La buena vida
obra de Ricardo Prieto

Editada en un volumen de Colección Las Tablas. Editorial Arca. Montevideo, 1994.

Se estrenó el 18 de septiembre de 1998 en el Teatro Stella de Montevideo, en versión del Teatro La Gaviota con el auspicio del Ministerio de Cultura.
Elenco: Pelusa Vera, Enrique Martínez Pazos, Leonardo de Cristófaro, Félix Correa, Estela Fernández, Pedro Manini, Margarita Lezama, María Paula Echinope, Herminia Franco, Norma Mautone, Rafael Salzano, Matías Pérez, Carolina Cerruti y Gerardo de León. Escenografía: Carlos Pirelli. Ambientación: Beatriz de la Quintana. Vestuario: Laura Lockhart. Asistente de vestuario: Larisa Erganian. Iluminación: Sergio del Cioppo. Música: Pablo Pérez Veiga. Dirección: Júver Salcedo.

 

Personajes

 

Un muchacho
Aída Rubio de Fonseca Arrecarte
Nelson Fonseca Arrecarte
Julio (su hijo)
María (esposa de Julio)
Lidia (hermana de Julio)
Carlos (esposo de Lidia)
Andrea (empleada doméstica)
Agente inmobiliario
Sra. de Luisi (una clienta)
Sr. Lombardo (un cliente)
Elisa (tía de Carlos)
Ramón (Esposo de Elisa)
Changador

 

Acto primero

Escena I

 

Sala de una mansión antigua y señorial. Entra Aída seguida de un muchacho que transporta una caja.

Aída: Póngala ahí. (El muchacho intenta colocar la caja sobre el piso.) No, en el piso no. Póngala sobre esa mesita. (Él busca a tientas la mesa porque la caja está a la altura de sus ojos y no puede ver bien.) ¿Sos idiota?

Muchacho: No veo ninguna mesita.

Aída: ¿Y esto qué es? (El muchacho pone la caja sobre la mesa.) ¡No seas bruto!

Muchacho: Si no fuera bruto no podría venir con este fardo en el ómnibus desde la feria de Tristán Narvaja.

Aída: Tomá.

Muchacho: (Indignado.) ¿Veinte pesos?

Aída: ¿Qué querés? ¿Mil? Es mejor veinte pesos bien ganados que una limosna.

Muchacho: (Se resigna.) Está bien: es mejor que nada. País pobre, gente miserable. Qué se le va a hacer.

Aída: Ojalá me dieran a mí veinte pesos cada dos horas.

Muchacho: Por la ropa que tiene puesta es seguro que le dan más. Buenas tardes. (Sale.)

Aída: (Desconcertada.) ¿Qué habrá querido decir este mocoso?

Nelson: (Entrando.) ¿Qué era ese ruido? Me estropeó la siesta.

Aída: Nadie te manda dormir la siesta en el escritorio.

Nelson: Está más cerca que el dormitorio. (Bosteza.) Estoy noqueado.

Aída: Embromate por trasnochar toda la noche.

Nelson: ¿Qué querés que haga? ¿Qué trasnoche de día?

Aída: De día podrías hacer algo más que esas "representaciones comerciales". Si ganaras como Dios manda podríamos comprar un televisor a colores y un vídeo. Los que tenemos no funcionan más.

Nelson: ¿Para qué querés más colores? Alcanzan con los que tenés en tus vestidos, que aburren bastante.

Aída: Salvo dormir, a ti todo te aburre.

Nelson: Duermo para olvidar la "belle époque". (Hojea las revistas.) ¿Más revistas de cine? ¿Para qué las querés?

Aída: Para usarlas de papel higiénico.

Nelson: El verdadero papel higiénico es más barato. Gastás una fortuna en estas porquerías. (Se sirve un whisky y enciende un habano.)

Aída: Ya está: alcohol y cigarros, como Edward G. Robinson en "Al Capone". Y con el estómago vacío. Antes tomá un vaso de agua por lo menos.

Nelson: Dejá de controlarme. Hace tiempo que me liberé de la tutela de la "duquesa".

Aída: Eso creés. Hay que ver cómo te manipula la duquesa desde Paysandú. Y sólo porque nos manda un poco de plata cada tres meses.

Nelson: Es la única de la familia que tiene la cabeza lúcida.

Aída: ¿Lúcida para qué? ¿Para robar?

Nelson: Que yo sepa nunca estuvo presa.

Aída: Los que roban como ella nunca van presos.

Nelson: Si te referís a que compró la estancia de los Gutiérrez te informo de que estaban embargados, y de que ella les solucionó un problema.

Aída: Sí: presionando para que los embargaran y comprando la propiedad por chirolas.

Nelson: Es la única mujer inteligente que conozco: tiene cerebro.

Aída: ¿Y qué tengo yo en la cabeza? ¿Engrudo?

Nelson: Un peinado que no te sienta.

Aída: Por lo menos tengo algo. Vos, en cambio, ya estás medio calvo. Como además no tenés dinero, no sé qué ven en ti las locas de Baires.

Nelson: No empieces con las locas de Baires.

Aída: Vivís revolcándote con ellas.

Nelson: Si tú lo decís.

Aída: Bien sûr. Lo digo y puedo probarlo.

Nelson: Probalo nomás, así yo empiezo a probar tus historias del pasado.

Aída: Historias de amor, chéri, no de prostíbulos.

Nelson: Eso es lo que decís tú. (Buscando.) ¿Dónde está el diario?

Aída: Hoy no vino.

Nelson: ¿Pero qué se cree esta de al lado? ¿Ya no compra el diario los domingos?

Aída: ¿Y a ti qué te importa? No tiene obligación de prestártelo.

Nelson: Voy a ver si se olvidó. (Sale a la calle mientras Aída lo mira con reprobación. Pausa. Ella sigue leyendo las revistas. Entra Julio apurado. Busca una carpeta.)

Julio: ¿No viste la carpeta donde tengo los apuntes para el examen?

Aída: Estaba en tu cuarto.

Julio: Ya la busqué.

Aída: La habrás visto frente a tus narices y no te diste cuenta. Ustedes no saben dónde tienen la cabeza. ¡No revuelvas todo! Tu carpeta no puede estar aquí.

Julio: Andrea cambia todo de lugar. (Inicia el mutis) Voy a ver si la puso en la bohardilla.

Aída: Esperá un poquito. (Él se detiene.) ¿Cuándo va a darme el dinero para pagar la luz? La factura está vencida.

Julio: No tengo plata, mamá.

Aída: ¿Tu mujer tampoco?

Julio: ¿No sabés que gana dos mil quinientos pesos por mes? ¿Y que yo trabajo un día sí y el otro no? ¿Creés que gano mucho poniendo inyecciones o cuidando algún enfermo?

Aída: ¡Yo no voy a pagar la factura! Tampoco voy a quedarme a oscuras.

Julio: Pedile a Lidia.

Aída: ¿Estás loco? Tu hermana gana menos que tu mujer. Además se está aprontando para casarse con ese estúpido.

Julio: (Sigue buscando la carpeta.)¿Qué querés que haga yo?

Aída: (Molesta.) ¡Terminá de buscar esa carpeta! Me ponés nerviosa. Y si no pagás hoy mismo la factura te vas de esta casa y alquilás una pieza en una pensión.

Julio: ¡No infles, mamá! Por favor.

Aída: ¡Aprovechadores! (Entra Nelson con el diario y se sienta a leer.)

Nelson: Es increíble la falta de seriedad de la gente. Se había olvidado de traérmelo. Justo hoy, que juega Nacional.

Aída: No tiene obligación de darte el diario.

Nelson: En mis tiempos la palabra era palabra.

Aída: Y tú eras una persona como la gente. Oíme: Julio no tiene dinero para pagar la luz.

Nelson: ¿Qué querés que haga? ¿Que le pegue?

Aída: Que consigas dinero.

Nelson: No tengo dinero. El negocio anda mal.

Aída: ¿De qué negocio estás hablando? Esas representaciones comerciales sólo sirven para levantar mujeres.

Nelson: Y dale con las mujeres.

Aída: Sí, dale, dale. Vamos a quedarnos sin luz.

Nelson: Pedile prestado a la sirvienta.

Aída: Ya me dio todo lo que cobró este mes. Y será mejor que se lo devolvamos. No olvides la lengua que tiene.

Nelson: Le pagaremos cuando vendamos la casa.

Aída: Al paso que vamos esta casa se va a vender en el año de los tres jueves. 

Nelson: Ya te dije que tenés que cambiar de inmobiliaria.

Aída: La inmobiliaria no tiene la culpa de que la casa esté mal pintada y llena de humedad. Los poco interesados que vienen se van espantados.

Nelson: (Con impaciencia.)¿Qué querés que haga? Dejame leer, por favor.

Aída: ¡Quiero el dinero para pagar la luz!

Nelson: ¿Por qué compraste revistas de cine viejas si necesitás dinero? 

Aída: Para poder comprarlas dejo de lado otras cosas: medias, por ejemplo. Fumo una cajilla de cigarrillos por semana y casi nunca voy al cine.

Nelson: Bastante cine tenés en tu cabeza. Así que no te preocupes por eso. (Mientras lee el diario.) Hablando de cine, mirá a Jane Fonda. Esta sí que es una mujer.

Aída: Eso me decías a mí hace algunos años.

Nelson: (Se levanta.) Considerando que estás insoportable voy a leer al jardín. Y nada de llantos.

Aída: No estoy llorando. (Amenazadora.)Y andate a leer adonde quieras. Pero conseguí el dinero.

Nelson: No jodas, Aída. No hinches. (Canta en francés.)

Aída: ¿Qué no hinche? (Pausa. Enciende un cigarrillo, se concentra en las revistas y se transporta. Mujer refinada que ha vivido bien y ahora lucha a su manera para salir adelante, Aída no puede sustraerse de la fascinación que ejercen sobre ella Hollywood y el mundo del jet-set. Entra Andrea, la sirvienta. Es una mujer muy vieja, camina arrastrándose y tiene un grave problema de orientación que es consecuencia de la arteriosclerosis.) ¿Adónde vas, Andrea? La cocina está al otro lado.

Andrea: (Refunfuñando.) ¡Siempre lo mismo! ¿Por qué no la pusieron de este lado? ¡Qué frío! Esta casa es una heladera. ¿Cuándo van a arreglar la calefacción central? Voy a hacerme un té, si se puede.

Aída: Claro que se puede.

Andrea: De un tiempo a esta parte me reprochan hasta que mire el cielo por la ventana. Como si mirar costara algo. (Descubre las revistas.) ¿Más revistas? ¡Se vive bien con mi plata!

Aída: (Embelesada.) ¡Kim Novac en el estreno de Picnic! ¡Mirá a William Holden! Jamás tuve un amante como ese.

Andrea: Ese es joven y no lo conozco. A mí me gustaba Ramón Novarro. (Se oye el timbre.)

Aída: ¿Quién vendrá a embromar a esta hora?

Andrea: (Yendo hacia la puerta.) ¡Lo que era Novarro en "Lo que el viento se llevó"!

Aída: Ese era Clark Gable.

Andrea: Ah sí, Gable. Lo vi en "El sheik".

Aída: Ese era Valentino. (Pausa. Andrea regresa.)

Andrea: Es el de la inmobiliaria, señora. Está con un cliente.

Aída: ¿Y se atreve a venir sin avisar? Yo lo mato. Decile que ahora no se puede mostrar la casa.

Andrea: Mire: yo con ese hombre no hablo. Es un mal educado con las sirvientas. Mejor vaya usted. Cuando la ve se deshace en muecas.

