Sucedió un otoño
Juan Ramón Pombo Clavijo

De éstas cosas, que con el tiempo son recuerdos, uno no se desprende con facilidad y le queda la duda, que es parte de la memoria intrínseca de cada ser humano, que con el tiempo, toma valor de anécdota.

Queda a cargo del que la oyere o la traduzca de algún jeroglífico, como el presente; tener la capacidad de asimilar con la cuota de credibilidad, que su formación de vivencia le permita y así disfrutar de éste relato, que hoy me atrevo a contar.

Y aunque todo esto sucedió hace ya varios años y aunque puedo pecar de caer en algún olvido, doy fe, de que todo es parte de los muchos recuerdos, que se atesoran y agolpan en el largo deseambular de la existencia del que relata.

Estando yo buscando carnada para mi pesca nocturna, de la cual yo era habitué; Que en honor a la verdad y buscando mas allá de la captura de algún pez que formaría parte del menú del día siguiente, que compartiría con mi mujer y mis hijas que les gustaba sobremanera, degustar pescado, lo que yo buscaba era la compañía de ese pequeño rato de soledad.

Decía, que ya en los albores de la noche, trataba de apurarme en juntar, los moluscos y pequeños cangrejos que servirían para encarnar el anzuelo de mi línea cobradora, con la que sustraería las piezas del océano.

También me encontraba motivado, ya que en el camino hacia la costa, me encontré con uno de los tantos conocidos pescadores y éste me informó que se estaba dando mucho el “pique” y que él, me haría compañía a la distancia, desde un pesquero cercano.

Distante, digamos a unos cien metros y que recuerdo que era aquél de su preferencia pescar allí, por ser ese, su lugar preferido y por una especie de leyes no escritas, cada cuál respetaba los condicionamientos que daban a su acostumbramiento de distintos pesqueros, los demás colegas.

Es archí conocido. que los que amamos éste deporte (?), cuándo nos encontramos, intercambiamos información, chismes y nos mentimos de mutuo consentimiento, sobre el tamaño de las piezas, su número, su peso y otras yerbas.

Estaba abocado a la recolección de las futuras carnadas, cuando algo que no estaba en su lugar, en ese lugar, picó mi curiosidad.

Me llamó mucho la atención que donde la marea deja la resaca, en donde uno busca lo antedicho; habían como unos hoyos (cuatro) muy asimétricos, a una distancia entre ellos de unos dos metros y que formaban un cuadrado casi perfecto.

Que dicho sea, de paso, esto me permitió juntar en ellos y con rapidez, casi toda mi pequeña cosecha, casi al filo del anochecer.

Tomando posición en un recodo de una pequeña playa, formada entre dos rompientes de rocas, lancé mi línea con la ansiedad que sólo otro pescador, comprenderá.

El pescador, que se precie de tal, sabe que hay horas de pique, lugares y circunstancias, que se van aprendiendo sólo con la práctica y que en esto, no pesan las teorías.

En realidad uno aprende pescando e intercambiando experiencias con otros pares que comparten el mismo metejón, deporte y/o necesidad, que hacen a la función de ésta cacería acuática.

Cabe destacar que en este entorno y en este metier; se han tejido y se tejerán miles de anécdotas que se acumulan en el imaginario entorno del ser humano, en su contacto casi hipnótico con el horizonte y la naturaleza.

Esto conlleva a que más allá de lo anecdótico, se tejan toda clase de historias, con mentiras y verdades incluidas, que adornan cada relato y que predispone a la imaginación a concebir con lo fabuloso y convivir con la realidad.

Es por ello que en charlas de fogón, ruedas de café y simples reuniones de pescadores, siempre se sabe cuando se empiezan las mismas, pero jamás se sabe, cuándo terminan.

Ensimismado en mi tarea, intercalaba mi atención entre la tensión de captar el tirón de la línea, que delataría el enganche de algún pez y los agujeros que estaban a poca distancia de donde, me encontraba y que había visto un rato antes.

Luego de algún tiempo y con un par de piezas cobradas (pescadas) y que no despertarían la envidia de nadie, si no las agrandaba con la lupa del cuento a los demás.

Vi de pronto, o mejor dicho, oí a pocos metros de donde me encontraba y al dirigir la vista en la dirección del tenue ruido, una pareja, que recortaban sus siluetas en la poca luz que daba la luna, ya que ésta estaba en su fase de cuarto menguante y en el contraste que daba la ancha faja de arena, como fondo. 

Me dio la impresión de que no caminaban en paralelo por la costa, sino que. lo hacían casi en dirección a donde yo me encontraba.

No me extrañó para nada ver a éste supuesto par de “chorlitos” ya que era común ver parejas que con la complicidad de la noche, busquen por la costa, un lugar tranquilo, donde descargar sus coloquios de amor.

Vuelvo a mirar en dirección de las siluetas y veo que debo corregirme en mi anterior apreciación, dado que su dirección, no era hacia mí, sino que caminaban directamente a donde yo había recolectado las carnadas y donde estaban ocupados, parte de mis pensamientos.

