La acción transcurre en el mismo lugar. Han transcurrido algunos días. Andrea y Lidia están preparando la mesa para un festejo.
Lidia: Dame las copas, Andrea. (Andrea la acerca las servilletas.) Dije las copas, no las servilletas.
Andrea: ¿La ropa?
Lidia: ¿Ahora también estás sorda?
Andrea: Ojalá estuviera sorda para no oír lo que se oye en esta casa. Y no sé para qué me hacen trabajar como a una negra preparando fiestas. Aquí se odian todos. Y a mí viven jodiéndome.
Lidia: Julio se recibió y mamá quiere celebrarlo.
Andrea: No sé qué hay que celebrar. Me imagino lo que le espera a ese pobre muchacho.
Lidia: En eso es mejor no pensar.
Andrea: Yo creo que hay que pensar. En esta casa, por no pensar ocurre lo que ocurre.
(Lidia se sienta. Se siente mal.) ¿Qué pasa?
Lidia: Nada.
Andrea: Vamos, decime. ¿Llamo a tu madre?
Lidia: No, dejala. Es por el embarazo. Hace días que me mareo.
Andrea: Vení, sentate. Y dejá esa mesa tranquila. (Lidia se sienta.) Voy a traerte un vaso con agua.
(Pausa. El semblante de Lidia está demudado. Andrea regresa con un vaso con agua.) Tomá.
Lidia: Gracias. (Bebe el agua. Andrea se sienta a su lado.) Ya me siento mejor.
Andrea: Tus asuntos andan muy mal. (Lidia intenta hablar pero Andrea la interrumpe.) No digas nada. No mientas. Sé que andan mal. Tu marido es un tarambana. Hace seis meses que se casaron y a veces ni siquiera viene a dormir. Al final tu madre tenía razón.
Lidia: Allá él.
Andrea: No, allá él no. Estás embarazada y él va a destruirte. Además pronto quedarán sin casa. El escribano del comprador está estudiando los títulos y en cualquier momento se firman los papeles. Qué clase de festejo es éste, me pregunto, y cómo es posible que tus padres se atrevan a festejar cuando tienen la casa casi vendida. Van a dejarlos a ustedes en la calle.
Lidia: Necesitan vender, Andrea. Yo los comprendo.
Andrea: ¿Y qué va a pasar con ustedes?
Lidia: ¿Cuándo se acordaron de nosotros? Me pasé la infancia escribiéndole cartas a Europa a mamá, y eras vos las que nos dabas un beso por las noches, no ellos. Pero no te preocupes. Ya veremos cómo nos arreglamos.
Andrea: Claro que ya veremos. Pero le haré la vida imposible a tu madre. Los problemas de la casa no se arreglan en la Cinemateca. En este momento hay que tener la cabeza muy fría.
Aída: (Mientras entra, a Andrea.) ¿Preparaste la mayonesa?
Andrea: Sí.
Aída: ¿Pusiste el vino francés en la heladera?
Andrea: (Con burla y sadismo.) Puse en la heladera el vino suelto que compré en el almacén.
Aída: Llegás a decir eso delante de la gente y te despido.
Andrea: ¿Piensa despedirme a mí? Está loca. Antes tendrá que pagarme todo lo que me debe en concepto de préstamos y sueldos.
Aída: (A Lidia.) Hoy está insoportable. Controlá que las copas estén bien limpias, nena. Y pedile a tu marido que se vista. Esta noche no quiero que se ponga esos pantalones vaqueros llenos de manchas.
Andrea: (Con burla.) ¿Quién viene a la fiesta? ¿Judy Garland?
Aída: ¡No seas atrevida! (Suena el teléfono. Lidia atiende y Aída le da una orden a Andrea.)
Andá a traer los sándwichs. Ya están servidos. (Andrea sale.)
Lidia: Un momento, por favor. (A Aída.) Es el ansioso de la inmobiliaria.
Aída: (Acercándose al teléfono.) ¡Ay Dios! ¡Me pongo tan nerviosa cuando ese hombre me llama!
