Sin culpa 
Juan Ramón Pombo Clavijo 
28/02/2006

Allí en medio de la nada, estaba yo esperando el transporte que me llevara; luego de varias horas de viaje, a la Ciudad.

Esperando al costado de la ruta, casi en medio de la nada ya que si no fuera por aquella espesa niebla, muy común por otra parte en esos meses de otoño, se vería la casa más próxima a una distancia, mas o menos de unos setecientos u ochocientos metros.

Casas que yo conocía muy bien porque siendo criado en la zona de pequeñas chacras, entre las cuales estaba la nuestra o sea de mis padres, no solo tenía varios tíos, primos y por supuesto amigos de infancia, compañeros de la tan querida Escuela Rural. 

Aun estaba con resabios de sueño por lo poco que pude dormir, luego de acudir a un baile en aquel centro de estudio que con el cariño que se le tenía por todos los habitantes de la zona, casi se podría decir que era como una extensión de nuestro propio hogar.

Unos tres kilómetros me separaban de mi morada y el punto en que me encontraba, distancia que recorría a bordo de una moto que era multiuso en mi familia.

Yo me trasladaba en la misma y pocos metros antes de llegar al carretero y en un pequeño montón de plantas y árboles, la dejaba escondida.

Luego y más tarde alguno de mis hermanos (dos varones y una mujer, la mayor) se encargaban de rescatar el vi rodado.

Sacrificios de una familia que se había confabulado para que el nene mayor de la casa, lleve a cabo el sueño de que Papá y Mamá, algún día pudieran decir “mi hijo el doctor” y yo que de pequeño me lo había propuesto como meta de vida ser médico; ¡No los iba a defraudar!

Lo que se dice, casi un hijo modelo, que nunca le gustó las tareas de campo, que eran por tercera generación el medio de vida de mis ancestros. 

Este metiere se repetía todos los lunes ya que yo por razones de estudio solo pasaba los fines de semana en mi casa.

Decía que estando solo y por suerte con varios minutos de adelanto al horario de pasada del bus, tal vez fue la fría niebla que supuesto mojaba o porque quedaban restos de todo lo “escabiado”en la noche, la cuestión que tenía unas locas ganas de orinar.

Como disponía de tiempo, me dispuse a evacuar a pocos metros de distancia, detrás de unos matorrales que desde algún tiempo me prestaba sus servicios.

Estando en pleno trámite de satisfacción, avizoré entre la niebla que se acercaban dos luces que sin duda pertenecían a un vehículo.

Cuando casi llegaban a la altura en que yo me encontraba, oí que la máquina aminoraba su marcha y se detenía casi enfrente de donde yo me hallaba disfrutando del momento, por lo molesto que me sentí, sin duda que lancé una maldición por lo bajo y acomodándome de manera de quedar mas a cubierto, continué con mi pequeño placer.

Escuché voces y a continuación ví que el vehículo se alejaba según me pareció a mucha velocidad.

Sin duda me dije que dejaron a alguien para tomar algún transporte, o sea que tendría compañía por un rato al menos y tal vez era alguien conocido.

Bueno, como ya había terminado muy prolijamente con mi tarea, me aboqué a pensar muy rápidamente que excusa acompañaría junto con mi saludo si mi ocasional acompañante llegara a ser femenina; ya que si por el contrario este pertenecía al género masculino, no tendría mayores problemas y todo se reduciría a un comentario.

Tomando mi pequeño bolso de viaje del suelo, me dirigí a donde estaría mi ocasional compañía; No, no podría describir mi susto y sorpresa, cuando casi tropiezo con un cuerpo caído.

Clareando estaba, por lo que vi que una mujer de pelo largo y de tapado, estaba allí. ante mí como si se hubiera caído del cielo.

Miré hacia la dirección en que se había perdido el vehículo y no vi nada, tampoco hacia el otro lado, por lo que luego de la primera impresión y reponiéndome algo del susto y de la sorpresa, me incliné hablándole a la vez que le levanté la cabeza y allí mi susto pasó a una segunda dimensión.

Ante mi estaba esa mujer con una mancha de sangre y que no respondía a mis palabras; Puse en práctica mis conocimientos de medicina ya que estaba en tercer año de esa carrera.

Con gran sorpresa comprobé que lo que tenía ante mí, era un cadáver que aún estaba caliente y estaba estrenando su nuevo estatus, aunque no habían pasado mas que unos pocos minutos que me parecieron eternos; mi cabeza me daba vueltas.

Pensé en pedir ayuda, pero como explicaría este episodio.

Y ¿si pasaba alguien? o un vehículo, o se me cruzó por la mente, la Policía y ¿mi familia? ¿y mi estudio? y si perdía mi bus?

Cuántas cosas se agolpaban en mi mente y todas se atropellaban para convertir mi pobre raciocinio cn un verdadero caos.