Aída: Bueno, hacelo pasar. A lo mejor trae el cliente que cae en la trampa. (Sale Andrea. Pausa. Entra el vendedor presidiendo a la clienta, una mujer vestida con ostentación.)

Vendedor: (Le ofrece la mano a Aída.) Buenas tardes. (Presenta a las dos mujeres.) Señora de Luisi. La propietaria, señora de Fonseca Arrecarte.

Aída: Encantada. (La clienta saluda con frialdad.)

Vendedor: Disculpe que no le haya avisado que venía. En realidad no pensaba mostrar la casa, pero la señora la vio por fuera, le gustó la fachada y...

Cliente: (Al vendedor.) Por dentro, ya veo que no es lo que quiero.

Aída: Lo lamento mucho. (Con ironía.) Si pudiera hacérsela de nuevo.

Cliente: (Tenso, tratando de limar asperezas. A la clienta.) De todos modos, señora, conviene que la visite. Pase, por favor. (A Aída.) Permiso. (Entran a la zona de los dormitorios.)

Aída: (A Andrea.) ¿Qué me decís? ¿Cómo se atreven a traer a este piojo resucitado a ver mi casa? Debe ser la mujer de algún político corrupto.

Cliente: (Regresa muy envarada, seguida por el vendedor.) No necesito ver más. La humedad es espantosa. Y mire el living: es un cuchitril.

Aída: (Molesta pero controlada.) Es una casa de Bello y Reboratti, señora. 

Cliente: (Como si le hubieran hablado en chino.) ¿Bello y Reboratti? ¿Qué es eso?

 

Vendedor: Dos notables arquitectos que a principios de siglo construyeron casas de estilo de excelente nivel.

Cliente: Si de niveles se trata, tiene demasiados. Y está llena de recovecos. ¿Me imagina viviendo en una casa de tres pisos?

Aída: (Irónica, con agresividad muy medida.) ¿Por qué no se busca una casa en el Hipódromo o en Piedras Blancas? Son de una planta y tienen jardincitos. Sentada en uno de ellos puede ver pastar a los caballos.

Cliente: (Indignada, al vendedor.) ¿Oí bien?

Vendedor: (Nervioso, tratando de cambiar el tema.)¿Quiere subir al segundo piso?

Cliente: No insista, por favor. Esto no es lo que necesito. Busco algo de más categoría.

Vendedor: (A Aída.) Lo lamento.

Cliente: (Cortante, a Aída.) Buenas tardes.

Aída: (Siempre cáustica.) Buenas tardes. Y cuidado con el desnivel que hay en el vestíbulo. Podría romperse la cabeza. (La cliente sale muy ofendida. Gesto de resignación del vendedor.) ¡Ojalá revientes!

Andrea: (Mientras hojea una revista.) ¿De qué habrá muerto Mae West?

Aída: (Distraída.) ¿De qué murió? (Con aspereza y melancolía.) ¡De vivir esperando lo que nunca ocurre!

 

Escena II

 

Han transcurrido dos semanas. Lidia se está probando el vestido que lucirá en su casamiento. Aída está haciéndole ajustes a las mangas.

Lidia: ¡Ay mamá! ¡Me estás pinchando!

Aída: Como si eso pudiera hacerte daño a esta altura.

Lidia: ¿Qué querés decir?

Aída: Mejor me callo. (Breve silencio. Aída sigue cosiendo el vestido.)

Lidia: ¿Estas mangas no son cortas?

Aída: Son perfectas. Es el mismo modelo que usó Diana cuando se casó con el príncipe de Gales.

Lidia: A Carlos no le va a gustar un vestido tan rimbombante para un casamiento por civil.

Aída: Nadie te manda casarte con ese energúmeno. ¿O vas a decirme que tiene mejor gusto que el príncipe?

Lidia: ¿Quién me habrá mandado pedirte que ajustaras el vestido? (Lloriquea.) ¡La facha que voy a tener!

Aída: Callate, pesimista. ¿No ves que no está terminado? Ya vas a ver cuando esté listo.

Lidia: ¿No ves la línea y el escote? Y la tela no me gusta. Es un mamarracho.

Aída: Es la tela de mi vestido de novia, y la compré en París hace cuarenta años. Me costó setenta pesos uruguayos.

Lidia: Parece arpillera.

Aída: ¿Estás loca? Es tafeta.

Lidia: Si esto es tafeta yo soy Sofía Loren.

Aída: Ojalá fueras Sofía Loren. Así te quedaría bien el vestido. Erguite más. Tené un poco de presencia.

Lidia: Me siento incómoda.

Aída: ¡Cómo lo luciría la Loren! Esa sí que es una mujer maravillosa.

Lidia: ¿Maravillosa esa tetuda? Ahora no le gusta a nadie.

Aída: Preguntale a tu padre si no le gusta.

Lidia: También, con los gustos que tiene. Son del tiempo de Gardel.

Aída: Quedate quieta, Gardel. ¿O querés que te pinche otra vez?

Lidia: Preguntale a Carlos qué piensa de la Loren. A los jóvenes de ahora les gustan la mujeres estilizadas.

Aída: Sí, como vos, que parecés un glicín vestido.

Lidia: Tengo éxito.

Aída: Mirá: ni me recuerdes que tenés éxito. Por culpa de él estoy en la boca de toda la gente del barrio. (Impaciente.) ¡No te muevas!

Lidia: Porque te dejás llevar por chismes.

Aída: Las sirvientas de este barrio exageran pero no mienten, y jamás se equivocan. Se pasan el día espiando a todo el mundo y saben hasta de qué color es tu bombacha.

Lidia: Eso lo saben sólo dos hombres.

Aída: ¿Todavía bromeás?

Lidia: ¡No me pinches!

Aída: Debería matarte. Linda hija me tocó en suerte. A tu edad y con tu desparpajo, otras ya habrían hecho carrera. Pero vos te entregás a cualquiera por amor al arte.

Lidia: No creas.

Aída: Y por amor a la estupidez te casás con ese animal.

Lidia: ¡Carlos no es un anormal!

Aída: No, es medio anormal. Y después que se case lo será del todo. Mirá la de enfrente, la hija del médico.

Lidia: ¿Esa degenerada?

Aída: Degenerada pero se convirtió en miss Uruguay, ganó plata, recorrió el mundo y hasta firmó un contrato para hacer publicidad.

Lidia: Dicen que se acuesta con mujeres.

Aída: Ojalá vos te acostaras con esas mujeres. Así dejarías de andar con tu novio, vivirías en un pent house de la rambla, tendrías un cero kilómetro y comerías caviar todos los días.

Lidia: Siempre pensando en pavadas.

Aída: No son pavadas. A tu edad yo tuve el mundo a mis pies.

Lidia: Nadie tiene la culpa de que hayas despilfarrado todo.

Aída: No fui yo la que despilfarró. Fue tu padre. Y cuando la carne y la lana no valían nada y necesitó dinero, le pidió un préstamo en dólares a un banco privado. Después, en el ochenta y uno, vino la tablita y adiós estancia, adiós todo. Y mirame ahora: hace años que no voy a Europa o a Punta. Ni siquiera voy a Pocitos o a Carrasco porque no quiero que ninguna de mis amigas me vean con estos vestidos que tienen más de diez años.

Lidia: ¡No me pinches!

Aída: ¡Te pincho, sí! Y hace diez años que no viajo a Buenos Aires, y dos años que no voy a la estancia de mi hermana en Florida.

Lidia: Pero bien que sabés gastar en revistas apolilladas.

Aída: Me moriría sin ellas, y prefiero pasar hambre a no tenerlas. Me recuerdan las épocas felices. Íbamos al campo, viajábamos a Europa, asistíamos a los festivales de Cannes. Y cuando Silvana Pampanini vino al Uruguay la homenajeamos con una cena en la casa de Punta del Este. (Un silencio. Sigue cosiendo.) Mirá lo que somos ahora. Tu padre gana un mes sí y el otro no con esa empresa fantasma. Tu abuela es rica pero nos ayuda con mendrugos. La sirvienta nos presta plata y el mes pasado pagó la luz. Me quedé sin joyas, sin amigos. Y para colmo no hay salida. Gobiernen unos o gobiernen otros seguirán robando mientras nosotros vemos cómo se acomodan.

Lidia: (Ofuscada.) ¡No me pinche más!

Aída: Sacátelo.

Lidia: (Se mira al espejo.) Mirá la pinta que tengo.

Aída: Cuántas quisieran casarse con ese vestido. Claro que el palurdo de tu esposo no merece verte con él.

Lidia: ¡No sigas insultando a Carlos!

Aída: Monumentos no voy a hacerle, andá sabiéndolo. ¿Dónde se ha visto que un hombre que va a casarse dentro de veinte días se conforme con trabajar de administrativo en el puerto y se ponga pantalones vaqueros para visitar a la novia?

Lidia: Si querés otro novio solventame una buena vida social donde van los tipos con fortuna.

Aída: ¿Y por qué no dejás el empleíto que tenés, te buscás algo mejor y te la solventás tú?

Lidia: Porque yo no aspiro a ser estanciera.

Aída: Lo fuiste.

Lidia: Y me acuerdo bien de los tipos mediocres que iban a la estancia. Creeme que prefiero a Carlos.

Aída: Para vivir con él en un apartamento de cuarta.

Lidia: Si es con él.

Aída: ¿No te das cuenta de que es un mediocre? No tiene ambiciones y no llegará a nada. Lo único que le interesa es trabajar lo menos posible. Y el otro que tenés...

Lidia: (La interrumpe.) Sabés bien que si no salgo con el otro no hay casamiento. Fijate en lo que cuesta una heladera, por ejemplo. Y yo, gracias a él, ya tengo todo lo del hogar.

Aída: Pero de segunda mano. Nunca apuntaste alto, y lo único que te tira el otro son algunos pesos, una cena en algún restaurante mediocre cada veinte días y uno que otro perfume por año. Perdiste para siempre la noción de savoir vivre.

Lidia: Por apuntar demasiado alto mirá qué se hizo de tu savoir vivre: vas a la peluquería una vez al mes y vivís recordando a Greta Garbo.

Aída: Mi vida fue brillante, querida. Viajé por todo el mundo, conocí a gente notable, tuve amantes, desperté pasiones. Cuando tu padre se enredó con la de Fuentes, Pancho Herrera me llevó a París y a Londres y nos divertimos de lo lindo. ¡Y decime qué tenés contra Greta!

Lidia: Esa sí que era un glicín. (Sale llevándose el vestido.)

Aída: (Con ira.) ¡Pero tenía alma, que es lo que te falta a ti! (Entra Andrea y se dirige hacia la izquierda.)

Andrea: ¿Ese es el baño?

Aída: No, esa es la cocina. Y lo único que faltaba es que me vayas a orinar el pollo que estoy cocinando.

Andrea: Ufa. (Va hasta el baño. Pausa. Entra Julio.)

Aída: Ah, sos tú. Quería hablar contigo.

Julio: ¿Otra vez?

Aída: Sentate, por favor. (Julio se sienta.) Voy a ir al grano. Hace cinco meses que vivís en esta casa con tu mujer y hasta ahora sólo me diste algunos pesos. Aquí se pagan la luz, el agua y los impuestos. Se come y se usa el teléfono. Prometiste hacerte cargo de la luz y poner una parte del dinero que se gasta en la comida. El mes pasado no pagaste la factura de la luz y este mes no colaboraste con un peso para la comida.

