De pronto se arrepiente y habla con aspereza.) Alo, alo. Buenas noches, Rasputín. ¡Te llamé para decirte que te odio!
(Cuelga y empieza a reír a carcajadas.)
Oscuridad total |