(Atiende.) Hola, Aldo. ¿Cómo está? Sí, sí, lo llamé porque quiero saber cómo anda el trámite por la venta.
(Azorada.) ¿Qué no tuvo noticias de Lombardo? Llámelo, hombre. Mi escribano ya le dio los títulos de la casa al escribano de él y llegamos a un acuerdo con respecto al precio. Ahora hay que firmar un boleto de reserva.
(Indignada.) ¿Cómo que no? ¿Y cómo me aseguro que va a comprarme la casa? ¿Qué no quiere firmar? ¿Ese hombre está loco? Le rebajé veinticinco mil dólares y no voy a permitir que no se firme nada hasta que el escribano de él saque los certificados de libre embargo. Eso lleva un mes. ¿Y si se arrepiente de comprar la casa y yo pierdo otro comprador? ¿Cómo no voy a encontrar así nomás otro comprador? A ciento sesenta y cinco mil dólares, como se la estoy vendiendo, pongo yo misma un aviso y la liquido enseguida. ¿Cómo? No, no, hasta que no se firme algo, un boleto de reserva, cualquier cosa, yo no me comprometo con él.
(A Lidia.) Es un decir. (A Aldo.) Hable con ellos enseguida y llámeme. Sí, yo estoy aquí. Doy una fiesta y no voy a salir. Hasta luego.
(Cuelga.) ¿Oíste? ¿Cómo me voy a comprometer a venderle la casa si el tipo no entrega una seña? Quiero estar segura de que si se arrepiente de comprar voy a cobrar una multa.
Andrea: Con seña o sin seña, no creo que la compre.
Aída: (Furiosa.)¿Qué dijiste?
Andrea: Que tiene razón.
Aída: Andá a traer los sándwichs. No puedo verte esa cara igual a la de Bette Davis en "La malvada".
Andrea: (Saliendo.) Me voy, sí, pero a pensar en "Alí Babá y los cuarenta ladrones", que me robaron toda la plata.
Aída: ¡Ya te voy a devolver toda la plata, zarrapastrosa! Y la cocina está para el otro lado.
(Andrea sale cantando con insolencia.) ¿Habrase visto? Hace treinta años que la mantengo y le doy lustre y miren cómo me trata. Pero yo tengo la culpa. Y affaire conclu. No voy a darle más confianza.
(A Lidia.) ¿Y a ti qué te pasa? ¿Por qué tenés esa cara?
Lidia: Me gustaría que me dijeras de una vez por todas qué va a ser de nosotros cuando vendas la casa.
Aída: ¡Otra vez! Tenés un marido, Lidia, y ni tú ni él son unas criaturas. No puedo solucionarles todos los problemas.
Lidia: (Con ironía.) ¿Qué clase de apartamento vas a alquilar? ¿Uno de un dormitorio para que yo no pueda ir?
Aída: Sabés bien que tengo que llevar a Andrea, así que necesito dos dormitorios.
Lidia: ¿Entonces nosotros nos quedamos en la calle?
Aída: Veremos qué hacemos.
Lidia: ¿Cuándo lo veremos? Hace meses que decís lo mismo.
Andrea: (Entrando.) Perdone que me meta, pero vaya sabiendo que a mí no tiene que llevarme a su nuevo apartamento para seguir explotándome. Ya sé que quiere que vaya porque no le gusta hacer nada. Pero no cuente conmigo, y apenas venda la casa me paga todo lo que me debe, que es mucho, y me voy para siempre. Pero llévese a su hija embarazada con usted. No va a necesitar un cuarto para mí.
Aída: (Indignada.) ¿Desde cuándo vos ordenás mi vida? Si no querés venir conmigo...
Lidia: (La interrumpe.) No te preocupes. Yo no quiero limosnas. (Sale.)
Aída: Esta está insoportable.
Andrea: ¿Y cómo no quiere que esté insoportable? La va a dejar en la calle.