 

Julio: Te dije mil veces que gano poco, mamá, y que mi mujer sólo tiene treinta horas mensuales en el liceo. ¿No sabés que los docentes de este país se mueren de hambre? Por eso vinimos a vivir aquí.

Aída: Decime una cosa: ¿hasta cuándo van a seguir siendo unos obreritos? ¿Por qué no asaltan a alguien, o hacen una estafa, o se dedican a la política? Dentro de un año hay elecciones, por ejemplo. Y yo necesito dinero.

Julio: Vas a tener que esperar a que yo me reciba.

Aída: ¿Ni siquiera podés darme mil pesos por mes?

Julio: Tenemos gastos. Hay que pagar la sociedad médica, y hay que vestirse, y hay que salir todos los días a la calle. Eso cuesta mucho.

Aída: ¿No sabés que tu padre me da sólo dos mil pesos por semana? ¿Y que yo estoy viviendo como Olivia de Havilland en "La heredera"?

Julio: Los asuntos de ustedes no los conozco.

Aída: Son tus asuntos. ¿Creés que tenemos obligación de ayudarte para que cuando te recibas de médico nos des una patada y si te he visto no me acuerdo?

Julio: (Impaciente.) No sigas, mamá.

Aída: Sigo, sí. Se rompió una teja del techo de mi dormitorio y tengo que arreglarla. No sé de dónde voy a sacar el dinero.

Julio: Yo tampoco. Por eso estudio como una bestia para terminar la carrera. (Se levanta.) Y no sigas embromando. Estoy harto de problemas.

Aída: Claro, estás harto. Y cuando termines la carrera te irás y yo me quedaré aquí llena de deudas.

Julio: Tengo sed.

Aída: Tené cuidado con lo que sacás de la heladera.

Julio: ¿Te molesta que tome agua mineral?

Aída: Sí cuando vaciás la botella.

Julio: Y dale.

Aída: Dale, sí.

Julio: Está bien. No tomo nada. Metete el agua donde ya sabés. (Sale.)

Aída: (Ofuscada.) ¡Prefiero tomarla! ¡Cochon! (Entra Andrea.) Vivimos en un caos, Andrea. Esta casa y este país están malditos. Y en mi familia son todos extraños, desconocidos de los que hay que defenderse. Mi marido es un inútil y mis hijos son vulgares. ¡Si mami y Luis Alberto de Herrera se levantaran de la tumba y vieran esto! Los dos me adoraban.

Andrea: No se queje. Usted con su cine y su gran tren de vida. Y su marido con esa empresa de porquería y las locas. Es mejor no hablar. Aquí las únicas víctimas fueron los hijos. Los criaron como potentados y después tuvieron que salir a la calle sin un peso: una a trabajar en el Municipio, el otro a poner inyecciones. Y en cuanto al afecto...

Aída: (La interrumpe.) Les di más afecto que el que recibí de mis padres. Con respecto a las otras acusaciones te recuerdo que Julio está por recibirse gracias a mí, querida, y que pronto va a ser médico. No tengo la culpa de que Lidia no haya querido estudiar.

Andrea: Nunca tuvo un buen ejemplo, diga mejor. ¿Qué estudió usted aparte de francés? ¿Qué estudió su marido? En esta casa a nadie le importó el futuro. Así están ahora: recordando a Herrera, a Hollywood y a los viejos tiempos de mierda. Al menos para mí, que soy huérfana, pobre y me enterré de por vida en esta casa.
 

Aída: Mirá: mejor callate y andá a la cocina.

Andrea: Hablé porque me dirigió la palabra. Y no voy a ir a la cocina: voy a ir al dormitorio. (Inicia el mutis.)

Aída: ¡Es para el otro lado! Y andá adonde quieras. (Sale Andrea. Aída camina con nerviosismo, enciende un cigarrillo, se sirve una copa y se sienta a meditar. Su aspecto es cómico pero también patético.) ¿Pero qué se cree esta vieja analfabeta? ¿Le parece poco haber estudiado francés?

Oscuridad.

 

Escena III

 

Han transcurrido doce días. La acción se desarrolla en el mismo lugar. Aída esta leyendo revistas de cine. Fuma de manera incesante. Entra Nelson, quien se ha vestido con elegancia. Se sirve una copa.

Aída: ¿Otra vez vas a ir de juerga?

Nelson: No empieces, Aída. No voy a salir de juerga. Voy al Centro a encontrarme con un amigo.

Aída: ¿Y por qué no viene aquí?

Nelson: Porque no voy a obligar a venir al Prado a un hombre que está en el Centro.

Aída: Está bien: andá al Centro nomás. Encontrate con tu amigo mientras yo me quedo clavada aquí toda la tarde.

Nelson: Podés salir tú también, nadie te lo impide. ¿O te cansaste de tus amigos?

Aída: Me cansé de la estupidez de los hombres, decí mejor.

Nelson: (Irónico.) ¿Ahora ninguno vale la pena? ¿Y aquel...? 

Aída: (Lo interrumpe.) Aquel nada. Se terminaron todas las historias. Estoy en otra cosa.

Nelson: ¿Estás con menopausia?

Aída: Me cuido del sida, chéri. Y espero que no seas tú quien me lo contagie.

Nelson: Entonces quedate aquí pensando en el sida.

Aída: Y en vender la casa. Puse un aviso en el diario y estoy esperando a uno que llamó por teléfono y viene a verla hoy. También vendrán los de la inmobiliaria con un cliente. (Entra Andrea.) ¿Limpiaste el baño?

Andrea: (Con rabia.) Sí, saqué la caca del excusado y la desparramé sobre el piso.

Aída: ¡No seas atrevida!

Andrea: La atrevida es usted, que pregunta mil veces lo mismo. (Sale muy enojada.)

Aída: (Estupefacta, a Nelson.) ¿Oíste?

Nelson: Tú le diste alas, así que ahora aguantá. Hasta a mí me rezonga como si fuera un pibe. (Se acerca al espejo y se peina.) Está de malhumor porque Julio anda mal de dinero. Como si yo tuviera la culpa.

Aída: Tú nunca tenés la culpa de nada. Y no te peines tanto. Las locas esas te van a acariciar igual.

Nelson: Ya te dije que no voy a ir a ver a ninguna loca.

Aída: (Mordaz.) Claro, vas a encontrarte con un amigo para ir a misa.

Nelson: (Con burla.) ¿A misa un sábado a las tres?

Aída: (Con tristeza.) Mirá: yo sé que la vida es bastante difícil para todo el mundo, pero nunca creí que llegaríamos a esto.

Nelson: ¿Qué es esto?

Aída: ¿Todavía lo preguntás? Sos un extraño, no te importa que todo se hunda y ya no puedo contar contigo.

Nelson: (Se sirve más bebida.) ¡Siempre lo mismo! No te das cuenta de que el tiempo pasa y de que todo se termina. Ahora, ma chère, hay que sobrevivir. Aunque no te guste somos viejos, nos hundimos socialmente y nos quedan pocos años de vida útil. Es cierto que el temporal ya pasó, pero naufragamos y estamos a la deriva. Que cada uno se salve agarrado a un madero. Yo quiero vivir un poco todavía. Sé que no te deseo como antes pero... 

Aída: (Lo interrumpe.) Cuando dije que no puedo contar contigo no me refería ni a la cama ni al amor. Hace cuarenta años creía en el amor, pero ahora sé que nadie es capaz de sentirlo. (Suplicante.) Pero un poco de amistad, de cariño...

Nelson: (Con cariño pero burlón.) Aída, Aída...Ya te dije que somos viejos. Y yo no tengo la culpa de que te hayan defraudado tantos hombres.

Aída: ¡Yo no soy vieja!

Nelson: Todavía creés que estás en Cannes, asistiendo a una première; y que Pancho Herrera te va a mandar orquídeas.

Aída: Malgré moi, orquídeas voy a vender en la feria cuando me vaya de esta casa. (Suena el timbre.)

Nelson: ¿Irte de esta casa? ¡Qué vas a irte tú!

Aída: ¿Adónde vas? ¿No oíste el timbre?

Nelson: Voy a buscar el saco. 

Andrea: (Yendo hacia la puerta.) Abro yo.

Nelson: (A Andrea.) Es para el otro lado, vieja.

Andrea: Vieja será su abuela.

Nelson: (A Aída.) ¿La oíste? Un día de estos...(Inicia el mutis.)

Aída: (A Nelson.) No te olvides de gastarte toda la plata que mandó tu madre.

Nelson: ¿Te di tres mil quinientos pesos, no?

Aída: Solo me quedan cien.

Nelson: Embromate.

Aída: ¿En qué creés que la gasto? ¿En revistas? Pagué dos cuentas e hice un surtido.

Nelson: No me agobies, Aída. Por favor. (Sale. Entra Andrea.)

Aída: ¿Quién era?

Andrea: Un hombre y una mujer con tres niños, pero no quisieron entrar. Dijeron que el vestíbulo está descascarado y que la casa es muy vieja.

Aída: (Camina hacia la puerta.) ¡Pero yo los mato!

Andrea: Ya se fueron.

Aída: ¿Qué se cree esa gentuza? ¿Qué van a comprar por ciento noventa mil dólares el palacio de Buckingham? ¡En Europa la gente más regia vive en casas que tienen cuatrocientos años!

Nelson: (Entra con el saco en la mano. Está listo para salir.) No vamos a vender esta casa así nomás, querida.

Aída: ¿Entonces qué hacemos?

Nelson: Qué sé yo que hacemos.

Aída: Y yo no sé de dónde sacar el dinero que necesitamos. Hace dos meses que Julio no me da un peso. Espero que intervengas tú.

Nelson: No quiero meterme en líos.

Aída: ¿Ni siquiera para hablar con tu hijo vas a tener agallas?

Elson: La vida es breve, Aída, y se va muy pronto. No quiero disgustarme.

Aída: Pero no te importa que yo me disguste. (Con angustia.) ¡Estoy envejeciendo aquí dentro mientras tú te das la gran vida con las putas!

Nelson: ¿Y qué querés que haga? ¿Qué lea contigo las revistas de cine?

Aída: ¡Que te preocupes! ¡Que hagas algo! ¡Que no me dejes sola en este infierno!

Nelson: Odio los problemas.

Aída: Yo también, y sin embargo lucho para sacar esto a flote. Así que quedate un día conmigo, ayudame en algo. Por lo menos hoy, que viene gente a ver la casa.

Nelson: No pongas más avisos. Ya te dije que es mejor que se ocupe la inmobiliaria. Nosotros estamos demasiado ansiosos. Chau. Hasta luego. (Inicia el mutis.)

Aída: (Con ironía.) Hasta luego, "amore". Y usá preservativos.

Nelson: (Con burla.) ¿De colores? (Sale.)

Aída: (Con furia.) ¡Ojalá revientes! (Está nerviosa. Se sirve bebida y la toma reflexionando. Entra Lidia.)

Lidia: ¿Qué pasa?

Aída: Discutí otra vez con tu padre. (Lidia se sienta. Breve pausa.)

Lidia: Yo tengo un problema.

Aída: ¡Más problemas! (Se sirve más bebida.)

Lidia: Rechazaron la garantía del padre de Carlos y no nos quieren alquilar el apartamento. Dicen que la propiedad está embargada y que...

Aída: (La interrumpe.) ¿Y recién ahora te lo dicen, cuando faltan diez días para el casamiento?

Lidia: (Suplicándole.) Necesito ayuda, mamá.

Aída: ¡No sueñes que vas a vivir aquí! Te hice el vestido para el civil, vas a tener una pequeña fiesta, te regalé un televisor....