Como a su paso no lo vi normal, ya que no seguían las reglas de caminar por la playa y sobre las rocas, sino que lo hacían de forma apurada y sin altibajos; como si caminaran, sobre una carretera o una parte totalmente llana.A ésta altura de las circunstancias, me olvidé momentáneamente de la pesca y mi atención, se centró en el dúo que de forma enigmática, no menguaba su paso y si seguían un poco mas, caerían al agua indefectiblemente.

No; algo anda mal, recuerdo que me dije y se me pasaron varios pensamientos para nada halagüeños por mi mente y la fantasías de que les hablaba anteriormente, se tornaban del todo negras.Pensando lo peor, quería gritarles algo que los detuviera y uniendo al grito la acción, me dispuse a correr alumbrado por mi linterna, con suma precaución, por sobre las rocas en que me hallaba, para evitar lo que me imaginaba.

Es sorprendente, todo el cúmulo de cosas que pasan en un instante por la cabeza de uno, que hasta hacía un segundo, sólo era un insignificante pescador en la inmensidad de la noche y que tal vez en el Universo, sólo ocupara, lo que ocupa un simple grano de arena en aquél y ahora estaba tratando de evitar un drama en ciernes.

No llegué a gritar, ni siquiera, pude dar un paso, porque el terror, se adueñó de mí y creí que en mi sueño despierto, cada molécula de mi cuerpo, quería escapar del envoltorio con que me había provisto, la madre natura en complicidad con mi querida Madre.

Fue, como una llamarada que venia del oscuro mar, acompañada de una explosión sorda, sin ruido o por lo menos así lo recuerdo, o tal vez se transfiguren mis recuerdos por el julepe que tenía en ese momento, mi pobre y castigada osamenta, que doy fe, de no haber tomado ni una gota de alcohol ni nada raro; sólo el límpido y yodado aire de mar.

Supongo que cerré los ojos y que en ésa fracción de segundo que duró el tal fogonazo, cuando los abriera, vería un desastre para el cual, yo no había venido acompañado por la in cordura que trasuntaban, los hechos.

De forma totalmente mecánica y sin ayuda de ninguna orden refleja, ya que mi cerebro estaba momentáneamente “fuera de servicio”, la cuestión es que abrí los ojos, creo que mucho mas allá de donde lo permiten las fosas del cráneo y ví...

Mejor dicho, no vi mas a la pareja ni nada alrededor, todo estaba tan sumido en la más tranquila oscuridad, como lo estaba hacía unos minutos antes.

A una distancia que creo, de unos cientos de metros y en dirección al mar, una estela luminosa que se achicaba a medida que se alejaba y tenía la forma de todos los dibujos que el cerebro (que ya trataba de funcionar – era hora) se imaginaba.

Recuerdo que en aire quedó un fuerte olor como a algo quemado, que en un primer momento y con examen posterior, pensé que se trataba de algún mecanismo mío, que había liberado por inercia, el resultado de tanto susto.

No creo que nadie aya homologado el tiempo de una retirada sin honra, como la mía, pero si me imagino que yo lo hubiera superado con holgura.

Con un muy buen, frente de espalda y una mejor descarga de talones y en forma sigilosa, me retiré del lugar con rumbo a mi vehículo, al que dejara estacionado sobre una calle que bordeaba la costa.

Cuándo llegué de vuelta a mi sagrada y muy querida morada con calor de hogar, me preguntaron ¿pescaste algo?, claro, era un clásico.

Hasta hoy nunca me atreví a contar éste episodio de mis andanzas de la pesca.

Y si bien con el tiempo, me volví a encontrar con el otro pescador y colega, éste me contó luego de yo insistirle varias veces, que había visto la luz y la forma en que se presentó y también la forma que se esfumó en el horizonte.

También recordó que en algún momento pensó en mi, pero que se imaginó que yo ya me había ido del lugar, fruto del escaso “pique”.

Que nunca se atrevió a decirme nada, ya que me veía asiduamente y pensó que me reiría de él, si me lo contaba, incluso me dijo que tampoco se lo había contado a sus amistades, ya que aquellos conocían su cariño por el jugo de uvas.

También me dijo, que el repliegue de su persona en esa jornada de pesca, fue muy rápido y que, también su “jabón” fue grande.

¡Que me lo diga a mí, que yo estaba en primera fila y que él, no había visto a la extraña pareja!

A todo ésto, lo que lamento, hoy y a la distancia, es que al otro día y con el sol bien alto, volví en busca del bolso que por razones obvias y como táctica del que huye, no se lleva nada que lo pueda retrasar y que dejé olvidado.

En él, estaban las dos piezas pescadas en la noche y algunos bártulos de uso en estos menesteres y ¡sorpresa!, no había nada, ni rastros, a pesar que estaban lejos de la orilla, sobre unas rocas bastantes altas y por ende el agua, no lo pudo llevar.

Y aunque traté de indagar a los supuestos testigos, que sabrían quién se llevó mis cosas, las gaviotas.

Éstas no respondieron y sospecho que de lo acontecido, ellas saben mucho, por lo menos muchísimo más que todos nosotros ¿Verdad? 

Ustedes no pensarán que la gente de la luz, hayan vuelto y se los llevaron como un recuerdo... ¿No? 

{Lo que no conocemos, asusta; Lo conocido, da pavor} 

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “El Machuca”

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