Aída: ¿Creés que voy a llevarla a vivir conmigo con ese crápula del marido? Además de ser un vago, le mete cuernos y la maltrata. A ella sola la llevo, pero con ése no voy ni a la feria.
Andrea: Una hija es una hija.
Aída: Y una madre es una madre. Ahora voy a ponerme mona. Avisame si vienen los de la inmobiliaria.
(Sale canturreando en francés "A París".)
Andrea: ¡Linda gente! Ah no. Yo me voy pa Piedras Blancas.
Marta: (Entrando.) ¿No viste a Julio, Andrea?
Andrea: Hoy no vi nadie.
Marta: Necesito que me dé plata para comprar desodorante.
Andrea: Si es para eso no lo busque.
Marta: ¿Y mi suegra?
Andrea: (Con burla.) Está en Hollywood, bañándose en la piscina.
Marta: ¿No estarás loca vos? (Sale airada.)
Andrea: ¿Yo loca? ¿Pero estos qué se creen?
Julio: (Entrando.) ¿Viste a Marta?
Andrea: Te está buscando para pedirte plata. Dice que quiere comprar desodorante.
Julio: (Huyendo.) Decile que no me viste y que me fui al Prado.
Andrea: ¡Qué gente! Después dice mi hermana que estos tienen una buena vida. Si esta es buena vida yo soy Mary Pickford.
(Alarmada.) ¡Ay, me estoy contagiando!
Nelson: (Entrando.) ¿Qué hay para comer esta noche?
Andrea: ¿No sabe que hay un festejo? Preparé una picada.
Nelson: ¿Picada? ¿Creés que yo me voy a llenar con picada? No pienso probarla.
Andrea: No creo que no la pruebe, sobre todo viniendo de arriba.
Nelson: ¿Qué querés decir? Mirá que esa picada se compró con mi plata.
Andrea: No me haga reír. Aquí la única plata que se ve es la de su madre y la mía.
Nelson: La próxima vez que digas una cosa así te voy a sacar a patadas de esta casa.
(Suena el teléfono. Andrea atiende.)
Andrea: (Con burla.) Mire cómo tiemblo. (Atiende.) ¿Hola? Sí, un momento.
(A Nelson, con sorna.) Una señorita muy finoli.
Nelson: ¿Aló? ¡Querida! ¿Cuándo llegaste?
Andrea: (Mientras sigue preparando la mesa.) ¿Llegaste? ¡Qué coraje! Esta debe ser una de las que viven con el culo pegado en la silla del quilombo.
Nelson: No, hoy no. Organizamos una reunión para festejar que Julito se recibió de médico. ¿Tu esposo como está?
Andrea: ¿Esposo el cafiolo?
Nelson: Bueno, sí, como no. Chau. Un abrazo a todos. (Con bronca, a Andrea.) ¿Decías algo?
Andrea: Hablaba en voz alta con San Cono.
Nelson: Me alegro, porque de lo contrario te iba a sacar de la casa ahora mismo.
Andrea: No se preocupe. Voy a irme antes de que me saque a patadas, y solita como Dios me trajo al mundo. Y espero que con mi plata.
Marta: (Entra de nuevo.) No encuentro a Julio.
Andrea: Dijo que se iba al Prado.
Marta: ¿Y qué fue a hacer al Prado?
Andrea: Habrá ido a orinar en el Rosedal. Aquí todos son tan raros.
Marta: Si ves a Lidia decile que estoy en mi cuarto.
Andrea: Si la querés para pedirle el desodorante te aviso que ella no usa.
Marta: (Furiosa.) ¿Y a vos qué te importa para qué la quiero?
Andrea: ¡Guaranga! (A Nelson, que está probando de la picada.) ¿No dijo que no iba a probarla?
Nelson: Eso es cosa mía.
Andrea: (Le arrebata el plato.) ¡También es cosa mía! Esto se compró gracias a la plata de mi jubilación.
Nelson: (Indignado.) Vieja maleducada. Si estuviéramos en la época de la Colonia te ataba a un poste y te azotaba.