Ya estaba aclarando y me dije que hiciera lo que hiciera, lo debía de hacer rápido.

Tomé con toda precaución aquel despojo de huesos aun tibio y sacando fuerzas de mi pánico; crucé el cuerpo al otro lado de la carretera, rezando para que no me viera nadie hacerlo.

Lo deposité detrás de unas matas (mas cortas de lo que yo hubiera preferido pero no estaba para elegir), lo mejor que pude y recé en silencio para que no lo visualice algún pasajero y/o chofer. 

Sacudiendo mi ropa, corrí junto a mi bolso justo cuando vi asomar en el horizonte el frente de mi transporte.

Le hice la seña de costumbre y apretando mi corazón para que no se me saliera del pecho, rogando que no se me notara el estado calamitoso en mi persona, ascendí lo más rápido que pude al vehículo.

Rogaba que nadie de a bordo se le ocurriera mirar hacia donde yo no quería y que si lo hacía, no viera nada de lo que yo sabía que estaba allí.

Me tranquilicé algo al ver que eran pocos los pasajeros (los habituales) y como ya era norma, la mayoría dormía.

Me dejé caer en el asiento tratando de que la cabeza, no se me cayera por el peso de mi bombardeada conciencia,

Mi mente, que viajaba a una velocidad vertiginosa tardó un rato en dejarme coordinar por lo menos en parte lo acontecido minutos atrás.

¿Qué debía hacer? ¿Debería dar parte a la Policía? ¿Y si sospechaban de mí? ¡Caramba! ¿Que móvil me empujó a mover el cuerpo de aquella infeliz? y que joven y bonita era, que frágil y liviana me pareció o tal vez el susto, no solo obnubiló mi raciocinio, sino que me ungió de fuerzas que precisé en aquel tétrico momento.

¿Y si se enteran mis padres? ¿Mi familia? Y si culpan a alguno de mis hermanos ¡qué revuelo se armaría! y yo sería el culpable.

¡Tal vez me quisieran acusar del crimen; porque fue un terrible asesinato lo alguien hizo con aquella joven mujer.

¿Sería un balazo o una puñalada? Como me acuerdo en este momento de mi profesor de Patología, que por cierto no me era muy simpático y según el concepto de mis compañeros y mío, éste se desayunaba con ácido sulfúrico, todas las mañanas que nos impartía sus clases.

Así, sumido en mis pensamientos y casi sin percatarme del tiempo, llegué a destino,

Pensé en llamar a mi casa por teléfono, también a mi novia que dicho sea de paso, somos compañeros en el estudio o a alguno de mis amigos, ¿y si hago una llamada anónima? ¿ y si me tranquilizo y no hago nada y veo como se van desarrollando los acontecimientos? ¡qué dilema!

Muy pendiente de los informativos, pasé todo el día y como no escuché ni vi nada en los noticiosos me dio cierta tranquilidad.

Fue transcurriendo los días sin novedad y eso izo que fuera recuperando mi tranquilidad y me aboqué al ritmo normal del metiere de mis estudios y deseando con ansiedad que llegue el fin de semana para retornar a mi casa y saber algo de lo que me tenía intrigado, ya que no se escuchaba nada y no vi tampoco nada publicado en los periódicos y eso que nunca consumí tanta letra fuera de lo que atañe a mis estudios; ninguna noticia de lo que por dentro me quemaba.

Llegué al mismo punto culpable de mis peripecias, o sea a la parada del ómnibus, al promediar la tarde.

Me bajé del vehículo como empujado por alguna mano invisible que se confabulaba con mi incertidumbre y fijé la vista hacia el lugar donde yo deposité el cuerpo y no vi nada fuera de lo normal.

Me desplazaba los pocos metros que me separaban de dicho lugar, cuando oí los gritos de mi hermana que junto a mi madre, me esperaban, como ya era de costumbre en la vieja camioneta así en ella trasladarnos al hogar; no sin antes pasar por un almacén del que los vecinos de la zona eran habitúes.

Ocasión que yo aprovecharía para tratar de saber si había alguna novedad al respeto de mi pesar.

Ninguna novedad, tampoco en mi casa, nadie sabía nada y yo no pregunté en forma directa nada que dejara entrever mi dilema.

Ahora sí que la espera del próximo transporte hacia la Capital, en verdad me daba miedo por la incertidumbre y por el misterio que sólo yo y los protagonistas del episodio macabro acontecido en el lugar, hace exactamente una semana atrás.

Otra vez la madrugada, otra vez la rutina de todos los principios de semana, aunque esta vez matizada por una persistente llovizna que se presentó llegando a la parada y que no fue generosa y se hubiera convertido en lluvia, así hubiera tenido la excusa de pedirle a mi padre que me alcanzara y de esa manera por lo menos mi pobre miedo, sería mas pequeño.