Lidia: (La interrumpe.) Usado.

Aída: Usado o no es un televisor, más de lo que tienen muchos en este país. Y yo ya hice bastante beneficencia durante toda mi vida.

Lidia: Me caso dentro de diez días. ¿Dónde querés que viva?

Aída: Estoy por vender la casa. ¿Quién la va a comprar con ustedes aquí adentro? Para peor no se visten bien, tienen mal aspecto.

Lidia: ¿Y vos? ¿Cómo te vestís vos?
 

Aída: Yo hago magia con mis vestidos viejos, y me cambio de ropa dos veces al día. Nunca olvido quién soy.

Lidia: Nos iremos apenas la vendan.

Aída: ¡No, no y no! Porque cuando la venda, el comprador va a darme sesenta o noventa días para entregarla, y ustedes no van a tener ni para alquilar una covacha.

Lidia: Nos iremos, te lo prometo.

Aída: No van a poder. ¿Y con qué coraje voy a echarlos a la calle?

Lidia: Te aseguro que tendremos plata.

Aída: Mirá: el dinero de la venta es para comprar un apartamento chico. Aunque cambie de entourage no voy a quedarme sin techo. El resto es para ponerlo en el banco a interés y vivir como la gente.

Lidia: ¿Así que a Julio y a mí nos van a largar sin nada?

Aída: La casa es mía, ma chère. Ni tu padre ni yo estamos muertos. No crean que la venta es como abrir una sucesión.

Lidia: ¿Conque ese era el plan?

Aída: Ustedes son jóvenes y tienen la vida por delante, así que trabajen y arréglense.

Lidia: Dame plata para el depósito entonces.

Aída: No puedo. El apartamento que vamos a comprar cuesta sesenta mil dólares y yo quiero guardar en el banco unos cien mil. Además tengo gastos: inmobiliaria, escribano, mudanza, pagar deudas, renovar vestuario, reponer vajilla, etc., etc.

 

Segundo acto

Escena I

La escena se desarrolla en el mismo lugar. Han transcurrido tres meses. No hay nadie en el escenario. Suena el timbre. Aparece Andrea, quien se dirige hacia la puerta por un camino incorrecto, pero de pronto reacciona y opta por efectuar el trayecto adecuado. Después abre.

Andrea: (Entra seguida de Elisa, una mujer madura que carga dos cajas.) Pase. Voy a llamar a la señora joven

Elisa: Dígale que se apure. Tengo un taxiflet parado en la puerta.

Andrea: (Yendo para adentro en el mismo momento en que sale Lidia.) Otra apurada. Como si el taxiflet se fuera a ir.

Lidia: ¿Son ellos?

Andrea: Los mismos. Con valijas y todo.

Lidia: ¡Al fin llegaste, tía! (La besa.)

Elisa: ¡Lo que me costó encontrar un taxiflet barato! Por eso llegamos tarde. ¿Tu madre no está, verdad?

Lidia: Fue a Cinemateca. Pero hay que apurarse, llega en cualquier momento.

Elisa: ¿Y tu padre?

Lidia: Está durmiendo la siesta.

Elisa: Voy a avisarle a Ramón. (Sale con rapidez y grita desde la puerta.) Ayudá a este hombre, viejo. Hay que bajar todo enseguida. 

Andrea: (Persignándose.) Dios nos libre y guarde.

Lidia: (A Andrea, molesta.) ¿Qué te pasa a vos?

Andrea: Es mejor que no hable.

Elisa: (Regresando.) ¡Estoy tan nerviosa! Tener que entrar de esta manera a la casa, como si fuera una ladrona.

Andrea: Te pedí que vinieras ahora porque mamá no está. ¿Trajiste muchas cosas?

Elisa: ¿Y qué querés? Una junta. Tengo ropa y muchos cacharros, pero lo más pesado son la mesa y la silla de cármica. También traje el juego de dormitorio. Lo demás lo vendí. (Entran Ramón y el conductor del taxiflet transportando una mesa de cármica.)

Ramón: Hola, Lidia. ¿Adónde la llevamos?

Lidia: A la cocina. Es por ahí.

Elisa: ¿No íbamos a dormir en la pieza de servicio?

Lidia: Allí no entran, tía, y esa mesa nos hace falta a nosotros en el comedor diario. Se rompió la que teníamos.

Elisa: Ah no, en la cocina no: se va a estropear.

Lidia: No discutas más. Mamá está por llegar.

Elisa: (Molesta.) Claro, porque tu mamá está por llegar yo tengo que permitir que todos usen mi mesa. Eso no es justo.

Lidia: Si ve una mesa nueva será más amable contigo.

Ramón: (A Elisa.) Dale, vieja, acabala.

Elisa: Está bien. (Patética.) ¡Mi pobre mesa!

Lidia: (A Ramón y el acompañante.) Vamos, apúrense. La cocina está allí.

Ramón: (Al hombre.) Dele. (Cargan la mesa y la transportan hasta la cocina.)

Elisa: Yo voy a buscar las sillas. Estoy con el corazón en la boca.

Lidia: (A Andrea.) Ayudala, Andrea.

Andrea: ¿Yo?

Lidia: Sí, vos. 

Andrea: ¡Dios santo! (Sale Andrea atrás de Elisa. Ramón y el hombre están tratando de entrar la mesa a la cocina.)

Ramón: Súbala un poquito. Así, así. (Entran por la puerta.) Ahora inclínela. Muy bien, ya pasó. (Entran Elisa y Andrea con dos sillas cada una.)

Elisa: (A Lidia, mostrándole la silla.) ¿Viste qué cármica? ¿Es buena, no? La compré a plazos hace cinco años. Ahora cuesta ocho mil pesos, por eso no me deshago de ella.

Lidia: ¿Qué más falta?

Elisa: El juego de dormitorio, dos valijas más y una caja.

Ramón: (Sale de la cocina. El hombre lo sigue.) También queda el placarcito.

Lidia: Ese éntrenlo por la puerta de servicio. (A Andrea.) Acompañalos, Andrea.

Andrea: (Molesta.) ¿Otra vez?

Lidia: Sí, otra vez.

Andrea: Ufa, che. No trabajo en una empresa de mudanzas, que yo sepa. (Sale refunfuñando. Los dos hombres la siguen.)

Elisa: ¡Qué carácter! ¡Y qué tensa que estoy! Tendría que tomar un varium.

Lidia: Si quiere...

Elisa: (La interrumpe.) No, ahora no; mejor lo tomo de noche. ¡Qué casa preciosa! ¿Y Carlos se adaptó a vivir aquí, che?

Lidia: No demasiado.

Elisa: Quizá deberían haber esperado un poco antes de casarse.

Lidia: ¿Qué espere qué? No hay plata que alcance para pagar un alquiler.

Elisa: Decímelo a mí. Cuando me aumentaron el alquiler del apartamento creí que se venía el mundo abajo. Este país es una porquería. ¿Por qué el gobierno permite tanta injusticia?

Eamón: (Entrando.) Ya está todo, vieja.

Elisa: ¿Le pagaste al señor?

Ramón: ¿Cómo querés que le pague si vos tenés la plata?

Elisa: (Al hombre.) ¿Cuánto es?

Hombre: Quinientos pesos.

Ramón: Pagale nomás. Voy a lavarme las manos.

Andrea: (Escandalizada.) ¿Sin pedir permiso?

Ramón: (A Andrea, con insolencia.) ¿Qué dijo, atrevida? (Sale.)

Elisa: (Al conductor, indignada.) ¿Quinientos pesos por venir con estas porquerías desde el Centro? 

Hombre: Son quinientos. Lo dije de entrada.

Elisa: (Suplicante.) ¿No podría rebajarnos un poco? Somos personas que tienen problemas económicos graves, como ve. Fuimos desalojados.

Hombre: (Drástico.) Yo también fui desalojado. Así que trate de evitar el problema que tendría si me paga menos.

Elisa: (Le entrega con rabia la plata.) Está bien, tome. (Con ironía.) Y muchas gracias.

Hombre: Buenas tardes. (Se va.)

Elisa: ¡Habrase visto! ¡No me rebajó ni un peso!

Ramón: Vení, vieja, quiero que veas algo. (Salen Elisa y Ramón.)

Lidia: ¿Preparaste el té, Andrea?

Andrea: Ya está servido.

Lidia: (Se sienta y empieza a tomarlo.) Gracias.

Andrea: ¡Estos se trajeron hasta los muebles! Cuando tu madre sepa que están viviendo aquí va a armar un escándalo de película. 

Lidia: Por eso los hice entrar a la casa cuando ella salió.

Andrea: El escándalo lo va armar igual cuando vuelva.

Lidia: Ellos ya están adentro. Y no estoy arrepentida: solucioné el problema de vivienda de dos personas y además va a haber más plata. No olvides que pagarán alquiler.

Andrea: Mirá: yo no quisiera estar aquí cuando tu madre vuelva. Para peor, desde que te casaste y viniste a vivir con tu marido...

Lidia: (La interrumpe.) ¿Vos también vas a reprochármelo? ¿Qué somos nosotros? ¿Una lacra?

Andrea: Tu madre nunca tragó a tu esposo.

Lidia: Tendrá que acostumbrarse a él porque no tenemos otro lugar donde vivir.

Andrea: ¿Por qué trajiste a esos dos entonces?

Lidia: Para ayudarlos. Ya te lo dije. Y para que haya más plata. ¿No ves cómo vivimos? Té sin azúcar, pan sin manteca, fideos tres veces a la semana. Y no te metas en lo que no te importa. Lo único que faltaba es que vos, que siempre te preocupaste de nosotros, empieces a atacarnos. (Entran Elisa y Ramón.) ¿Quieren tomar té?

Elisa: No, gracias. Voy a tomar mate con Ramón.

Ramón: Primero hay que calentar el agua. (Va a la cocina.)

Andrea: ¿Así nomás? ¿Con ese desparpajo?

Lidia: (A Andrea.) Acompañalo y mostrale dónde están las cosas.

Andrea: (Resignada, se dirige hacia el otro lado.) Voy, sí, voy. Y como si todo esto fuera poco, ahora yo tendré más trabajo.

Lidia: La cocina está por el otro lado, Andrea.

Andrea: (Con un gesto cómico.) ¡Siempre la misma historia! ¿Cuándo la dejarán en el mismo lugar? (Sale.)

Elisa: Estoy muy preocupada, Lidia. La humedad del cuarto es espantosa y se me va a estropear toda la ropa.

Lidia: La humedad afecta la salud, no la ropa.

Elisa: ¿Y lo decís con esa tranquilidad?

Lidia: ¿Y cómo querés que lo diga? Hace años que vivo en este clima.

Elisa: Ya te dije que la casa no es fea. Jamás soñé con vivir en una casa así, pero esa humedad...

Lidia: (La interrumpe tratando de cambiar de tema.) ¿Entraron bien todas tus cosas?

Elisa: Armarios no hay.

Lidia: ¿Cómo que no hay? En el pasillo hay uno.

Elisa: Está lleno de cosas.

Lidia: Las sacaremos. Ah no, no se puede. Son de la sirvienta. Desde que vendimos el auto, ella duerme en el garaje.

Elisa: Seguro que para evitar la humedad. ¡Y ahí fui a caer yo!

 

Lidia: Algo es algo, tía. Veremos qué hacemos con la ropa de ustedes.

Aída: (Entrando.) ¡Qué tarde se hizo! Fui a Cinemateca a ver "Ana Karenina" y había paro de ómnibus. ¿Por qué nadie me lo dijo?

