Velorio
Juan Ramón Pombo Clavijo

Aquejado de un fuerte dolor de muelas; acudí con mi mayor dosis de coraje y acicateado por un terrible estado de nervios, empuje mi pobre osamenta hasta el consultorio del facultativo, cuya figura ocupa los primeros lugares entre las personas “non gratas” en mi preferencia popular.

Grande fue mi decepción, cuando al llegar a la antesala de la cámara de torturas; tal vez inspirada en las épocas del medioevo, me percato por un vistoso cartelito que colgaba de su puerta, que su horario de atención comenzaba (por haberlo diferido según rezaba en el mismo) dos horas mas tarde.

¡Qué decepción ¡ ¡Qué mal me sentí! Si es que aún me cabía más dolor, lo cual no creía.

Volverme a mi casa sin solucionar éste doloroso problema, no estaba en mis cálculos; así que armado de infinita paciencia me dispuse a esperar, tal vez con el consuelo de que, yo sería el primero en ser atendido, si no primaba otra persona con horario preestablecido de antemano.

Esperando que ello no fuera así porque, yo estaba dispuesto a defender mi lugar a capa y espada si fuera necesario.

Viendo que en la esquina más próxima y como no se concibe de otra manera en la mayoría de las ciudades (por lo menos las que conozco) y ostentando una gran marquesina que lo anunciaba, había un bar, café o restaurante.

Hacia allí me dirigí con dos premisas; una, dejar que pasara el abismo del par de horas que tenía por delante para esperar, o sea lo que la jerga popular dice... “matar el tiempo” y la otra razón apuntaba aún en contra de mi ego, a tomar coraje por medio de algún menjurje espirituoso que me permita afrontar con entereza mi próximo suplicio.

Que si bien me considero hombre, con muy buena cuota de coraje, nunca viene mal alguna ayuda, que estimule para poner nuestra cabeza apoyada en el sillón de los tormentos.

Me arrimé al mostrador en un hueco que vi entre la concurrencia, la que me pareció excedida en número para la hora del día y porque no aprecié aquello como normal.

Luego de unos momentos bastante largos, alguien me atendió y pedí una copa con dos medidas en ella, planeando estar lo menos posible en aquel lugar, tal vez por la circunstancia que me llevó hasta allí y porque mi estado nervioso así lo ameritaba, demasiada gente para mi gusto y mi momento. 

Estaba yo sumido en el corral imaginario de mis pensamientos; cuando escuché que alguien con cortesía, me pedía permiso para estacionar su humanidad, junto al mostrador y a los pocos momentos vi que escanciaba algo líquido de su copa.

Como al pasar me acotó a modo de entrar en conversación; -“mucha gente ¿verdad?”

Yo, lo último que quería en ese momento, era conversar y lo que sí estaba seguro y quería con apuro, era pagar y alejarme de allí, lo mas rápidamente posible, pero apelé a mi cortesía habitual y le respondí con pocas ganas y allí terminaría todo el diálogo...

-Sí, realmente me llamó la atención, pero como estoy de paso y no conozco la gente, que concurre a este “Bar” ¿? 

Allí creí que terminaba todo el diálogo, pero mi interlocutor que evidentemente tenía mucho más ganas de conversar que yo, me respondió:

-Lo que sucede, es que en la casa de al lado están de velorio y por lo que parece, el occiso era muy conocido y apreciado a pesar de no tener parientes, por lo menos que se le hayan conocido.

-Claro, respondí yo parcamente y sólo como acusando recibo de su gentil acotación y empinando mi copa, escancié el resto de mi bebida y miré para ver si veía algún dependiente, pagarle y largarme de aquel lugar.

Dos o tres veces ice las señas pertinentes de la ocasión, las populares señas que se aprenden en la vieja cultura, que despliega el largo trajinar por los nunca bien definidos en su esencia, los “Boliches”.

