Trofeo de familia 
Juan Ramón Pombo Clavijo 
30/08/2006

Amanecer  en un barrio cualquiera, con los ruidos habituales que dejaban avizorar, el nuevo día.

Una frenada acá, un grito por allá, algún que otro vehículo que ronroneaba mas de lo debido y la típica estampa de un barrio de una pequeña ciudad, que despertaba a una nueva jornada.

En un hogar de los tantos que componían ésta pequeña urbe, en una calle cualquiera, alguien se resiste hasta último momento, a dejar de lado aquello que tanto daño anímico le había causado a la familia y que estaba procediendo a introducir en una clásica bolsa de residuos.

Se trataba de un par de zapatos, pero no cualquier par de zapatos, sino que éstos, eran de superior calidad y si cabía más paradoja; nunca fueron estrenados a pesar de que gozaron de extrema admiración.

Éste calzado que hoy tiene historia, fue traído de un lejano País, por el jefe de la familia en un reciente viaje que izo junto a varios amigos y compañeros a otro continente; un viaje, largos años postergados de los llamados de “Fin de Curso”.

Era un calzado tildado de primera categoría en cualquier lugar del Mundo y su valor de mercado estaba acorde a los mismos, o sea que su costo era altísimo en cualquier moneda.

De una hechura exquisita, que lo confeccionan sólo los artesanos de cierto lugar de Europa y que todos, o la mayoría de los hombres conocedores de lo que es moda, ambicionamos tener alguna vez en el transcurrir de nuestra corta vida.

El líder de ésta familia; primero tuvo la alegría de haberlos podido comprar, saboreando la futura satisfacción de lucirlos y provocar la envidia de sus camaradas, familiares y amigos.

¡Ha! Ya llegaría el placer de poderlos calzar.

Ya tendría ocasión de contarle al que se fijara en aquella artesanía, la forma en que se compró dichos adminículos, hechos a mano.

Pequeña historia que comenzó cuando de paseo por un pequeño pueblo, al que lo llevó uno de sus compañeros de viaje, que tenía conocimiento y experiencia por anteriores pasajes por aquellos lugares.

Chico el pueblo, de calles de piedra, al igual que la mayoría de las muy añejas casas, con un pequeño frente que no decía mucho desde la fachada; pero una vez dentro, toda la quietud del exterior, se transformaba en una febril actividad artesanal que era llevada a cabo por gran número de personas que en su mayoría pertenecían a una misma familia.

Y que casi la totalidad de lo allí producido, se exportaba a diferentes Países.

Aunque su billetera sufrió un pequeño colapso en el momento de efectuar el pago de aquél par de lujo, pensó que tendría su recompensa al estrenarlos y en el largo tiempo que disfrutaría de los mismos.

Bueno, como todo viaje, éste también tuvo su fin.

Fue de gran alboroto la bienvenida de todo el grupo por parte de familiares, amigos y compañeros de trabajo.

Luego vino el consiguiente reparto de regalos y souvenir y las preguntas de estilo, de lo bien que se vivía del otro lado del Mundo, de lo caro que estaba para vivir por allá, de las comidas, de las costumbres y todas las sandeces que se estilaba en éstos menesteres que formaban parte de la parafernalia de los retornos.

Ahora, ya en la intimidad del entorno familiar, había llegado la hora de mostrar casi con cierta pompa y ceremonia; aquel par de zapatos de lujo que ostentaban también, caja y envoltorio acorde a su categoría.

Fueron pasando de mano en mano, oyéndose en todos los que los tocaban exclamaciones de admiración.

Hasta que le llegó el turno a la Esposa y Madre de sus hijos, tomó ésta con delicadeza no exenta de cierto cariño, ya que a esta altura de los acontecimientos se sentía contagiada por la alegre ansiedad de su marido.

Los observó con admiración y detalladamente, haciendo comentarios a medida que sus ojos se paseaban por la superficie de aquellas verdaderas dos obras de arte.

Fue cuando todo explotó literalmente en ésta historia.