Lidia: Yo no te vi en todo el día, y además no sabía.

Aída: ¿Nadie sabe nada en esta casa? ¡C'est horrible! Si hasta tuve que venir en taxi. ¡Y qué país! Ya empiezan de nuevo los del transporte a reclamar y reclamar. Y nosotros, que no tenemos la culpa de nada y también pasamos las de Caín, tenemos que pagar el pato. (Ve a Elisa.) ¿Tenemos visitas?

Lidia: (Tensa.) Es Elisa, la tía de mi marido.

Aída: Encantada, querida. ¿Visitando a los sobrinos?

Elisa: (Con nerviosismo.) Andaba por aquí y...

Lidia: (La interrumpe con brutalidad.) Sólo trajo algunos muebles porque no pudo mudar todo de un saque.

Aída: (Estupefacta.) ¿Qué más tenía que mudar?

Lidia: Les alquilé la dependencia de servicio.

Aída: ¿Estás loca?

Lidia: Son dos mil quinientos pesos por mes, mamá.

Elisa: (Cáustica.) ¿Le parece poco?

Aída: (Furiosa.) ¡Me parece poquísimo! ¡Ya no tengo casa, no tengo dónde moverme! (Entra Ramón. Trae el mate y el termo.)

Ramón: Puse el agua a hervir.

Elisa: (Se lo presenta a Aída.) Mi marido.

Ramón: Encan...

Aída: (Lo interrumpe.) ¡Esto es el colmo! (Grita.) ¡Nelson! (Camina con agitación hacia la puerta.) ¡Nelson, vení por favor!

Nelson: (Entra bostezando.) ¿Qué pasa? ¿No saben que a esta hora duermo la siesta?

Aída: ¿Tú sabías que hay dos intrusos en la casa?

Elisa: (Molesta.) Disculpe, pero intrusos no somos. Yo ya pagué el alquiler.

Nelson: ¿De qué alquiler está hablando? ¿Qué está pasando aquí? (A Lidia.) No vi el dinero que pagaron y quiero saber dónde está.

Ramón: Juro que lo pagamos.

Aída: (A Nelson.) ¿Así que lo único que te preocupa es el dinero? ¿Pero qué te parece la idea de tener dos personas más viviendo aquí adentro? ¡Esto es un conventillo! Primero fue la mujer de tu hijo. (A Lidia.) Más tarde vino tu marido y ahora llegan estos.

Lidia: No exageres: sólo somos ocho.

Aída: Nueve con Andrea. ¿Cómo voy a vender la casa? Los compradores se asustan de ver tanta gente. Tienen miedo de que no entregue la propiedad vacía, y hasta creen que alquilo piezas.

Lidia: ¿Qué querés? ¿Que Elisa y Ramón se vayan con todo a la calle?

Aída: No son parientes míos. Y que Dios me perdone. En cuanto a ti y a tu marido, bueno, seguiremos ayudándote como hasta ahora. (A Elisa y Ramón.) Váyanse ya.

Nelson: ¡No! ¡No se irán! No estamos para desperdiciar nada. Hace dos meses que mi madre no manda el cheque. (A Lidia.) ¿Dónde pusiste el dinero de estos señores?

Lidia: Lo gasté.

Aída: (Furiosa.) ¿En qué lo gastaste? Hay que devolverlo enseguida.

Nelson: ¡Era nuestro dinero! ¿Qué hiciste con él? Vamos, decilo.

Elisa: Nosotros pagamos hace una semana, cuando Ramón cobró el sueldo.

Nelson: (A Elisa.) No nos dieron recibo, vieja.

Aída: (A Lidia.) ¡Decí dónde está la plata!

Lidia: (Con esfuerzo.) Necesitaba placas y zapatos.

Aída: ¿Así que necesitabas placas? ¿Para qué, decime? ¿Para qué necesita placas una persona sana? ¿Para qué necesita más zapatos que los que tiene?

Nelson: Por coquetería nomás, para decir que fue al médico a sacarse placas con zapatos nuevos. Así son las mujeres.

Lidia: Me sentía enferma. Desde que estoy embarazada no me siento bien.

Aída: Te sentías enferma de haraganitis decí mejor, o de comer con exceso.

Nelson: (Amenazador.) Devolveme ese dinero o...

Aída: (Lo interrumpe.) ¡Me lo va a devolver a mí! ¡Y yo se lo voy a devolver a ellos para que se vayan!

Elisa: Nosotros no vamos a pagar dos veces. (A Ramón.) ¿Verdad, viejo?

Nelson: De eso no hay duda.

Julio: (Entrando.) ¿No tenés alcohol, mamá? Marta se lastimó el dedo.

Aída: (Exasperada.) ¡Voy a darle cianuro! Así se le acaba el dolor para siempre.

Julio: ¡Ufa, che! ¿Qué pasa? (Sale.)

 

Nelson: (A Lidia.) Vamos, el dinero.

Aída: El dinero es lo que menos importa. Ella lo cobró y ella lo devolverá. (A Elisa y Ramón.) Váyanse ahora mismo de esta casa.

Elisa: (Con desparpajo.)¿Irnos de aquí? Esta mujer está loca.

Nelson: Rematada.

Aída: ¿Así que estoy rematada porque quiero vivir tranquila en mi casa?

Elisa: (Con malignidad.) Somos tíos de su yerno, querida, y no tenemos dónde vivir. Este es un problema familiar.

Aída: ¡Más problemas familiares me están creando al invadir mi intimidad! ¡Por culpa de ustedes la casa se está convirtiendo en un chiquero!

Elisa: Cuando quiera se la limpiamos. (A Nelson.) ¿Verdad, viejo?

Nelson: Claro. ¿Para qué uno viene al mundo sino? Para apechugar. Dame un mate, gorda.

Aída: (Furiosa, arrebatándole el mate a Elisa.) ¡Se acabó el mate! ¡Se terminó la abulia nacional!

Nelson: Hace tres meses que vivimos a pan y mortadela, señora.

Aída: A pan y mortadela voy a quedar yo si no se van de esta casa. ¡Váyanse! (Nadie se mueve.)¿Quieren que llame a la policía?

Lidia: Mamá.

Aída: ¡Mamá merdre! Estoy harta de esta vida de perros y vos me traés más problemas. ¿Hasta cuándo pensás que voy a aguantar? (A Elisa y Ramón.) ¡Fuera de esta casa!

Elisa: (Desafiándola.) Llame a la policía, si quiere. ¡Que se arme lío, que venga la prensa, que se entere el gobierno! ¡Nosotros no vamos a movernos de aquí hasta que alguien nos solucione el problema de vivienda! ¿Verdad, viejo?

Ramón: Completamente de acuerdo.

Elisa: El dueño del apartamento que alquilábamos nos subió el alquiler a cuatro mil pesos. ¿Sabe qué ingresos mensuales tenemos entre mi marido y yo? Seis mil quinientos. Si pagáramos el alquiler no tendríamos para la luz y el teléfono. 

Lidia: Tené un poco de lástima, mamá.

Aída: ¿Y quién tiene lástima de mí?

Elisa: (A Aída.) Le juro que vamos a pagarle.

Aída: Yo no soluciono mis problemas con dos mil quinientos pesos. Lo único que me sirve es vender la casa, y con ustedes viviendo aquí eso es imposible. (A Nelson.) ¿Qué decís tú?

Nelson: (Con desgano.) ¿Qué querés que diga?

Aída: Decí algo, hacé algo.

Nelson: Creo que Lidia actuó impulsada por sus buenos sentimientos, y que esos señores podrían pagar un poco más.

Elisa: (Indignada.) ¿Más? ¿Pero qué se cree? ¿Vamos a pagar más por la habitación de servicio?

Ramón: (Canchero.) No sea aprovechador, amigo.

Nelson: Una pieza en cualquier pensión del barrio Sur cuesta tres mil pesos. Y miren dónde están viviendo: en el Prado, y en una mansión con calefacción central.

Nelson: La calefacción aquí no se enciende.

Elisa: Y la humedad es espantosa.

Aída: ¡Se terminó la discusión! Aquí no se trata de pagar más o menos; se trata de irse. Y enseguida. (Amenazadora.) Si dentro de media hora no están con todo en la calle voy yo misma a hacer la denuncia. (Sale con ira.)

Nelson: (Le reprocha a Lidia.) Muchacha, muchacha.

Lidia: No empieces, papá. Estaban en la calle.

Nelson: Tu madre tiene razón y en parte no la tiene. No sé qué pensar. Estoy confuso..

Ramón: Es mejor para todos que no piense en nada.

Nelson: Ese asunto del dinero...

Lidia: (Lo interrumpe.) Lo necesitaba, papá.

Nelson: Está bien. (Se sirve bebida.) Está muy bien. Dejemos este asunto como está. Dejemos todo como está. Hay cosas rescatables todavía: el sol, hacer el amor, dormir la siesta, ver jugar a Nacional, pensar que alguna vez fuimos campeones del mundo. Me voy a echar una linda siesta. (A Elisa y Ramón.) Bien venidos. (Inicia el mutis pero se detiene de pronto.) A partir del mes que viene cobro yo el alquiler. (Suena el teléfono y atiende.) ¿Hola? Sí, habla el esposo. Sí, lo oigo. Con mucho gusto. Con muchísimo gusto. Estaremos esperándolos mañana a las tres. (Cuelga y sala gritando alborozado.) ¡Aída! ¡Un cliente quiere ver la casa por segunda vez!

Elisa: (A Ramón.) Estamos fritos.

Nelson: (Patético.) Dame un mate, pero con arsénico.

 

Oscuridad.

 

Escena II

 

La acción transcurre en el mismo lugar. Suena el timbre. Aída sale apurada de una habitación, se retoca el peinado frente aun espejo y abre la puerta de calle.

Aída: (Fuera del escenario.) ¿Cómo le va?

Vendedor: Muy bien. ¿Y a usted? ¿Se acuerda del señor Lombardo?

Aída: Sí, por supuesto. (Con hipocresía.) ¿Cómo olvidarme de un hombre tan encantador? ¿No se parece a Robert Redford? Pase, por favor.

Lombardo: (Entra.) Hermosa recepción. Me había olvidado de las dimensiones.

Aída: (Encantada.) ¿Le gusta? Aquí hemos hecho fiestas con setenta personas. Y ahí, en ese sillón, se sentó Víctor Manuel Haedo, que era íntimo amigo de toda la familia.

Lombardo: No me diga. (Al vendedor.) ¿Vio como hay que hacer una segunda visita? Me había olvidado de que todas las paredes tienen lambriz. (Toca la madera.) Hay que restaurar algunas partes.

Vendedor: Eso se soluciona. Hay mano de obra barata, y con poco dinero...

Lombardo: (Lo interrumpe.) Con poco dinero no se llega a ninguna parte. Para todo se necesita mucho dinero, señor Márquez. (Toca el lambriz.) ¿Lapacho?

Aída: Cedro, igual que los pisos.

Vendedor: Y está impecable.

Lombardo: No crea. Aquí, por ejemplo, está picado. Y aquí...

Vendedor: (Lo interrumpe.) Es el paso del tiempo, señor Lombardo. Con un poco de lustre...

Lombardo: (También lo interrumpe.) Y bastante plata. ¿Cuánto dijo que vale esta casa?

Vendedor: Ciento noventa mil dólares.

Lombardo: Por ciento noventa mil dólares me ofrecieron una en Pocitos, en Juan María Pérez y Berro.

Vendedor: Sería alguna propiedad horizontal, porque en ese punto de Pocitos una casa como esta cuesta doscientos ochenta mil.