Andrea: Pero no estamos en esa época. Esta es la época del che Guevara.
Nelson: ¿Así que te estás volviendo comunista?
Andrea: Eso es preferible a ser un viejo verde emputecido.
Nelson: ¿Qué dijiste? ( Andrea se retira con solemnidad. Nelson sale amenazador tras ella. Pausa.)
Elisa: (Entrando.) Yo no soy partidaria.
Ramón: Yo sí.
Elisa: ¿No ves cómo nos miran? Si nos quedamos a esta fiesta nos van a tratar como a sirvientes.
Ramón: ¿Y adónde querés ir? ¿A tomar un cortado al bar Pena?
Elisa: ¿Estás loco vos?
Ramón: (Con codicia.) Mirá: hay sándwichs, aceitunas, masitas.
Elisa: Capaz que hasta compraron champaña.
Ramón: Por eso mismo, m'hijita. Nos quedamos. Además hay que averiguar qué harán con la casa. Oí decir que están por firmar el boleto de reserva. Tenemos que saber cuánto tiempo nos queda para vivir aquí.
Elisa: No me hagas acordar de eso.
Ramón: Eso es lo más importante.
Elisa: (Con angustia.) ¿Hasta cuándo andaremos como ratas en esta ciudad maldita? Quiero tener un lugar para vivir. Tengo derecho ¿no?
Ramón: No llores, vieja. Hoy estamos de fiesta. (Prueba un sándwich.)
Elisa: No estoy llorando, pero me cansé de vivir a la deriva. Ahora estos venden la casa, se instalan regiamente y nosotros vamos a la calle.
Ramón: Así es la vida.
Elisa: De los perros.
Lidia: (Entrando.) Hola, tía. ¿Qué pasa?
Elisa: Nada.
Lidia: ¿Adónde van a ir esta noche?
Ramón: ¿Cómo adónde? Supongo que nos invitarán.
Lidia: Eso va por cuenta de mamá.
Elisa: Linda ficha esa. Muchas pretensiones, mucha apariencia y no tiene en dónde caerse muerta.
Ramón: (Con reprobación.) ¡Vieja!
Elisa: Perdón, no dije nada.
Aída: (Entrando.) ¿Qué están haciendo ahí? ¿Por qué no van a vestirse?
Ramón: (Fingiendo ingenuidad.) ¿Tenemos que vestirnos? ¿ Para qué?
Aída: ¿No saben que tenemos una fiestita? Festejamos que Julio se haya recibido, y de paso celebramos la venta de la casa.
Elisa: (Miente con desparpajo.) Mi cuñada nos invitó a cenar en el restaurante del Panamericano, pero yo no tengo ganas de ir hasta Pocitos.
Aída: Entonces se quedan y no se discute más. Mi casa es más paqueta que ese restaurante.
Elisa: (Con fingida resignación.) Si no hay más remedio.
Ramón: No nos gusta despreciar a nadie. Vamos a vestirnos, vieja.
Elisa: (Siempre fingiendo.) Tu hermana va a enojarse. (Salen discutiendo. Pausa breve.)
Aída: ¿Llegó tu marido?
Lidia: No.
Aída: ¿Se te pasó la neurosis?
Lidia: No me siento bien.
Aída: (Conmovida.) Vení, sentate y quedate tranquila. Veré cómo hago para ayudarte. Quizá te lleve a la nueva casa, pero tu marido...
Lidia: (La interrumpe.) ¡No iré a ningún lado sin él!
Aída: Entonces embromate. Yo no tengo la culpa de que seas masoquista.
Lidia: ¿Por qué querés que me separe de él?
Aída: Porque ese hombre es un resentido. Me odia y odia a nuestra clase. Además te abandona y te traiciona. Mirá cómo estás. Pronto habrá otra boca para alimentar. Van a traer un hijo al mundo y no tienen dónde caerse muertos.
Lidia: Casi toda la gente está así.
Aída: La gente es la gente: puro merzerío. Pero tú sos mi hija, tu apellido es Fonseca Arrecarte.