Allí fue que se trastocó todo, cuando luego de observar detenidamente, ella vio lo que para todos había pasado desapercibido; donde terminaba la capellada y casi al llegar a la puntera del que correspondía al pié izquierdo, había un corte de unos dos o tres centímetros, justo donde comenzaba la suela y al hacerle presión, dejaba ver una pequeña boca.

Fue todo un drama familiar y el dueño de casa y de los zapatos que no tenía consuelo y le costaba ver lo que sus ojos veían.

No podía creer que le hubieran vendido aquella porquería y justo en un lugar precedido de tanta fama, cómo pudo pasar y cómo fue que se les pasó a los que controlaban el “control de calidad” que el mismo había visto que lo ejercían como algo sacrosanto y hasta lo dejaban testimoniado en una vistosa etiqueta, de las varias que adornaban aquellos pseudos artículos de lujo.

¡La fortuna que pagó por aquella basura!, que tal vez se debiera a su mala suerte y así estuvo despotricando hasta el cansancio, y desoyendo todos los consejos que a su alrededor se escuchaba.

_”Que tal vez se podrían devolver”- “Que tendrían arreglo”- “Que conocían zapateros que hacían milagros”- “Que no se aflija”

No sólo que no hubo forma de apaciguar, ni de convencer al propietario de los ahora malqueridos zapatos, sino que hubo orden estricta de que tal par, fuera tirado sin más vueltas a la bolsa de residuos del día siguiente.

Como habíamos quedado al principio de esta historia, la señora de la casa procedió a poner sobre la clásica bolsa de los residuos que se sacaban a la vereda, introducidos de antemano dentro de otra bolsa pero siendo ésta transparente, aquél par del feo episodio ocurrido el día anterior y siguiendo el mandato de su esposo, pero con la esperanza de que alguien los encuentre y saque provecho del calzado que le daba lástima, botar a la basura y que tanto dinero le costara a su esposo.

Sabía de hurgadores y personas comunes que recogían lo que otros tiraban, las cosas que no le sirven a algunos, le sirven a otros.

Así pasaron varios días y así fue transcurriendo el tiempo; hasta que en cierta ocasión, se solicitaron los servicios de un fontanero conocido, para que arregle cierta avería en los caños de la cocina.

Ya caía la tarde cuando al retirarse el profesional, luego de solucionar lo que le correspondía a su oficio (ya vendrían luego, algún albañil y/o pintor a dejar la pared que él tuvo que romper, en perfectas condiciones) y acarreando sus herramientas hasta una camioneta estacionada frente a la puerta de la vivienda, se encontró con el dueño de casa que regresaba de su trabajo al fin de la jornada.

Se saludaron con amabilidad, ya que eran viejos conocidos y vecinos e intercambiaron unas palabras, que la familia, que el fútbol y otros.

Cuando de pronto el dueño de casa y por mera casualidad, miró el calzado de su interlocutor y casi no da crédito, a lo que estaba viendo.

Allí con los pies del plomero introducidos dentro, estaban de cuerpo presente aquellos dichosos zapatos.

Luego de algunas preguntas, que justificó contándole al profesional los episodios pasados; se enteró que su mujer se los compró en la feria del barrio, a la que todos los vecinos acudían y que los había pagado muy baratos y que a pesar de su avería, para trabajar remediaban.

También le acotó que tal vez, se los regale a su cuñado, puesto que a él le quedaban un poco apretados.

Luego de un pequeño rato, se despidieron y un pensamiento coincidía en ambos hombres “qué casualidad”; pero aún el destino deparaba otras sorpresas.

Así las cosas, esa noche y en la consabida reunión familiar en torno a la mesa, hubo otro motivo de conversación, de risas, de lástimas, de coincidencias y también un poco de sentimiento por aquel par de acordonados, que habían formado todo éste cúmulo de casualidades, pero que ahora servían para el comentario general y que de alguna forma adornaban la conversación de sobremesa.

Fin de semana, Domingo, invitados a la cena y eso más la costumbre, ameritaba ir a la feria del barrio.

