LA SALA. MARTA ESTÁ SENTADA. ACABA DE FINALIZAR LA IMAGINARIA EJECUCIÓN DE LA SONATA Y CONTEMPLA A PROUST DE SOSLAYO, AVERGONZADA.)
Marta: (A PROUST.) ¿Quiere oírla de nuevo?
Proust: (HABLA.)
Marta: ¡Nunca me aburriría!
Alfredo: El señor Proust está cansado y tiene sueño, querida.
Marta: (A PROUST.) ¿Lo fatigué?
Proust: (HABLA.)
Alfredo: El señor Proust es muy cortés. Pero a ti no te hace bien estar tanto tiempo sentada frente al piano.
Marta: (A PROUST.) ¿Verdad que eso no importa, señor Proust? Dígale a Alfredo que podría pasarme aquí toda la vida con tal de hacerle feliz a usted.
Proust: (HABLA.)
Marta: (CON TERNURA.) Gracias. (UN SILENCIO.) Usted es el único amigo que tengo. Mis días son tan vacíos desde que todos me abandonaron. (CON EL ROSTRO ILUMINADO.) A veces, en el atardecer, me parece verlo venir a lo lejos para quedarse junto a mí. Y paso después toda la noche esperándolo, señor Proust, toda la noche deseando que esté cerca, que me mire, que me oiga. Pero usted siempre está lejos...¡Será por eso que no puedo dormir!
Proust: (HABLA.)
Marta: (CON MELANCOLÍA.)Sí, ya sé que nacemos y morimos solos. No venimos a este mundo ni nos vamos de él de la mano de nadie. (CON REPENTINA EXALTACIÓN.) ¡Lo importante es que ahora se encuentra aquí! Si la noche no estuviese tan fría podríamos pasear por el jardín.
Proust: (HABLA.)
Marta: (CON TRISTEZA.) ¿Se acostará tan temprano?
Alfredo: (A MARTA.) El viaje hasta aquí fue extenuante. El señor Proust necesita descansar.
Marta: Lo sé (A PROUST.) Pero quiero pedirle un gran favor: no se acueste todavía. (CON TEMOR.) ¿Oye el viento? Me da miedo. (BAJANDO LA VOZ.) Suelen venir a esta hora.
Proust: (HABLA.)
Marta: ¿No recuerda? ¡Los peces! (CON ANGUSTIA.) Entran a mi habitación cuando Alfredo se acuesta y el castillo está oscuro y silencioso.
Proust: (HABLA.)
Marta: No; no siempre. Pero sí en las noches como esta. ¡Es como si el viento los trajera!
Alfredo: El señor Proust está muy pálido, Marta. Su mirada languidece.
Marta: (ACARICIANDO LA MANO DE PROUST.) ¡Se lo suplico!
Alfredo: (SUAVEMENTE.) No insistas, querida.
Marta: ¡Necesito que me haga ese favor! ( A PROUST, CON DESOLADA ANSIEDAD.) ¿Verdad que no me lo negará?
Proust: (HABLA.)
Alfredo: ¿Oíste, querida? Sus ojos se cierran de fatiga. Necesita dormir.
Marta: (HORRORIZADA.) ¿Es posible?
Alfredo: (CON CRUELDAD.) El señor Proust se cansa como cualquier ser humano, querida.
Marta: (A ALFREDO, CON ODIO.) Ya lo sé. (A PROUST, ALUCINADA, BAJANDO LA VOZ.) ¡Háblele! ¡Intente convencerlo!
Alfredo: ¿Qué estás murmurando?
Marta: (A PROUST, SIN PRESTARLE ATENCIÓN A ALFREDO.) Pídale a Alfredo que esta noche no me deje sola. Quiero ir a su cuarto o que él duerma en el mío.
Alfredo: (MOLESTO.) Querida, por favor...