Lidia: ¿Querés que emigre, como hace todo el mundo?
Aída: Quiero que dejes a ese hombre.
Lidia: ¡No voy a dejarlo nunca!
Aída: Entonces no voy a llevarte conmigo. (A Andrea, que entra.) Traé la bebida, Andrea, y llamá a los demás.
Nelson: (Entra. Está exaltado.) ¡Qué noche! Volvimos a los viejos tiempos.
Aída: ¿Gracias a quién?
Nelson: (Intenta abrazarla.) A mi querida mujercita.
Aída: (Se separa de él con repugnancia.) ¡Salí! ¿O pensás que soy una de tus locas?
Nelson: Por favor, Aída. Esta noche no hables de mis locas.
Julio: (Entra seguido por Marta.) ¿Y todo esto qué es? Van a fundirse.
(Se sirve un bocado.)
Aída: Todavía no empezamos a comer, che. (Entra Carlos. Aída analiza con detenimiento su aspecto.) ¡Qué facha!
Carlos: (Con desprecio.) ¿Hay algo que le molesta?
Aída: (Con sarcasmo.) Todo, principalmente los championes.
Carlos: (Cáustico.) A mí me gustan porque son bien merzones. (Se sienta al lado de la mujer.)
Aída: (También cáustica.) A veces pienso que me hubiera gustado vivir en Versailles antes de la revolución.
Carlos: Y a mí después.
Aída: No tengo dudas, precioso.
Ramón: (Entra y entrega una botella.) Es del año pasado.
Aída: (Con asco.) ¿Castel Pujol? Hubiera preferido un Chambolle-Musigny, pero bueno, es mejor que nada.
Andrea: (Con ironía.) Sobre todo habiendo por ahí tanto vino suelto.
Aída: (Fulminando a Andrea con los ojos.) ¿Qué dijiste?
Andrea: Nada.
Aída: Empiecen a servirse. (Andrea sirve las copas. Se acercan a la mesa y empiezan a comer. Hay clima de festejo, y casi todos los presentes tienen hambre.)
Nelson: (Alzando la copa.) Por el nuevo médico de la familia. (Brindis general. Aplausos. Aída besa a Julio.)
Aída: Sé que vas a matar a mucha gente, querido, pero tratá de no matarnos a nosotros. Estudiá bien nuestros diagnósticos.
(Todos ríen.)
Nelson: Mi padre, que era ginecólogo, erró el diagnóstico sólo tres veces.
Aída: Mejor callate. Tu padre era como vos: sólo sabía diagnosticar la fiebre uterina.
(Algunas risas.)
Nelson: ¿Siempre graciosa, no?
Elisa: (A Julio.) Ojalá puedas entrar a una sociedad médica.
Julio: Eso no es fácil.
Aída: Olvidate de la relación de dependencia. ¿Para qué sirve atender a viejitas jubiladas? Si querés salir adelante tenés que instalarte en un consultorio particular y atender a la gente distinguida.
Julio: (Con resentimiento.) ¿Vos me das la plata para instalarme?
Aída: (Evasiva.) ¡Por Dios! Hoy no quiero hablar de dinero.
Nelson: (Le sirve vino a Carlos.) Tomá. ¿Y? ¿Cómo anda ese trabajo?
Aída: (A Nelson.) ¿Cómo querés que ande? Todo está igual. (Con ironía.) Hay gente que nunca se recibe de nada.
Carlos: (Con agresividad, a Aída.) ¿Yo hablaba con usted?
Aída: No, por suerte. (A Elisa.) Sírvase, chère. Hoy podemos intimar un poco. Una fiesta es una fiesta.
Elisa: (Sin captar la burla.) Gracias. (Suena el teléfono.)
Aída: (Alborozada.) ¡Yo atiendo! ¡Son los de la inmobiliaria! (Camina con rapidez hasta el teléfono. Los demás hablan, comen y beben. Sigue la excitación. Hay mucho ruido.) Sí, soy yo Aldo. (Después de oír durante un segundo.) ¿Qué? ¿Cómo?