Lombardo: No, señor, es un terreno independiente. Y la casa también es de Bello y Reboratti. (Acercándose a una mancha.) Mire esa humedad.

Aída: (Nerviosa.) Es de ambiente.

Lombardo: ¿De ambiente esas manchas podridas? ¡Señora, por favor! Está bien que quiera vender la casa, pero no intente pasarme gato por liebre.

Vendedor: Señor Lombardo: si esta casa estuviera impecable no costaría ciento noventa mil dólares.

Aída: Ni yo estaría vendiéndola.

Vendedor: En esta zona del Prado la propiedad vale mucho.

Lombardo: (Sigue caminando, tocando, inspeccionando.) ¿Tiene idea de cuánto es ciento noventa mil dólares, señor Márquez? ¿Y usted, señora? No es fácil reunir esa cantidad. Si lo dudan hagan la prueba.

Aída: Yo ni loca hago la prueba. Tuve mucho más que eso, señor. Y me imagino lo que haría mi marido con esa plata.

Vendedor: La casa de enfrente se vendió en doscientos treinta mil dólares.

Lombardo: Por doscientos treinta mil se compra una casa en Malvín o en Punta Gorda.

Aída: (Molesta.) No compare, señor. En este barrio viven familias muy antiguas, la crème de la crème. El Prado siempre es el Prado.

Lombardo: Y la humedad es la humedad. Y la de esta casa es impresionante. ¿Puedo ver la cocina?

Vendedor: Por supuesto. Pase, por favor. (Sale Lombardo.)

Aída: (Al vendedor.) ¿Los acompaño?

Vendedor: (Bajando la voz.) No, es mejor que se quede. Y trate de no abrir la boca. El hombre está tirando la casa abajo porque le gusta mucho. ¡Este es el comprador! Déjemelo a mí.

Aída: ¿Y si le sirvo un café?

Vendedor: De ningún modo. No hay que regalarse. (Sale.)

Aída: ¿Qué yo me regalo? Este hombre no sabe con quién está hablando. En mis tiempos yo costaba mil dólares el minuto. (A Andrea, que entra.) Hoy vendo la casa.

Andrea: Espero que no se olvide de lo que le prometió a su hija.

Aída: ¿Yo? ¿Qué le prometí?

Andrea: ¿Ya lo olvidó? Iba a darle la plata para un depósito de alquiler.

Aída: Ah sí, por supuesto. Por supuesto que voy a cumplir. ¡Ma petite fille! Pero no olvides que ahora tiene en donde vivir gracias a mí. Se vinieron de la iglesia a esta casa. ¡Y bastante cara me salió la fiesta de casamiento!

Andrea: Para lo que sirve que vivan aquí. Usted ni siquiera le dirige la palabra a su yerno.

Aída: No soporto a ese palurdo. En otros tiempos un tipo como él sólo entraba a esta casa por la puerta de servicio. (Entra Lombardo seguido por el vendedor.)

Lombardo: (Al vendedor.) Arreglar la cocina y los baños, sacar la humedad, pintar todo y restaurar la carpintería sale unos cuarenta mil dólares.

Vendedor: Discúlpeme pero está equivocado. Un baño se recicla con dos mil quinientos dólares. Con siete mil arregla todos los baños y la cocina.

Lombardo: ¿No vio que la dependencia de servicio se viene abajo, que las tejas están rotas y que toda la casa tiene humedad?

Vendedor: Hay mano de obra barata.

Lombardo: Pero los materiales no son baratos. ¿Sabe cuánto vale una bolsa de portland? Setenta dólares. Ahora quisiera ver la planta alta.

Aída: Yo los acompaño. (A Lombardo.) Los cristales son venecianos. Y en la habitación del frente durmió... (Salen Aída, Lombardo y el vendedor. Andrea sigue ordenando la vajilla. Entra Julio.)

Julio: ¿Más interesados en la casa? Vi dos autos en la puerta.

Andrea: Están arriba.

Julio: Ojalá vendan de una vez por todas esta pocilga.

Andrea: Es tu casa. Naciste y te criaste aquí.

Julio: ¿Ya te olvidaste de cómo fueron mi infancia y la de mi hermana? Yo empecé a conocer a mi madre cuando perdió su fortuna. Antes fue una extraña, y seguir viviendo aquí me recuerda todo el pasado, y también los errores que cometí. Debí irme del país hace años. Mirá cómo volvieron forrados los que se fueron.

Andrea: ¿Cómo te fue en la clínica?

Julio: Bien, creo que van a tomarme.

Andrea: Que Dios te oiga.

Julio: No creas que el sueldo es para cantar victoria, pero algo es algo. (Se sirve whisky.)

Andrea: No sigas tomando de esa botella, por favor.

Julio: ¿Por qué? ¿La compraste vos?

Andrea: No, pero cuando baja creen que me lo tomé.

Lombardo: (Entrando.) La planta alta está un poco mejor. Pero hay que hacer la azotea, los dos baños y armarios.

Julio: Los azulejos del baño son importados.

Lombardo: Son espantosos. Mi mujer se muere si tiene que entrar a esos baños. Además, tengo que construir un baño en suite para mi hija.

Aída: ¿Para qué? Arriba hay dos.

Lombardo: En casa sólo somos tres y cada uno tiene un baño privado. Nos gusta vivir cómodos.

Aída: (Con burla.) Lo felicito. (A Andrea.) Un nouveau riche c'est un nouveau riche.

Lombardo: (Al vendedor.) ¿Qué dijo?

Aída: (Con burla.) Que sé valorar el buen gusto. (Repara en Julio y lo presenta.) Mi hijo.

Julio: Encantado. ¿Le gustó la casa?

Lombardo: No me desagrada, pero hay que hacerle muchas reformas. (A Aída.) Hablando de eso: ¿hay posibilidad de mover un poco el precio?

Aída: Eso háblelo con el señor. Él es el vendedor.

Vendedor: Es mejor que hablemos de ese asunto en la oficina. Afinaremos números y después le transmito su propuesta a la señora.

Lombardo: Yo soy comprador. No ando paseando por pasear. La casa me interesa y quiero ir al grano. Y necesito que la vean mi mujer y mi hija. ¿Podemos venir esta tarde?

Aída: (Sin poder disimular la alegría.) Con mucho gusto.

Lombardo: (A Aída.) Después que vengan, y si ellas están de acuerdo, voy a hacerle una contra oferta al señor. Tendré en cuenta las reformas que hay que hacer, por supuesto.

Vendedor: Le repito que si esta casa estuviera impecable valdría más. 

Lombardo: Mire Márquez: yo voy a ofrecer un contado riguroso. Pondré toda la plata sobre la mesa y la señora dirá si acepta o no. (A Aída.) Vuelvo a las tres, señora. Ah, y perdone, quisiera saber si usted alquila piezas.

Aída: (Nerviosa.) No. ¿Por qué me lo pregunta?

Lombardo: Veo que aquí vive mucha gente.

 

Aída: Son todos familiares.

Lombardo: ¿Familia grande, no? Supongo que entregarán la casa vacía.

Vendedor: Eso se establece en el compromiso de compraventa.

Lombardo: Si hacemos negocio quiero a todo el mundo fuera de la casa en sesenta días.

Vendedor: No se preocupe por eso.

Lombardo: (A Aída, ofreciéndole la mano.) Buenas tardes, señora. Y hasta luego.

Aída: Hasta luego. (Lombardo saluda con una inclinación de la cabeza a los demás, y sale.)

Vendedor: Buenas tardes. (Sale.)

Aída: Los acompaño. (Sale ella también.)

Andrea: Estamos perdidos. (Gesto despectivo de Julio.)

Aída: (Entra. Está alborozada.) ¿Oyeron? ¡La casa está vendida!

Julio: Ese tipo te va a tirar el precio abajo.

Aída: No me importa.

Julio: ¿Estás loca? Esta casa no vale menos de lo que pedís.

Aída: ¿No ves en qué condiciones está? Dijo el hombre que para arreglarla hay que invertir cerca de cincuenta mil dólares. Además no olvides que este es el primer cliente que se interesa en serio.

Julio: Hace sólo un año que está a la venta.

Aída: ¿Y cuántos años más querés que siga esperando? ¿Veinte? No olvides que para esa época yo estaré en el panteón del Buceo.

Julio: Y hablando del panteón...

Aída: (Lo interrumpe.) ¡El panteón no se toca! La muerte es sagrada. Además no es sólo mío. ¿O te olvidaste de mis primos?

Andrea: No se peleen.

Aída: (A Andrea.) Tú no te metas. (A Julio.) Ni tú te metas en la venta. Si me ofrecen ciento cincuenta mil dólares los acepto porque con ese dinero podré salir adelante.

Julio: No creas que vas a poder comprar otra casa y además quedarte con plata. Cualquier vivienda decente cuesta más de cien mil dólares.

Aída: Entonces pongo todo el dinero en el banco, alquilo un penthouse en la rambla céntrica y vivo de los intereses como una reina. Y veremos qué dicen entonces mis ex amigas. Después de todo, siempre tuve más dinero que ellas.

Julio: Y con el tren de vida a que están acostumbrados vos y papá, a los dos años se quedan sin la plata y sin el pent-house.

Aída: Mirá, mon cher: aun gastando tres mil dólares por mes podríamos vivir tres años.

Julio: ¿Y después qué?

Aída: Para después tengo mi parte del panteón. Por eso no la reclamo todavía.

Andrea: (A Aída.) No olvide la plata que le prometió a Lidia.

Aída: Vos me tenés harta con ese asunto de Lidia. Yo no voy a vender la casa para darle dinero a Lidia, y llevarte a vos conmigo, y mantener a todo el mundo. C'est fini: ahora es mi oportunidad de salir a flote.

Andrea: Por mi no se preocupe: puedo ir a Piedras Blancas a la casa de mi hermana.

Aída: En esta casa se acabó la miseria, así que no me hables de Piedras Blancas porque esa es una palabra que huele mal. ¡Y se terminó! No discuto más. Esta gente vuelve a las tres y tengo que llamar al escribano. (Va hacia el teléfono.)

Nelson: (Entrando.) ¿Qué pasa? ¿Discutiendo otra vez?

Aída: (Eufórica.) ¡Vendí la casa!

 

Nelson: Estupendo. Al fin nos iremos a Europa.

Aída: (Indignada.) ¿A Europa? Yo a vos te mataría. ¡Y me voy a hablar desde el cuarto para no verte la cara! (Sale.)

Nelson: ¿Qué le pasa?

Andrea: Qué le pasa a usted, me pregunto yo. Se convirtió en un energúmeno. (Sale.)

Nelson: Pero aquí todos me atacan. (A Julio.) ¿Y vos? ¿Qué decís vos? (Julio sale sin responder, con un rictus de amargura en el rostro. Nelson se sirve un whisky, lo bebe de golpe y cierra los ojos deleitándose con la bebida.) ¡Qué sueño! (Se despatarra en el sofá.)

Oscuridad.

 

Escena III

 

La acción transcurre en el mismo lugar. Han transcurrido algunos días. Andrea y Lidia están preparando la mesa para un festejo.

Lidia: Dame las copas, Andrea. (Andrea la acerca las servilletas.) Dije las copas, no las servilletas.

Andrea: ¿La ropa?

Lidia: ¿Ahora también estás sorda?

Andrea: Ojalá estuviera sorda para no oír lo que se oye en esta casa. Y no sé para qué me hacen trabajar como a una negra preparando fiestas. Aquí se odian todos. Y a mí viven jodiéndome.