Marta: (SIEMPRE A PROUST.) Le dije mil veces que si durmiera a mi lado los peces no entrarían. Pero duda, no me cree, subestima mi presunción. Por eso nunca duerme conmigo. Y ni siquiera acude a mis llamados cuando me despierto gritando porque estoy a punto de ahogarme en el mar...(CON DESESPERACIÓN.) ¡Háblele, señor Proust! Se lo ruego. A usted le hará caso. Pídale que esta noche se quede conmigo.
Alfredo: (A PROUST.) No puedo dormir acompañado, señor Proust.
Marta: (A PROUST.) Dice que compartir su cama le produce claustrofobia...y que el médico le aconseja que duerma solo. ¿Verdad que eso no es posible? Un médico no puede impulsar a su paciente a separarse de su mujer...y a odiarla.
Alfredo: (MOLESTO.) Terminemos esta conversación, Marta.
Marta: (A ALFREDO.) ¡No! ¡Voy a contarle todo al señor Proust! (A PROUST.) Le juro que no miento. (RECALCÁNDOLO.) Me odia. ¡Si usted hubiese visto cómo me miró la noche en que tuvo que entrar a mi cuarto porque yo deliraba de fiebre! (ANGUSTIADA.) Nunca olvidaré cómo me traspasaban sus ojos ni con qué odio me miraba, como si deseara que yo no existiera.
Alfredo: El señor Proust va a pensar que soy un monstruo, Marta.
Marta: (A PROUST.) ¿Verdad que me cree? (SUPLICANTE.) Dígame que sí. El odio de Alfredo me persigue con la misma ferocidad con que los peces me martirizan.¡Lo juro, señor Proust! (BAJANDO LA VOZ, AVERGONZADA.) Muchas noches, para huir de la angustia, estuve a punto de entregarme al pez más grande y descender con él a las remotas profundidades del mar.(CON ANGUSTIA.) Alfredo nunca me deseó. ¿Puede creer algo así, señor Proust? Jamás vi en su mirada la pasión y el propósito que inundan los ojos de ese pez tortuoso que me asedia. Por eso he pasado todas las noches de mi vida esperándolo a usted. No, no desvíe los ojos, no piense que le miento. Siempre lo he amado, señor Proust, a pesar de que cuando acaricio su mano o contemplo sus ojos me cuesta creer que es un hombre y solo puedo ver un Dios. Debe ser por eso que lo necesito tanto, y que le pediría de rodillas que se quedara a dormir conmigo en la cama donde cualquier noche puedo morir. (CON PÁNICO.) ¿Qué le pasa? ¿Por qué se levantó? ¿Le molestó lo que dije? ¿Por qué se va? (DESGARRADA.) ¡No me deje sola con los peces, señor Proust! ¡No me abandone! (SALE DETRÁS DE PROUST. PAUSA EXTENSA. ENTRA LUCÍA.)
Alfredo: ¿Qué buscás?
Lucía: No le importa.
Alfredo: ¿Por qué estás tan agresiva?
Lucía: (AMENAZADORAMENTE.) No se acerque.
Alfredo: (PLAÑIDERAMENTE.) Pero si yo no quiero hacerte nada.
Lucía: (REMEDÁNDOLE.) "Pero si yo no quiero hacerte nada". (CON IRA.) ¡Me da asco!
Alfredo: (LA ABRAZA.) ¿Por qué me decís eso, mi vida?
Lucía: (CON ODIO.) ¡No me diga "mi vida"!
Alfredo: (MORBOSAMENTE.) Anoche no te molestó...
Lucía: No vuelva a mencionar lo que pasó anoche, si es que pasó algo.
Alfredo: (BURLÓN.) Tu memoria es muy deficiente. (LA ABRAZA CON MÁS ÍMPETU.)
Lucía: (CON ANGUSTIA Y SUMISIÓN.) ¡No soporto su frac!
Alfredo: Ella quiere que yo luzca elegante.
Lucía: La tela es demasiado áspera.