Cuando apareció, el hombre que anteriormente me sirvió, le pregunté cuánto le debía y me dispuse a pagarle, cuando el señor que tenía de compañero circunstancial, dijo, allí entreví cierto acento extranjero que anteriormente, no noté – “Por favor no le cobres al señor, que yo sin querer tal vez lo molesté de alguna forma, puesto que me pareció que queriendo tomar una copa tranquilo, yo lo saqué de sus meditaciones, por lo tanto quiero que me conceda (ahora mirándome directamente) el honor de invitarlo.

-Apelé a mi mejor diplomacia ya que me desconcertó su inesperada cortesía y más o menos balbucí:

-¡No! Por favor, de ninguna manera usted, a sido inoportuno, lo que pasa es que estoy pasando un mal momento por culpa de un terrible dolor de muelas y vine a ver al Dentista y me encontré con que abre su consultorio, dos horas más tarde y por lo tanto me vine a tomar una copa, mientras esperaba.

En ese momento, me di cuenta de que estaba yo haciendo el ridículo, al apreciar aquel cuadro que formábamos, mi interlocutor, el mozo y yo, de fondo, todo aquel ruido que emitía el tumulto de gente.

Mirando un gran reloj ubicado en el frente de la pared que yo miraba, vi que aún faltaba mucho para mi cita y queriendo salir de ese atolladero y como una forma de subsanar el inconveniente en el que me vi enredado, dije: 

-Bueno, le acepto la gentileza si usted me acepta una copa a mí.

-Él aceptó y sin mas trámite y previo servicio del sufrido servidor (lo llamó familiarmente “Buby” y me lo presentó como su amigo) que soportó con entereza mi cháchara, luego quedamos enfrascados en una entretenida tertulia con mi interlocutor.

Me enteré que éste buen señor, efectivamente era de nacionalidad polaca, pero que ya hacía más de cuarenta años que vivía en el País, ya que se enamoró de una ciudadana de éste suelo y se casaron al poco tiempo de conocerse.

Pese al tumulto de gente que cada vez se acentuaba mas porque se acercaba la hora del sepelio; cosa que me enteré en la tercera vuelta de copas que sirvió el barman y que ya me simpatizó mas, tal vez se deba al conocimiento, que evidentemente tenía con mi compañero de conversación, se trataban con mucha familiaridad.

No pudieron tener hijos me contó y su profesión como marino mercante, lo llevó a conocer el mundo.

Cuando llegó el momento de jubilarse y de ese modo poder disfrutar, los años que les quedaban con su mujer, ésta falleció en un terrible accidente, de pronto me invitó a sentarnos en una mesa que quedaba libre.

Me contó que en el barrio, todos lo conocían por “El Polaco” y que cuando volviera por las inmediaciones, no dejara de pasar por su casa que estaba muy cerca de allí, si no estaba en su casa, estaría en el “Bar” en que nos encontrábamos, ya que con el dueño del mismo tenían una vieja amistad y desde hace muchos años que son socios.

Así transcurrió un buen rato y cuando yo me percaté de que el dolor de muelas, se me había pasado y me disponía a contar algo de mi aburrida vida ya que, realmente me encontraba muy a gusto a pesar del ruido que producía, el entre chocar de vasos, copas, botellas y las conversaciones que desgranaban, los que se habían dado cita para acompañar al muerto a su último descanso.

Se levantó mi compañero momentáneo de copas y llamando al mozo, me estrechó fuertemente su mano y excusándose ya que se acercaba la hora de retirar los cuerpos, se tenían que retirar pero que me tomara otra copa a su salud, que ya estaba paga y que otro dependiente me serviría.

De ese modo, pasó esa pequeña amistad momentánea que la vida nos presenta, me quedé pensando, mientras los vi alejarse entre la gente rumbo a la salida o sea a la calle y lo que me llamó la atención, es la forma en que iban abrasados; se ve que son grandes amigos.

Cuando me dirigí camino al odontólogo, vi que la gente evacuaba el lugar y se dirigía al lugar donde se velaban los restos o sea a la casa de al lado.

De pasada, me llamó la atención el nombre del bar que leí pintado en el vidrio de una de las vidrieras y decía sólo, dos letras dentro de un óvalo rodeado por algo semejante a rayos de sol; “BP”. - 

También me percaté al salir, que ya estaban por sacar el cuerpo, porque estaban estacionadas las carrozas... ¿carrozas? y las infaltables limusinas; Pensé para mis adentros que debía de ser alguien bastante holgado, en lo que respeta a su posición económica y tal vez muy apreciado y con muchísimos amigos y conocidos.