(Gritando.) ¿Pero para qué me hicieron la oferta si no pueden comprar la casa? ¡No se juega así con la gente! ¿Cómo? No, señor. ¡Yo no tengo la culpa de que no les compren el apartamento a ellos! ¡Me hicieron una propuesta! ¡Molesté a mi escribano! ¡Y ahora me dejan a la deriva! ¿Ah sí? ¿No me diga? ¿Así que esto es muy común y ocurre todos los días? ¡Sepa que voy a contratar un abogado y a iniciarles un juicio por haberme causado perjuicios económicos y morales! ¿Qué no me exaspere? ¿Pero no se da cuenta de lo que me hizo esa gentuza?
(Cuelga con brusquedad y rompe a llorar. Pausa extensa. Todos están consternados.) ¿Por qué me miran así? Ya oyeron. Lombardo sólo podía comprarme la casa si vendía su apartamento, pero parece que el interesado que tenía se arrepintió y no vamos a hacer el negocio. ¡Si habré sido estúpida!
(Solloza. Pausa tensa. De pronto empieza a reponerse y mira a todos los presentes uno por uno. Sus ojos se detienen con ternura en el rostro de Lidia.)
Nelson: (Con cautela.) Nos reunimos para homenajear a Julio, querida. Tratá de no estropearnos la fiesta.
(Tratando de ser brillante.) ¡Y ahora un brindis por el doctor Fonseca Arrecarte!
(Levanta la copa y los demás lo imitan.)
Julio: (Con pena.) Mamá, yo...
Aída: (Lo interrumpe. Se ha repuesto a medias.) Yo también brindo, querido. ¡Ojalá te vaya bien! Y aunque me duela, ojalá puedas irte algún día de este país y empezar una vida mejor en otro lado, en París o en Londres, donde la gente bien usa frac y vestido largo y hasta grita con señorío: ¡Viva la reina!. Este país de nuevos ricos es infame.
(Solloza otro poquito y después le habla a Lidia.) Y vos, ma chère, no te preocupes. Sé que soy un poco loca y que tu padre es un tarambana. Pero te queremos mucho y deseamos ayudarte. Vamos a vender la casa de una vez por todas y saldremos adelante.
(Señala al yerno.) ¡Sin ése! (Sale con rapidez, sollozando. Pausa extensa.)
Julio: (Conmovido.) Mi relación con mamá siempre fue difícil, pero me apena verla así.
(A Elisa y Ramón.) En estas circunstancias, sólo quiero pedirles que paguen más alquiler. Aunque sólo sea para suavizar la tensión. De ahora en adelante yo también voy a aportar más dinero. (Al padre.) Y vos gastá menos por ahí y ocupate más de mamá.
Lidia: (Con angustia.) Me siento mal.
Carlos: Te llevo al cuarto.
Lidia: ¡No me toques! (Sale corriendo. Carlos la sigue.)
Julio: Vamos, Marta. Nos esperan los muchachos de la Facultad. (A todos.) Disculpen, pero nos vamos a otra fiesta.
(Salen.)
Nelson: (A Andrea.) ¿Qué pasa? ¿Por qué me mirás?
Andrea: Voy a llevarle una taza de tilo a su mujer.
Nelson: Decile que no se preocupe, que ya aparecerá otro interesado en comprar la casa.
(Mirándose al espejo.) ¡Qué noche! No, yo aquí no me quedo. Me voy al Centro.
(Sale. Pausa. La luz empieza a declinar con lentitud. Elisa y Ramón se miran.)
Ramón: (Señalando con codicia la comida.) ¿Viste? Hay sándwichs y masitas.
Elisa: Es hora de sacarse el gusto.
Ramón: Sobre todo ahora que hay casa para un tiempo más.
Elisa: ¡Gracias a Dios! (Se abalanzan sobre la mesa y empiezan a comer con avidez. Oscuridad.) |