Alfredo: (CONTINÚA ABRAZÁNDOLA.) A mí no me gusta tu uniforme.
Lucía: No tengo la culpa de que ella me obligue a usarlo.
Alfredo: A mí también me obliga a ponerme esta porquería.
Lucía: Estamos tan locos como ella.
Alfredo: No me cuesta nada hacerle algunos gustos. El señor Proust se espantaría si me viera con ropa actual. Aunque podría sentirse muy reconfortado si aparecieras con minifalda. ¡Lo bien que te quedaría una pollerita transparente!
Lucía: (SE SEPARA DE ÉL CON BRUSQUEDAD.) ¿Por qué está siempre tan caliente? Parece un animal.
Alfredo: Vos tenés la culpa.
Lucía: Un día de estos voy a contarle todo a la "marquesa".
Alfredo: ¿Qué pasa ahora?
Lucía: (GOZOSAMENTE.) ¡Le diré que me acosa y me lleva a la cama!
Alfredo: ¿No lo harías, verdad?
Lucía: (SIN RESPONDERLE.) "Su marido llama a mi puerta de noche, señora marquesa, y cuando no le dejo entrar..."
Alfredo: (ABRAZÁNDOLA NUEVAMENTE.) ¿Por qué, mi vida? ¿Por qué?
Lucía: "Y cuando no le dejo entrar llega al orgasmo en la puerta. Ensucia todo: la alfombra, el piso, la pared. No crea que eso me produce placer, su excelencia; más bien quisiera escaparme o estar muerta."
Alfredo: (CONTINÚA ABRAZÁNDOLA.) ¿Verdad que no se lo dirás?
Lucía: ¡Lo haré! ¡Así podré vengarme de ella! (GRITANDO.) ¡Sí! ¡De ella! (CON BRUSCA TRANSICIÓN.) Hoy estuvo cariñosa conmigo: ¡me marcó la cara con un látigo!
Alfredo: Hay que tener paciencia, mi vida. Pronto estará bien loca y la internaré.
Lucía: ¿Ve? Todavía hay sangre coagulada. Pero nadie me defendió. Hasta el señor Proust, que suele ser muy gentil, se limitaba a contemplarme con sus ojos calculadores, como si yo fuese una rata y él el rey de la creación
Alfredo: (BURLONAMENTE.) El señor Proust no te contempló nunca, querida.
Lucía: (CON PÁNICO REPENTINO, COMO SI SALIESE DE UN TRANCE.) Claro. Por supuesto, su excelencia. Claro, señor marqués. (INTENTA HUIR.)
Alfredo: (LA DETIENE.) ¿Adónde vas?
Lucía: Me voy ahora mismo de esta casa.
Alfredo: ¿Estás loca?
Lucía: Loca voy a terminar si continúo viviendo aquí.
Alfredo: ¿Pero adónde irás?
Lucía: No le importa.
Alfredo: Será mejor que esperes hasta mañana.
Lucía: ¿Para que esta noche vuelva a molestarme? ¡No quiero que me toque más! Siento náuseas cada vez que lo hace.
Alfredo: Pero cuando te abro las piernas...
Lucía: ¡Lo castraría! (RISA DE ALFREDO.) ¡Sí! Lo dejaría sin nada ahí! ¡Cómo gozaría viéndole desangrarse! (ALUCINADA.) ¡Y correría a buscar a la "marquesa"! ¡La traería a empujones para que lo viera desnudo y desangrado sobre mis sábanas! (ALFREDO CONTINÚA RIENDO. SU EXCITACIÓN AUMENTA.) Pero no tendré tiempo de hacerlo, por desgracia. ¡Se acabó! (SEPARÁNDOSE.) ¡Suélteme! ¡Le dije que me voy!
Alfredo: (CON PASIÓN.) No te lo permitiré.
Lucía: (TRATANDO DE DESPRENDERSE DE NUEVO.) ¡Nunca más tendrá poder sobre mí!
Alfredo: ¡No podrás irte! ¡No quiero que te vayas!