Ganas tuve de hacerle señas a algún camión que pasaban en forma regular y que yo ya los reconocía y solíamos cambiar saludos, sólo me abstuve porque tenía que justificar mi abono para viajar.

Estaba peleando a mandoble partido con mis pensamientos y con la compañía de la ya molesta garúa y rogando que el bendito bus pasara cuando vi que un vehículo que circulaba a contra mano de donde yo estaba, se estaba deteniendo.

Bueno ahí si, ya fue patético y algo se deslizó por mi espalda, bajando del cuello y a través de mi nervio raquídeo que no respetó en absoluto el final de mi espalda y que con forma tibia y líquida buscó otro horizonte fuera de mi humanidad.

Ya no tuve dudas, el o los que mataron y arrojaron a la mujer, hace una semana volvieron o volvió y se llevó o llevaron el cadáver y lo desaparecieron y ahora venían por mí.

Se detuvo a unos cuarenta o cincuenta metros y luego veo que sus luces giran y me alumbran por lo que deduzco sin deducir mucho, que se dirige a donde yo estaba convertido en estatua.

A toda prisa pensé que mi moto podía ser mi bote salvavidas; claro que esto sería posible si este no se encontrara tan lejos, unos cuantos metros, pero que a mí me parecían varios kilómetros y aparte tendría que despegar la estatua que no era trabajo muy fácil en ese momento.

Se detuvo casi pegado a mí y yo no veía nada, ya que a sus vidrios laterales los cubría el agua de la llovizna.

Igual, sacando coraje tal vez de algún antepasado que fue guerrero, negrero, taita, capataz, cobrador o marido herido en su honor por engaño, (léase cornudo) puse mis sentidos en guardia y me apresté a lo que fuera, a lo peor, total ya estaba jugado.

Con terror vi que el vidrio de su puerta delantera se bajaba y que de ella asomaba una mano pegada a un brazo que con movimientos que no distinguía muy bien y que no tenía claro si tenía un arma empuñada y creo que en ese instante cerré con fuerza mis ojos y me acordé en una milésima de tiempo de toda mi vida transcurrida.

Terminar mis días de esa burda manera, yo que sería el estandarte de mi familia, el ejemplo de mis hermanos, el doctor, el padre de los hijos de la que hoy es mi novia, mi futuro. 

Joven bien parecido y con tanto futuro, venir a terminar así; si casi me imaginé ocupando un pequeño espacio en las páginas de noticias policiales {Joven estudiante de promisorio futuro, fue encontrado muerto a la vera de la ruta tal y cual} ¿Qué santo me abandonó?

Alguien me nombraba desde adentro del coche, repitiendo mi nombre casi como un grito, – claro que sabían mi nombre, estuvieron una semana para estudiarme y digo en plural porque me percaté de dentro del vehículo, iban dos personas – al inclinarme en forma casi mecánica conocí o mejor dicho reconocí al hijo del almacenero que también estudiaba en la Capital pero con el cual, nos veíamos muy de cuando en vez.

¿Cómo te va? Me dijo – subí, no te estés mojando que yo voy a la Ciudad con mi tío y te llevamos.

¿Qué haría? Me subo y me expongo a que me den el pase al otro mundo – creo que ahora comprendo todo; ésta gente fue la autora del homicidio y ahora venían por mí, estaba todo claro.

Aquello de l deseo de que la “tierra me trague”, nunca estuvo tan vigente, pero poco tiempo me quedaba para volverme profeta.

Esperando que mi voz, sonara lo más normal posible, le balbuceé con una raro sonido que me pareció al de un pito - ¡Hola! ¿Cómo les va? Les agradezco, pero ya viene mi ómnibus.

Ellos insistieron tanto – Subí que ya nos íbamos y dejamos un bolso olvidado y nos volvíamos a buscarlo, fue cuando te vimos......

Jamás sabré, si fue buscando un agujero dónde esconderme o por reflejo, pero al mirar en la dirección correcta vi que venía mi salvador disfrazado de ómnibus ¡Que hermosa imagen, me sabía a gloria.

El bus ya venía muy cerca (no todos los ángeles se habían tomado vacaciones, después de todo), pero cómo podría despreciarle la invitación a esta gente que amigaron con mi familia desde siempre?

Nunca supe si fue porque había arreciado la lluvia o porque mi lugar en el vehículo, me permitiría ir detrás de ellos o porque el miedo no me dejaba reaccionar como debiera, o vaya a saber por que raro designio.

La cuestión que llegué “sano y salvo”, empachado de conversación pero seco y calientito, eso sí dispuesto a bañarme y cambiarme apenas aterrizara en mi pensión de estudiante.

Solemnemente doy fe de que esto, NO fue un sueño.

“Estar sin culpa, no exime de estar sin miedo”

Juan Ramón Pombo Clavijo
Del Libro “Candela”

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