Vivencias
Juan Ramón Pombo Clavijo

Se restregó sus manos por enésima vez y quitándose una supuesta legaña que empañaba uno de sus ojos, sacó un cálculo del tiempo que llevaba esperando en esa parada de transporte urbano, el vehículo que lo llevaría a su domicilio.

Sólo cuando éste se avizoraba a la distancia, recién ahí se percató de que no disponía de dinero para pagar el correspondiente boleto; la razón de ello era, la falta de costumbre, ya que el nunca viajaba sólo y que por lo tanto el vil metal no rozaba sus manos, porque no lo necesitaba.

Siempre lo llevaban y nunca viajaba solo sino, que en todo momento, lo acompañaban, de esa comodidad disponía nuestro personaje o dicho de otra forma; siempre tenía quién se ocupara de él y velaban por su seguridad y porque nada le faltare.

Bueno, se dijo que tampoco de esto se haría un drama y como quien no quiere la cosa, se dispuso a utilizar él más viejo sistema de transporte de la humanidad y empezó a caminar.

Total, aún es temprano, está fresco y la cena, en su casa la sirven por tradición y costumbre a las siete de la tarde; por aquello de hacer con comodidad la digestión se dijo y para respetar el protocolo de la casa.

Sacando cuentas, su domicilio quedaba a unas veinte cuadras y caminando a un ritmo lento y mirando alguna vidriera y ojeando una que otra damisela, no le llevaría más de una hora llegar a su domicilio.

Así fue que, en forma distraída y luego de avanzar unas cuantas cuadras, de pronto se percató o intuyó que dos personas del género masculino, lo seguían, observándolo de forma muy peculiar.

Quiso asegurarse de esto y tuvo la idea de detenerse a mirar una vidriera, así de ésta forma podría observar, espejado en el vidrio, si lo que sospechaba era cierto o producto de su imaginación.

Pensó en las cosas que uno aprende en la televisión; sobre todo en las películas policiales y de espionaje y los actuales tiempos estaban raros.

A pesar de que en su casa, no se acostumbraba a ver filmes violentos u obscenos y a su alrededor la asepsia imperaba en todo sentido.

Las buenas costumbres que imperaban en su entorno hogareño, trataban de alejarlo de todo lo que contaminaba y la muy sana disciplina y las buenas intenciones que regían aquella casa, tan añeja y grande; guardaba las tradiciones que siempre y desde varias generaciones acunó.

No fue sorpresa, confirmar lo que a ésta altura de las circunstancias ya venía previendo, sus sospechas se estaban confirmando.

Los dos hombres, cuando él se detuvo, ellos también lo hicieron y simularon estar mirando algo lejano, pero nuestro amigo se dio cuenta de que no lo perdían de vista.

Caramba pensó, no debo dejar que los nervios me traicionen, pero voy a tomar mis recaudos ya que me está dando un poco de miedo y éste nunca fue buen compañero.

Pensando todo eso nuestro personaje, cruzó la calzada y mantuvo su paso de forma ya bastante apresurada pero sin dar a entrever que el pánico lo invadía, de solo pensar en todas las cosas malas que ocurrían últimamente, pero que nunca se piensa que le van ni siquiera a rozar a uno.

Ya el frío, le había ido dejando paso a un calor incómodo y con transpiración, que se tornaba ya bastante pegajosa; producto de la adrenalina que descargaban sus glándulas por culpa de ese miedo peculiar que lo invadía y que él luchaba para no caer en pánico manifiesto.

Luego de avanzar un poco, un par de cuadras muy largas a su entender, se atrevió a mirar atrás, no sin cierto resquemor y con disimulo.

Ahora sí que el pánico casi lo paraliza y de su nuca, sintió que los pelos se le paraban, cuando se dio cuenta, que las personas que lo seguían, lo estaban alcanzando y con intenciones de abordarlo, según se dijo.

¡Para que habré salido! Pensó, evidentemente hoy no es mi día.

Su excitación tuvo un pequeño alivio al darse cuenta de que casi estaba llegando a su destino, su casa y que en caso de apuro con una breve corrida estaría sano y salvo.

Esto lo descuidó y de pronto se vio alcanzado por sus perseguidores y allí si, ya el terror lo paralizó del todo.

Éstas personas, que le hablaban con voz pausada y una de ellas le dijo, que les daba mucho gusto de verlo y que ya hacía mucho tiempo estaban procurando encontrarlo y que no se preocupara, que ellos lo ayudarían a llegar, dicho esto, lo tomaron suavemente de sus brazos y de sus axilas, uno de cada lado.

Casi le llega el desmayo por el susto, pero creyó reconocer a éstas personas y aunque no podía recordar de dónde.

Se vio llevado casi en andas y subiendo por una escalera muy señorial y de escalones de mármol, la que le era muy familiar y aunque su miedo no le permitía aun reponerse, supo que por fin estaba en casa cuando levantó la vista y leyó las letras de molde, sobre el dintel de la enorme entrada ..............“Hospital Siquiátrico”.-

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “El Machuca”

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