Lucía: ¿Por qué no confiesa que no le importo?
Alfredo: Vos sos parte de mi vida. (RISA DE LUCÍA.) ¿De qué te reís?
Lucía: (REMEDÁNDOLE.) "Vos sos parte de mi vida." ¿De qué novela rosa lo sacó?
Alfredo: No quiero quedarme solo con ella.
Lucía: ¿Le teme, verdad?
Alfredo: No.
Lucía: (CON VIOLENCIA.) Confiese que le teme.
Alfredo: (CON ANGUSTIA.) Suele llamarme en el anochecer.
Lucía: (CON TRISTEZA.) Ya lo sé.
Alfredo: ¿La has oído?
Lucía: Sí. (CON RESENTIMIENTO.) También oí todo lo demás.
Alfredo: (ASOMBRADO.) ¿Oías detrás de las puertas?
Lucía: Sí.
Alfredo: ¿Y sentías celos, verdad?
Lucía: ¡Eso no le importa!
Alfredo: (SUPLICANTE.) Decime que sí...¡ Necesito que sea cierto! ¿Verdad que sentiste celos? (LA ABRAZA CON DESEO.) ¿Verdad que te parece horrible que me acueste con ella?
Lucía: (SOLLOZANDO.) ¡Quiero irme!
Alfredo: (CON DESESPERACIÓN.) ¡Decime que es cierto, por Dios! (EXTENSA PAUSA. SE MIRAN CON ODIO Y DESEO.)
Lucía: Y bien. Suponiendo que fuera cierto... Suponiéndolo.
Alfredo: (CON ARDOR.) ¡Mi querida, mi adorada Lucía! (LUCÍA RÍE. ALFREDO LA EMPUJA HACIA LA HABITACIÓN. PAUSA. ENTRA MARTA. LA LUZ EMPIEZA A DECLINAR.)
Marta: Señor Proust...Señor Proust...¿Es posible que se haya ido sin despedirse y que me haya dejado sola? No. No lo creo. Un hombre como usted no puede hacer eso. ¿Olvidó que lo había invitado a quedarse hasta el lunes? Yo quería que paseáramos juntos por el invernadero, y que viera los cuadros y las reproducciones de catedrales góticas, y que comprendiera que soy su mejor amiga, la que más lo ama... ¿Por qué se fue? El marqués también se ha ido... Y Lucía, a pesar de que nunca sale, tampoco acude a mi llamado. (CON PÁNICO.) El castillo parece un cementerio del que todos han huido para siempre... (SE OYEN GEMIDOS DE GOCE. EL ESPECTADOR DEBE TENER LA SENSACIÓN DE QUE SON EL RESULTADO DEL ALUCINANTE ACOPLAMIENTO DE DOS ANIMALES. SE OIRÁN HASTA EL FINAL DE LA OBRA.) Oigo, sin embargo, gemidos de goce... (ALUCINADA.) Y a los peces, señor Proust. ¡Los peces! (COMO SI LOS VIERA.) Ya empiezan a llegar para llevarme a las profundidades del mar y convertirme en su reina... ¡Mire! Mi piel empieza a revestirse de escamas... Mis dedos se están transformando en aletas... (GRITA CON ANGUSTIA.) ¡Lucía! (CON FURIA.) ¿Tú te llevaste al señor Proust? ¿Tú lo sedujiste? ¿Alguien lo ha matado? ¡Lucía! No quiero oír esos horribles gemidos... no ahora, que el mar empieza a inundar el castillo y se mojan los divanes, las paredes, las alfombras... (CON TERROR.) ¡Me estoy hundiendo, Dios mío! ¡Voy a morir ahogada! (LA OSCURIDAD ES CASI TOTAL.) El agua me llega hasta la cintura... y sube... y sube... ¡Y no puedo pedir socorro! (OSCURIDAD TOTAL.)
Escrita en Montevideo, en el año 1970 |