Hacia allá se dirigieron marido y mujer, con la compañía de un pequeño y útil carrito que se prestaba muy acorde, para esos menesteres.

Feria, mercado y esa interrelación de familias, amigos y vecinos.

Era costumbre que al llegar a dicha feria, ambos se separaban, él buscaba diarios, revistas, algo que le llamara la atención y que como la mayoría de las veces, terminaba en el cajón de residuos.

Ella, la ama de casa, buscaba variados productos y seleccionaba lo que necesitaba para abastecer la parte culinaria de la familia.

Mientras ella estaba abocada a su menester, él deambulaba por todos ésos puestitos que ofrecían variados productos, algunos usados, otros no y que la curiosidad y el articulado barato lo empujaba a comprar alguna cosa que luego la mayoría de las veces, terminaba desechada y tirada.

Cuando él, esquivó una pequeña cola de personas, que frente a un puesto de pescado esperaban por su turno, vio que sobre la vereda, una señora de  edad avanzada, había extendido una pequeña lona y que sobre ella, había dispuesto varios artículos para la venta.

Un montón de discos viejos, algunas revistas y pequeñas cosas (chucherías) que en realidad la mayoría no servía para nada; entonces fue que lo vio, allí junto al montón de revistas, como tomando la sombra de las mismas y aunque era uno solo, lo reconoció al momento.

Se acercó, saludó a la vendedora y le pidió permiso para ver aquél zapato sólo, que él estaba más que seguro de lo que se trataba, aunque se preguntó y le preguntó ¿dónde está el otro?.

La vendedora le respondió, que esa mañana muy temprano y que junto con un hijo que tiene un puesto de venta más adelante, traían sus cosas en un carrito, de pronto habían visto tirado en la calzada, muy solitario aquél hermoso calzado que estaba casi nuevo.

Y que lo recogieron más que nada para que no lo pisase algún vehículo y aunque buscaron en las inmediaciones a su compañero, no lo hallaron.

Que lo había colocado allí junto a las revistas, pero sin el ánimo ni la intención de venderlo.

Ella vio que él hombre lo revisaba, lo palmeaba, lo sopesaba y hasta le pareció, que lo acariciaba.

Él preguntó cuanto dinero quería por el artículo, al que no sólo se negó a cobrárselo la mujer, sino que insistió en obsequiárselo, llevando la intención a los hechos, lo introdujo dentro de una bolsa de nylon y se lo alcanzó.

Luego de una pequeña insistencia, él le dejó unos billetes, convenciéndola de que era justo de que él le pagara, puesto que ella se ganaba la vida de esa forma.

Precedido de una gran emoción, salió raudo en busca de su mujer y un montón de preguntas se agrupaban en su mente.

Aunque él no se daba cuenta, pero la gente que lo veía pasar sí, estaba invadido de una sonrisa, casi una histérica risa que lo hacía reír, gesticular, reír y gesticular como poseído de una pasajera insania.

Se iba preguntando, qué habría pasado con el otro zapato ¿quien lo tendría? ¿a dónde habría ido a parar? y locamente pensó que a lo mejor, alguien aprovecho el que estaba sano y que tal vez llenaba la necesidad por carecer de una de sus extremidades, pensó que la última vez que había sabido de ellos pocos días atrás, el fontanero tenía sus pies calzados en ellos y que aquél le había manifestado su intención de regalárselo a su cuñado, ¿sería aquél, falto de un pié?..

No muy lejos vio a su mujer y abordándola le contó lleno de emoción, lo del hallazgo, mientras ella, haciéndose eco de su pequeña y momentánea locura, le hacía coro y compañía a su risa, ambos no dejaban de manosear aquello que parecía una reliquia para ellos.

Luego de unos minutos y habiendo terminado con los mandados, tomaron el camino de vuelta hacía el hogar; se los veía con sus caras radiantes y henchidos de satisfacción y marcando casi un paso marcial, no veían el momento de llegar y luego de limpiarlo, lustrarlo y mostrarlo, a aquél que sería de ahora en más un “Trofeo de Familia”.

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Candela”

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