Lidia: Julio se recibió y mamá quiere celebrarlo.

Andrea: No sé qué hay que celebrar. Me imagino lo que le espera a ese pobre muchacho.

Lidia: En eso es mejor no pensar.

Andrea: Yo creo que hay que pensar. En esta casa, por no pensar ocurre lo que ocurre. (Lidia se sienta. Se siente mal.) ¿Qué pasa?

Lidia: Nada.

Andrea: Vamos, decime. ¿Llamo a tu madre?

Lidia: No, dejala. Es por el embarazo. Hace días que me mareo.

Andrea: Vení, sentate. Y dejá esa mesa tranquila. (Lidia se sienta.) Voy a traerte un vaso con agua. (Pausa. El semblante de Lidia está demudado. Andrea regresa con un vaso con agua.) Tomá.

Lidia: Gracias. (Bebe el agua. Andrea se sienta a su lado.) Ya me siento mejor. 

Andrea: Tus asuntos andan muy mal. (Lidia intenta hablar pero Andrea la interrumpe.) No digas nada. No mientas. Sé que andan mal. Tu marido es un tarambana. Hace seis meses que se casaron y a veces ni siquiera viene a dormir. Al final tu madre tenía razón.

Lidia: Allá él.

Andrea: No, allá él no. Estás embarazada y él va a destruirte. Además pronto quedarán sin casa. El escribano del comprador está estudiando los títulos y en cualquier momento se firman los papeles. Qué clase de festejo es éste, me pregunto, y cómo es posible que tus padres se atrevan a festejar cuando tienen la casa casi vendida. Van a dejarlos a ustedes en la calle.

Lidia: Necesitan vender, Andrea. Yo los comprendo.

Andrea: ¿Y qué va a pasar con ustedes?

Lidia: ¿Cuándo se acordaron de nosotros? Me pasé la infancia escribiéndole cartas a Europa a mamá, y eras vos las que nos dabas un beso por las noches, no ellos. Pero no te preocupes. Ya veremos cómo nos arreglamos.

Andrea: Claro que ya veremos. Pero le haré la vida imposible a tu madre. Los problemas de la casa no se arreglan en la Cinemateca. En este momento hay que tener la cabeza muy fría.

Aída: (Mientras entra, a Andrea.) ¿Preparaste la mayonesa?

Andrea: Sí.

Aída: ¿Pusiste el vino francés en la heladera?

Andrea: (Con burla y sadismo.) Puse en la heladera el vino suelto que compré en el almacén.

Aída: Llegás a decir eso delante de la gente y te despido.

Andrea: ¿Piensa despedirme a mí? Está loca. Antes tendrá que pagarme todo lo que me debe en concepto de préstamos y sueldos.

Aída: (A Lidia.) Hoy está insoportable. Controlá que las copas estén bien limpias, nena. Y pedile a tu marido que se vista. Esta noche no quiero que se ponga esos pantalones vaqueros llenos de manchas.

Andrea: (Con burla.) ¿Quién viene a la fiesta? ¿Judy Garland?

Aída: ¡No seas atrevida! (Suena el teléfono. Lidia atiende y Aída le da una orden a Andrea.) Andá a traer los sándwichs. Ya están servidos. (Andrea sale.)

Lidia: Un momento, por favor. (A Aída.) Es el ansioso de la inmobiliaria.

Aída: (Acercándose al teléfono.) ¡Ay Dios! ¡Me pongo tan nerviosa cuando ese hombre me llama! (Atiende.) Hola, Aldo. ¿Cómo está? Sí, sí, lo llamé porque quiero saber cómo anda el trámite por la venta. (Azorada.) ¿Qué no tuvo noticias de Lombardo? Llámelo, hombre. Mi escribano ya le dio los títulos de la casa al escribano de él y llegamos a un acuerdo con respecto al precio. Ahora hay que firmar un boleto de reserva. (Indignada.) ¿Cómo que no? ¿Y cómo me aseguro que va a comprarme la casa? ¿Qué no quiere firmar? ¿Ese hombre está loco? Le rebajé veinticinco mil dólares y no voy a permitir que no se firme nada hasta que el escribano de él saque los certificados de libre embargo. Eso lleva un mes. ¿Y si se arrepiente de comprar la casa y yo pierdo otro comprador? ¿Cómo no voy a encontrar así nomás otro comprador? A ciento sesenta y cinco mil dólares, como se la estoy vendiendo, pongo yo misma un aviso y la liquido enseguida. ¿Cómo? No, no, hasta que no se firme algo, un boleto de reserva, cualquier cosa, yo no me comprometo con él. (A Lidia.) Es un decir. (A Aldo.) Hable con ellos enseguida y llámeme. Sí, yo estoy aquí. Doy una fiesta y no voy a salir. Hasta luego. (Cuelga.) ¿Oíste? ¿Cómo me voy a comprometer a venderle la casa si el tipo no entrega una seña? Quiero estar segura de que si se arrepiente de comprar voy a cobrar una multa.

Andrea: Con seña o sin seña, no creo que la compre.

Aída: (Furiosa.)¿Qué dijiste?

Andrea: Que tiene razón.

Aída: Andá a traer los sándwichs. No puedo verte esa cara igual a la de Bette Davis en "La malvada".

Andrea: (Saliendo.) Me voy, sí, pero a pensar en "Alí Babá y los cuarenta ladrones", que me robaron toda la plata.

Aída: ¡Ya te voy a devolver toda la plata, zarrapastrosa! Y la cocina está para el otro lado. (Andrea sale cantando con insolencia.) ¿Habrase visto? Hace treinta años que la mantengo y le doy lustre y miren cómo me trata. Pero yo tengo la culpa. Y affaire conclu. No voy a darle más confianza. (A Lidia.) ¿Y a ti qué te pasa? ¿Por qué tenés esa cara?

Lidia: Me gustaría que me dijeras de una vez por todas qué va a ser de nosotros cuando vendas la casa.

Aída: ¡Otra vez! Tenés un marido, Lidia, y ni tú ni él son unas criaturas. No puedo solucionarles todos los problemas.

Lidia: (Con ironía.) ¿Qué clase de apartamento vas a alquilar? ¿Uno de un dormitorio para que yo no pueda ir?

Aída: Sabés bien que tengo que llevar a Andrea, así que necesito dos dormitorios.

Lidia: ¿Entonces nosotros nos quedamos en la calle?

Aída: Veremos qué hacemos.

Lidia: ¿Cuándo lo veremos? Hace meses que decís lo mismo.

Andrea: (Entrando.) Perdone que me meta, pero vaya sabiendo que a mí no tiene que llevarme a su nuevo apartamento para seguir explotándome. Ya sé que quiere que vaya porque no le gusta hacer nada. Pero no cuente conmigo, y apenas venda la casa me paga todo lo que me debe, que es mucho, y me voy para siempre. Pero llévese a su hija embarazada con usted. No va a necesitar un cuarto para mí.

Aída: (Indignada.) ¿Desde cuándo vos ordenás mi vida? Si no querés venir conmigo...

Lidia: (La interrumpe.) No te preocupes. Yo no quiero limosnas. (Sale.)

Aída: Esta está insoportable.

Andrea: ¿Y cómo no quiere que esté insoportable? La va a dejar en la calle.

Aída: ¿Creés que voy a llevarla a vivir conmigo con ese crápula del marido? Además de ser un vago, le mete cuernos y la maltrata. A ella sola la llevo, pero con ése no voy ni a la feria.

Andrea: Una hija es una hija.

Aída: Y una madre es una madre. Ahora voy a ponerme mona. Avisame si vienen los de la inmobiliaria. (Sale canturreando en francés "A París".)

Andrea: ¡Linda gente! Ah no. Yo me voy pa Piedras Blancas.

Marta: (Entrando.) ¿No viste a Julio, Andrea?

Andrea: Hoy no vi nadie.

Marta: Necesito que me dé plata para comprar desodorante.

Andrea: Si es para eso no lo busque.

Marta: ¿Y mi suegra?

Andrea: (Con burla.) Está en Hollywood, bañándose en la piscina.

Marta: ¿No estarás loca vos? (Sale airada.)

Andrea: ¿Yo loca? ¿Pero estos qué se creen?

Julio: (Entrando.) ¿Viste a Marta?

Andrea: Te está buscando para pedirte plata. Dice que quiere comprar desodorante.

Julio: (Huyendo.) Decile que no me viste y que me fui al Prado.

Andrea: ¡Qué gente! Después dice mi hermana que estos tienen una buena vida. Si esta es buena vida yo soy Mary Pickford. (Alarmada.) ¡Ay, me estoy contagiando!

Nelson: (Entrando.) ¿Qué hay para comer esta noche?

Andrea: ¿No sabe que hay un festejo? Preparé una picada.

Nelson: ¿Picada? ¿Creés que yo me voy a llenar con picada? No pienso probarla.

Andrea: No creo que no la pruebe, sobre todo viniendo de arriba.

Nelson: ¿Qué querés decir? Mirá que esa picada se compró con mi plata.

Andrea: No me haga reír. Aquí la única plata que se ve es la de su madre y la mía.

Nelson: La próxima vez que digas una cosa así te voy a sacar a patadas de esta casa. (Suena el teléfono. Andrea atiende.)

Andrea: (Con burla.) Mire cómo tiemblo. (Atiende.) ¿Hola? Sí, un momento. (A Nelson, con sorna.) Una señorita muy finoli.

Nelson: ¿Aló? ¡Querida! ¿Cuándo llegaste?

Andrea: (Mientras sigue preparando la mesa.) ¿Llegaste? ¡Qué coraje! Esta debe ser una de las que viven con el culo pegado en la silla del quilombo.

Nelson: No, hoy no. Organizamos una reunión para festejar que Julito se recibió de médico. ¿Tu esposo como está?

Andrea: ¿Esposo el cafiolo?

Nelson: Bueno, sí, como no. Chau. Un abrazo a todos. (Con bronca, a Andrea.) ¿Decías algo?

Andrea: Hablaba en voz alta con San Cono.

Nelson: Me alegro, porque de lo contrario te iba a sacar de la casa ahora mismo.

Andrea: No se preocupe. Voy a irme antes de que me saque a patadas, y solita como Dios me trajo al mundo. Y espero que con mi plata.

Marta: (Entra de nuevo.) No encuentro a Julio.

Andrea: Dijo que se iba al Prado.

Marta: ¿Y qué fue a hacer al Prado?

Andrea: Habrá ido a orinar en el Rosedal. Aquí todos son tan raros.

Marta: Si ves a Lidia decile que estoy en mi cuarto.

Andrea: Si la querés para pedirle el desodorante te aviso que ella no usa.

Marta: (Furiosa.) ¿Y a vos qué te importa para qué la quiero?

Andrea: ¡Guaranga! (A Nelson, que está probando de la picada.) ¿No dijo que no iba a probarla?

Nelson: Eso es cosa mía.

Andrea: (Le arrebata el plato.) ¡También es cosa mía! Esto se compró gracias a la plata de mi jubilación.

Nelson: (Indignado.) Vieja maleducada. Si estuviéramos en la época de la Colonia te ataba a un poste y te azotaba.

Andrea: Pero no estamos en esa época. Esta es la época del che Guevara.

Nelson: ¿Así que te estás volviendo comunista?

Andrea: Eso es preferible a ser un viejo verde emputecido.

Nelson: ¿Qué dijiste? ( Andrea se retira con solemnidad. Nelson sale amenazador tras ella. Pausa.)

Elisa: (Entrando.) Yo no soy partidaria.

Ramón: Yo sí.