Ya no tenía dolor, cuando ingresé en la sala de espera del consultorio, pero no quería volver sin que el facultativo me despojara de la culpable de mi escarnio.

Evidentemente había perdido mi lugar de espera, pero no me importaba porque venía entonado, por la ingesta de alcohol y por la vivencia corta pero con calor humano que me dejó el episodio transcurrido en el bar, con el diálogo con aquella agradable persona.

Dando las “buenas tardes” cuando entré, vi que habían esperando, dos personas, una de ellas femenina y la otra un señor ya entrado en años y ambos enfrascados en circunstancial coloquio.

Pronto me interesé en la conversación, esperando el momento de integrarme a la misma, como es de uso en éstas ocasiones.

Escuché que el señor entrado en años, le comentaba a la dama:

-[Y sí; asistió muchísima gente, porque eran los dos muy queridos en el barrio y vecinos de siempre; yo no quise ir porque mi familia con ellos eran muy conocidos y anoche lo pasé en el velorio, de hecho mi señora con mis hijos, van en el acompañamiento y yo preferí quedarme, puesto que tenía cita con el dentista]

Haciendo un breve silencio, continuó comentando y viendo que la atención ya era mayor, dado el echo de que contaba con mi presencia, aunque supongo que se imaginó que yo no sabía (y no estaba muy errado) de lo que estaba ablando.

-Continuó: _[Y, con la señora del “Polaco”, fuimos parientes lejanos; ¿ Quién iba a pensar que todo terminaría de ese modo? Si fueron tan amigos, aparte de socios, que poco más eran como hermanos, por el cariño que ambos se profesaban.

Allí si, metió un bocadillo la dama, quien dijo...

_-Lo curioso es que ninguno de los dos deja herederos, ya que al ”Buby” nunca se le conocieron parientes, así que la casa, como el bar quedara para el fisco ¿No?

-Ahí si, ya no pude contenerme y antes que el hombre respondiera, más que preguntar, escupí mi pregunta, con muy poca diplomacia, ya que la curiosidad me quemaba en el estómago y no era a consecuencia de los tragos que “escavié” antes en la esquina.

-Perdón...¿Están comentando del velorio que está a la vuelta, pegado al bar?

-El señor, que lejos de sentirse molesto por mi incursión un poco atrevida y que lo imaginé, casi con ganas de desasnarme de mi ignorancia del tema, se adelantó a la dama y comentó para mí...

- [El Polaco y el Buby, eran tan amigos que aparte de ser socios, vivían juntos desde que enviudó el Polaco y compartían todo en la vida y jamás sentí, que tuvieran ni un sí, ni un no.

-Todo empezó hace mas o menos un año, cuando ambos empezaron a cotejar a una mujer; todo fue como una broma entre ellos, asta el día de ayer, donde los dos se trenzaron en una discusión bastante violenta pero que, nadie se metía, ya que los dos tenían dos por tres éstos altercados que terminaban con invitación de copas para todos los comensales presentes y las risas de todos.

- La disputa, cuyo motivo era referente a la dama en cuestión, fue muy dura y así, palabra va y palabra viene, cuentan los que allí estaban, que el Polaco toma un arma, que tenían siempre en un cajón debajo de la caja registradora y sin mediar palabra, disparó a quemarropa sobre su amigo.

-Acto seguido, colocó el arma en su cabeza y se disparó en la sien.

-Fue todo tan rápido, que dicen que todo el triste episodio, no duró mas que unos segundos y......]

Ya no pude escuchar y más que salir, lo mío fue una fuga de aquel lugar y conteniendo el vómito, salí a la vereda en procura de un poco de aire fresco, que desembote mis sentidos y me convenza, de que todo era un sueño, tal vez producto de los nervios y de la bebida.

Cuando de repente, por delante de mí, por la calle y encabezando un macabro desfile pasaban dos carrozas.-

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “El Machuca”

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