Elisa: ¿No ves cómo nos miran? Si nos quedamos a esta fiesta nos van a tratar como a sirvientes.

Ramón: ¿Y adónde querés ir? ¿A tomar un cortado al bar Pena?

Elisa: ¿Estás loco vos?

Ramón: (Con codicia.) Mirá: hay sándwichs, aceitunas, masitas.

Elisa: Capaz que hasta compraron champaña.

Ramón: Por eso mismo, m'hijita. Nos quedamos. Además hay que averiguar qué harán con la casa. Oí decir que están por firmar el boleto de reserva. Tenemos que saber cuánto tiempo nos queda para vivir aquí.

Elisa: No me hagas acordar de eso.

Ramón: Eso es lo más importante.

Elisa: (Con angustia.) ¿Hasta cuándo andaremos como ratas en esta ciudad maldita? Quiero tener un lugar para vivir. Tengo derecho ¿no?

Ramón: No llores, vieja. Hoy estamos de fiesta. (Prueba un sándwich.)

Elisa: No estoy llorando, pero me cansé de vivir a la deriva. Ahora estos venden la casa, se instalan regiamente y nosotros vamos a la calle.

Ramón: Así es la vida.

Elisa: De los perros.

Lidia: (Entrando.) Hola, tía. ¿Qué pasa?

Elisa: Nada.

Lidia: ¿Adónde van a ir esta noche?

Ramón: ¿Cómo adónde? Supongo que nos invitarán.

Lidia: Eso va por cuenta de mamá.

Elisa: Linda ficha esa. Muchas pretensiones, mucha apariencia y no tiene en dónde caerse muerta.

Ramón: (Con reprobación.) ¡Vieja!

Elisa: Perdón, no dije nada.

Aída: (Entrando.) ¿Qué están haciendo ahí? ¿Por qué no van a vestirse?

Ramón: (Fingiendo ingenuidad.) ¿Tenemos que vestirnos? ¿ Para qué?

Aída: ¿No saben que tenemos una fiestita? Festejamos que Julio se haya recibido, y de paso celebramos la venta de la casa.

Elisa: (Miente con desparpajo.) Mi cuñada nos invitó a cenar en el restaurante del Panamericano, pero yo no tengo ganas de ir hasta Pocitos.
 

Aída: Entonces se quedan y no se discute más. Mi casa es más paqueta que ese restaurante.

Elisa: (Con fingida resignación.) Si no hay más remedio.

Ramón: No nos gusta despreciar a nadie. Vamos a vestirnos, vieja.

Elisa: (Siempre fingiendo.) Tu hermana va a enojarse. (Salen discutiendo. Pausa breve.)

Aída: ¿Llegó tu marido?

Lidia: No.

Aída: ¿Se te pasó la neurosis?

Lidia: No me siento bien.

Aída: (Conmovida.) Vení, sentate y quedate tranquila. Veré cómo hago para ayudarte. Quizá te lleve a la nueva casa, pero tu marido...

Lidia: (La interrumpe.) ¡No iré a ningún lado sin él!

Aída: Entonces embromate. Yo no tengo la culpa de que seas masoquista.

Lidia: ¿Por qué querés que me separe de él?

Aída: Porque ese hombre es un resentido. Me odia y odia a nuestra clase. Además te abandona y te traiciona. Mirá cómo estás. Pronto habrá otra boca para alimentar. Van a traer un hijo al mundo y no tienen dónde caerse muertos.

Lidia: Casi toda la gente está así.

Aída: La gente es la gente: puro merzerío. Pero tú sos mi hija, tu apellido es Fonseca Arrecarte.

Lidia: ¿Querés que emigre, como hace todo el mundo?

Aída: Quiero que dejes a ese hombre.

Lidia: ¡No voy a dejarlo nunca!

Aída: Entonces no voy a llevarte conmigo. (A Andrea, que entra.) Traé la bebida, Andrea, y llamá a los demás.

Nelson: (Entra. Está exaltado.) ¡Qué noche! Volvimos a los viejos tiempos.

Aída: ¿Gracias a quién? 

Nelson: (Intenta abrazarla.) A mi querida mujercita.

Aída: (Se separa de él con repugnancia.) ¡Salí! ¿O pensás que soy una de tus locas?

Nelson: Por favor, Aída. Esta noche no hables de mis locas.

Julio: (Entra seguido por Marta.) ¿Y todo esto qué es? Van a fundirse. (Se sirve un bocado.)

Aída: Todavía no empezamos a comer, che. (Entra Carlos. Aída analiza con detenimiento su aspecto.) ¡Qué facha!

Carlos: (Con desprecio.) ¿Hay algo que le molesta?

Aída: (Con sarcasmo.) Todo, principalmente los championes.

Carlos: (Cáustico.) A mí me gustan porque son bien merzones. (Se sienta al lado de la mujer.)

Aída: (También cáustica.) A veces pienso que me hubiera gustado vivir en Versailles antes de la revolución. 

Carlos: Y a mí después.

Aída: No tengo dudas, precioso.
 

Ramón: (Entra y entrega una botella.) Es del año pasado.

Aída: (Con asco.) ¿Castel Pujol? Hubiera preferido un Chambolle-Musigny, pero bueno, es mejor que nada.

Andrea: (Con ironía.) Sobre todo habiendo por ahí tanto vino suelto.

Aída: (Fulminando a Andrea con los ojos.) ¿Qué dijiste?

Andrea: Nada.

Aída: Empiecen a servirse. (Andrea sirve las copas. Se acercan a la mesa y empiezan a comer. Hay clima de festejo, y casi todos los presentes tienen hambre.)

Nelson: (Alzando la copa.) Por el nuevo médico de la familia. (Brindis general. Aplausos. Aída besa a Julio.)

Aída: Sé que vas a matar a mucha gente, querido, pero tratá de no matarnos a nosotros. Estudiá bien nuestros diagnósticos. (Todos ríen.)

Nelson: Mi padre, que era ginecólogo, erró el diagnóstico sólo tres veces.

Aída: Mejor callate. Tu padre era como vos: sólo sabía diagnosticar la fiebre uterina. (Algunas risas.)

Nelson: ¿Siempre graciosa, no?

Elisa: (A Julio.) Ojalá puedas entrar a una sociedad médica.

Julio: Eso no es fácil.

Aída: Olvidate de la relación de dependencia. ¿Para qué sirve atender a viejitas jubiladas? Si querés salir adelante tenés que instalarte en un consultorio particular y atender a la gente distinguida.

Julio: (Con resentimiento.) ¿Vos me das la plata para instalarme?

Aída: (Evasiva.) ¡Por Dios! Hoy no quiero hablar de dinero.

Nelson: (Le sirve vino a Carlos.) Tomá. ¿Y? ¿Cómo anda ese trabajo?

Aída: (A Nelson.) ¿Cómo querés que ande? Todo está igual. (Con ironía.) Hay gente que nunca se recibe de nada.

Carlos: (Con agresividad, a Aída.) ¿Yo hablaba con usted?

Aída: No, por suerte. (A Elisa.) Sírvase, chère. Hoy podemos intimar un poco. Una fiesta es una fiesta.

Elisa: (Sin captar la burla.) Gracias. (Suena el teléfono.)

Aída: (Alborozada.) ¡Yo atiendo! ¡Son los de la inmobiliaria! (Camina con rapidez hasta el teléfono. Los demás hablan, comen y beben. Sigue la excitación. Hay mucho ruido.) Sí, soy yo Aldo. (Después de oír durante un segundo.) ¿Qué? ¿Cómo? (Gritando.) ¿Pero para qué me hicieron la oferta si no pueden comprar la casa? ¡No se juega así con la gente! ¿Cómo? No, señor. ¡Yo no tengo la culpa de que no les compren el apartamento a ellos! ¡Me hicieron una propuesta! ¡Molesté a mi escribano! ¡Y ahora me dejan a la deriva! ¿Ah sí? ¿No me diga? ¿Así que esto es muy común y ocurre todos los días? ¡Sepa que voy a contratar un abogado y a iniciarles un juicio por haberme causado perjuicios económicos y morales! ¿Qué no me exaspere? ¿Pero no se da cuenta de lo que me hizo esa gentuza? (Cuelga con brusquedad y rompe a llorar. Pausa extensa. Todos están consternados.) ¿Por qué me miran así? Ya oyeron. Lombardo sólo podía comprarme la casa si vendía su apartamento, pero parece que el interesado que tenía se arrepintió y no vamos a hacer el negocio. ¡Si habré sido estúpida! (Solloza. Pausa tensa. De pronto empieza a reponerse y mira a todos los presentes uno por uno. Sus ojos se detienen con ternura en el rostro de Lidia.)

Nelson: (Con cautela.) Nos reunimos para homenajear a Julio, querida. Tratá de no estropearnos la fiesta. (Tratando de ser brillante.) ¡Y ahora un brindis por el doctor Fonseca Arrecarte! (Levanta la copa y los demás lo imitan.)

Julio: (Con pena.) Mamá, yo...

Aída: (Lo interrumpe. Se ha repuesto a medias.) Yo también brindo, querido. ¡Ojalá te vaya bien! Y aunque me duela, ojalá puedas irte algún día de este país y empezar una vida mejor en otro lado, en París o en Londres, donde la gente bien usa frac y vestido largo y hasta grita con señorío: ¡Viva la reina!. Este país de nuevos ricos es infame. (Solloza otro poquito y después le habla a Lidia.) Y vos, ma chère, no te preocupes. Sé que soy un poco loca y que tu padre es un tarambana. Pero te queremos mucho y deseamos ayudarte. Vamos a vender la casa de una vez por todas y saldremos adelante. (Señala al yerno.) ¡Sin ése! (Sale con rapidez, sollozando. Pausa extensa.)

Julio: (Conmovido.) Mi relación con mamá siempre fue difícil, pero me apena verla así. (A Elisa y Ramón.) En estas circunstancias, sólo quiero pedirles que paguen más alquiler. Aunque sólo sea para suavizar la tensión. De ahora en adelante yo también voy a aportar más dinero. (Al padre.) Y vos gastá menos por ahí y ocupate más de mamá.

Lidia: (Con angustia.) Me siento mal.

Carlos: Te llevo al cuarto.

Lidia: ¡No me toques! (Sale corriendo. Carlos la sigue.)

Julio: Vamos, Marta. Nos esperan los muchachos de la Facultad. (A todos.) Disculpen, pero nos vamos a otra fiesta. (Salen.)

Nelson: (A Andrea.) ¿Qué pasa? ¿Por qué me mirás?

Andrea: Voy a llevarle una taza de tilo a su mujer.

Nelson: Decile que no se preocupe, que ya aparecerá otro interesado en comprar la casa. (Mirándose al espejo.) ¡Qué noche! No, yo aquí no me quedo. Me voy al Centro. (Sale. Pausa. La luz empieza a declinar con lentitud. Elisa y Ramón se miran.)

Ramón: (Señalando con codicia la comida.) ¿Viste? Hay sándwichs y masitas.

Elisa: Es hora de sacarse el gusto.

Ramón: Sobre todo ahora que hay casa para un tiempo más.

Elisa: ¡Gracias a Dios! (Se abalanzan sobre la mesa y empiezan a comer con avidez. Oscuridad.)

obra de Ricardo Prieto

Escrita en Montevideo, en el año 1986

Todos los derechos reservados

 

Ver, además:

 

                     Ricardo Prieto en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

instagram: https://www.instagram.com/cechinope/

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de Teatro

Ir a índice de Ricardo Prieto

Ir a página inicio

Ir a índice de autores